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René Chacón Linares
(A Silvia Elena Regalado) Misterio de piel, Flor sin nombre, Oruga de fuego, Vértigo de voces. Un ángel peinándose a oscuras, Con ese punto de luz que habita En silencio las miradas. Las sábanas de sus alas Y el galope lento de su amor, No revelan secretos, ni caprichos. ¡Es un ángel terrible! Que deja su espíritu, Y vuelve otro día, Con un abrazo que ciñe El corazón desnudo.
Ángel terrible
Jorge Debravo
Los dioses son estatuas de humo y viento que se tuercen, alargan, y se cambian de ser como cambian de blusa las muchachas. Alguna vez usaron cuernos, luego se envolvieron en carne de montaña, aprendieron a usar huesos de hombre y se vistieron una barba blanca. Una noche compraron zapatillas y perdieron sus prístinas sandalias. Y un día cualquiera rodearán la tierra charlando amables con los cosmonautas.
Dioses
César Vallejo
Sé que hay una persona que me busca en su mano, día y noche, encontrándome, a cada minuto, en su calzado. ¿Ignora que la noche está enterrada con espuelas detrás de la cocina? Sé que hay una persona compuesta de mis partes, a la que integro cuando va mi talle cabalgando en su exacta piedrecilla. ¿Ignora que a su cofre no volverá moneda que salió con su retrato? Sé el día, pero el sol se me ha escapado; sé el acto universal que hizo en su cama con ajeno valor y esa agua tibia, cuya superficial frecuencia es una mina. ¿Tan pequeña es, acaso, esa persona, que hasta sus propios pies así la pisan? Un gato es el lindero entre ella y yo, al lado mismo de su tasa de agua. La veo en las esquinas, se abre y cierra su veste, antes palmera interrogante... ¿Qué podrá hacer sino cambiar de llanto? Pero me busca y busca. ¡Es una historia!
Poema para ser leído y cantado
Gutierre de Cetina
Horas alegres que pasáis volando porque a vueltas del bien mayor mal sienta; sabrosa noche que en tan dulce afrenta el triste despedir me vas mostrando; importuno reloj, que apresurando tu curso, mi dolor me representa; estrellas con quien nunca tuve cuenta, que mi partida vais acelerando; gallo que mi pesar has denunciado; lucero que mi luz va obscureciendo; y tú, mal sosegada y moza aurora; si en vos cabe dolor de mi cuidado, id poco a poco el paso deteniendo, si no puede ser más, siquiera un hora.
Horas alegres que pasáis volando
Emilio Prados
Te llamé. Me llamaste. Brotamos como ríos. Alzáronse en el cielo los nombres confundidos. Te llamé. Me llamaste. Brotamos como ríos. Nuestros cuerpos quedaron frente a frente, vacíos. Te llamé. Me llamaste. Brotamos como ríos. Entre nuestros dos cuerpos, ¡qué inolvidable abismo!
Sueño
Claudio Rodríguez
...y cuando salía por toda aquella vega ya cosa no sabía... SAN JUAN DE LA CRUZ El primer surco de hoy será mi cuerpo. Cuando la luz impulsa desde arriba despierta los oráculos del sueño y me camina, y antes que al paisaje va dándome figura. Así otra nueva mañana. Así ota vez y antes que nadie, aun que la brisa menos decidiera, sintiéndose vivir, solo, a luz limpia. Pero algún gesto hago, alguna vara mágica tengo porque, ved, de pronto los seres amanecen, me señalan. Soy inocente. ¡Cómo se une todo y en simples movimientos hasta el límite, sí, para mi castigo: la soltura del álamo a cualquier mirada! Puertas con vellones de niebla por dinteles se abren allí, pasando aquella cima. ¿Qué más sencillo que ese cabeceo de los sembrados? ¿Qué más persuasivo que el heno al germinar? No toco nada. No me lavo en la tierra como el pájaro. Sí, para mi castigo, el día nace y hay que apartar su misma recaída de las demás. Aquí sí es peligroso. Ahora, en la llanada hecha de espacio, voy a servir de blanco a lo creado. Tibia respiración de pan reciente me llega y así el campo eleva formas de una aridez sublime, y un momento después, el que se pierde entre el misterio de un camino y el de otro menos ancho, somos obra de lo que resucita. Lejos estoy, qué lejos. ¿Todavía agrio como el moral silvestre, el ritmo de las cosas me daña? Alma del ave, yacerás bajo cúpula de árbol. ¡Noche de intimidad lasciva, noche de preñez sobre el mundo, noche inmensa! Ah, nada está seguro bajo el cielo. Nada resiste ya. Sucede cuando mi dolor me levanta y me hace cumbre que empiezan a ocultarse las imágenes y a dar la mies en cada poro el acto de su ligero crecimiento. Entonces hay que avanzar la vida de tan limpio como es el aire, el aire retador.
Canto del despertar
Delfina Acosta
Me voy a maquillar para morir. Por la luna sabrán si estaba loca. "Era llena de lluvia", contará quien cambia los amores de mi alcoba. Me voy a maquillar para morir. Por la luna sabrán si estaba loca. Jugando a que me muero, muero. Ay, camalote que en el río flota. Sabré yo entonces quiénes me han amado, no por llorarme bajo lluvia en contra, ni por callar, o por decir de mí por estar muerta y buena, o tantas rosas. Alumbrarán mis noches los relámpagos. La cruz mayor proyectará mi sombra. Un río largo y limpio escribiré. Mi verso crecerá en las verdes hojas.
Por las rosas
José María Hinojosa
En medio de este hueco redondo y transparente que me persigue siempre a través de la tierra retumban los hachazos que separan las ramas brotadas en el tronco de mármol patinado por el humo de pólvora y la luz de la luna filtrada entre los dedos de tus manos de nieve. Tus brazos recogían en sus siete colores la lluvia de mi frente y la espuma del agua perdiéndose en las aguas tu cabellera rubia mientras que tu cabeza flotaba entre las olas verde entre verdes algas con los labios abiertos por la caricia última de mis labios de fuego.
Huyendo del destino
Justo Braga
Hay noticias que parecen versos: Un pistolero a sueldo asesina a una portera. El catedrático de química se bebe una probeta. El lingüista se atraganta en un fonema. Hay versos que parecen silogismos . Si llueve, diluvia. Se inundan los fonemas. Si se muere una portera, el pistolero recibe recompensa. Hay lingüistas tartajas, porteras muy finas que apenas se atragantan y fonemas diluviando en cada letra. Hay versos que parecen probetas. Silogismos que matan a porteras. Hay porteras por todas partes. Hay pistoleros en todas las esquinas, al acecho esperando a que pasen los lingüistas, disparando a discreción sobre sí mismos.
El pistolero
Ángel González
Aquí paz, y después gloria. Aquí, a orillas de Francia, en donde Cataluña no muere todavía y prolonga en carteles de «Toros à Ceret» y de «Flamenco's Show» esa curiosa España de las ganaderías de reses bravas y de juergas sórdidas, reposa un español bajo una losa: paz y después gloria. Dramático destino, triste suerte morir aquí —paz y después...— perdido, abandonado y liberado a un tiempo (ya sin tiempo) de una patria sombría e inclemente. Sí; después gloria. Al final del verano, por las proximidades pasan trenes nocturnos, subrepticios, rebosantes de humana mercancía: manos de obra barata, ejército vencido por el hambre —paz...—, otra vez desbandada de españoles cruzando la frontera, derrotados —...sin gloria. Se paga con la muerte o con la vida, pero se paga siempre una derrota. ¿Qué precio es el peor? Me lo pregunto y no sé qué pensar ante esta tumba, ante esta paz —«Casino de Canet: spanish gipsy dancers», rumor de trenes, hojas...—, ante la gloria ésta —...de reseco laurel— que yace aquí, abatida bajo el ciprés erguido, igual que una bandera al pie de un mástil. Quisiera, a veces, que borrase el tiempo los nombres y los hechos de esta historia como borrará un día mis palabras que la repiten siempre tercas, roncas.
Camposanto en collioure
Delfina Acosta
Amigo, hablemos de las cosas raras. ¿Tú crees en las ánimas, las sombras de los asesinados y suicidas que vagan? Los fantasmas hacen rondas en torno a un niño gris. Los perros vagos entonces mueven fiestas con la cola. ¡Nadir! ¡Nadir! Ayer soñé con ella. Hecha Dios Padre, espíritu y alondra me dijo mi Nadir que me soñaba desde su muerte, al dar, la flor, la hora. Yo le llevé recién cortadas brisas. Amigo, se me ocurre que hay curiosas criaturas de la tierra donde hay huesos y almas. Y también existen bocas de muertos insepultos convertidos en el enjambre de un amor que llora.
Nadir
Óscar Hahn
Si tus miradas salen a vagar por las noches las mariposas negras huyen despavoridas tales son los terrores que tu belleza disemina en sus alas.
Paisaje ocular
Ángeles Carbajal
Noche más allá de la noche, cuando las palabras no escriben el poema, y el poema sin palabras es el poema infinito.
Insomnio
José Cadalso
Discípulo de Apeles, si tu pincel hermoso empleas por capricho en este feo rostro, no me pongas ceñudo, con iracundos ojos, en la diestra el estoque de Toledo famoso, y en la siniestra el freno de algún bélico monstruo, ardiente como el rayo, ligero como el soplo; ni en el pecho la insignia que en los siglos gloriosos alentaba a los nuestros, aterraba a los moros; ni cubras este cuerpo con militar adorno, metal de nuestras Indias, color azul y rojo; ni tampoco me pongas, con vanidad de docto, entre libros y planos, entre mapas y globos. Reserva esta pintura para los nobles locos que honores solicitan en los siglos remotos; a mí, que sólo aspiro a vivir con reposo de nuestra frágil vida estos instantes cortos, la quietud de mi pecho representa en mi rostro, la alegría en la frente, en mis labios el gozo. Cíñeme la cabeza con tomillo oloroso, con amoroso mirto, con pámpano beodo; el cabello esparcido, cubriéndome los hombros, y descubierto al aire el pecho bondadoso; en esta diestra un vaso muy grande, y lleno todo de jerezano néctar o de manchego mosto; en la siniestra un tirso, que es bacanal adorno, y en postura de baile el cuerpo chico y gordo; o bien junto a mi Filis, con semblante amoroso, y en cadenas floridas prisionero dichoso. Retrátame, te pido, de este sencillo modo, y no de otra manera, si tu pincel hermoso empleas, por capricho, en este feo rostro.
Al pintor que me ha de retratar
Claribel Alegría
Barajando recuerdos me encontré con el tuyo. No dolía. Lo saqué de su estuche, sacudí sus raíces en el viento, lo puse a contraluz: Era un cristal pulido reflejando peces de colores, una flor sin espinas que no ardía. Lo arrojé contra el muro y sonó la sirena de mi alarma. ¿Quién apagó su lumbre? ¿Quién le quitó su filo a mi recuerdo-lanza que yo amaba?
Barajando recuerdos
Juan Luis Panero
Al final pienso que tenía razón —todo el absurdo tinglado del poder, el cuchillo implacable de la inteligencia, las sórdidas, políticas palabras, los arañados proyectos imposibles—, sí, tenía razón ese día. Me acuerdo bien cuando pensé, echado junto a ella, que lo único real era una buena puta, una piel cálida, unos labios silenciosos, unas manos expertas, en aquel burdel cerca Neuilly, al amanecer. Por eso, porque creo que tenía razón, soy más culpable —libros, declaraciones, ideas, lealtades, el secreto de todo, el revés de la nada—, cuánto tiempo perdido para llegar a esto, para recordar, ya sin solución, sus largos muslos, el sabor espeso de su boca, los rosados pezones. Llegaba una luz gris sobre la cama, sobre su culo memorable, inmóvil, sí, tenía razón, aquella puta cuyo nombre nunca supe o tal vez he olvidado, el humo de un cigarrillo, eso es todo, yo tenía razón, y si no la tenía, ¿qué importa ahora?
Pierre drieu la rochelle divaga
Luis de Góngora
Sople rabiosamente conjurado Contra mi leño el Austro embravecido, Que me ha de hallar el último gemido, En vez de tabla, al áncora abrazado. ¿Qué mucho, si del mármol desatado Deidad no ingrata la esperanza ha sido En templo que de velas hoy vestido Se venera, de mástiles besado? Los dos lucientes ya del cisne pollos, De Leda hijos, adoptó: mi entena Lo testifique dellos ilustrada. ¿Qué fuera del cuitado, que entre escollos, Que entre montes, que cela el mar, de arena, Derrotado seis lustros ha que nada?
