author
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161
| text
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1.47M
| language
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value |
---|---|---|---|---|
Benítez_Reyes,Felipe
|
<XXI
|
Un_Punto_De_Partida,_Alguna_Idea
|
Un punto de partida, alguna idea
transformada en un ritmo, un decorado
abstracto vagamente o bien simbólico:
el jardín arrasado, la terraza
que el otoño recubre de hojas muertas.
Quizás una estación de tren, aunque mejor
un mar abandonado:
Gaviotas en la playa, pero quién
las ve, y adónde volarán.
Y la insistencia
en la imagen simbólica
de la playa invernal: un viento bronco,
y las olas llegando como garras
a la orilla.
O el tema del jardín:
un espacio de sombra con sonido
de caracola insomne. Un escenario
propicio a la elegía.
Unas palabras
convertidas en música, que basten
para que aquí se citen gaviotas,
y barcos pesarosos en la línea
del horizonte, y trenes
que cruzan las ciudades como torres
decapitadas.
Aquí
se cita un ángel ciego y un paisaje
y un reloj pensativo.
Y aquí tiene
su lugar la mañana de oro lánguido,
la tarde y su caída
hacia un mundo invisible, la noche
con toda su leyenda de pecado y de magia.
Siempre habrá sitio aquí para la luna,
para el triunfante sol, para esas nubes
del crepúsculo desangrado: metáfora
del tiempo que camina hacia su fin.
La música de un verso es un viaje
por la memoria.
Y suena
a instrumento sombrío.
De tal modo
que siempre sus palabras van heridas
de música de muerte:
Gaviotas en la playa...
O bien ese jardín:
Todo es de nieve y sombra,
todo glacial y oscuro.
El viento arrastra un verso
tras otro, en esta soledad. Arrastra
papeles y hojas secas
y un sombrero de copa
del que alguien extrae
mágicamente un verso
final:
Una luz abatida en esta playa.
Y hay un lugar en él para la niebla,
y un cauce para el mar,
y un buque que se aleja.
En cualquier verso tiene
su veneno el suicida,
su refugio el que huye
del hielo del olvido.
Puede
cada verso nombrar desde su engaño
el engaño que alienta en cada vida:
un lugar de ficción, un espejismo,
un decorado que
se desmorona, polvoriento, si se toca.
Pero es sorprendente comprobar
que las viejas palabras ya gastadas,
la cansina retórica, la música
silenciosa del verso, en ocasiones
nos hieren en lo hondo al recordarnos
que somos la memoria
del tiempo fugitivo,
ese tiempo que huye y que refugia
—como un niño asustado de lo oscuro—
detrás de unas palabras que no son
más que un simple ejercicio de escritura.
Gaviotas en la playa, pero quién
las ve, y adónde volarán.
Una luz abatida en esta playa.
|
es
|
Moreno_Villa,José
|
<XXI
|
Nunca_Más_Desaparece
|
Nunca más desaparece.
Nunca se descuelga Dios dos veces
A la manzana que rueda del otero,
sigue la sierpe con su banderín;
y ya sabéis que la cazuela donde todo se guisa
se llama mundo por antonomasia.
De todas las angustias de la juventud,
queda una sombra en el esternón.
A ver cómo barres tú la cocina,
porque ya sabes que en el triángulo
hay un secreto muy sabroso.
Guarda tu pierna, porque a veces
huelen los zánganos la melancolía,
y no es cosa de poner el cristal,
con florecillas y todo,
al socaire de la mitra, ni del barbecho.
Tu juventud es una maravilla
sin concurso, y por encima de los garabatos.
Si quisieran traer del estanco
los paquetitos de humo celeste,
cabalgaríamos otra vez en el olvido,
con las crines en la corriente de la ventana.
Llegarían entonces los estudiantes a vernos,
porque la felicidad es objeto de estudio,
y en el estanque donde se bañan las hormigas
echaríamos cohetes de erudición y sal ingenua.
No sabe nadie cómo fatiga el Parnaso
cuando se mastican virutas de academos.
En cambio, la portera y el sacristán,
se solazan como la yerbabuena y la manzanilla.
Fíjate bien en el horario de la torre,
porque el cu-cú se parece a tu tía la muda,
enemiga de los sarmientos poderosos.
Tengo aquí unas tijeritas de cuerno,
que sirvieron para rapar
a los que llegaron sonámbulos.
Si te parece, haremos las migas
en el poyete, frente al mar,
mientras se descuajan los picos
y los navegantes ocasionan tormentas.
No hay para qué pensar que la vida
se descubre en el revés de la juventud;
ni hay que pensar en el sendero amarillo
cuando la pantorrilla es un angelus domine.
Mira si en el portamonedas ríen los dólares,
o si la cabalgata sigue por la espina dorsal.
Eso, sí.
Entonces, entre los relinchos, rebuznos,
maullidos y aleluyas del coro eclesiástico,
silbarán las balas del frenesí.
Entonces acudirán todos los vientres a retozo;
y los espirituales irán a limpiar sus parásitos
bajo el balcón de la manceba premiada.
|
es
|
Chocano,José_Santos
|
<XXI
|
Montañesa:_Entré_A_Cazar
|
Montañesa: entré a cazar
en tu bosque y me perdí.
Por tres noches no dormí,
caminando sin cesar
y pensando sólo en ti.
La primera noche yo
vi un extiaño no sé qué,
que en el musgo resbaló:
era un boa que pasó
restregándose en mi pie.
La segunda noche vi
el revuelo de un cóndor;
y en las sombras distinguí
que, sin duda para ti,
en su pico iba una flor.
La tercera noche fue
la que me hizo suspirar.
Cuando menos lo pensé,
un zarpazo de jaguar:
en el pecho se me ve.
Montañesa: herido estoy,
Las heridas son por ti.
Tres amantes tienes hoy;
y, de celos ya no soy
ni la sombra del que fui.
¡Ah! No vayas a pensar
que a tu bosque he de volver.
¡Más terrible suele ser
que una zarpa de jaguar
una mano de mujer!
|
es
|
Jiménez,Juan_Ramón
|
<XXI
|
Luz_Última
|
Luz en la selva en sombra, ¿te has perdido?
¡Que el sol se fue, luz en la selva en sombra!
Luz, mira: ¡te has quedado
jugando con las verdes hojas!
Di: ¿que harás ya, si el sol tuyo se fue?
... Luz, ven a esta hoja
blanca, y mi sentimiento
oscuro, eternamente, niña rosa, dora.
|
es
|
Fuertes,Gloria
|
<XXI
|
A_Veces_Me_Sucede_Que_No_Me_Pasa_Nada
|
A veces me sucede que no me pasa nada,
ni sangre ni saliva se mueve en mis canutos;
la mente se me para y el beso se me enquista
y a siglos con pelusa me saben los minutos.
El río es un idiota, un terrible obediente,
el mar sigue llamándole como a can hechizado
el mal esclavo húmedo, se arrastra por los suelos;
—ya se me están quedando los pies fríos—.
¿Qué voz triste el trapero, que tiene por su saco?
El día se despeina, la Rufa está preñada,
la vaca de Pedrito me sigue haciendo señas,
a veces me sucede que no me pasa nada...
|
es
|
Cadenas,Rafael
|
<XXI
|
Vivo
|
Vivo
¿a quién debo este honor?
Mi alma vacila. Dante me acompaña
a través de la noche soviética.
Yo vago entre las ruinas
de la Hélade.
No puedo huir.
Esconde
los poemas, Nadezda. Apúrate.
¿Cómo pudiste, César,
destruir
nuestra vivacidad?
He abandonado toda esperanza
a la entrada del campo.
El único que habla ruso
no podía olvidar.
Un dios perdona,
un semidiós no.
Los gritos
se pierden en la vastedad de mi país.
|
es
|
Pombo,Rafael
|
<XXI
|
Ya_Vienes,_Cielo_Azul,_A_Sonreírme
|
Ya vienes, cielo azul, a sonreírme
Con tu resplandeciente inmensidad,
Con tus deslumbradores horizontes
Escabel de tu trono ecuatorial.
Ya vienes a irritar mi alma tranquila
Con una vana, estéril ambición;
A sacudir las alas con tus auras
A una águila en prisión donde nació.
¿A qué mostrarla el nido miserable
Ante el bello infinito, ante su Dios?
¿A qué hacer que retuerza sus cadenas
Con inútil, ridículo estertor?
Su ojo de fuego clavará anhelante
Allá en la cumbre blanquecina, audaz:
Reina de las montañas que reclama
Para corona el águila real.
Mas ¡ah! sus garras no hincará en la nieve;
Señoreada del mundo desde allí.
No ha de cernerse en torno majestuosa,
Del sublime elemento emperatriz.
No vibre el sol en su pupila: en vano
Reverbera en el éter su esplendor;
Ni le convide el huracán: no sirve
Al soberano vuelo de escalón.
Retuérzase colérica, sus plumas
Desesperada arranque en su furor,
Y más opresa mientras más ansiosa
Desgárrese ella misma el corazón.
Siempre sobre una cuarta de terreno
Que nunca mi ojo consiguió esquivar;
Sin porvenir en él, sin ilusiones,
Sin poder arrancar, ir más allá.
Oigo una voz que me repite: ¡vuela!
Y una garra detiéneme a la vez.
Una mano señálame un tesoro
Y otra de hierro me separa de él.
Y ha sacudido ya sobre mi frente
Cuatro veces la rica juventud
Su corona de rosas, y una rosa
Mi corazón no ha recogido aún...
¡Despierta, furibunda cordillera!