De la esperanza
Ángel García Aller
"...innumerables cuerpos hermanados por una herida fresca en todo el pecho" (Virgilio Garsaball) Grenoble era entonces la ciudad de los suicidas, pero nunca se supo, nadie dijo por qué extraña razón de parentesco los perros ladraban a la luna y el viejo clochard ¡tan torpemente! preguntaba la edad de las palomas. Era cierto que podríamos vender nuestra miseria a cualquier transeúnte avaricioso, que una dama italiana compraría tus poemas a diez liras y que Antonio Fernando, el otro Antonio, Victoriano, los amigos comunes perfilaban una tierra más allá del desencanto. Era cierto y lo es que cada noche subíamos de un modo inexplicable al punto más alto de la historia: allí Pablo de Chile, allí Vallejo, Vladimiro Maiacovski boca arriba como aquél que se cansa de ser hombre y es un muerto no más ¡quién lo dijera! Cada noche amigo, cada herida que susurra quién sabe de qué modo cuando toda la canción nos es extraña y el viejo clochard pasa de largo contando las estrellas con los dedos por ver de redimir tanto silencio.
El viejo clochard
Pablo Neruda
PEQUEÑA rosa, rosa pequeña, a veces, diminuta y desnuda, parece que en una mano mía cabes, que así voy a cerrarte y a llevarte a mi boca, pero de pronto mis pies tocan tus pies y mi boca tus labios, has crecido, suben tus hombros como dos colinas, tus pechos se pasean por mi pecho, mi brazo alcanza apenas a rodear la delgada línea de luna nueva que tiene tu cintura: en el amor como agua de mar te has desatado: mido apenas los ojos más extensos del cielo y me inclino a tu boca para besar la tierra.
En ti la tierra
Anna Ajmátova
1 ¿Qué puedo hacer? Ellos te destruyeron, ¡Qué encuentro más cruel que el separarse! Aquí hubo un surtidor, allá alamedas, más a lo lejos verdecía el parque... La aurora más rosada que ella misma fue aquél abril. Olor a húmeda tierra, a primer beso... 2 Las hojas de este sauce en el siglo pasado se murieron, para brillar cien veces más lozanas en la forma de un verso. Las rosas se trocaron en purpúreas rosaledas silvestres, pero los himnos de la escuela siguen brotando sin desánimo. ¡Medio siglo pasó! Fui premiada por la divina suerte y en los días violentos olvidé el fluir de los años. ¡Ya no voy por allí! Pero a la orilla del río de la muerte, yo llevaré mis trémulos jardines de Tsárskoie Seló.
A la ciudad de pushkin
Nimia Vicéns
A la muerte de Luis Palés Matos En pedestal de ola el mar levanta el canto: ... ... «¿hacia dónde tú, si no hay... ... espacio donde puedas contenerte?» Incansable viajero sin navío rumbo de ala tendida hacia un país de imaginaria geografía donde tan quieto estás... ... ------ ¿Oyes tu canto bajo la noche sola de los trópicos desde un sinfín de estrellas y de islas y playas inasibles de silencio en la infinita orilla transitando eco de oleajes de astros de palabras... ¿Dónde toca tu voz? ¿Dónde tu mano alcanzará su tiempo? Tu mano alucinante de poesía tu solo tiempo logrado al fin en el hallazgo de tu rama y de tu puerta. ¡Es el mar —Palés— que te abre sus brazos constelados! Cruzado de silencio el roto puente del amor al Amor en música de lágrimas tendido. Del amor al Amor penar penando como se pena el sueño y el olvido. ¡Salvado estás de aquel atroz calmazo! De sal y sed tu corazón transido... ... ¡Qué catedral de jazmines incensiada de tu pasión atroz oficia el salmo! Tremenda humanidad de corza herida. Tallo de luz-diamante esfuminado. Columbrada azucena de poesía en palabra y oleaje tranformando la voz del mar que en mar de voz te canta un cielo abierto en claridad del alba estremecido. Recuerdo... eternidad... Voz y silencio. En la hora de la isla y la palabra «que es como un despedirse y una ausencia...» miras un niño y tu mirar se vuelve Dios y llanto brisa de nieve y nube en lejanía remanso de huracán —ola vencida— tumbo en la orilla de la más sola soledad sin canto: ...«tiran de ti con tenue hilo de estrella» Te llaman y te vas —ala rendida— y el amor y el Amor se van contigo... Salvado estés — Palés que el mar te canta su infatigable ola de poesía.
Glosa en cántico triste
Teresa Domingo Català
La noche es movimiento de penumbras luchando para ser eternas, río de manos en los cuerpos que divaga sobre el influjo de la sangre dulce. Silenciosos, los ángeles nos aman como aman los caimanes, con la furia de un sexo desmedido, con lujuria. La noche es la simiente de los pasos que aniquilan las luces de los lechos, y son los cuerpos sombras de esa noche que dominan la oscuridad tardía. Silenciosos, los ángeles nos aman como aman los caballos, con ardor, reclamando sus alas el perdón. La piel anhela el roce de las sombras que se desprenden ávidas, ventiscas de amores sofocados, tenues nieblas imposibles de aprehender, limosnas. Los ángeles nos odian por la carne, ésa que envuelta en noche se proclama en la ofrenda del cuerpo que se ama.
Sombras
Pablo Neruda
20 poemas de amor y una canción desesperada Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.» El viento de la noche gira en el cielo y canta. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Yo la quise, y a veces ella también me quiso. En las noches como ésta la tuve entre mis brazos. La besé tantas veces bajo el cielo infinito. Ella me quiso, a veces yo también la quería. Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. Y el verso cae al alma como al pasto el rocío. Qué importa que mi amor no pudiera guardarla. La noche está estrellada y ella no está conmigo. Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos. Mi alma no se contenta con haberla perdido. Como para acercarla mi mirada la busca. Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise. Mi voz buscaba el viento para tocar su oído. De otro. Será de otro. Como antes de mis besos. Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos, Mi alma no se contenta con haberla perdido. Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
20 poemas de amor y una canción desesperadapoema 20
Leopoldo Marechal
Alfarero sobre el tapiz de los días, ¿con qué barro modelé tu garganta de ídolo y tus piernas que se tuercen como arroyos? Mi pulgar afinó tu vientre más liso que la piel de los tambores nupciales. He puesto cuerdas al arco nuevo de tu sonrisa y engarcé dos noches en el sitio de tus ojos... ¡Ídolo de los alfareros! Yo se que redondeas el cántaro de la mañana y lo pintas de sol y lo llenas con una luz rota de pájaros. Ídolo de los alfareros que se sientan sobre el tapiz de los días... He quemado a tu pie la madera fragante de mi palabra. El viento no deshojó todavía un tulipán de música más bonito que tu nombre. ¡Haz que maduren los frutos y que la lluvia deje su país de llanto, ídolo de los alfareros que se sientan sobre el tapiz de los días! Si no mis odios bailarán sobre la tierra de tu carne...
Ídolo
Francisco de Aldana
En fin, en fin, tras tanto andar muriendo, tras tanto varïar vida y destino, tras tanto de uno en otro desatino, pensar todo apretar, nada cogiendo; tras tanto acá y allá, yendo y viniendo cual sin aliento, inútil peregrino; ¡oh Dios!, tras tanto error del buen camino yo mismo de mi mal ministro siendo, hallo, en fin, que ser muerto en la memoria del mundo es lo mejor que en él se asconde, pues es la paga dél muerte y olvido; y en un rincón vivir con la vitoria de sí, puesto el querer tan sólo adonde es premio el mismo Dios de lo servido.
Reconocimiento de la vanidad del mundo
Baldomero Fernández Moreno
Setenta balcones hay en esta casa, setenta balcones y ninguna flor. ¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa? ¿Odian el perfume, odian el color? La piedra desnuda de tristeza ¡dan una tristeza los negros balcones! ¿No hay en esta casa una niña novia? ¿No hay algún poeta lleno de ilusiones? ¿Ninguno desea ver tras los cristales una diminuta copia de jardín? ¿En la piedra blanca trepar los rosales, en los hierros negros abrirse un jazmín? Si no aman las plantas no amarán el ave, no sabrán de música, de rimas, de amor. Nunca se oirá un beso, jamás se oirá un clave... ¡Setenta balcones y ninguna flor!
Setenta balcones y ninguna flor
Luis de Góngora
Que a recibillo con sediento paso De su roca natal se precipita, Y mucha sal no sólo en poco vaso, Mas en su ruina bebe, Y a su fin, cristalina mariposa —No alada, sino undosa—, En el farol de Tetis solicita. Muros desmantelando, pues, de arena, Centauro ya espumoso el océano —Medio mar, medio ría— Dos veces huella la campaña al día, Escalar pretendiendo el monte en vano, De quien es dulce vena El tarde ya torrente Arrepentido, y aun retrocedente. Eral lozano así novillo tierno, De bien nacido cuerno Mal lunada la frente, Retrógrado cedió en desigual lucha A duro toro, aun contra el viento armado: No, pues, de otra manera A la violencia mucha Del padre de las aguas, coronado De blancas ovas y de espuma verde, Resiste obedeciendo, y tierra pierde. En la incierta ribera —Guarnición desigual a tanto espejo—, Descubrió la alba a nuestro peregrino Con todo el villanaje ultramarino, Que a la fiesta nupcial, de verde tejo Toldado, ya capaz tradujo pino. Los escollos el sol rayaba, cuando Con remos gemidores, Dos pobres, se aparecen, pescadores, Nudos al mar, de cáñamo, fiando. Ruiseñor en los bosques no más blando, El verde robre que es barquillo ahora, Saludar vio la Aurora, Que al uno en dulces quejas —y no pocas— Ondas endurecer, liquidar rocas. Señas mudas la dulce voz doliente Permitió solamente A la turba, que dar quisiera voces A la que de un ancón segunda haya —Cristal pisando azul con pies veloces— Salió improvisa, de una y de otra playa Vínculo desatado, inestable puente. La prora diligente No sólo dirigió a la opuesta orilla, Mas redujo la música barquilla, Que en dos cuernos del mar caló no breves Sus plomos graves y sus corchos leves. Los senos ocupó del mayor leño La marítima tropa, Usando al entrar todos Cuantos les enseñó corteses modos En la lengua del agua ruda escuela, Con nuestro forastero, que la popa Del canoro escogió bajel pequeño. Aquél, las ondas escarchando, vuela; Éste, con perezoso movimiento, El mar encuentra, cuya espuma cana Su parda aguda prora Resplandeciente cuello Hace de augusta Colla peruana A quien hilos el Sur tributó ciento De perlas cada hora. Lágrimas no enjugó más de la aurora Sobre vïolas negras la mañana, Que arrolló su espolón con pompa vana Caduco aljófar, pero aljófar bello. Dando el huésped licencia para ello, Recurren no a las redes que, mayores, Mucho océano y pocas aguas prenden, Sino a las que ambiciosas menos penden, Laberinto nudoso de marino. Dédalo, si de leño no, de lino, Fábrica escrupulosa, y aunque incierta, Siempre murada, pero siempre abierta. Liberalmente de los pescadores Al deseo el estero corresponde, Sin valelle al lascivo ostión el justo Arnés de hueso, donde Lisonja breve al gusto —Mas incentiva— esconde: Contagio original quizá de aquella Que, siempre hija bella De los cristales, una Venera fue su cuna. Mallas visten de cáñamo al lenguado, Mientras, en su piel lúbrica fiado, El congrio, que viscosamente liso Las telas burlar quiso, Tejido en ellas se quedó burlado. Las redes califica menos gruesas, Sin romper hilo alguno, Pompa el salmón de las reales mesas, Cuando no de los campos de Neptuno, Y el travieso robalo, Guloso, de los cónsules, regalo. Éstos y muchos más, unos desnudos, Otros de escamas fáciles armados, Dio la ría pescados, Que, nadando en un piélago de nudos, No agravan poco el negligente robre, Espacïosamente dirigido Al bienaventurado albergue pobre, Que, de carrizos frágiles tejido, Si fabricado no de gruesas cañas, Bóvedas lo coronan de espadañas. El peregrino, pues, haciendo en tanto Instrumento el bajel, cuerdas los remos, Al céfiro encomienda los extremos Deste métrico llanto: «Si de aire articulado No son dolientes lágrimas suaves Estas mis quejas graves, Voces de sangre, y sangre son del alma. Fíelas de tu calma ¡Oh mar! quien otra vez las ha fiado De su fortuna aun más que de su hado. »¡Oh mar, oh tú, supremo Moderador piadoso de mis daños! Tuyos serán mis años, En tabla redimidos poco fuerte De la bebida muerte, Que ser quiso, en aquel peligro extremo, Ella el forzado y su guadaña el remo. »Regiones pise ajenas, O clima propio, planta mía perdida, Tuya será mi vida, Si vida me ha dejado que sea tuya Quien me fuerza a que huya De su prisión, dejando mis cadenas Rastro en tus ondas más que en tus arenas. »Audaz mi pensamiento El cénit escaló, plumas vestido Cuyo vuelo atrevido —Si no ha dado su nombre a tus espumas— De sus vestidas plumas Conservarán el desvanecimiento Los anales diáfanos del viento »Esta, pues, culpa mía El timón alternar menos seguro Y el báculo más duro Un lustro ha hecho a mi dudosa mano, Solicitando en vano Las alas sepultar de mi osadía Donde el Sol nace o donde muere el día. »Muera, enemiga amada, Muera mi culpa, y tu desdén le guarde, Arrepentido tarde, Suspiro que mi muerte haga leda, Cuando no le suceda, O por breve o por tibia o por cansada, Lágrima antes enjuta que llorada. »Naufragio ya segundo, O filos pongan de homicida hierro Fin duro a mi destierro; Tan generosa fe, no fácil onda, No poca tierra esconda: Urna suya el océano profundo, Y obeliscos los montes sean del mundo. »Túmulo tanto debe Agradecido Amor a mi pie errante; Líquido, pues, diamante Calle mis huesos, y elevada cima Selle sí, mas no oprima, Esta que le fiaré ceniza breve, Si hay ondas mudas y si hay tierra leve». No es sordo el mar: la erudición engaña. Bien que tal vez sañudo No oya al piloto, o le responda fiero, Sereno disimula más orejas Que sembró dulces quejas —Canoro labrador— el forastero En su undosa campaña. Espongïoso, pues, se bebió y mudo El lagrimoso reconocimiento, De cuyos dulces números no poca Concentuosa suma En los dos giros de invisible pluma Que fingen sus dos alas hurtó el viento; Eco —vestida una cavada roca— Solicitó curiosa y guardó avara La más dulce —si no la menos clara— Sílaba, siendo en tanto La vista de las chozas fin del canto. Yace en el mar, si no continuada Isla, mal de la tierra dividida, Cuya forma tortuga es perezosa: Díganlo cuantos siglos ha que nada Sin besar de la playa espacïosa La arena, de las ondas repetida. A pesar, pues, del agua que la oculta, Concha, si mucha no, capaz ostenta De albergues, donde la humildad contenta Mora, y Pomona se venera culta. Dos son las chozas, pobre su artificio Más aún que caduca su materia: De los mancebos dos, la mayor, cuna; De las redes la otra y su ejercicio, Competente oficina. Lo que agradable más se determina Del breve islote, ocupa su fortuna, Los extremos de fausto y de miseria Moderando. En la plancha los recibe El padre de los dos, émulo cano Del sagrado Nereo, no ya tanto Porque a la par de los escollos vive, Porque en el mar preside comarcano Al ejercicio piscatorio, cuanto Por seis hijas, por seis deidades bellas, Del cielo espumas y del mar estrellas. Acogió al huésped con urbano estilo, Y a su voz, que los juncos obedecen, Tres hijas suyas cándidas le ofrecen, Que engaños construyendo están de hilo. El huerto le da esotras, a quien debe Si púrpura la rosa, el lilio nieve, De jardín culto así en fingida gruta, Salteó al labrador pluvia improvisa De cristales inciertos, a la seña, O a la que torció, llave, el fontanero: Urna de Acuario, la imitada peña Le embiste incauto, y si con pie grosero Para la fuga apela, nubes pisa, Burlándolo aun la parte más enjuta. La vista saltearon poco menos Del huésped admirado Las no líquidas perlas que, al momento, A los corteses juncos —por que el viento Nudos les halle un día, bien que ajenos— El cáñamo remiten, anudado. Y de Vertumno al término labrado El breve hierro, cuyo corvo diente Las plantas le mordía cultamente. Ponderador saluda afectuoso Del esplendor que admira el extranjero Al Sol, en seis luceros dividido; Y —honestamente al fin correspondido Del coro vergonzoso— Al viejo sigue, que prudente ordena Los términos confunda de la cena La comida prolija de pescados, Raros muchos, y todos no comprados, Impidiéndole el día al forastero, Con dilaciones sordas le divierte Entre unos verdes carrizales, donde Armonïoso número se esconde De blancos cisnes, de la misma suerte Que gallinas domésticas al grano, A la voz concurrientes del anciano. En la más seca, en la más limpia anea Vivificando están muchos sus huevos, Y mientras dulce aquél su muerte anuncia Entre la verde juncia, Sus pollos éste al mar conduce nuevos, De Espío y de Nerea —Cuando más oscurecen las espumas— Nevada invidia, sus nevadas plumas.
Soledad segunda
Pablo Neruda
AHORA me dejen tranquilo. Ahora se acostumbren sin mí. Yo voy a cerrar los ojos Y sólo quiero cinco cosas, cinco raices preferidas. Una es el amor sin fin. Lo segundo es ver el otoño. No puedo ser sin que las hojas vuelen y vuelvan a la tierra. Lo tercero es el grave invierno, la lluvia que amé, la caricia del fuego en el frío silvestre. En cuarto lugar el verano redondo como una sandía. La quinta cosa son tus ojos, Matilde mía, bienamada, no quiero dormir sin tus ojos, no quiero ser sin que me mires: yo cambio la primavera por que tú me sigas mirando. Amigos, eso es cuanto quiero. Es casi nada y casi todo. Ahora si quieren se vayan. He vivido tanto que un día tendrán que olvidarme por fuerza, borrándome de la pizarra: mi corazón fue interminable. Pero porque pido silencio no crean que voy a morirme: me pasa todo lo contrario: sucede que voy a vivirme. Sucede que soy y que sigo. No será, pues, sino que adentro de mí crecerán cereales, primero los granos que rompen la tierra para ver la luz, pero la madre tierra es oscura: y dentro de mí soy oscuro: soy como un pozo en cuyas aguas la noche deja sus estrellas y sigue sola por el campo. Se trata de que tanto he vivido que quiero vivir otro tanto. Nunca me sentí tan sonoro, nunca he tenido tantos besos. Ahora, como siempre, es temprano. Vuela la luz con sus abejas. Déjenme solo con el día. Pido permiso para nacer.
Pido silencio
Marilina Rébora
Resultará forzoso el cruel alejamiento y habrá que decidirse, como lo inevitable, lo mismo que aceptamos la violencia del viento, el rugido del mar o el tiempo inexorable. Habrá que tener ánimo en el fatal momento para abdicar de todo lo que nos fue agradable, y saber resignarnos en el recogimiento con el gesto tranquilo ante lo inapelable. Los ojos en el cielo, frente al azul del día, serán dulce consuelo las venturas de otrora —el hogar de la infancia, juventud, poesía—, y al alumbrar la luna, al filo de la sombra, tendré la paz ansiada, y llegará la hora en que cerca de Dios, tan sólo a Dios se nombra.
Alejamiento
Ramón López Velarde
En las alas oscuras de la racha cortante me das, al mismo tiempo, una pena y un goce: algo como la helada virtud de un seno blando, algo en que se confunden el cordial refrigerio y el glacial desamparo de un lecho de doncella. He aquí que en la impensada tiniebla de la muda ciudad, eres un lampo ante las fauces lóbregas de mi apetito: he aquí que en la húmeda tiniebla de la lluvia, trasciendes a candor como un lino recién lavado, y hueles, como él, a cosa casa; he aquí que entre las sombras regando estás la esencia del pañolín de lágrimas de alguna buena novia. Me embozo en la tupida oscuridad, y pienso para ti estos renglones, cuya rima recóndita has de advertir en una pronta adivinación porque son como pétalos nocturnos, que te llevan un mensaje de un singular clarosfrío; y en las tinieblas húmedas me recojo, y te mando estas sílabas frágiles, en tropel, como ráfaga de misterio, al umbral de tu espíritu en vela. Toda tú te deshaces sobre mí como una escarcha, y el traslúcido meteoro prolóngase fuera del tiempo; y suenan tus palabras remotas dentro de mí, con esa intensidad quimérica de un reloj descompuesto que da horas y horas en una cámara destartalada...
En las tinieblas húmedas
José Antonio Labordeta
El árbol se levanta sobre la tapia hundida. El viejo campanario –la paloma que había huyó bajo la guerra- está desierto: Todo es la sombra. El monte desolado invade el patio, el pozo seco, el niño destrozado por la yedra. Alguien recuerda –Antes estuve aquí, hoy ya no vuelvo- por los muros de adoba calcinados: ¿Quién ha puesto el olivo enfrente del olivo? ¿Quién ha dejado sangre enfrente de la sangre? ¿Quién ha traído muerte en contra de la muerte? ¿Quién, en fin, ha destruido al hombre contra el hombre? Sobre la casa yerta ya nadie se levanta.
Belchite
Ramón López Velarde
Vive conmigo no sé qué mujer invisible y perfecta, que me encumbra en cada anochecer y amanecer. Sobre caricaturas y parodias, enlazado mi cuerpo con el suyo, suben al cielo como dos custodias... Dogma recíproco del corazón: ¡ser, por virtud ajena y virtud propia, a un tiempo la Ascención y la Asunción! Su corazón de niebla y teología, abrochado a mi rojo corazón, traslada, en una música estelar, el Sacramento de la Eucaristía. Vuela de incógnito el fantasma de yeso, y cuando salimos del fin de la atmósfera me da medio perfil para su diálogo y un cuarto de perfil para su beso... Dios, que me ve que sin mujer no atino en lo pequeño ni en lo grande, diome de ángel guardián un ángel femenino. ¡Gracias, Señor, por el inmenso don que transfigura en vuelo la caída, juntando, en la miseria de la vida, a un tiempo la Ascensión y la Asunción!
La ascensión y la asunción
William Shakespeare
No dejes, pues, sin destilar tu savia, que la mano invernal tu estío borre: aroma un frasco y antes que se esfume enriquece un lugar con tu belleza. No ha de ser una usura prohibida la que alegra a quien paga de buen grado; y tú debes dar vida a otro tú mismo, feliz diez veces, si son diez por uno. Más que ahora feliz fueras diez veces, si diez veces, diez hijos te copiaran: ¿qué podría la muerte, si al partir en tu posteridad siguieras vivo? No te obstines, que es mucha tu hermosura
No dejes, pues, sin destilar tu savia
Luis de Góngora
Si Amor entre las plumas de su nido Prendió mi libertad, ¿qué hará ahora, Que en tus ojos, dulcísima señora, Armado vuela, ya que no vestido? Entre las vïoletas fui herido Del áspid que hoy entre los lilios mora; Igual fuerza tenías siendo aurora, Que ya como sol tienes bien nacido. Saludaré tu luz con voz doliente, Cual tierno ruiseñor en prisión dura Despide quejas, pero dulcemente. Diré como de rayos vi tu frente Coronada, y que hace tu hermosura Cantar las aves, y llorar la gente.
A una dama que conoció niña
Antonio Fernández Lera
Sobre la sombra del viento, sangre, sangre, sangre. Fotografías de Macbeth y Lady Macbeth en las ventanas del castillo. Con la sonrisa comida por los buitres. En sus hombros, el tiempo resbala suavemente, sobre los excrementos de los pájaros. El viento se arrastra como la serpiente que vuela y ataca sin piedad entre la piedra y el árbol (ventana y abismo). La noche vuela como el viento sobre figuras de piedra que se deshacen poco a poco.