¡Ábrete! y como piedra de un volcán
Sublímame entre llamas a los cielos
¡Y hazme caer en la mitad del mar!
|
es
|
Huerta,Efraín
|
<XXI
|
El_Tajín
|
Andar así es andar a ciegas,
andar inmóvil en el aire inmóvil,
andar pasos de arena, ardiente césped.
Dar pasos sobre agua, sobre nada
—el agua que no existe, la nada de una astilla—,
dar pasos sobre muertes,
sobre un suelo de cráneos calcinados.
Andar así no es andar sino quedarse
sordo, ser ala fatigada o fruto sin aroma;
porque el andar es lento y apagado,
porque nada está vivo
en esta soledad de tibios ataúdes.
Muertos estamos, muertos
en el instante, en la hora canicular,
cuando el ave es vencida
y una dulce serpiente se desploma.
Ni un aura fugitiva habita este recinto
despiadado. Nadie aquí, nadie en ninguna sombra.
Nada en la seca estela, nada en lo alto.
Todo se ha detenido, ciegamente,
como un fiero puñal de sacrificio.
Parece un mar de sangre
petrificada
a la mitad de su ascensión.
Sangre de mil heridas, sangre turbia,
sangre y cenizas en el aire inmóvil.
Todo es andar a ciegas, en la
fatiga del silencio, cuando ya nada nace
y nada vive y ya los muertos
dieron vida a sus muertos
y los vivos sepultura a los vivos.
Entonces cae una espada de este cielo metálico
y el paisaje se dora y endurece
o bien se ablanda como la miel
bajo un espeso sol de mariposas.
No hay origen. Sólo los anchos y labrados ojos
y las columnas rotas y las plumas agónicas.
Todo aquí tiene rumores de aire prisionero,
algo de asesinato en el ámbito de todo silencio.
Todo aquí tiene la piel
de los silencios, la húmeda soledad
del tiempo disecado; todo es dolor.
No hay un imperio, no hay un reino.
Tan sólo el caminar sobre su propia sombra,
sobre el cadáver de uno mismo,
al tiempo que el tiempo se suspende
y una orquesta de fuego y aire herido
irrumpe en esta casa de los muertos
—y un ave solitaria y un puñal resucitan.
Entonces ellos —son mi hijo y mi amigo—
ascienden la colina
como en busca del trueno y el relámpago.
Yo descanso a la orilla del abismo,
al pie de un mar de vértigos, ahogado
en un inmenso río de helechos doloridos.
Puedo cortar el pensamiento con una espiga,
la voz con un sollozo, o una lágrima,
dormir un infinito dolor, pensar
un amor infinito, una tristeza divina;
mientras ellos, en la suave colina,
sólo encuentran
la dormida raíz de una columna rota
y el eco de un relámpago.
Oh Tajín, oh naufragio,
tormenta demolida,
piedra bajo la piedra;
cuando nadie sea nada y todo quede
mutilado, cuando ya nada sea
y sólo quedes tú, impuro templo desolado,
cuando el país-serpiente sea la ruina y el polvo,
la pequeña pirámide podrá cerrar los ojos
para siempre, asfixiada,
muerta en todas las muertes,
ciega en todas las vidas,
bajo todo el silencio universal
y en todos los abismos.
Tajín, el trueno, el mito, el sacrificio.
Y después, nada.
|
es
|
Díaz_Mirón,Salvador
|
<XXI
|
¡Bien_Hayas,_Himno_Verde,_Que_Sublimas
|
¡Bien hayas, himno verde, que sublimas
en estrelladas y soberbias rimas
triunfante numen, y a cantar animas!
En la punta prolífica y derecha
De tu plumada y elegante flecha,
Mirlo garrulador plañe una endecha
Y abro el ala parnáside, y al crudo
Viento del agrio Cofre la sacudo,
Y con bárbara trova te saludo.
Corvas uñas, que amagan como en rabos
De incógnitos a mí reptiles bravos,
Echas por hojas en alternos cabos.
Y si la llama del rencor me ciñe
Corazón y laúd, la nota riñe
Y el verso es garra que la sangre tiñe.
¡Cuán peregrina con tus frondas nuevas!
Imán y encanto a las miradas pruebas
En las guirnaldas que a las nubes llevas.
Extraño soy también, y más atraigo
Con prez que ostento y con baldón que raigo,
Y de mayor encumbramiento caigo.
A mirífica lumbre te abandonas
E iridiscentes lágrimas temblonas
Adiamantan y emperlan tus coronas.
Y ardo en estro de amor, y no hay rocío
Como el que cubre las que a Dios envío
Ansias de que me cure el ángel mío.
¡En ti mi nombre que grabé se mezca!
¡Tal vez lo guardarás de que perezca!
¡Sólo así podrá ser que dure y crezca!
|
es
|
Darío,Rubén
|
<XXI
|
Preludio
|
Hay un tropel de potros sobre la pampa inmensa.
¿Es Pan que se incorpora? No: es un hombre que piensa,
es un hombre que tiene una lira en la mano:
él viene del azul, del sol, del Océano.
Trae encendida en vida su palabra potente
y concreta el decir de todo un continente...
Tal vez es desigual... (¡El Pegaso da saltos!)
Tal vez es tempestuoso... (¡Los Andes son tan altos!...)
Pero hay en este verso tan vigoroso y terso
una sangre que apenas veréis en otro verso;
una sangre que cuando en la estrofa circula,
como la luz penetra y como la onda ondula...
Pegaso está contento, Pegaso piafa y brinca,
porque Pegaso pace en los prados del inca.
Y este fuerte poeta de alma tan ardorosa
sabe bien lo que cuentan los labios de la rosa,
comprende las dulzuras del panel y comprende
lo que dice la abeja del secreto del duende...
Pero su brazo es para levantar la trompeta
hacia donde se anuncia la aurora del Profeta;
es hecho para dar a la virtud del viento
la expresión del terrible clarín del pensamiento.
Él sabe de Amazonas, Chimborazos y Andes.
Siempre blande su verso para las cosas grandes.
Va como Don Quijote en ideal campaña,
vive de amor de América y de pasión de España;
y envuelto en armonía y en melodía y canto,
tiene rasgos de héroe y actitudes de santo.
«¿Me permites, Chocano, que como amigo fiel,
te ponga en el ojal esta hoja de laurel?»
Tal dije cuando don J. Santos Chocano,
último de los incas, se tornó castellano.
|
es
|
Feiling,C.E.
|
XXI
|
Sangre
|
Retumba en la oquedad
de la memoria y criba
livores y arreboles y nociva
purulencia precoz cuya heredad
fue pena recibida;
me zumba en el ferál
escroto al atisbar cómo declina
la gruesa turpitud que con inquina
mi médula en erial
derramó; desatina
si a la pupila inflama femenil
escorzo que sugiere cuántos dila
pida encantos Dalila,
si inopinado astil
asesta entre las ingles la que estila
con vernal desenfado veste henchir
elusiva; delira
porque a férula dira
sométense las manos, cuando fir
me reclama abstinencia Deyanira.
|
es
|
Aleixandre,Vicente
|
<XXI
|
Vagamente_Cansado_El_Día_Insiste
|
Vagamente cansado el día insiste.
La misma flor, la misma fuente,
la misma, la misma sombra del cerezo.
¿Qué preguntas? El mar tan lejos gesticula
inútilmente. Sus espumas ruedan,
ansia de amor proclaman sin sonido,
lejos, lejos, lejísimos, sin bulto,
vago telón de sedas amarillas.
|
es
|
Altolaguirre,Manuel
|
<XXI
|
No_Sé_Por_Qué_Lo_Hice
|
No sé por qué lo hice,
pero bendita sea
esa bondad involuntaria
de la que fui capaz.
Si lo hice sin querer,
fui un elegido.
Si fue un impulso extraño,
qué alegría!
El haber sido niño
el tiempo de un relámpago
oscureció mi estrella,
me hizo olvidar la noche.
Involuntariamente
fui blanco del amor
contra el destino.
|
es
|
Parra_Pozuelo,Manuel
|
XXI
|
Llegó_Por_La_Tristeza_A_La_Alegría
|
Llegó por la tristeza a la alegría
y allí su corazón atribulado
habló del que, convicto y derrotado,
aun José o Pepe Hierro se sabía.
Lo mismo que Machado, convertía
las viejas amarguras del pasado
en resplandor silente y regresado
que en su verso, de nuevo, renacía..
Llantos en las lejanas avenidas,
el eco musical de los colores,
el poso de la vida y sus dolores
dejaron en sus sienes las heridas,
que en sus versos quedaron retratadas
y en líricas palabras trasmutadas.
|
es
|
Flórez,Julio
|
<XXI
|
Guardo_En_Mi_Pecho_Un_Trono
|
Guardo en mi pecho un trono
para la madre mía:
que aunque ella me dio el ser, yo la perdono...
porque no supo el daño que me hacía.
|
es
|
Letelier,Elías
|
XXI
|
Por_Las_Noches
|
Por las noches,
las cucarachas
bajan por las paredes
a escoltar mi sueño
y sin respetar mi rango,
se miran en el espejo
y alegres,
por todas partes pasan.
Atacan la generosidad de mis calcetines,
el dogma estético de mis pies que,
desvanecidos como osamentas,
en el suelo descansan.
Sitian la tiranía de mis botas,
humillan su linaje perverso
y entonces,
ellas me hacen doler el alma.
Atrapo un trueno con mis manos
y ellas se asustan y arrancan;
entran y salen por el cañón de mi metralleta
y entre los cargadores
hacen un cónclave:
allí se pertrechan
como si quisieran matarme.
Les tiro escupos,
golpeo la pared,
y gritando
cito al diablo
y a sus orígenes.