Presagio
Mario Benedetti
Un hombre alegre es uno más en el coro de hombres alegres un hombre triste no se parece a ningún otro hombre triste
Talantes
Luis Cernuda
Si el hombre pudiera decir lo que ama, si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo como una nube en la luz; si como muros que se derrumban, para saludar la verdad erguida en medio, pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor, la verdad de sí mismo, que no se llama gloria, fortuna o ambición, sino amor o deseo, yo sería aquel que imaginaba; aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos proclama ante los hombres la verdad ignorada, la verdad de su amor verdadero. Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío; alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina por quien el día y la noche son para mí lo que quiera, y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu como leños perdidos que el mar anega o levanta libremente, con la libertad del amor, la única libertad que me exalta, la única libertad por que muero. Tú justificas mi existencia: si no te conozco, no he vivido; si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
Si el hombre pudiera decir lo que ama
Toni García Arias
Ha comenzado a llover, calladamente, como si diciembre amenazase con perdurar por siempre entre nosotros. Las calles se han salpicado de nombres propios, de recuerdos que discurren, como el agua, recuerdo abajo. Tal vez por eso, hoy he rememorado mi infancia, las páginas repetidas del pasado, una noche frente al fogón, calado de ingenuidad hasta los huesos, escuchando sobre el tejado de pizarra este mismo sonido monótono de la lluvia golpeándolo todo, regresándolo todo, reprochándolo todo.
Lluvia
Blas de Otero
... Tántalo en fugitiva fuente de oro. F. DE QUEVEDO Cuerpo de la mujer, río de oro donde, hundidos los brazos, recibimos un relámpago azul, unos racimos de luz rasgada en un frondor de oro. Cuerpo de la mujer o mar de oro donde, amando las manos, no sabemos, si los senos son olas, si son remos los brazos, si son alas solas de oro... Cuerpo de la mujer, fuente de llanto donde, después de tanta luz, de tanto tacto sutil, de Tántalo es la pena. Suena la soledad de Dios. Sentimos la soledad de dos. Y una cadena que no suena, ancla en Dios almas y limos.
Cuerpo de mujer
Marilina Rébora
Quedó abrazada al muro, amante, la glicina, y grávido de frutos de oro, el limonero; la cola de tijera mostró una golondrina y el gorrión revolando, de píos mensajero. Debajo de los árboles era la hierba fina que peinara —amoroso, a diario— el jardinero; la estrella federal sangraba en cada esquina y, cual si fuera única, en su patita, el tero. Así pasó el jardín de mis juegos de otrora —paraíso de sueños, tierra de fantasía— para que la nostalgia lo añore tanto ahora. Aunque la vida mata, de a poco, acaso, es cierto y queremos volver a la simple alegría de un jardín, unas flores, un vergel o algún huerto.
El antiguo jardín
Pelayo Fueyo
Dura ha de ser la vida hasta el instante en que veles tu memoria en este espejo: tus labios fríos no tendrán ya refugio y en tus manos vacías abrazarás la muerte. J. L. Panero I I ¿A qué hora, en cuál de estos espejos, recuperar la imagen de aquel niño? No la imagen del niño que se peina para ir a la escuela, sino el otro que restriega los párpados y esparce los restos de otras caras contra un número. Mi corazón da pistas. Pero el vidrio, ¿me sabría orientar con vibraciones dirigidas al cuarto en que despierta? ¡O el niño, abandonados los reflejos deformes de su fiebre soñadora, espera, de esta forma, que le nombre? II Detrás de este silencio, otro silencio. Pero, ¿dónde detrás de «otro silencio»? —«Y este gesto se graba? ¿De qué modo mi derecha está ahora en esa izquierda?» (Y seguirán fluyendo las palabras por la boca de un niño delirante, o, tal vez, esta voz, y luego el diálogo de los dos con la araña de costumbre: el reloj que nos resta y que nos suma hasta dar con la cifra del acuerdo.) III Te buscas en los charcos de una ciudad llovida en el recuerdo. Te miras, y no crees ni en el reflejo de tu cuerpo seco, ni en la ausencia del rostro de aquel niño. Aguardas a que llueva sobre estas mismas aguas estancadas para que tu mirada se superponga al rostro que fue tuyo; para que tus anhelos emerjan con la forma de otro tiempo, y, así, saber mañana qué quedará de aquello que has perdido. IV Estáis muertos/ ...Os digo, pues, que la vida está en el espejo, y que vosotros sois el original, la muerte. C. Vallejo Aquí se mira un muerto, aquí se busca un niño, y ese niño eres tú. Pero, no, es mentira: el alcanfor preserva su recuerdo de tus zarpas ansiosas, y no hay llave que desvele un semblante que fue tuyo, porque nunca hubo máscara. Tú mismo te has vestido de tiempo contra ti. Querrás ver tu ataúd en el armario donde buscas tus huellas; sólo es un baúl invertido. No existe otra mortaja a tu medida que la de ese propósito; tus trajes no podrán ocultar tanto desnudo. Volverás al espejo en el que antaño se reflejó el que fuiste; sólo eso —tu imagen inmediata y la certeza de que un niño la tuvo en otro tiempo— te hará cómplice suyo de la vida. Recitarás, entonces, esta estrofa para acabar con todas las doctrinas: «Yo soy ajeno a mi conocimiento, soy esa carne cruda que se exhibe ante su propia historia, soy el original, la muerte.» II I En trocitos de vidrios recibíamos luz para los juegos. Burlábamos, primero, la dirección del sol, luego los rostros de los ensimismados transeúntes, buscando el desconcierto. ¿El sol, el hombre? Pero fuimos nosotros los que, al final, burlamos nuestros cuerpos cuando al sol expusimos el deseo dormido hacia otros cuerpos. II Yo que sentí el horror de los espejos. J. L. Borges Del tedio por los ritos más banales, los espejos oblicuos nos iban rescatando con un vértigo hacia otra realidad insospechada. Una risa nerviosa negaba la patente del invento a los que nos creíamos calzados por las pequeñas cosas; y, a la puerta del mágico comercio, parecían más débiles las voces de las madres, más ágiles los pasos sobre un suelo que ya no se movía, mas los ojos miraban a las cosas con el miedo del que se gusta ajeno mas sospecha que puede ver su imagen deformada.
El niño en el espejo
Tirso de Molina
Que el clavel y la rosa, ¿cuál era más hermosa? El clavel, lindo en color, y la rosa todo amor; el jazmín de honesto olor, la azucena religiosa, ¿Cuál es la más hermosa? La violeta enamorada, la retama encaramada, la madreselva mezclada, la flor de lino celosa. ¿Cuál es la más hermosa? Que el clavel y la rosa, ¿cuál era más hermosa?
Que el clavel y la rosa
Mario Benedetti
Todavía tengo casi todos mis dientes casi todos mis cabellos y poquísimas canas puedo hacer y deshacer el amor trepar una escalera de dos en dos y correr cuarenta metros detrás del ómnibus o sea que no debería sentirme viejo pero el grave problema es que antes no me fijaba en estos detalles.
Síndrome
Mario Benedetti
Cierro los ojos para disuadirme. Ahora no es, no puede ser la muerte. Está el escarabajo a tropezones, mi sed de ti, la baja tarde inmóvil. De veras está todo como antes: el cielo tan inerme, la misma soledad tan maciza, la luz que se devora y no comprende. Todo está como antes de tu rostro sin nubes, todo aguarda como antes la anunciada estación en suspenso, pero también estaba entonces este pánico de no saber huir y no saber alejarme del odio. De veras todo está destruido, indescifrable, como verdad caída inesperadamente del cielo o del olvido y si alguien, algo, me golpea los párpados es una lenta gota empecinada. Ahora no es, no puede ser la muerte. Abro los ojos para convencerme.
Empero
Fray Luis de León
¿Qué santo o qué gloriosa virtud, qué deidad que el cielo admira, oh Musa poderosa en la cristiana lira, diremos entretanto que retira el sol con presto vuelo el rayo fugitivo en este día, que hace alarde el cielo de su caballería? ¿qué nombre entre estas breñas a porfía repetirá sonando la imagen de la voz, en la manera el aire deleitando que el Efrateo hiciera del sacro y fresco Hermón por la ladera?; a do, ceñido el oro crespo con verde hiedra, la montaña condujo con sonoro laúd, con fuerza y maña del oso y del león domó la saña. Pues, ¿quién diré primero, que el Alto y que el Humilde?, y que, la vida por el manjar grosero restituyó perdida, que al cielo levantó nuestra caída, igual al Padre Eterno, igual al que en la tierra nace y mora, de quien tiembla el infierno, a quien el sol adora, en quien todo el ser vive y se mejora. Después el vientre entero, la Madre desta Luz será cantada, clarísimo Lucero en esta mar turbada, del linaje humanal fiel abogada. Espíritu divino, no callaré tu voz, tu pecho opuesto contra el dragón malino; ni tú en olvido puesto que a defender mi vida estás dispuesto. Osado en la promesa, barquero de la barca no sumida, y a ti que la lucida noche te traspasó de muerte a vida. ¿Quién no dirá tu lloro, tu bien trocado amor, oh Magdalena; de tu nardo el tesoro, de cuyo olor la ajena casa, la redondez del mundo es llena? Del Nilo moradora, tierna flor del saber y de pureza, de ti yo canto agora; que en la desierta alteza, muerta, luce tu vida y fortaleza. ¿Diré el rayo Africano? ¿diré el Stridonés sabio, elocuente? ¿o el panal Romano? ¿o del que justamente nombraron Boca de oro entre la gente? Columna ardiente en fuego, el firme y gran Basilio al cielo toca, mayor que el miedo y ruego; y ante su rica boca la lengua de Demóstenes se apoca. Cual árbol con los años la gloria de Francisco sube y crece; y entre mil ermitaños el claro Antón parece luna que en las estrellas resplandece. ¡Ay, Padre! ¿y dó se ha ido aquel raro valor? ¡Oh!, ¿qué malvado el oro ha destruido de tu templo sagrado? ¿quién cizañó tan mal tu buen sembrado? Adonde la azucena lucía, y el clavel, do el rojo trigo, reina agora la avena, la grama, el enemigo cardo, la sinjusticia, el falso amigo. Convierte piadoso tus ojos y nos mira, y con tu mano arranca poderoso lo malo y lo tirano, y planta aquello antiguo, humilde y llano. Da paz a aqueste pecho, que hierve con dolor en noche escura; que fuera deste estrecho diré con más dulzura tu nombre, tu grandeza y hermosura. No niego, dulce amparo del alma, que mis males son mayores que aqueste desamparo; mas, cuanto son peores, tanto resonarán más tus loores.
Oda xix - a todos los santos
Francisco de Quevedo
No me aflige morir; no he rehusado acabar de vivir, ni he pretendido alargar esta muerte que ha nacido a un tiempo con la vida y el cuidado. Siento haber de dejar deshabitado cuerpo que amante espíritu ha ceñido; desierto un corazón siempre encendido, donde todo el Amor reinó hospedado. Señas me da mi ardor de fuego eterno, y de tan larga y congojosa historia sólo será escritor mi llanto tierno. Lisi, estáme diciendo la memoria que, pues tu gloria la padezco infierno, que llame al padecer tormentos, gloria.
Lamentación amorosa y...
Delfina Acosta
a Agnes Hazenbosch Llevo contando el cierzo, el aire, el suelo, la bruma, los geranios y el rocío. Sumo la hierba, el sol, la sombra nueva de la cosecha convertida en trigo. Anoto auroras, tallos, ramas, fuego, crepúsculos, maderos y navíos. Procuro no olvidar ningún silencio, ninguna media voz, ningún testigo. Y ahora sé que aún estoy en falta con tantos mundos. Este es mi libro: un transcurrir del día innumerable, de cuanto se han callado los espinos para que se dijeran los amantes. Más puede mi palabra que el olvido. Se escriben muchas cosas, pero olvidan el pueblo a media luz, algún ladrido, las sábanas recién desarregladas, aquel amor que nace clandestino.