Se marchan
y ocultan entre mis libros,
allí quedan quietas,
y en la imaginación del mundo
depositan sus huevos,
y también
se cagan en el conocimiento.
Atacan la generosidad de mis calcetines,
el dogma estético de mis pies que,
desvanecidos como osamentas,
en el suelo descansan.
Sitian la tiranía de mis botas,
humillan su linaje perverso
y entonces,
ellas me hacen doler el alma.
Atrapo un trueno con mis manos
y ellas se asustan y arrancan;
entran y salen por el cañón de mi metralleta
y entre los cargadores
hacen un cónclave:
allí se pertrechan
como si quisieran matarme.
Les tiro escupos,
golpeo la pared,
y gritando
cito al diablo
y a sus orígenes.
Se marchan
y ocultan entre mis libros,
allí quedan quietas,
y en la imaginación del mundo
depositan sus huevos,
y también
se cagan en el conocimiento.
Sitian la tiranía de mis botas,
humillan su linaje perverso
y entonces,
ellas me hacen doler el alma.
Atrapo un trueno con mis manos
y ellas se asustan y arrancan;
entran y salen por el cañón de mi metralleta
y entre los cargadores
hacen un cónclave:
allí se pertrechan
como si quisieran matarme.
Les tiro escupos,
golpeo la pared,
y gritando
cito al diablo
y a sus orígenes.
Se marchan
y ocultan entre mis libros,
allí quedan quietas,
y en la imaginación del mundo
depositan sus huevos,
y también
se cagan en el conocimiento.
Atrapo un trueno con mis manos
y ellas se asustan y arrancan;
entran y salen por el cañón de mi metralleta
y entre los cargadores
hacen un cónclave:
allí se pertrechan
como si quisieran matarme.
Les tiro escupos,
golpeo la pared,
y gritando
cito al diablo
y a sus orígenes.
Se marchan
y ocultan entre mis libros,
allí quedan quietas,
y en la imaginación del mundo
depositan sus huevos,
y también
se cagan en el conocimiento.
Les tiro escupos,
golpeo la pared,
y gritando
cito al diablo
y a sus orígenes.
Se marchan
y ocultan entre mis libros,
allí quedan quietas,
y en la imaginación del mundo
depositan sus huevos,
y también
se cagan en el conocimiento.
Se marchan
y ocultan entre mis libros,
allí quedan quietas,
y en la imaginación del mundo
depositan sus huevos,
y también
se cagan en el conocimiento.
|
es
|
Burriel,Adolfo
|
XXI
|
Sobre_La_Rosa_Que_Soporta
|
Sobre la rosa que soporta
los cimientos del mundo,
tu piel es frágil como amor,
vertiginosa como incendio,
húmeda y desamada.
Y una virgen zozobra.
|
es
|
Vicéns,Nimia
|
<XXI
|
Cuando_Una_Mujer_Sola,_Mira_Una_Flor_Caer
|
Cae del aire la flor
Tan leve amada
de ese trémulo espacio
donde viaja su huella
deslizando
aroma de su imagen
al amor...
Un pedazo de cielo
y una rama...
Nada más
cayó al aire la flor.
¡Qué solos nos quedamos
sobre el mundo
mi corazón y yo!
Tan leve amada
de ese trémulo espacio
donde viaja su huella
deslizando
aroma de su imagen
al amor...
Un pedazo de cielo
y una rama...
Nada más
cayó al aire la flor.
¡Qué solos nos quedamos
sobre el mundo
mi corazón y yo!
Un pedazo de cielo
y una rama...
Nada más
cayó al aire la flor.
¡Qué solos nos quedamos
sobre el mundo
mi corazón y yo!
Nada más
cayó al aire la flor.
¡Qué solos nos quedamos
sobre el mundo
mi corazón y yo!
¡Qué solos nos quedamos
sobre el mundo
mi corazón y yo!
|
es
|
Vásquez,Ana_C.
|
XXI
|
El_Clamor_De_Una_Estrella
|
El clamor de una estrella
ensalza mis sentidos
y grita dentro de mi alma
el dolor de estar vivo,
como si fuera un estallido
me lastima y presiona
desde el fondo de mi ser,
mis nervios se encrespan
mi pecho no deja de arder,
siento que voy a enloquecer.
Pierdo lentamente el conocimiento,
¡Quítame el dolor! A Dios clamo,
viva o muera, no interesa.
Una estrella me guiará
a salir de esta oscuridad,
añejo ya mi deseo de vivir está
punzante en mi alma
el furor de una llaga,
se ensancha y arde,
en mi cuerpo se expande.
Carcome el dolor
mis pobres sentidos,
mi torpe cordura,
acorde crece el lamento,
mi sed de venganza
se extiende como plaga,
me guiará a la tortura
de la que soy presa.
Pérdida se dará
mas mi ser la realizará.
|
es
|
Villaespesa,Francisco
|
<XXI
|
El_Alba_Ciñe_Las_Primeras_Rosas
|
El alba ciñe las primeras rosas
espejo de la mar bruñido,
y agranda las pupilas ojerosas
la expectación de lo desconocido.
El sol disipa el matinal celaje,
y los brazos se tienden doloridos,
ansiosos de acabar nuestro viaje
entre otros brazos al amor tendidos.
¡Zarpamos otra vez! En la borrosa
tarde se esfuma hasta el lejano monte...
La playa se va a hundir... Ahora, ¡quién sabe
en qué isla desierta y fabulosa
sus ojos sondearán el horizonte
esperando el arribo de mi nave!
|
es
|
Pizarnik,Alejandra
|
<XXI
|
Seguiré
|
roto marco centra este todo
de árbol castrado llorando
medir cada paso a lo largo
si no se perturba la luna
la luz redondea blancuras
de nabos rallados
tirar cada envoltura
si no se distorsiona lo negro
la música enrojece la ruta
de cada pequeño húmedo
girar girar girar
percibir junto al marco roto
sentires de tacos y muelas
querer agarrarlo todo
|
es
|
Rodríguez,Claudio
|
<XXI
|
Ni_Aún_El_Cuerpo_Resiste
|
Ni aún el cuerpo resiste
tanta resurrección, y busca abrigo
ante este viento que ya templa y trae
olor, y nueva intimidad. Ya cuanto
fue hambre, ahora es sustento. Y se aligera
la vida, y un destello generoso
vibra por nuestras calles. Pero sigue
turbia nuestra retina, y la saliva
seca, y los pies van a la desbandada,
como siempre. Y entonces,
esta presión fogosa que nos trae
el cuerpo aún frágil de la primavera,
ronda en torno al invierno
de nuestro corazón, buscando un sitio
por donde entrar en él. Y aquí, a la vuelta
de la esquina, al acecho,
en feraz merodeo,
nos ventea la ropa,
nos orea el trabajo,
barre la casa, engrasa nuestras puertas
duras de oscura cerrazón, las abre
a no sé qué hospitalidad hermosa
y nos desborda y, aunque
nunca nos demos cuenta
de tanta juventud, de lleno en lleno
nos arrasa. Sí, a poco
del sol salido, un viento ya gustoso,
sereno de simiente, sopló en torno
de nuestra sequedad, de la injusticia
de nuestros años, alentó para algo
más hermoso que tanta
desconfianza y tanto desaliento,
más gallardo que nuestro
miedo a su honda rebelión, a su alta
resurrección. Y ahora
yo, que perdí mi libertad por todo,
quiero oír cómo el pobre
ruido de nuestro pulso se va a rastras
tras el cálido son de esta alianza
y ambos hacen la música
arrolladora, sin compás, a sordas,
por la que se llegará algún día,
quizá en medio de enero, en el que todos
sepamos el por qué del nombre: «viento
de primavera»
|
es
|
Ibarbourou,Juana_de
|
<XXI
|
Pascua
|
De mi campo, a pequeñas bestezuelas
en mi noche de Reyes recortadas,
hierbas gustosas séanle donadas,
ya que no golosinas y escarcelas.
Duerma la libre de redondo ojito,
sueñe la nutria de colmillo agudo,
y velen hadas al tatú que pudo
ser siquiera más suave o más bonito.
Criaturas de Dios, en burdo lodo
hechas por El tal vez con ese modo
que a veces tiene el padre fatigado,
pero también queridas y guardadas,
y acaso con destino que en miriadas
hará del tosco ser juguete alado.
|
es
|
Anónimo_y_Romancero
|
<XXI
|
Romance_Del_Moro_De_Antequera
|
De Antequera sale un moro, de Antequera, aquesa villa,
cartas llevaba en su mano, cartas de mensajería,
escritas iban con sangre, y no por falta de tinta,
el moro que las llevaba ciento y veinte años había.
Ciento y veinte años el moro, de doscientos parecía,
la barba llevaba blanca muy larga hasta la cinta,
con la cabeza pelada la calva le relucía;
toca llevaba tocada, muy grande precio valía,
la mora que la labrara por su amiga la tenía.
Caballero en una yegua que grande precio valía,
no por falta de caballos, que hartos él se tenía;
alhareme en su cabeza con borlas de seda fina.
Siete celadas le echaron, de todas se escabullía;
por los cabos de Archidona a grandes voces decía:
—Si supieres, el rey moro, mi triste mensajería
mesarías tus cabellos y la tu barba vellida.
Tales lástimas haciendo llega a la puerta de Elvira;
vase para los palacios donde el rey moro vivía.
Encontrado ha con el rey que del Alhambra salía
con doscientos de a caballo, los mejores que tenía.
Ante el rey, cuando le halla, tales palabras decía:
—Mantenga Dios a tu alteza, salve Dios tu señoría.
—Bien vengas, el moro viejo, días ha que te atendía.
—¿Qué nuevas me traes, el moro, de Antequera esa mi villa?