Apuntes esenciales
Fray Luis de León
Huid, contentos, de mi triste pecho; ¿qué engaño os vuelve a do nunca pudistes tener reposo ni hacer provecho? Tened en la memoria cuando fuistes con público pregón, ¡ay!, desterrados de toda mi comarca y reinos tristes, a do ya no veréis sino nublados, y viento, y torbellino, y lluvia fiera, suspiros encendidos y cuidados. No pinta el prado aquí la primavera, ni nuevo sol jamás las nubes dora, ni canta el ruiseñor lo que antes era. La noche aquí se vela, aquí se llora el dia miserable sin consuelo y vence el mal de ayer el mal de agora. Guardad vuestro destierro, que ya el suelo no puede dar contento al alma mía, si ya mil vueltas diere andando el cielo. Guardad vuestro destierro, si alegría, si gozo, y si descanso andáis sembrando, que aqueste campo abrojos solo cría. Guardad vuestro destierro, si tornando de nuevo no queréis ser castigados con crudo azote y con infame bando. Guardad vuestro destierro que, olvidados de vuestro ser, en mí seréis dolores: ¡tal es la fuerza de mis duros hados! Los bienes más queridos y mayores se mudan, y en mi daño se conjuran, y son, por ofenderme, a sí traidores. Mancíllanse mis manos, si se apuran; la paz y la amistad, que es cruda guerra; las culpas faltan, más las penas duran. Quien mis cadenas más estrecha y cierra es la inocencia mía y la pureza; cuando ella sube, entonces vengo a tierra. Mudó su ley en mí naturaleza, y pudo en mí el dolor lo que no entiende ni seso humano ni mayor viveza. Cuanto desenlazarse más pretende el pájaro captivo, más se enliga, y la defensa mía más me ofende. En mí la culpa ajena se castiga y soy del malhechor, ¡ay!, prisionero, y quieren que de mí la Fama diga: «Dichoso el que jamás ni ley ni fuero, ni el alto tribunal, ni las ciudades, ni conoció del mundo el trato fiero. Que por las inocentes soledades, recoge el pobre cuerpo en vil cabaña, y el ánimo enriquece con verdades. Cuando la luz el aire y tierras baña, levanta al puro sol las manos puras, sin que se las aplomen odio y saña. Sus noches son sabrosas y seguras, la mesa le bastece alegremente el campo, que no rompen rejas duras. Lo justo le acompaña, y la luciente verdad, la sencillez en pechos de oro, la fee no colorada falsamente. De ricas esperanzas almo coro, y paz con su descuido le rodean, y el gozo, cuyos ojos huye el lloro.» Allí, contento, tus moradas sean; allí te lograrás, y a cada uno de aquellos que de mi saber desean, les di que no me viste en tiempo alguno.
Oda xvii - en una esperanza que salió vana
Jorge Teillier
Si atraviesas las estaciones conservando en tus manos hechas cántaro la lluvia de la infancia que debíamos compartir, nos reuniremos en el lugar en donde los sueños corren jubilosos como ovejas liberadas del corral y en donde brillará sobre nosotros la estrella que nos fuera prometida. Pero ahora te envío esta carta de lluvia que te lleva un jinete de lluvia por caminos acostumbrados a la lluvia. Ruega por mí, reloj, en estas horas monótonas como ronroneos de gato. He vuelto a la casa que conserva las cenizas que hacen renacer a los fantasmas que odio. Alguna vez salí al patio a decirles a los conejos que el amor había muerto. Aquí no debo recordar a nadie, aquí debo olvidar la colina de los aromos porque la mano que cortó aromos ahora cava una fosa. El pasto ha crecido demasiado como para arrancarlo. En el techo de la casa vecina se pudre una pelota de trapo dejada allí por un niño muerto. Entre las tablas del cerco me miran rostros que creía olvidados, y mi amigo espera en vano que en el río centellee su buena estrella. Tú, como en mis sueños, vienes atravesando las estaciones con la lluvia de la infancia en tus manos hechas cántaro En el invierno nos reunirá el fuego que encenderemos juntos. Nuestros cuerpos harán las noches tibias como el aliento de los bueyes, y al despertar veré que el pan sobre la mesa tiene un resplandor más grande que el de los planetas enemigos cuando lo partan tus manos de adolescente. Pero ahora te envío una carta de lluvia que te lleva un jinete de lluvia por caminos acostumbrados a la lluvia.
Carta de lluvia
Manuel Machado
A Antonio de Zayas Nadie más cortesano ni pulido que nuestro Rey Felipe, que Dios guarde, siempre de negro hasta los pies vestido. Es pálida su tez como la tarde, cansado el oro de su pelo undoso, y de sus ojos, el azul, cobarde. Sobre su augusto pecho generoso, ni joyeles perturban ni cadenas el negro terciopelo silencioso. Y, en vez de cetro real, sostiene apenas con desmayo galán un guante de ante la blanca mano de azuladas venas.
Felipe iv
Juan Ramón Jiménez
Lo terreno, por ti, se hizo gustoso celeste. Luego, lo celeste, por mí, contento se hizo humano.
El cambio
Federico García Lorca
En la luna negra de los bandoleros, cantan las espuelas. Caballito negro. ¿Dónde llevas tu jinete muerto? ...Las duras espuelas del bandido inmóvil que perdió las riendas. Caballito frío. ¡Qué perfume de flor de cuchillo! En la luna negra, sangraba el costado de Sierra Morena. Caballito negro. ¿Dónde llevas tu jinete muerto? La noche espolea sus negros ijares clavándose estrellas. Caballito frío. ¡Qué perfume de flor de cuchillo! En la luna negra, ¡un grito! y el cuerno largo de la hoguera. Caballito negro. ¿Dónde llevas tu jinete muerto?
Canción de jinete
Gabriela Mistral
Yo no quiero que a mi niña golondrina me la vuelvan; se hunde volando en el Cielo y no baja hasta mi estera; en el alero hace el nido y mis manos no la peinan. Yo no quiero que a mi niña golondrina me la vuelvan. Yo no quiero que a mi niña la vayan a hacer princesa. Con zapatitos de oro ¿cómo juega en las praderas? Y cuando llegue la noche a mi lado no se acuesta... Yo no quiero que a mi niña la vayan a hacer princesa. Y menos quiero que un día me la vayan a hacer reina. La subirían al trono a donde mis pies no llegan. Cuando viniese la noche yo no podría mecerla... ¡Yo no quiero que a mi niña me la vayan a hacer reina!
Miedo
Alfredo Lavergne
A partir de nada comienzan el vuelo Luego desnudos Inician la acción imaginaria. Como los autorretratos que inventan alas a sus ángeles Como la guillotina que hipnotizó a Cagliostro Como el piano que entró en dos patas a la musicoterapia Como el norte que imantó a los presidentes de madera Como los maravillas de la reacción comercial literaria. Los escritores mienten. Como el pulpo Como la telaraña. Como el poeta diplomático que importó té y como el que bebió en aquella cup.
Imperfectos creadores
Jorge Guillén
Miro hacia atrás, hacia los años, lejos, Y se me ahonda tanta perspectiva Que del confín apenas sigue viva La vaga imagen sobre mis espejos. Aun vuelan, sin embargo, los vencejos En torno de unas torres, y allá arriba Persiste mi niñez contemplativa. Ya son buen vino mis viñedos viejos. Fortuna adversa o próspera no auguro. Por ahora me ahínco en mi presente, Y aunque sé lo que sé, mi afán no taso. Ante los ojos, mientras, el futuro Se me adelgaza delicadamente, Más difícil, más frágil, más escaso.
Del transcurso
Luis de Góngora
Aljófares risueños de Albïela Al blanco alterno pie fue vuestra risa, En cuantos ya tejió coros Belisa, Undosa de cristal, dulce vihuela; Instrumento hoy de lágrimas, no os duela Su epiciclo, de donde nos avisa Que rayos ciñe, que zafiros pisa, Que sin moverse, en plumas de oro vuela. Pastor os duela amante, que si triste La perdió su deseo en vuestra arena, Su memoria en cualquier región la asiste; Lagrimoso informante de su pena En las cortezas que el alisio viste, En los suspiros cultos de su avena.
En la muerte de una dama portuguesa en santarén
Juan Boscán
Garcilaso, que al bien siempre aspiraste y siempre con tal fuerza le seguiste, que a pocos pasos que tras él corriste, en todo enteramente le alcanzaste, dime: ¿por qué tras ti no me llevaste cuando de esta mortal tierra partiste?, ¿por qué, al subir a lo alto que subiste, acá en esta bajeza me dejaste? Bien pienso yo que, si poder tuvieras de mudar algo lo que está ordenado, en tal caso de mí no te olvidaras: que o quisieras honrarme con tu lado o a lo menos de mí te despidieras; o, si esto no, después por mí tornaras.
Soneto cxxix
David Escobar Galindo
El sol se pierde —moneda de fuego en su ciega alcancía. Duerme el tesoro, luego, en el pleno sosiego, hasta que lo descubre, de pronto, en el hondón, el picapedrero del día. (Tal le pasa al maduro corazón).
Parábola
Antonia Álvarez Álvarez
A la espalda, el ocaso, en los labios, estío, la renuncia en los ojos, y en las manos, el frío. Una sed de infinito, de infinitos instantes donde ya no haya noches, ni mañanas, ni antes. En la fuente del tiempo los recuerdos cantaban: los deseos no mueren, las pasiones se acaban. Caracola ocarina de susurros remotos… En la orilla se lavan los amores ya rotos. En las olas que vienen se encaraman empeños, en las olas que marchan juguetean los sueños. Una sed que no cesa se ha colado en el alma, y no tiene veneros, ni vasijas, ni calma. Con la carne del trigo se han dorado las eras, y se van los otoños a buscar primaveras. Infinito el instante, infinito el anhelo. En el alma se aloja una esquirla del cielo.
La fuente del tiempo
Marilina Rébora
«En tiempos de las hadas y de la hechicería... cuando la reina cruel consultaba su espejo... el duende Trasgolisto su sábana extendía y los siete enanitos pasaban en cortejo... »Cuando la Cenicienta perdía su zapato... cuando Caperucita visitaba a la abuela... cuando las botas mágicas calzábase el Gato... y, al par que Jack trepaba, crecía la habichuela...» La niña, ya impaciente, con la historia termina, colgándose amorosa del cuello de la madre: «Pero, Caperucita, ¿no tuvo padre? ¿Por qué la Cenicienta se queda en la cocina? ¿Y cómo a vivir sola no se va Blancanieves? ¡No cuentes, madre mía, historias para bebes!»
Historias...
Luis de Góngora
Grandes, más que elefantes y que abadas, Títulos liberales como rocas, Gentiles hombres, sólo de sus bocas, Illustri cavaglier, llaves doradas; Hábitos, capas digo remendadas, Damas de haz y envés, viudas sin tocas, Carrozas de ocho bestias, y aun son pocas Con las que tiran y que son tiradas; Catarriberas, ánimas en pena, Con Bártulos y Abades la milicia, Y los derechos con espada y daga; Casas y pechos todo a la malicia; Lodos con perejil y yerbabuena: Esto es la Corte. ¡Buena pro le haga!
Grandes, más que elefantes y que abadas
Lope de Vega
La Niña a quien dijo el Ángel que estaba de gracia llena, cuando de ser de Dios madre le trujo tan altas nuevas, ya le mira en un pesebre, llorando lágrimas tiernas, que obligándose a ser hombre, también se obliga a sus penas. ¿Qué tenéis, dulce Jesús?, le dice la Niña bella; ¿tan presto sentís mis ojos el dolor de mi pobreza? Yo no tengo otros palacios en que recibiros pueda, sino mis brazos y pechos, que os regalan y sustentan. No puedo más, amor mío, porque si yo más pudiera, vos sabéis que vuestros cielos envidiaran mi riqueza. El niño recién nacido no mueve la pura lengua, aunque es la sabiduría de su eterno Padre inmensa. Mas revelándole al alma de la Virgen la respuesta, cubrió de sueño en sus brazos blandamente sus estrellas. Ella entonces desatando la voz regalada y tierna, así tuvo a su armonía la de los cielos suspensa. Pues andáis en las palmas, Ángeles santos, que se duerme mi niño, tened los ramos. Palmas de Belén que mueven airados los furiosos vientos que suenan tanto. No le hagáis ruido, corred más paso, que se duerme mi niño, tened los ramos. El niño divino, que está cansado de llorar en la tierra por su descanso, sosegar quiere un poco del tierno llanto, que se duerme mi niño, tened los ramos. Rigurosos yelos le están cercando, ya veis que no tengo con qué guardarlo. Ángeles divinos que vais volando, que se duerme mi niño, tened los ramos.
La niña a quien dijo el ángel
Porfirio Barba Jacob
¡Oh sol! ¡Oh mar! ¡Oh monte! ¡Oh humildes animalitos de los campos! Pongo a todas las cosas por testigos de esta realidad tremenda: He vivido. Main Cordero tranquilo, cordero que paces tu grama y ajustas tu ser a la eterna armonía: hundiendo en el lodo las plantas fugaces huí de mis campos feraces un día... Ruiseñor de la selva encantada que preludias el orto abrileño: a pesar de la fúnebre muerte, y la sombra, y la nada, yo tuve el ensueño. Sendero que vas del alcor campesino a perderte en la azul lontananza: los dioses me han hecho un regalo divino: la ardiente esperanza. Espiga que mecen los vientos, espiga que conjuntas el trigo dorado: al influjo de soplos violentos, en las noches de amor, he temblado. Montaña que el sol transfigura. Tabor al febril mediodía, silente deidad en la noche estilífera y pura: ¡nadie supo en la tierra sombría mi dolor, mi temblor, mi pavura! Y vosotros, rosal florecido, lebreles sin amo, luceros, crepúsculos, escuchadme esta cosa tremenda: ¡He Vivido! He vivido con alma, con sangre, con nervios, con músculos, y voy al olvido...
Elegía de septiembre
Luis de Góngora
Allá darás, rayo, En cas de Tamayo. De hospedar a gente extraña, O Flamenca o Ginovés, Si el huésped overo es Y la huéspeda castaña, Según la raza de España, Sale luego el potro bayo. Allá darás, rayo, En cas de Tamayo. De muy grave la viudita Llama padre al Capellán Con quien sus hijos están, Y Amor que la solicita Hace que por padre admita Al que recibió por ayo. Allá darás, rayo, En cas de Tamayo. Alguno hay en esta vida, Que sé yo que es menester Que a su querida mujer (¡Nunca fuera tan querida!) Tomen antes la medida Que a él le corten el sayo. Allá darás, rayo, En cas de Tamayo. Con su lacayo en Castilla Se acomodó una casada; No se le dio al señor nada, Porque no es gran maravilla Que el amo deje la silla, Y que la ocupe el lacayo. Allá darás, rayo, En cas de Tamayo. Opilóse vuestra hermana Y diola el Doctor su acero; Tráela de otero en otero Menos honesta y más sana; Diola por septiembre el mana, Y vino a purgar por mayo. Allá darás, rayo, En cas de Tamayo.
Allá darás, rayo
Guillermo Valencia
Vestía traje suelto de recamado biso en voluptuosos pliegues de un color indeciso, y en el diván tendida, de rojo terciopelo, sus manos, como vivas parásitas de hielo, sostenían un libro de corte fino y largo, un libro de poemas delicioso y amargo. De aquellos dedos pálidos la tibia yema blanda rozaba tenuemente con el papel de Holanda por cuyas blancas hojas vagaron los pinceles de los más refinados discípulos de Apeles: era un lindo manojo que en sus claros lucía los sueños más audaces de la Crisografía: sus cuerpos de serpiente dilatan las mayúsculas que desde el ancho margen acechan las minúsculas, o trazan por los bordes caminos plateados los lentos caracoles, babosos y cansados. Para el poema heroico se veía allí la espada con un león por puño y contera labrada, donde evocó las formas del ciclo legendario con sus torres y grifos un pincel lapidario. Allí la dama gótica de rectilínea cara partida por las rejas de la viñeta rara; allí las hadas tristes de la pasión excelsa: la férvida Eloísa, la suspirada Elsa. Allí los metros raros de musicales timbres: ya móviles y largos como jugosos mimbres, ya diáfanos, que visten la idea levemente como las albas guijas un río trasparente. Allí la vida llora y la muerte sonríe y el tedio, como un ácido, corazones deslíe... Allí, cual casto grupo de núbiles Citeres, cruzaban en silencio figuras de mujeres que vivieron sus vidas, invioladas y solas como la espuma virgen que circunda las olas: la rusa de ojos cálidos y de bruno cabello, pasó con sus pinceles de marta y de camello, la que robó al piano en las veladas frías parejas voladoras de blancas armonías que fueron por los vientos perdiéndose una a una mientras, envuelta en sombras, se atristaba la luna... Aquesa, el pie desnudo, gira como una sombra que sin hacer ruido pisara por la alfombra de un templo... y como el ave que ciega el astro diurno con miradas nictálopes ilumina el Nocturno do al fatigado beso de las vibrantes clines un aire triste y vago preludian dos violines... * * * La luna, como un nimbo de Dios, desde el Oriente dibuja sobre el llano la forma evanescente de un lánguido mancebo que el tardo paso guía como buscando un alma, por la pampa vacía. Busca a su hermana; un día la negra Segadora sobre la mies que el beso primaveral enflora— abatiendo sus alas, sus alas de murciélago, hirió a la virgen pálida sobre el dorado piélago, que cayó como un trigo... Amiguitas llorosas la vistieron de lirios, la ciñeron de rosas; céfiro de las tumbas, un bardo israelita le cantó cantos tristes de la raza maldita a ella, que en su lecho de gasas y de blondas, se asemejaba a Ofelia mecida por las ondas: por ella va buscando su hermano entre las brumas, de unas alitas rotas las desprendidas plumas, y por ella... «Pasemos esta doliente hoja que mi ser atormenta, que mi sueño acongoja», dijo entre sí la dama del recamado biso en voluptuosos pliegues, de color indeciso, y prosiguió del libro las hojas volteando, que ensalza en áureas rimas de son calino y blando los perfumes de oriente, los vívidos rubíes y los joyeros mórbidos de sedas carmesíes. Leyó versos que guardan como gastados ecos de voces muertas; cantos a ramilletes secos que hacen crujir, al tacto, cálices inodoros; metros que reproducen los gemebundos coros de las locas campanas que en el día de difuntos despiertan con sus voces los muertos cejijuntos lanzados en racimos entre las sepulturas a beberse la sombra de sus noches oscuras... * * * ...Y en el diván tendida, de rojo terciopelo, sus manos, como vivas parásitas de hielo, doblaron lentamente la página postrera que, en gris, mostraba un cuervo sobre una calavera... y se quedó pensando, pensando en la amargura que acendran muchas almas; pensando en la figura del bardo, que en la calma de una noche sombría, puso fin al poema de su melancolía: exangüe como un mármol de la dorada Atenas, herido como un púgil de itálicas arenas, unión la faz de un Numen dulcemente atediado a la ideal belleza del estigmatizado!... Ambicionar las túnicas que modelaba Grecia, y los desnudos senos de la gentil Lutecia; pedir en copas de ónix el ático nepentes; querer ceñir en lauros las pensativas frentes; ansiar para los triunfos el hacha de un Arminio; buscar para los goces el oro del triclinio; amando los detalles, odiar el universo; sacrificar un mundo para pulir un verso; querer remos de águila y garras de leones con qué domar los vientos y herir los corazones; para gustar lo exótico que el ánimo idolatra esconder entre flores el áspid de Cleopatra; seguir los ideales en pos de Don Quijote que en el azul divaga de su rocín al trote; esperar en la noche las trémulas escalas que arrebaten ligeras a las etéreas salas; oír los mudos ecos que pueblan los santuarios, amar las hostias blancas; amar los incensarios (poetas que diluyen en el espacio inmenso sus ritmos perfumados de vagaroso incienso); sentir en el espíritu brisas primaverales ante los viejos monjes y los rojos misales; tener la frente en llamas y los pies entre lodo; querer sentirlo, verlo y adivinarlo todo: eso fuiste, ¡oh poeta! Los labios de tu herida blasfeman de los hombres, blasfeman de la vida, modulan el gemido de las desesperanzas, ¡oh místico sediento que en el raudal te lanzas! * * * ¡Oh Señor Jesucristo! por tu herida del pecho ¡perdónalo! ¡perdónalo! desciénde hasta su lecho de piedra a despertarlo! Con tus manos divinas enjuga de su sangre las ondas purpurinas... Pensó mucho: sus páginas suelen robar la calma; sintió mucho: sus versos saben partir el alma; ¡amó mucho! circulan ráfagas de misterio entre los negros pinos del blanco cementerio... * * * No manchará su lápida epitafio doliente: tallad un verso en ella, pagano y decadente, digno del fresco Adonis en muerte de Afrodita: un verso como el hálito de una rosa marchita, que llore su caída, que cante su belleza, que cifre sus ensueños, ¡que diga su tristeza!... * * * ¡Amor! dice la dama del recamado biso en voluptuosos pliegues de color indeciso; ¡Dolor! dijo el poeta: los labios de su herida blasfeman de los hombres, blasfeman de la vida, modulan el gemido de la desesperanza; fue el místico sediento que en el raudal se lanza; su muerte fue la muerte de una lánguida anémona, se evaporó su vida como la de Desdémona; ebrio del vino amargo con que el dolor embriaga y a los fulgores trémulos de un cirio que se apaga... ¡Así rindió su aliento, bajo un sitial de seda, el último nacido del viejo Cisne y Leda!...
Leyendo a silva
Mario Meléndez
a Vicente Huidobro El gran poeta de las vanidades se mira al espejo y dice no hay otro mejor que yo no hay otro más hermoso y delicado más burlón, paradojal e irresistible Y cuando voy por las calles me persiguen y me piden autógrafos se aglutinan en torno mío o se desmayan porque soy más inmortal que las agujas y en mi boca suspiran las estrellas Así, cada montaña es un pelo en mi oreja y cada nube una escalera de emergencia donde subo y bajo como un mago persiguiendo su conejo sin darle jamás alcance No obstante los helicópteros me adoran me adoran también las escolares que diviso de reojo me adora el trapecista de un circo desahuciado me adora la azafata de un vuelo imaginario me adoran los enanos, los duendes, los fantasmas y todos gritan "Ahí va Vicente, ahí va con su cara encerrada en un sombrero ahí va, el que se orina en los astros el que respira copihues y cambia de color hasta volverse inaguantable" Y yo me río como un buda chocho cuando arrojan flores a mis pies y me lleno de números telefónicos y de mujeres que darían sus propios pechos por rozar mi frente de amante multitudinario o por mirar mis cabellos salidos de un arcoiris de fruta Tengo unos cuantos lunares en francés y un gato que me habla en un idioma póstumo y un perro que me muerde y me lame las antenas y un cilantro preguntando quién soy y yo le digo "No me busques no hagas caso de la rosa deshojada tú tienes tu propia sabiduría tu propio olor tu apellido en la cazuela del domingo y no necesitas ser tan hermoso para que ellos te respeten cuando con sólo probarte tienes ganado el cielo y un espacio en mi garganta" Ahora me marcho en mi paracaídas me marcho en mi aeronave de plumas anónimas me marcho a pellizcarle las nalgas a un piano a dormir una siesta en un ataúd de huevo
Vincent 1993
Ramón López Velarde
Me enluto por ti, Mireya, y te rezo esta epopeya. Mis entrañables provincianas mías: no sospeché alabar vuestro suicidio en las facinerosas tropelías. Antes de sucumbir al bandolero se amortizaron las sonoras alas que aleteaban en el fiel alero. Cúspide del teatro pueblerino: en un martirologio de palomas tú las viste volar a su destino. El novio llorará a su mártir perla, y que luego lo mate la nostalgia de no haber acertado a defenderla. La amó porque tejía, y por su traza de ángel custodio, cual la amó el gatito juguetón con la bola de su hilaza. ¡Pobre novio aldeano! ¡Ya no teje su perla, ya no lee el Oficio Parvol ¡El cabriolé del novio va sin eje! Me enluto por ti, Mireya, y te rezo esta epopeya. Honorable pajar de la cosecha honorable: tu incendio es la basílica en que se ahoga la virgen deshecha. ¡Morir al fuego, si olían tan bien y tenían su alma como el plúmbago y un guardarropa como un almacén! Gemirán las cocinas en que antes las Mireyas criollas fueron una bandeja de pozuelos humeantes. Gime también esta epopeya, escrita a golpes de inocencia, cuando Herodes a un niño de mi pueblo decapita. Santas de los terruños, cuerpos caros y gratas almas: ved que me he hecho añicos y azul celeste, y luz para rezaros. Me enluto por ti, Mireya, y te rezo esta epopeya.
A las provincianas mártires
Miguel de Cervantes y Saavedra
¿Quién menoscaba mis bienes? ¡Desdenes! Y ¿quién aumenta mis duelos? ¡Los celos! Y ¿quién prueba mi paciencia? ¡Ausencia! De este modo en mi dolencia ningún remedio se alcanza, pues me matan la esperanza, desdenes, celos y ausencia. ¿Quién me causa este dolor? ¡Amor! Y ¿quién mi gloria repuna? ¡Fortuna! Y ¿quién consiente mi duelo? ¡El cielo! De este modo yo recelo morir deste mal extraño, pues se aúnan en mi daño amor, fortuna y el cielo. ¿Quién mejorará mi suerte? ¡La muerte! Y el bien de amor, ¿quién le alcanza? ¡Mudanza! Y sus males, ¿quién los cura? ¡Locura! Dese modo no es cordura querer curar la pasión, cuando los remedios son muerte, mudanza y locura.