—No te las diré, el buen rey, si no me otorgas la vida.
—Dímelas, el moro viejo, que otorgada te sería.
—Las nuevas que, rey, sabrás no son nuevas de alegría:
que ese infante don Fernando cercada tiene tu villa.
Muchos caballeros suyos la combaten cada día:
aquese Juan de Velasco y el que Henríquez se decía,
el de Rojas y Narváez, caballeros de valía.
De día le dan combate, de noche hacen la mina;
los moros que estaban dentro cueros de vaca comían,
si no socorres, el rey, tu villa se perdería.
Siete celadas le echaron, de todas se escabullía;
por los cabos de Archidona a grandes voces decía:
—Si supieres, el rey moro, mi triste mensajería
mesarías tus cabellos y la tu barba vellida.
Tales lástimas haciendo llega a la puerta de Elvira;
vase para los palacios donde el rey moro vivía.
Encontrado ha con el rey que del Alhambra salía
con doscientos de a caballo, los mejores que tenía.
Ante el rey, cuando le halla, tales palabras decía:
—Mantenga Dios a tu alteza, salve Dios tu señoría.
—Bien vengas, el moro viejo, días ha que te atendía.
—¿Qué nuevas me traes, el moro, de Antequera esa mi villa?
—No te las diré, el buen rey, si no me otorgas la vida.
—Dímelas, el moro viejo, que otorgada te sería.
—Las nuevas que, rey, sabrás no son nuevas de alegría:
que ese infante don Fernando cercada tiene tu villa.
Muchos caballeros suyos la combaten cada día:
aquese Juan de Velasco y el que Henríquez se decía,
el de Rojas y Narváez, caballeros de valía.
De día le dan combate, de noche hacen la mina;
los moros que estaban dentro cueros de vaca comían,
si no socorres, el rey, tu villa se perdería.
|
es
|
Pombo,Rafael
|
<XXI
|
Juan_Chunguero
|
Era Juan Chunguero insigne gaitero
Con la misma gaita que fue de su taita,
Y aunque un aire sólo trinaba este Apolo,
Furibundo estrépito formaba con él.
Y muchas parejas, y aun viejos y viejas,
Bailaban en tanto con risa y con canto,
Y de ellos no pocos resultaron locos
Por arte diabólica del músico aquel.
La abuela Tomasa volviendo a su casa
Bailó una cachucha, tan ágil, tan ducha,
Que vieja y canasto se hicieron emplasto
Y tortilla espléndida de huevos con pan.
Dicen que un cordero salió maromero
Y montó en un lobo que andaba hecho un bobo.
Y que aquella vaca que ordeñaba Paca
Armó con el cántaro una de «¡San Juan!»
Iba en su camino sudando un pollino
Y dándole palo su enemigo malo,
Mas oyó al gaitero y ¡adiós del arriero!
Y ¡adiós carga y látigo, cabestro y cinchón!
Pero no hubo gloria en toda esta historia
Como la de aquella Pastorcita bella
Viendo ya encolada toda su manada,
Valsando alegrísima de la gaita al son,
Y al ver a Pastora aquel Juan Chunguero,
Y oyendo a Chunguero la linda Pastora,
El se hizo Pastor; gaitera, Pastora.
Y él su corderito y ella su cordero.
|
es
|
Sabido_Sánchez,Fernando
|
XXI
|
Tu_Ternura_Planea_Sobre_La_Convulsión
|
Te posee un corazón tallado en el diamante
de la fidelidad, unos ojos enlutados por la espera
mirando al mar, al amor que viaja desde lejos
para no llegar nunca a tu isla de Ítaca
En la intimidad, el placer solitario escupe lava
y mancha de ceniza tu vientre recostado
en los sueños, fiel bajo la prodigiosa torre de marfil,
tejiendo y destejiendo secretos en los pechos vírgenes
de las mareas, guardando las palabras como un tesoro
al abrigo de hipócritas deseos, de todos
los cuchillos sangrientos del machismo que ansiaron
sólo atravesar tu cuerpo
Testifico tu ternura que planea vencedora sobre
convulsas y aún cercanas fiebres, Penélope que grita
mientras siente las caricias del viento en las entrañas
despreciando el llanto helado, el sollozo del designio,
para asaltar sin miedos ni silencios la libertad
|
es
|
Jiménez,Juan_Ramón
|
<XXI
|
Sólo_Eres_Tú
|
Sólo eres tú
(aquella tú)
cuando me hieres.
|
es
|
Asturias,Miguel_Ángel
|
<XXI
|
Invierno
|
En rodillas de viento, galgo y huella
fuí tras de ti, mujer en mi presencia
transportado por ágil luz de estrella
de sentido en sentido hasta la ausencia.
Atravesaste, amor, los egoísmos
que en sílice de lágrimas desvelo
yuxtaponiendo abismos sobre abismos
en mi insoluble soledad de hielo.
La gran araña de la lluvia teje
con agua y viento telarañas móviles
¿qué mañana serán cuando despeje?
Superficie de vidrio sin quebranto,
como serán mis ojos cuando inmóviles
hayan llorado ya todo su llanto.
|
es
|
Martínez_de_la_Rosa,Francisco
|
<XXI
|
«¿Por_Qué_Me_Dejas,_Ingrato?
|
«¿Por qué me dejas, ingrato?
Vuelve a mi voz, jilguerillo;
Y no pagues cual Damón
Mis cuidados y cariño.
Eras mi solo consuelo,
Eras mi mejor amigo;
Contigo partí mi lecho,
Mi seno te di por nido...
Noches enteras pasaste
En mi regazo dormido;
Y apenas rayaba el alba,
Me despertaban tus trinos:
Tú mis lágrimas veías,
Tú escuchabas mis suspiros,
A tí solo confié
El nombre del fementido...»
Así Flora se quejaba;
Mas vio en la rama de un mirto
Acariciando a su esposa
Al pintado pajarillo.
Envidia tuvo al mirarle;
Sintió su dolor más vivo;
Y prorumpió en estas voces,
Dando un profundo gemido:
«Sé feliz , ave inocente,
Con tu esposa y con tus hijos;
¡Que no hay ventura en la tierra
Si está el corazón vacío!»
|
es
|
Ouro_Agromartín,Mª_Dolores
|
XXI
|
Sobre_La_Cresta_De_La_Ola
|
Sobre la cresta de la ola
al movimiento incesante del viento,
en medio de un lago sediento,
y sobre el barco de mis sueños,
—pienso en Ti.
Mirando siempre hacia adelante,
dejando que el sol broncee mi cara
y el aire —un poco frío— despierte mi alma dormida,
refresque mis ilusiones pasadas, y avive la imaginación perdida.
¿Qué puedo añadir más?
Un paisaje fantasmal,
rodeada en mi embarcación
de montañas enormes que en eterno desafío
alcanzan con sus cabezas
—unas desnudas,
otras arboladas,
aún otras de canas blancas—,
a besar el cielo
a estar rodeadas de nubes en los valles,
a alcanzar el sol con los dedos,
mientras está aquí abajo lloviendo,
y si las miras sólo te originan respeto,
deseo de volar hacia ellas,
y, en la cumbre ya,
tocar el cielo con los dedos.
Todo me hace pensar,
río, lago y mar,
valle y alta montaña,
sol y nocturna oscuridad,
en la tierra nueva celestial
que está esperándome,
mostrándome ya ahora un pálido reflejo
de lo que espero alcanzar,
en el que ya no separará la mar,
ni arrogantes montañas se elevarán,
sino todo será paz, armonía, felicidad,
al caminar sobre el lago de cristal,
en el que un pequeño pez
vendrá a juguetear con mis pies,
y una brisa matinal
me despertará de este sueño fatal
para gritarme en alta voz:
«Alma, disfruta ya de libertad»,
Cristo, tu Redentor,
ha abierto para siempre ya
las puertas del paraíso terrenal.
Mirando siempre hacia adelante,
dejando que el sol broncee mi cara
y el aire —un poco frío— despierte mi alma dormida,
refresque mis ilusiones pasadas, y avive la imaginación perdida.
¿Qué puedo añadir más?
Un paisaje fantasmal,
rodeada en mi embarcación
de montañas enormes que en eterno desafío
alcanzan con sus cabezas
—unas desnudas,
otras arboladas,
aún otras de canas blancas—,
a besar el cielo
a estar rodeadas de nubes en los valles,
a alcanzar el sol con los dedos,
mientras está aquí abajo lloviendo,
y si las miras sólo te originan respeto,
deseo de volar hacia ellas,
y, en la cumbre ya,
tocar el cielo con los dedos.
Todo me hace pensar,
río, lago y mar,
valle y alta montaña,
sol y nocturna oscuridad,
en la tierra nueva celestial
que está esperándome,
mostrándome ya ahora un pálido reflejo
de lo que espero alcanzar,
en el que ya no separará la mar,
ni arrogantes montañas se elevarán,
sino todo será paz, armonía, felicidad,
al caminar sobre el lago de cristal,
en el que un pequeño pez
vendrá a juguetear con mis pies,
y una brisa matinal
me despertará de este sueño fatal
para gritarme en alta voz:
«Alma, disfruta ya de libertad»,
Cristo, tu Redentor,
ha abierto para siempre ya
las puertas del paraíso terrenal.
¿Qué puedo añadir más?
Un paisaje fantasmal,
rodeada en mi embarcación
de montañas enormes que en eterno desafío
alcanzan con sus cabezas
—unas desnudas,
otras arboladas,
aún otras de canas blancas—,
a besar el cielo
a estar rodeadas de nubes en los valles,
a alcanzar el sol con los dedos,
mientras está aquí abajo lloviendo,
y si las miras sólo te originan respeto,
deseo de volar hacia ellas,
y, en la cumbre ya,
tocar el cielo con los dedos.
Todo me hace pensar,
río, lago y mar,
valle y alta montaña,
sol y nocturna oscuridad,
en la tierra nueva celestial
que está esperándome,
mostrándome ya ahora un pálido reflejo
de lo que espero alcanzar,
en el que ya no separará la mar,
ni arrogantes montañas se elevarán,
sino todo será paz, armonía, felicidad,
al caminar sobre el lago de cristal,
en el que un pequeño pez
vendrá a juguetear con mis pies,
y una brisa matinal
me despertará de este sueño fatal
para gritarme en alta voz:
«Alma, disfruta ya de libertad»,
Cristo, tu Redentor,
ha abierto para siempre ya
las puertas del paraíso terrenal.
Un paisaje fantasmal,
rodeada en mi embarcación
de montañas enormes que en eterno desafío
alcanzan con sus cabezas
—unas desnudas,
otras arboladas,
aún otras de canas blancas—,
a besar el cielo
a estar rodeadas de nubes en los valles,
a alcanzar el sol con los dedos,
mientras está aquí abajo lloviendo,
y si las miras sólo te originan respeto,
deseo de volar hacia ellas,
y, en la cumbre ya,
tocar el cielo con los dedos.
Todo me hace pensar,
río, lago y mar,
valle y alta montaña,
sol y nocturna oscuridad,
en la tierra nueva celestial
que está esperándome,
mostrándome ya ahora un pálido reflejo
de lo que espero alcanzar,
en el que ya no separará la mar,
ni arrogantes montañas se elevarán,
sino todo será paz, armonía, felicidad,
al caminar sobre el lago de cristal,
en el que un pequeño pez
vendrá a juguetear con mis pies,
y una brisa matinal
me despertará de este sueño fatal
para gritarme en alta voz:
«Alma, disfruta ya de libertad»,
Cristo, tu Redentor,
ha abierto para siempre ya
las puertas del paraíso terrenal.
Todo me hace pensar,
río, lago y mar,
valle y alta montaña,
sol y nocturna oscuridad,
en la tierra nueva celestial
que está esperándome,
mostrándome ya ahora un pálido reflejo
de lo que espero alcanzar,
en el que ya no separará la mar,
ni arrogantes montañas se elevarán,
sino todo será paz, armonía, felicidad,
al caminar sobre el lago de cristal,
en el que un pequeño pez
vendrá a juguetear con mis pies,
y una brisa matinal
me despertará de este sueño fatal
para gritarme en alta voz:
«Alma, disfruta ya de libertad»,
Cristo, tu Redentor,
ha abierto para siempre ya
las puertas del paraíso terrenal.
|
es
|
Pardo_García,Germán
|
<XXI
|
¡No_Puede_Ser!_Y_Sin_Embargo,_Ocurre
|
¡No puede ser! Y sin embargo, ocurre.
Salimos a mirar la tarde en calma
y súbito temor nos hiere el alma.
El viento llega y la ansiedad transcurre.
Vuelve la paz. De pronto algo discurre
incógnito en las hojas de una palma.
Volvemos a temblar y el aire ensalma
la nueva angustia en que la vida incurre.
¡No puede ser!, atónitos decimos.
Mas ennegrecen todos los racimos
y hasta la piedra en los desiertos huye.
¡No puede ser, no puede ser!, clamamos.
¡No puede ser! Y en vértigo nos vamos
entre esa negación que nos destruye.
|
es
|
Hernández,Miguel
|
<XXI
|
El_Corazón_Es_Agua
|
El corazón es agua
que se acaricia y canta.
El corazón es puerta
que se abre y se cierra.
El corazón es agua
que se remueve, arrolla,
se arremolina, mata.
|
es
|
Bello,Andrés
|
<XXI
|
Que_La_Guerra_Es_La_Más_Tremenda_Plaga
|
Que la guerra es la más tremenda plaga
que el cielo justiciero al mundo envía,
y que en la guerra el pueblo es el que paga,
vémoslo por desgracia cada día.
Por cientos y por miles, se lo traga
esta voraz, esta insaciable harpía;
y mientras todo el daño al pueblo alcanza,
toda es de Potentados la pitanza.
Como para los hombres no hay ventura
igual a la que un rey les proporciona,
Su Majestad, que el bien común procura
cual carga impuesta a su Real persona,
un pueblo y otro y otro más por pura
benevolencia allega a su corona;
dejadle ir adelante en su carrera,
y hará feliz la humanidad entera.
Mas otro pío augusto personaje
al mismo objeto por su parte aspira,
cobrando a las naciones vasallaje;
éste de un cabo, aquél del otro tira;
y el que, ya al mundo culto, ya al salvaje,
desgarra la más grande y bella jira,
es el más digno del aplauso humano
y el más grande y perfecto soberano.
Mas hablando de veras, ¿no contrista
ver de tal suerte el orbe todo hecho
vasto teatro de inmoral conquista,
do la fuerza es el único derecho?
¿Cuándo será que la razón resista
a ese brillo de gloria contrahecho,
y los goces aprecie que atesora,
aun en sí misma, el alma bienhechora?
Pero si es en un rey grosero engaño,
y a par que gran maldad, gran desatino,
con tanto propio afán y ajeno daño
comprar un bien tan falso y tan mezquino,
¿qué se dirá del que en servicio extraño
el salario recibe de asesino,
y carga de asesino la librea,
y con ella se esponja y pavonea?
¿Para que duque o mariscal te llame
el que hoy te nombra a secas don Fulano,
y que el pecho una estrella o cruz te infame,
que esclavo te denuncie de un tirano,
bárbaro, es menester que se derrame
a torrentes la sangre por tu mano;
y a trueque de esa vana, esa supuesta
gloria, el dolor común te es burla y fiesta?
Lauro eterno al intrépido soldado
si por su patria y por su fe pelea;
si no, tu nombre, ¡oh guerra, abominado
y por siempre jamás maldito sea!
Pláceme que a tus furias tregua he dado,
que aun en sueños me asustas y en idea;
ebria de sangre se me antoja verte
esgrimir la guadaña de la Muerte.
Noble Reinaldos, Flordelisa bella,
obligado a vosotros me confieso,
que habéis venido a interrumpir de aquella
desmocha impía el trágico proceso.
Vuelvo a donde os conté que a la doncella
hace el barón ofrecimiento expreso
de su espada y su brazo, y que, indecisa,
se rinde al fin y acepta Flordelisa.
Que cabalgue, la Dama le suplica,
pues el corcel le falta, la hacanea.
Reinaldos cortésmente le replica
no le proponga acción tan baja y fea;
mas ella las instancias multiplica
tanto, que el paladín no titubea,
y bien que a su pesar, la silla ocupa,
haciendo a Flordelís tomar la grupa.
Sube la Damisela temerosa,
que no del todo al paladín se fía;
pero temor más grande una espantosa
voz le infundió que a corto trecho oía;
a Flordelís la bella tez de rosa
en pálido jazmín se convertía.
Reinaldos con intrépido semblante
salta de la hacanea, y ve un gigante.
Estaba el tal en medio de una senda
junto a la boca de una parda gruta;
la cara tiene abotagada, horrenda,
negro el pellejo y la mirada bruta.
Inevitable juzga una contienda
el barón, y no sólo no se inmuta
mirando aquel vestiglo tan cercano,
mas a encontrarle corre, espada en mano.
Una gran porra empuña el tal, y lleva
de triple malla todo el cuerpo armado,
y se ve a la abertura de la cueva
en cadenas un grifo a cada lacio;
pero una cosa más extraña y nueva
que todas éstas, era que guardado
estaba allí el caballo de Argalía;
su guarda a cargo aquel jayán tenía.
El cual caballo en esta cueva oscura
por arte se engendró de encantamento.
Nacida fue su madre de una pura
etérea llama, y fecundola el viento;
tal fue de Rabicán la genitura,
que de uno y otro rápido elemento
heredó lo veloz de la carrera,
la bella estampa y la índole guerrera.
No probó nunca paja ni cebada,
que de aire solamente se nutría.
Valido de una mágica entruchada
robole Galafrón para Argalía,
y éste le trajo en la fatal jornada
con que a turbar la cristiandad venía;
y en que a sus verdes años cortó el hilo
de daga mora el acerado filo.
Después que, como os dije, Ferraguto
a palos le ahuyentó de la presencia
de su señor, el generoso bruto
volvió del patrio albergue a la querencia,
que, llena ahora de pavor y luto,
custodia este jayán, con asistencia
de los dos grifos, que argentada pluma
tienen, y fuerza y ligereza suma.
Reinaldo al enemigo se presenta
con no menos denuedo que recato,
alta la espada, y con la vista atenta
a reparar de treta y de rebato.
El jayán, que le ve, ya se hace cuenta
que ha de tener que trabajar un rato;
habiendo dado a más de mil la muerte,
distingue cuál es flojo y cuál es fuerte.
Con la osamenta de la pobre gente
blanquear todo el campo se divisa;
ni por eso temor Reinaldos siente;
morir hará al jayán, y no de risa.
Cerraron ambos presurosamente,
y un tanto la ventaja fue indecisa;
con ojo y pulso igual tiran, reparan,
y golpes dan que riscos destrozaran.
Reinaldos al jayán hirió primero,
y con la punta le alcanzó a la testa;
poro la cubre tan templado acero
que muy poco la herida le molesta.
Soberbio un gran porrazo al caballero
retruca, y conclüir pensó la fiesta;
Reinaldos hurta el cuerpo a maravilla,
y aciértale otra punta a la tetilla.