Ovillejos
Bartolomé Leonardo de Argensola
Si amada quieres ser, Lícoris, ama; que quien desobligando lo pretende, o las leyes de amor no comprehende, o a la naturaleza misma infama. Afectuoso el olmo a la vid llama, con ansias de que el néctar le encomiende, y ella lo abraza y sus racimos tiende en la favorecida ajena rama. ¿Querrás tú que a los senos naturales se retiren avaros los favores, que (imitando a su Autor) son liberales? No en sí detengan su virtud las flores, no su benignidad los manantiales, ni su influjo las luces superiores.
Si amada quieres ser
Toni García Arias
Lo peor de estar sin ti no es que tú no estés aquí, a mi lado, llenando mi espacio con tus huellas; lo peor de estar sin ti es no saber si en este preciso instante, estás pensando en mí como yo pienso, te está doliendo este dolor como a mí me duele.
Unión
amistad
Un simple abrazo nos enternece el corazón; nos da la bienvenida y nos hace más llevadera la vida. Un abrazo es una forma de compartir alegrías así como también los momentos tristes que se nos presentan. Es tan solo una manera de decir a nuestros amigos que los queremos y que nos preocupamos uno por el otro porque los abrazos fueron hechos para darlos a quienes queremos. El abrazo es algo grandioso. Es la manera perfecta para demostrar el amor que sentimos cuando no conseguimos la palabra justa. Es maravilloso porque tan sólo un abrazo dado con mucho cariño, hace sentir bien a quien se lo damos, sin importar el lugar ni el idioma porque siempre es entendido. Por estas razones y por muchas más... hoy te envío mi más cálido abrazo.
Abrazo
Pablo Neruda
AMO las cosas loca, locamente. Me gustan las tenazas, las tijeras, adoro las tazas, las argollas, las soperas, sin hablar, por supuesto, del sombrero. Amo todas las cosas, no sólo las supremas, sino las infinita- mente chicas, el dedal, las espuelas, los platos, los floreros. Ay, alma mía, hermoso es el planeta, lleno de pipas por la mano conducidas en el humo, de llaves, de saleros, en fin, todo lo que se hizo por la mano del hombre, toda cosa: las curvas del zapato, el tejido, el nuevo nacimiento del oro sin la sangre, los anteojos, los clavos, las escobas, los relojes, las brújulas, las monedas, la suave suavidad de las sillas. Ay cuántas cosas puras ha construido el hombre: de lana, de madera, de cristal, de cordeles, mesas maravillosas, navíos, escaleras. Amo todas las cosas, no porque sean ardientes o fragantes, sino porque no sé, porque este océano es el tuyo, es el mío: los botones, las ruedas, los pequeños tesoros olvidados, los abanicos en cuyos plumajes desvaneció el amor sus azahares, las copas, los cuchillos, las tijeras, todo tiene en el mango, en el contorno, la huella de unos dedos, de una remota mano perdida en lo más olvidado del olvido. Yo voy por casas, calles, ascensores, tocando cosas, divisando objetos que en secreto ambiciono: uno porque repica, otro porque es tan suave como la suavidad de una cadera, otro por su color de agua profunda, otro por su espesor de terciopelo. Oh río irrevocable de las cosas, no se dirá que sólo amé los peces, o las plantas de selva y de pradera, que no sólo amé lo que salta, sube, sobrevive, suspira. No es verdad: muchas cosas me lo dijeron todo. No sólo me tocaron o las tocó mi mano, sino que acompañaron de tal modo mi existencia que conmigo existieron y fueron para mí tan existentes que vivieron conmigo media vida y morirán conmigo media muerte.
Oda a las cosas
Vicente García
En la noche, la música lejana, La amistad silenciosa de los astros, La sensación de estar en otro mundo, El mundo del poema.
En la noche
Fa Claes
¡Ay! ¡Ay! Somos una gran bestia salvaje que vive de miles de millones de células: se llaman hombres. A veces -¡Ay! ¡Ay!- a miles los contrae, manda a veintidós de ellos al campo y coloca a los otros alrededor en amplio óvalo. Con vehementes contracciones la ola recorre las células y tras mucha batahola la bestia en hordas las expulsa. A veces -¡Ay! ¡Ay!- a millones las arrastra, chillan hasta resquebrajarse la tierra y violentamente una pata sucia y sus pretensiones levantan. Pero cuando sus habladurías se derrumban, entran a gatas por pasillos, tubos, cavernas, tierra, Rijmenam, donde cada uno piensa de sí mismo: yo, lo otro es mierda, es mundo y eso tiene menos... ¡no!, no tiene ninguna importancia. ¡Ay! ¡Ay! - ¡Ay! ¡Ay! Que sean tres veces: ¡Ay! ¡Ay!
Bestia
Gonzalo Rojas
I Miro el aire en el aire, pasarán estos años cuántos de viento sucio debajo del párpado cuántos del exilio, II comeré tierra de la Tierra bajo las tablas del cemento, me haré ojo, oleaje me haré. III parado en la roca de la identidad, este hueso y no otro me haré, esta música mía córnea IV por hueca. Parto soy, parto seré. Parto, parto, parto.
Transtierro
Juan Ramón Jiménez
Rosa completa en olor. Sol terminante en ardor. Serenidad de lo uno. (Rompevida del amor). Tú queriendo y sin poder. Yo pudiendo y sin querer. ¡Pobre rosa con el hombre! ¡Triste sol con la mujer!
Sol y rosa
Julia de Burgos
¡Si fuera todo mar, para nunca salirme de tu senda! ¡Si Dios me hiciera viento, para siempre encontrarme por tus velas! ¡Si el universo acelerara el paso, para romper los ecos de esta ausencia! Cuando regreses, rodará en mi rostro la enternecida claridad que sueñas. Para mirarte, amado, en mis ojos hay público de estrellas. Cuando me tomes, trémulo, habrá lirios naciendo por mi tierra, y algún niño dormido de caricia en cada nido azul que te detenga. Nuestras almas, como ávidas gaviotas, se tenderán al viento de la entrega, y yo, fuente de olas, te haré cósmico... ¡Hay tanto mar nadando en mis estrellas! Recogeremos albas infinitas, las que duermen al astro en la palmera, las que prenden el trino en las alondras y levantan el sueño de las selvas. En cada alba desharemos juntos este poema exaltado de la espera, y detendremos de emoción al mundo al regalo nupcial de auroras nuestras.
Si fuera todo mar...
Dulce María Loynaz
No quiero, si es posible que mi beneficio desaparezca, sino que viva y dure toda la vida de mi amigo. Séneca En mi jardín hay rosas: Yo no te quiero dar las rosas que mañana... Mañana no tendrás. En mi jardín hay pájaros con cantos de cristal: No te los doy, que tienen alas para volar... En mi jardín abejas labran fino panal: ¡Dulzura de un minuto... no te la quiero dar! Para ti lo infinito o nada; lo inmortal o esta muda tristeza que no comprenderás... La tristeza sin nombre de no tener que dar a quien lleva en la frente algo de eternidad... Deja, deja el jardín... no toques el rosal: Las cosas que se mueren no se deben tocar.
Eternidad
Toni García Arias
Hoy he dejado abierta la nostalgia a los fantasmas, mis seres más queridos, por si en mitad de la noche deciden regresar a enturbiar mis recuerdos, o a desvelarme el sueño con preguntas que ya no sé responder, que ya no importan. Han entrado con sigilo y han desempolvado el rostro de mi infancia, el camino aquel que nunca recorrimos juntos, una noche de agosto en que no te besé y agosto se perdió por siempre. Mis fantasmas ,en fin, han ordenado mis errores según las fechas, porque a ellos les gusta remover los recuerdos, hurgar en las derrotas, agitar mi mundo. A mí, de algún modo, también me tranquiliza su presencia, observar como recogen mi ceniza con fervor de centinela, esparciéndola aquí o allá, haciéndola, de nuevo, sensible. Agradezco que durante tanta eternidad hayan convertido en novedad lo resignado.
Fantasmas
Gustavo Adolfo Bécquer
Del salón en el ángulo oscuro, de su dueña tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo veíase el arpa. ¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas como el pájaro duerme en las ramas, esperando la mano de nieve que sabe arrancarlas! ?¡Ay! ?pensé?; ¡cuántas veces el genio así duerme en el fondo del alma, y una voz, como Lázaro, espera que le diga: «¡Levántate y anda!».
Rima vii
Pablo Neruda
1 Desde el fondo de ti, y arrodillado, un niño triste, como yo, nos mira. Por esa vida que arderá en sus venas tendrían que amarrarse nuestras vidas. Por esas manos, hijas de tus manos, tendrían que matar las manos mías. Por sus ojos abiertos en la tierra veré en los tuyos lágrimas un día. 2 Yo no lo quiero, Amada. Para que nada nos amarre que no nos una nada. Ni la palabra que aromó tu boca, ni lo que no dijeron las palabras. Ni la fiesta de amor que no tuvimos, ni tus sollozos junto a la ventana. 3 (Amo el amor de los marineros que besan y se van. Dejan una promesa. No vuelven nunca más. En cada puerto una mujer espera: los marineros besan y se van. Una noche se acuestan con la muerte en el lecho del mar). 4 Amor el amor que se reparte en besos, lecho y pan. Amor que puede ser eterno y puede ser fugaz. Amor que quiere libertarse para volver a amar. Amor divinizado que se acerca Amor divinizado que se va. 5 Ya no se encantarán mis ojos en tus ojos, ya no se endulzará junto a ti mi dolor. Pero hacia donde vaya llevaré tu mirada y hacia donde camines llevarás mi dolor. Fui tuyo, fuiste mía. Qué más? Juntos hicimos un recodo en la ruta donde el amor pasó. Fui tuyo, fuiste mía. Tú serás del que te ame, del que corte en tu huerto lo que he sembrado yo. Yo me voy. Estoy triste: pero siempre estoy triste. Vengo desde tus brazos. No sé hacia dónde voy. ...Desde tu corazón me dice adiós un niño. Y yo le digo adiós.
Farewell
César Vallejo
Subes centelleante de labios y de ojeras! Por tus venas subo, como un can herido que busca el refugio de blandas aceras. Amor, en el mundo tú eres un pecado! Mi beso en la punta chispeante del cuerno del diablo; mi beso que es credo sagrado! Espíritu en el horópter que pasa ¡puro en su blasfemia! ¡el corazón que engendra al cerebro! que pasa hacia el tuyo, por mi barro triste. ¡Platónico estambre que existe en el cáliz donde tu alma existe! ¿Algún penitente silencio siniestro? ¿Tú acaso lo escuchas? Inocente flor! ... Y saber que donde no hay un Padrenuestro, el Amor es un Cristo pecador!
Amor prohibido
Federico García Lorca
Ni tú ni yo estamos en disposición de encontrarnos. Tú... por lo que ya sabes. ¡Yo la he querido tanto! Sigue esa veredita. En las manos tengo los agujeros de los clavos. ¿No ves cómo me estoy desangrando? No mires nunca atrás, vete despacio y reza como yo a San Cayetano, que ni tú ni yo estamos en disposición de encontrarnos.
Encuentro
Leopoldo María Panero
Cuentan que la Bella Durmiente nunca despertó de su sueño.
Érase una vez
Gerardo Diego
¿Quién dijo que se agotan la curva el oro el deseo el legítimo sonido de la luna sobre el mármol y el perfecto plisado de los élitros del cine cuando ejerce su tierno protectorado? Registrad mi bolsillo Encontraréis en él plumas en virtud de pájaro migas en busca de pan dioses apolillados palabras de amor eterno sin carta de aterrizaje y la escondida senda de las olas.