De hierro un palmo le metió en el pecho,
que la malla de hirviente sangre inunda;
pero aún no de esta herida satisfecho,
otra con más violencia le asegunda.
No fueron al gigante de provecho
sus armas; que Frusberta furibunda
en la barriga le abre una tronera,
y parte del redaño le echa fuera.
Mucho sintió su fuerza enflaquecida
el malandrín, y de color se inmuta;
tanto el dolor le aqueja de la herida
que cercano a la muerte se reputa.
Único medio, de salvar la vida
le pareció correr hacia la gruta
y soltar a los grifos la pihuela;
mas no bien libre el uno dellos vuela,
Agarra al pobre diablo de una zanca,
y agarrado a las nubes se le lleva;
mientras el otro hacia Reinaldo arranca
queriendo hacer en él la misma prueba;
grazna horrorosamente, y con la blanca
pluma erizada (fiera lidia y nueva)
embiste al paladín, que atiende inmoble,
y al verle cerca esgrímele un mandoble,
tan a sabor, que por un tris entera
toda la pierna izquierda le rebana.
Graznando y renqueando huyó la fiera,
el cándido plumaje tinto en grana.
Mas lo peor del caso nos espera;
que el otro grifo, habiendo, cual liviana
presa, alzado al jayán, sobre los picos
de una roca le suelta, y le hace añicos.
Y con el espantoso pico abierto
y las dos alas extendidas, cala.
Dice Turpín, y téngolo por cierto,
que como doce pies mide cada ala.
Se oye un zumbido en todo aquel desierto,
que en pampa austral el raudo sur no iguala;
con tanta furia el aire y tanto estruendo
aquella ave infernal viene batiendo.
Déjase con el ímpetu del rayo
caer sobre el valiente caballero,
que, habiendo para aqueste nuevo ensayo
los bríos requerido y el acero,
un súbito revés tira al soslayo,
que al grifo coge y le desgarra el cuero;
aleteando un tanto se retrae,
y sobre el paladín otra vez cae.
Vuélale en torno al príncipe cristiano
buscando cómo pueda echarle el guante;
ya baja de las nubes, cual milano,
ya por detrás, ya asalta por delante;
mas halla al buen señor de Montalbano
apercibido siempre y vigilante;
y por doquier que amenazando viene,
con la punta Frusberta le detiene.
Al cielo enfurecido se levanta,
y piérdese de vista; mas desciende
a poco rato con violencia tanta,
que al barón esta vez casi sorprende.
A la cabeza embiste, y le quebranta
de una uñarada el cerco que defiende
alrededor el yelmo de Mambrino;
pero al yelmo no daña, que era fino.
Por más que se afanaba, no podía
darle golpe Reinaldos que valiera,
pues tan veloz el grifo iba y venía,
que a la vista ir tras él difícil era.
Mientras que Flordelís votos hacía,
corto el aliento, y con la faz de cera,
fatiga el uno al otro, urge, trabaja,
y un átomo no lleva de ventaja.
Viendo el barón con cuánto afán la
guerra
aun a la luz equilibrar consiga,
y que la noche a toda prisa cierra,
que teme algún desmán no sé si diga.
Por último recurso se echa en tierra,
fingiendo que desmaya de fatiga.
El grifo, que le cree de vida falto,
hambriento embiste; el príncipe da un salto,
Y a la fiera esta vez coge de lleno,
clavándole la espada en el gollete;
y luego cuatro veces en el seno
hasta los gavilanes se la mete.
Ya que expirando enrojeció el terreno
por bocas el tal grifo seis o siete,
el palafrén, la Dama, do la brida
trajo al barón, instando a la partida.
Mas vino al paladín el pensamiento
de examinar el fondo de la cueva,
y se dirige al boquerón pizmiento,
y a Flordelisa de la mano lleva.
De mármol vio labrado el pavimento;
y de alabastro y pórfido se eleva
a poco trecho espléndida fachada
de lámparas de plata iluminada.
Era de bronce sólido la puerta,
jambas, dintel, columnas y arquitrabe;
y en un oculto nicho descubierta
por la discreta Flordelís la llave,
con ella es la interior estancia abierta,
que era una luenga embovedada nave;
en cien hacheros blanca cera ardía
que claridad perpetua mantenía.
Bajo un dosel de plata, que doblado
repite el resplandor de tanta llama,
aparece alto lecho de brocado,
y en él una gentil difunta dama.
En caracteres de oro está grabado
sobre un negro padrón junto a la cama
un letrero que dice: «Aquel que fuere
llegado a este lugar sepa que muere,
«Si a pasar adelante se aventura,
no haciendo antes solemne juramento
de vengar a esta exánime hermosura
dando a su matador digno escarmiento;
y en don se le concede, si lo jura,
un corcel que en la estampa y el aliento
(salvo uno solo) a cuantos hay excede,
y a dos pasos de aquí montarle puede.
»Caballo de cristiano ni de moro
en el presto correr no le es igual,
pues deja atrás al mismo Brilladoro
y al famoso Bayardo, otro que tal.
Atado está en sutiles lazos de oro,
y cubierto de diáfano cendal;
de paramentos, riendas, freno y silla
y lo demás, provisto a maravilla».
A sí mismo se da la enhorabuena
de este hallazgo el señor de Montalbano.
Luego colgado ve de una cadena
un libro, en roja tinta escrito a mano,
do la historia leyó, con harta pena,
de un tierno amor y de un ardid villano,
y de la dama la infelice suerte,
y por qué causa, y quién le dio la muerte.
Del rey de Babilonia Trufaldino
(arriba varias veces mencionado),
según contaba el libro, era vecino
un conde, de linaje señalado
y gran virtud; por donde ser le avino
de aquel perverso mortalmente odiado;
llamábase este conde Floridelo,
y castellano fue de Montebelo.
Con él vivía una menor hermana
hermosa, y en el mismo grado honesta.
El libro, que la llama Floridana,
dice que en lo discreta y lo modesta,
lo bella, lo graciosa y lo galana,
no hubo mujer cabal, o éralo ésta,
y que con fino amor, puro y constante,
de un caballero amada fue y amante.
El sol no vio, que todo el mundo gira,
como éste, un par de amantes en la tierra.
Si la beldad de Floridana admira,
valor igual en Melidor se encierra,
que entre la gente babilona y sira
famoso fue en la paz como en la guerra;
cortés, bizarro, liberal sin tasa,
y solamente de ventura escasa.
Que, como a un claro mérito inhumana
madrastra la Fortuna siempre ha sido,
no pudo de su cara Floridana
Melidoro llegar a ser marido.
El conde Floridelo, que su hermana
a un poderoso duque ha prometido,
al sin ventura Melidor la niega,
y la empeñada fe y palabra alega.
El libro añade que de foso y muro
se hallaba Montebelo circundado,
sobre la cumbre de un enhiesto y duro
cerro tan sabiamente edificado,
que por cualquiera parte está seguro
por cualesquiera fuerzas amagado,
y solamente vil superchería
defensas tantas allanar podía.
El Babilonio muchas veces quiso
por arte o fuerza conquistar la plaza;
y hallando a Floridelo sobre aviso,
mientras como enemigo le amenaza,
su intento posponer creyó preciso,
y con traidoras muestras lo disfraza;
y para al fin salirse con su tema
valerse resolvió de estratagema.
Averiguada el malandrín tenía
de aquellos dos amantes la maraña;
y sabiendo en qué parte andar solía
a caza Melidor, se da tal maña
que con él se hace encontradizo un día,
traba conversación y le acompaña;
júrale que de tiempo atrás ha estado
a su valor y fama aficionado.
Y cuando cree que franco está el camino
del joven Melidor al pecho hidalgo,
de un punto en otro a sus amores vino:
«Si os merezco servir, le dice, en algo,
entendido tened que os patrocino,
y disponed de cuanto puedo y valgo.
Sé de vuestro rival la intriga toda,
y de la dama la forzada boda».
Como artificio en Melidor no cabe,
y le ciega el amor de Floridana,
que algo se oculte imaginar no sabe
bajo tan noble oferta y cortesana.
Cual náufrago que hundirse ve la nave,
batida de furiosa tramontana,
y en este afán se abraza a la más leve
tabla, pensando que a salud le lleve;
Así amor que esperanza desampara,
de lo más flaco y débil echa mano.
¿Quién, sino Melidor, imaginara
poner la suya en este rey tirano?
¿O quién le diera fe, cuando mirara
otra vislumbre de socorro humano?
Vese perdido, y ve una senda abierta
de salvación (que tal juzgó la oferta);
y sin ver más la acepta, y ya la hora
de poseer el caro bien le tarda;
que hallando asilo en Babilonia ahora,
ni Floridel ni el mundo le acobarda.
Manda, pues, por mensaje a su señora
que si la fe que le juró le guarda,
venga con él a verse, y a extranjera
tierra le siga; y que en tal parte espera.
Ella, que tanto amaba al caballero
como era dél con tierno amor querida,
le escribe por el mismo mensajero:
«Pronta estoy; apresura la partida;
llega mañana el duque; mas primero
que unirme a él me quitaré la vida,
que vivir no me es dado sin quererte;
soy tuya, esposo mío, hasta la muerte».
Sale, pues, y a la hora y al minuto
concertados se juntan, y con presta
fuga a un palacio van, donde el astuto
Trufaldín los recibe a mesa puesta;
y del largo penar gozan el fruto
pasando el día en regocijo y fiesta,
¡ah! sin pensar que el último sería
de su vida y amores aquel día.
Entregado está apenas al reposo
el caballero en brazos de su amada,
cuando con gran silencio el alevoso
entra en el aposento a mano armada.
Del lado del mancebo valeroso
quitó primeramente arnés y espada;
encima se les echa con su gente,
y préndelos a entrambos juntamente.
Temblando por la suerte de su esposa
mudo contempla Melidor el hecho,
mientras la dama atónita y medrosa
pide misericordia sin provecho.
El rey, amenazando que les cosa
a puñaladas con la daga el pecho,
si no se cumple su intención tirana,
una pluma presenta a Floridana.
Y ordénale que escriba a Floridelo
que el joven Melidoro la ha robado,
y en un bosque cercano a Montebelo
con tres pajes la tiene a buen recado;
que sin rumor, para no dar recelo,
venga, y de poca gente acompañado;
que así podrá, frustrando el torpe intento
del robador, ponerla en salvamento.
Entonces de la negra alevosía
de Trufaldín se desvolvió el ovillo;
prender a Floridelo pretendía,
y apoderarse luego del castillo.
Pero nada alcanzó por esta vía;
Floridana protesta que al cuchillo
antes el cuello entregará, que sea
el instrumento de traición tan fea.
Con esto embravecido el inhumano
manda que se le traiga un hierro ardiente.
A la una se lo aplica y la otra mano;
luego en el seno lo estampó y la frente.
Mas fue la instancia del dolor en vano,
que se mantuvo hasta expirar valiente.
A Melidoro, que romper amaga
los duros lazos, traspasó una daga.
Todo esto en aquel libro se refiere,
pero en más largo cuento y más süave;
pues pone las palabras que profiere
ésta y aquél; y añade que no sabe
cuál de los dos más angustiado muere
y con dolor más enojoso y grave;
si Floridana, que abrasada expira,
o el sin ventura esposo que la mira.
Y dice más, que una hada ha restaurado
la injuriada beldad a la heroína;
que allí cerca el amante fue enterrado,
y que a par dél va a serlo la mezquina,
luego que la venganza haya alcanzado
que el decreto del cielo le destina,
cual ha de darle en tiempo no distante
un bautizado caballero andante.
Toda leyó Reinaldos la escritura,
que a maravilla y compasión le mueve,
y, con más veras nuevamente jura
que el rey traidor su merecido lleve.
Restaurose tras esto de la dura
fatiga de la lid en sueño breve;
y al rayo débil del albor temprano,
deja la cueva y monta en Rabicano.
Y cabalgando el palafrén la dama,
siguen los dos en busca del jardín,
donde con otros de alta estirpe y fama
cautivo está Roldán, el paladín.
Andando van por entre rama y rama
de un denso bosque; y llegan casi al fin,
cuando a un feo centauro ven cercano,
que a un gran león rugiente arrastra a mano.
Tenía de caballo la figura
hasta los lomos; y de allí adelante
humano pecho y cuello y catadura,
y brazos poderosos de gigante.
Habitaba la parte más oscura
de la floresta; y siempre en ella errante,
lleva un broquel, tres dardos y una maza,
y del pillaje vive y de la caza.
Tiembla de susto y miedo la montaña
toda en contorno por do va la fiera;
no hay cerca que no salve, ni alimaña
que compita con él en la carrera.
Un adulto león de fuerza extraña
acaba de atrapar, y cual si fuera
pequeño recental recién parido,
de la melena le llevaba asido.
Pues el centauro que la presa mira
nueva, que la fortuna le depara,
suelta al león que huyendo se retira,
y al animoso paladín se encara.
Un dardo con violencia tal le tira
que a cogerle de lleno le pasara.
Reinaldo esquiva el golpe, y sólo pudo
rozarle el hierro el borde del escudo.
Vuelve las ancas él, como azorado,
y luego torna, y otro dardo asesta;
mas en el yelmo de Mambrino ha dado
y hácele sólo retemblar la cresta.
El tercero también ha malogrado,
con que el garrote a manejar se apresta.
Sobre el de Montalbán se viene al trote
creyendo que esta vez le descogote.
Y cierto ha menester el caballero
toda su agilidad; tal le trabaja
aquel grueso bastón que tan ligero
a diestra y a siniestra sube y baja;
ni menos diestramente el compañero
era a Frusberta esquiva y ora ataja,
pues, amén del coraje que le anima
y de la fuerza, entiende bien la esgrima.
Ya de éste embiste y ya de aquel costado,
ya por la espalda el monstruo y ya de frente;
tanto, que el paladín atolondrado
cabeza y pulso flaquear se siente,
y le parece en giro arrebatado
moverse cielo y tierra, y finalmente,
temiendo vacilar, contra la falda
de un gran peñón tajado se respalda.
Y respaldado, esgrime así la espada
que sin provecho el tal centauro suda;
mas ¡ay! echando en torno una mirada,
a Flordelisa ve, que en susto y duda,
sin color, sin aliento, a la trabada
lid está atenta; de designio muda;
de un salto enfrente a Flordelís se planta,
y de la silla en brazos la levanta.
Y a gran galope por la selva espesa
intérnase, cargando con la dama.
Reinaldos va en pos dél a toda priesa,
y al verse así burlar, de enojo brama.
Llega el centauro a un río y le atraviesa.
«¡Favor! ¡Favor!», la prisionera clama,
pero la historia aquí suspendo, en tanto
que templo mi laúd para otro canto.
|
es
|
Buesa,José_Ángel
|
<XXI
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Monólogo_De_Casanova
|
Esta noche estoy solo, es primavera, y llueve,
y barajo el recuerdo como un viejo tahúr...
Loco rey de una noche predominante y breve,
sólo he sido la sombra de una nube en la nieve
o el temblor de una espiga bajo el viento del sur.
Amar era mi anhelo, pero amé demasiado,
sin que me engrandeciera jamás un gran amor...
Y ahora están resurgiendo las mujeres que he amado,
melancólicamente, del fondo del pasado,
y yo cierro los ojos, para verlas mejor.
Ellas supieron darme la eternidad de un día,
la gloria de una noche llena de amanecer;
y eran ofrendas vanas que yo no agradecía,
evaporados vinos de una copa vacía
que iba de mano en mano, de mujer en mujer.
Todas fueron princesas en la magia de un cuento;
todas fueron mendigas de un agrio despertar...
Y ahora ya nadie escucha mi acento descontento,
porque soy como un buque batido por el viento,
que se quedó sin velas en la orilla del mar.
Queriendo amar a tantas, quizás no amé a ninguna,
o amaba solamente mi propia juventud;
pues eran, al reclamo de una buena fortuna,
propicio todo instante; toda cita, oportuna;
toda puerta, accesible; frágil toda virtud...
Mi corazón cantaba sobre la primavera,
cuando hasta en las espinas quiere abrirse la flor...
Después se fue apagando mi bujía de cera,
pero tan lentamente como si no supiera
si empezaba una sombra o acababa un fulgor.
Ellas, las que me amaron, supieron de mi olvido;
y ellas, las olvidadas, me olvidaron también.
Y hoy, a veces, me miran como a un desconocido,
como si me miraran buscando un parecido
que les recuerda a alguien, sin recordar a quién.
Usurpador furtivo de caricias ajenas,
ejercité mis besos para la ingratitud.
Y hoy, mercader de espumas, agricultor de arenas,
prófugo delirante que añora sus cadenas,
soy un hombre sin sueños entre la multitud.
Pero sí por las gracias de un Dios caritativo
renaciera de pronto la juventud en mí,
yo, esclavo de mi sombra, libertador cautivo,
olvidaría entonces la vida que ahora vivo,
para vivir de nuevo la vida que viví...
|
es
|
Muñiz_Álvarez_del_Castillo,Benjamín
|
XXI
|
Locura,_Te_Has_Metido_En_Nuestras_Venas
|
Locura, te has metido en nuestras venas
Con diversos medios lo has logrado
En el cine, durante la película, sentada estás a nuestro
lado
En el teatro, cuando interpretamos, eres nuestra guía
Cuando todos juntos, como amigos estamos, tú eres el centro
Al leer eres tú nuestro transporte
Que yo esté escribiendo no es más que eso, locura
Pero tu máxima expresión, tu obra maestra
Es aquel sentimiento al que llamamos amor
Tú nos mueves a través de él
Nos ciegas con él
Nos das la gloria; nos haces sentir el infierno
Locura, el amor es tu gran arma
Por eso digo
¡Que maravilloso es estar loco!
|
es
|
García_Cabrera,Pedro
|
<XXI
|
Fue_Una_Noche_De_Tantas
|
Fue una noche de tantas.
Llantos desenterrados
crispaban, aturdían, desolaban.
Terremoto de puntos cardinales,
el viento no cedía.
Tiempo falta a la mar para entenderse
con nuestras soledades. Le pedimos
todo lo que no tiene:
libertad y esperanza.
La mar siempre está entera,
ni se desdobla
ni se rompe en pedazos.
Tan ella es, tan toda,
que ni siquiera una noción de espejo
le pasa por las mientes.
No se sabe idear más que en sí misma.
Hombre que al mar le pides imposibles,
mata ya al limosnero que te habita.
La mar salva o ahoga,
pero no es artesana de los sueños.
Si quieres libertad hazla en ti mismo,
nadie te la construye a la medida.
Y es cobarde esperar. Jamás tus manos
le tomarán el pulso a tus anhelos
si en los demás proyectas tu derrota.
Aprende la lección que has olvidado.
No pidas a la mar lo que has perdido.
Ella nunca entendió de esclavitudes.
|
es
|
Coronado,Carolina
|
<XXI
|
La_Virgen_De_Murillo
|
Hombres, hacia la tierra humildemente,
la cabeza inclinad respetuosa:
que voy a pronunciar maravillosa
palabra, grande voz, nombre eminente:
hay un genio español que alzó su mente
tan alta, que a la Virgen madre hermosa,
que habita de los cielos las moradas
alcanzó a divisar en sus miradas.