Esperanza
Alfonsina Storni
Las dulces mensajeras de la tristeza son... son avecillas negras, negras como la noche. ¡Negras como el dolor! ¡Las dulces golondrinas que en invierno se van y que dejan el nido abandonado y solo para cruzar el mar! Cada vez que las veo siento un frío sutil... ¡Oh! ¡Negras avecillas, inquietas avecillas amantes de abril! ¡Oh! ¡Pobres golondrinas que se van a buscar como los emigrantes, a las tierras extrañas, la migaja de pan! ¡Golondrinas, llegaos! ¡Golondrinas, venid! ¡Venid primaverales, con las alas de luto llegaos hasta mí! Sostenedme en las alas... Sostenedme y cruzad de un volido tan sólo, eterno y más eterno la inmensidad del mar... ¿Sabéis cómo se viaja hasta el país del sol?... ¿Sabéis dónde se encuentra la eterna primavera, la fuente del amor?... ¡Llevadme, golondrinas! ¡Llevadme! ¡No temáis! Yo soy una bohemia, una pobre bohemia ¡Llevadme donde vais! ¿No sabéis, golondrinas errantes, no sabéis, que tengo el alma enferma porque no puedo irme volando yo también? ¡Golondrinas, llegaos! ¡Golondrinas, venid! ¡Venid primaverales! ¡Con las alas de luto llegaos hasta mí! ¡Venid! ¡Llevadme pronto a correr el albur!... ¡Qué lástima, pequeñas, que no tengáis las alas tejidas en azul!
Golondrinas
José Asunción Silva
¡Si os encerrara yo en mis estrofas, frágiles cosas que sonreís pálido lirio que te deshojas rayo de luna sobre el tapiz de húmedas flores, y verdes hojas que al tibio soplo de mayo abrís, si os encerrara yo en mis estrofas, pálidas cosas que sonreís! ¡Si aprisionaros pudiera el verso fantasmas grises, cuando pasáis, móviles formas del Universo, sueños confusos, seres que os vais, ósculo triste, suave y perverso que entre las sombras al alma dais, si aprisionaros pudiera el verso fantasmas grises cuando pasáis!
La voz de las cosas
Pablo Neruda
MADRID sola y solemne, julio te sorprendió con tu alegría de panal pobre: clara era tu calle, claro era tu sueno. Un hipo negro de generales, una ola de sotanas rabiosas rompió entre tus rodillas sus cenagales aguas, sus ríos de gargajo. Con los ojos heridos todavía de sueño, con escopeta y piedras, Madrid, recién herida, te defendiste. Corrías por las calles dejando estelas de tu santa sangre, reuniendo y llamando con una voz de océano, con un rostro cambiado para siempre por la luz de la sangre, como una vengadora montaña, como una silbante estrella de cuchillos. Cuando en los tenebrosos cuarteles, cuando en las sacristías de la traición entró tu espada ardiendo, no hubo sino silencio de amanecer, no hubo sino tu paso de banderas, y una honorable gota de sangre en tu sonrisa.
Madrid (1936)
Carlos Bousoño
(Vía purgativa, iluminativa y unitiva) Sólo quien se entrega recibe. Huele, quien renuncia al olfato, un olor prodigioso. ¡Vive, misterïoso desacato! Y así de pronto asciende ya de las rosas de primavera fragancias de lo que será en la cima de lo que era. Y el alma, desde ese momento, puede, en la variedad del mundo, escuchar la canción del viento y contemplar el mar profundo.
Homenaje a san juan de la cruz
Alejandra Pizarnik
Y fue entonces que con la lengua muerta y fría en la boca cantó la canción que le dejaron cantar en este mundo de jardines obscenos y de sombras que venían a deshora a recordarle cantos de su tiempo de muchacho en el que no podía cantar la canción que quería cantar la canción que le dejaron cantar sino a través de sus ojos azules ausentes de su boca ausente de su voz ausente. Entonces, desde la torre más alta de la ausencia su canto resonó en la opacidad de lo ocultado en la extensión silenciosa llena de oquedades movedizas como las palabras que escribo.
Poema para el padre
Pablo Neruda
POETAS naturales de la tierra, escondidos en surcos, cantando en las esquinas, ciegos de callejón, oh trovadores de las praderas y los almacenes, si al agua comprendiéramos tal vez corno vosotros hablaría, si las piedras dijeran su lamento o su silencio, con vuestra voz, hermanos, hablarían. Numerosos sois, como las raíces. En el antiguo corazón del pueblo habéis nacido y de allí viene vuestra voz sencilla. Tenéis la jerarquía del silencioso cántaro de greda perdido en los rincones, de pronto canta cuando se desborda y es sencillo su canto, es sólo tierra y agua. Así quiero que canten mis poemas, que lleven tierra y agua, fertilidad y canto, a todo el mundo. Por eso, poetas de mi pueblo, saludo la antigua luz que sale de la tierra. El eterno hilo en que se juntaron pueblo y poesía, nunca se cortó este profundo hilo de piedra, viene desde tan lejos como la memoria del hombre. Vio con los ojos ciegos de los vates nacer la tumultuosa primavera, la sociedad humana, el primer beso, y en la guerra cantó sobre la sangre, allí estaba mi hermano barba roja, cabeza ensangrentada y ojos ciegos, con su lira, allí estaba cantando entre los muertos, Homero se llamaba o Pastor Pérez, o Reinaldo Donoso. Sus endechas eran allí y ahora un vuelo blanco, una paloma, eran la paz, la rama del árbol del aceite, y la continuidad de la hermosura. Más tarde los absorbió la calle, la campiña, los encontré cantando entre las reses, en la celebración del desafío, relatando las penas de los pobres, llevando las noticias de las inundaciones, detallando las ruinas del incendio o la noche nefanda de los asesinatos. Ellos, los poetas de mi pueblo, errantes, pobres entre los pobres, sostuvieron sobre sus canciones la sonrisa, criticaron con sorna a los explotadores, contaron la miseria del minero y el destino implacable del soldado. Ellos, los poetas del pueblo, con guitarra harapienta y ojos conocedores de la vida, sostuvieron en su canto una rosa y la mostraron en los callejones para que se supiera que la vida no será siempre triste. Payadores, poetas humildemente altivos, a través de la historia y sus reveses, a través de la paz y de la guerra, de la noche y la aurora, sois vosotros los depositarios, los tejedores de la poesía, y ahora aquí en mi patria está el tesoro, el cristal de Castilla, la soledad de Chile, la pícara inocencia, y la guitarra contra el infortunio, la mano solidaria en el camino, la palabra repetida en el canto y transmitida, la voz de piedra y agua entre raíces, la rapsodia del viento, la voz que no requiere librerías, todo lo que debemos aprender los orgullosos: con la verdad del pueblo la eternidad del canto.
Oda a los poetas populares
Víctor Botas
Hay ángeles caídos allí donde tú miras Fernando Pessoa Negro temblor de orquídeas en la noche Viento del este Quieto relámpago que parte en dos el cielo que lo anonada y rasga Anillo que aguarda su destino inmóvil bajo el Támesis Virgen insomne Virgen silenciosa Virgen que surca las tinieblas temblorosos los labios gritando profecías Rosa violenta y roja y repentina Torre de soledad Gota de música Irrumpes en mi vida como el toro en la plaza Vienes con ramos de narcisos en las manos racimos en la boca chorreantes los cabellos de bálsamo y guirnaldas Isis Core Proserpina o Perséfone lo mismo da si cortas con igual maestría el hilo del destino (Bajo un telón de sangre las pirámides sueñan con su muerte se mecen en el tiempo los párpados sellados las cinturas ceñidas por la bruma) Plantada ante el crepúsculo tu frente se parece muchísimo a la frente de Belona la que blande la antorcha y la alta lanza la diosa de la guerra Así sobre la faz del mundo eres el fuego con que grabar los signos asesinos de una historia de amor Y si me miras —si me miras, Dios santo— a la sombra de un árbol sestean cien leones.
La diosa de la guerra
Delfina Acosta
Recuerdo el viento claro de otras tardes. Tocando castañuelas prodigiosas le daba larga cuerda a mi niñez. Yo le pasaba alegre mis cabellos, mi falda, y él, jugando, se los daba al perro que ladraba tras de mí. Correr, reír, morir de golpe sobre el liso pasto, la colina aquella, el verdadero mundo a la intemperie en donde el sol echaba mil monedas. Después, de flores sucia todavía, volver a la casona mansamente. Mi voz quedó colgada de las ramas. Mis ojos se vaciaron en garúas. También perdí mi nombre. ¡Nada! ¡Nadie! Soy yo sin la niñez de mi alegría.
El verdadero mundo
Sor Juana Inés de la Cruz
Éste que ves, engaño colorido, que, del arte ostentando los primores, con falsos silogismos de colores es cauteloso engaño del sentido; éste en quien la lisonja ha pretendido excusar de los años los horrores y venciendo del tiempo los rigores triunfar de la vejez y del olvido: es un vano artificio del cuidado; es una flor al viento delicada; es un resguardo inútil para el hado; es una necia diligencia errada; es un afán caduco, y, bien mirado, es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.
Procura desmentir los elogios
Luis Cernuda
Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman, parece como el viento que se mece en otoño sobre adolescentes mutilados, mientras las manos llueven, manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas, cataratas de manos que fueron un día flores en el jardín de un diminuto bolsillo. Las flores son arena y los niños son hojas, y su leve ruido es amable al oído cuando ríen, cuando aman, cuando besan, cuando besan el fondo de un hombre joven y cansado porque antaño soñó mucho día y noche. Mas los niños no saben, ni tampoco las manos llueven como dicen; así el hombre, cansado de estar solo con sus sueños, invoca los bolsillos que abandonan arena, arena de las flores, para que un día decoren su semblante de muerto.
Qué ruido tan triste
Lope de Vega
Si entré, si vi, si hablé, señora mía, ni tuve pensamiento de mudarme, máteme un necio a puro visitarme, y escuche malos versos todo un día. Cuando de hacerlos tenga fantasía, dispuesto el genio, para no faltarme cerca de donde suelo retirarme, un menestril se enseñe a chirimía. Cerquen los ojos que os están mirando, legiones de poéticos mochuelos, de aquellos que murmuran imitando. ¡Oh si os mudasen de rigor los cielos! Porque no puede ser (o fue burlando) que quien no tiene amor pidiese celos.
Satisfacciones de celos
Oliverio Girondo
Con mi yo y mil un yo y un yo con mi yo en mí yo mínimo larva llama lacra ávida alga de algo mi yo antropoco solo y mi yo tumbo a tumbo canto rodado en sangre yo abismillo yo dédalo posyo del mico ancestro semirefluido en vilo ya lívido de líbido yo tantan yo panyo yo ralo yo voz mito pulpo yo en mudo nudo de saca y pon gozón en don más don tras don yo vamp yo maramante apenas yo ya otro poetudo yo tan buzo tras voces niñas cálidas de tersos tensos hímenes yo gong gong yo sin son un tanto yo San caries con sombra can viandante vidente no vidente de semiausentes yoes y coyoes no médium nada yogui con que me iré gas graso sin mí ni yo al después sin bis y sin después
Tantan yo
Gabriela Mistral
Como escuchase un llanto, me paré en el repecho y me acerqué a la puerta del rancho del camino. Un niño de ojos dulces me miró desde el lecho. ¡Y una ternura inmensa me embriagó como un vino! La madre se tardó, curvada en el barbecho; el niño, al despertar, buscó el pezón de la rosa y rompió en llanto... Yo lo estreché contra el pecho, y una canción de cuna me subió, temblorosa... Por la ventana abierta la luna nos miraba. El niño ya dormía, y la canción bañaba, como otro resplandor, mi pecho enriquecido... Y cuando la mujer, trémula, abrió la puerta, me vería en el rostro tanta ventura cierta ¡que me dejó el infante en los brazos dormido!
El niño solo
José María Hinojosa
Yo solo me embarqué, adónde llegaré? Si el globo se perdiera, caería, en qué tierra? Si el barco naufragara, me hundiría, en qué agua? Yo solo me embarqué, nadie sabe porqué. ¡Pero yo sí lo sé!
Elegía posible
Víctor Botas
No me preguntes cómo pasa el tiempo Li Kiu Ling No me preguntes cómo pasa el tiempo. El caso es que ya estoy un poco sordo y el pelo me blanquea. Sin embargo, aún siento un no sé qué, algo muy tenue (como un temblor de luna en un estanque), aquí, justo en la boca del estómago, cada vez que te miro. Qué curioso, qué curioso, ¿verdad? Qué raro: el tiempo, que en Babilonia destruyó las rosas, que terminó con Júpiter y a polvo redujo los imperios y las caras (que todo se lo lleva por delante como un rinoceronte enloquecido), me parece que hoy se va a dejar los dientes (por lo menos), en su inútil empeño de ir borrándote esos ojos que intactos —yo lo quiero— aquí se quedan.
Las rosas de babilonia