Y de la virgen describió a la gente
el celestial contorno, el colorido
albo-azul de su frente, confundido
de su mejilla entre el carmín naciente;
y retrató su seno trasparente
la leche al dar a su Jesús querido
y aquel amor con que a Jesús miraba
y aquella luz que a entrambos circundaba.
Descubra su cabeza el extranjero
de remotas o próximas naciones
cuando escuche sonar en mis canciones
ese nombre que llena el mundo entero:
para alzarse de pueblos el primero
si no hubiese de gloria otros blasones,
bastante España con mostrar hiciera
un lienzo de Murillo por bandera.
¡Murillo!... ved, sus cuadros nos hurtaron
para adornar su tierra extrañas gentes
y los hijos de España indiferentes
como limosna el hurto les dejaron;
que la feraz campiña en que brotaron
en profusas espigas las simientes
no empobrece, aunque vengan de avecillas
cien bandos a comer de sus gabillas.
¡Descubríos, isleños poderosos,
que bajo el cauce, transitáis, de un río!
¡Descubríos, del grande señorío
del Pirineo dueños orgullosos!
¡Descubríos, también, los tan famosos
hijos del Po! repite el labio mío
el nombre de Murillo, y reverentes
debéis mostrar desnudas vuestras frentes.
Españoles, ¿no veis aquel mendigo
entre humildes harapos encubierto
que hambriento y frío vaga medio muerto
de su patria en el suelo ¡ay! enemigo?...
Pues el mendigo aquel lleva consigo
misterio tal que a seros descubierto
nombre tan alto, fama tanta os diera
que hubiera os de admirar la Europa entera.
Aquí el artista está, aquí Murillo,
mas ¿a dónde los lienzos, los pinceles,
do están las tintas que os transmitan fieles
las creaciones del joven mendiguillo?
Os halaga la fama, anheláis brillo,
os placen, españoles, los laureles
y dejáis perecer en todas partes
de miseria los genios y las artes.
¿Será preciso que el pintor sagrado
rompa sus venas, corte sus cabellos
y en la negra pared trace con ellos
una divina imagen por dechado,
para advertirte, pueblo abandonado
a la indolencia, en tus jardines bellos,
que sofocado en mísera pobreza
yace un germen allí de tu grandeza?
Genio es de bronce, el que a luchar contigo,
pueblo español, osado se levanta
si entre tus rudos brazos no quebranta
sus miembros y en la tumba da consigo.
¡Cuánto habrá de vencer ese mendigo:
antes que pueda alzar la imagen santa
de la Virgen que lleva en su memoria
del mundo admiración, de España gloria!
Tú, tú dejas, Iberia al gran Cervantes
perecer de miseria abandonado,
tú a la vecina Francia has regalado
los huesos de tus hijos más amantes;
tú, Iberia, no mereces las triunfantes
coronas, que tus héroes te han logrado;
vivos, morid los haces de despecho,
muertos, les niegas en tu campo un lecho.
Empero vence el genio, y a tu planta
sus obras pone y tu desdén perdona
que para ti, no más él ambiciona
los triunfos que ganó con pena tanta,
«coloca en el collar de tu garganta
ese brillante -dice- alta matrona,
y aunque olvides, ingrata, al colocarlo
que mi exislencia consumí en tallarlo».
Tú, lucha, y vence así, pobre mancebo,
labra esa joya más que España ostente,
que te desdeñe a ti; más, que presente
a la Europa su faz con brillo nuevo;
ni ambición de poder, ni de oro cebo
mueven, Murillo, tu entusiasmo ardiente,
tu genio, gran pintor, se eleva al cielo
y están oro y poder tocando al suelo.
Ya los de Italia con asombro admiran
del inspirado artista las creaciones,
ya en los templos reciben oblaciones
sus vírgenes que santo amor inspiran;
ya los franceses codiciosos miran
sus lienzos, y ya míseras pasiones
en torno se levantan de Murillo
ardiendo en sed de sofocar su brillo.
Del joven español la fama crece,
medra su celo al par de la fortuna
y una virgen, más bella que ninguna,
hoy en sus nuevos lienzos aparece;
el manto que en sus sienes resplandece
van va las pinceladas una a una
tendiendo airosamente por la espalda
y replegando en orlas a su falda.
Mucho estima el pintor la imagen bella
cuando perenne así desde la aurora
hasta que baja el sol, hora por hora,
sin descansar jamás, trabaja en ella;
halla Murillo en la hermosura aquella
hechizo y magia tal fascinadora
que hasta celoso por su virgen pura
no deja penetrar allí criatura.
Mas un pintor, que de la Italia vino,
del español pintor el arte alaba
y éste de aquella imagen que adoraba
mostrarle quiso el rostro peregrino;
y no advierte el mirar torvo y malino
con que el de Italia en él los ojos clava
cuando la dulce y virginal María
examinó con atención sombría.
Propicia está la noche, por lo oscura
del asesino a los siniestros pasos.
No hay luna y brillan en el cielo escasos
luceros, del nublado en la espesura;
si un crimen se medita, ésta es segura
noche para intentar horribles casos.
Sepultarán las sombras al que muera
y salvarán las sombras al que hiera.
Mirad allí de Nápoles al hijo,
lleno de ponzoñosa envidia y saña
como en la oscuridad, cual sombra extraña,
envuelto marcha con andar prolijo;
en su mano un puñal brillara fijo
si alumbrara de pronto el sol de España;
medita un golpe... de Murillo el pecho
osa amagar, y corre hasta su lecho.
En él reposa de fatiga tanta
de Murillo el espíritu cefrado
suspensa en la pared tiene a su lado
la hermosa imagen de su virgen santa,
y aun durmiendo a sus ojos se levanta,
como el sol al nacer, el rostro amado
que elevó su pincel desde el oriente
hasta el alto cenit resplandeciente.
Y tanto en el ensueño los sentidos
del sacro artista yacen embriagados
que no advierten los pasos recatados,
de un hombre que se acerca, sus oídos,
los triunfos de su genio esclarecidos
del de Italia en el alma están clavados
con odio tan profundo, de tal suerte,
que los viene a arrancar hoy con su muerte.
Camina poco a poco el asesino,
late con fuerza su anhelante pecho,
al borde llega del tranquilo lecho
y alza el puñal, con tan horrible tino,
que amaga traspasar en su camino
por la mitad del corazón derecho
tornando el sueño aquel, en un segundo,
en sueño más tranquilo y más profundo.
Mas, con el hierro en alto, de repente
inmóvil el feroz napolitano,
queda: las fuerzas faltan a su mano
y en sus venas la sangre helada siente...
En la oscura pared que tiene en frente
claro, como el lucero del verano,
el rostro de la Virgen de Murillo
surge alumbrado por su propio brillo.
Del centro de sus ojos se desprende
un fulgor diafanísimo y brillante
que ilumina el perfil de su semblante
y por sus formas célicas se extiende;
el rostro, el talle, el manto que desciende
hasta sus mismas plantas ondulante,
como por luna llena iluminados,
distínguense en el lienzo proyectados.
Suave matiz de purpurina rosa,
azul de lirio tenue y trasparente,
albo de frescos nardos tiñen frente
boca y mejillas de la madre hermosa;
mas hay una expresión tan dolorosa
de aquellos ojos en la llama hiriente
que hicieran deshacerse en tierno llanto
el corazón más duro, con su encanto.
Dulce reconvención, triste querella,
enojo maternal, piedad amante
muestra en el melancólico semblante
la santa y virginal figura aquella;
parece que a exhalar su boca bella
va una súplica amarga y penetrante,
parece que demanda a los cristianos
«¿hijos, por qué os odiáis si sois hermanos?»
Dobla el napolitano ambas rodillas,
entrambos brazos cruza humildemente
y ante la Virgen ora reverente
absorto en las celestes maravillas:
ruedan, por vez primera, en sus mejillas
gotas de arrepentido lloro ardiente,
y luego... silencioso y asombrado
huyóse de la estancia apresurado.
¡Duerme, sacro pintor, duerme en reposo
y al despertar mañana con la aurora
saluda a la hermosísima Señora
que ha velado tu sueño peligroso;
protégete su celo cariñoso,
dirígete su mano bienhechora
¡hasta dónde, Murillo, irá tu fama
siendo tu guía tan celeste dama!
|
es
|
Buesa,José_Ángel
|
<XXI
|
Yo_He_Besado_El_Capullo_De_Tu_Boca_Jugosa
|
Yo he besado el capullo de tu boca jugosa,
y he bebido en tus besos mieles espirituales,
con toda la liturgia de los viejos misales
y el arrebato que era mi ansiedad voluptuosa.
La caricia divina fue al cabo dolorosa,
que se hicieron incendio los paganos rituales,
y vi en tus ojos claros llamaradas sensuales,
y sentí de tu carne la llamada imperiosa.
Y la onda suprema de un estremecimiento
tremó en el nácar tibio de tu cutis fragante,
y una llama invisible caldeó tu puro aliento.
Y sobre tus espaldas vi enroscado un instante
el látigo, tan negro como un remordimiento,
que restalló en los aires la Lujuria, triunfante!
|
es
|
Moreno_Villa,José
|
<XXI
|
Hay_Dos_Tornos_Diabólicos_En_La_Ciudad
|
Hay dos tornos diabólicos en la ciudad:
el torno del dinero y el torno sexual.
Oye, mira, desde las almenas
el cielo sin nubes, tendido, raso,
y el mar, sin crestas, tendido, claro,
y mira, oye: larga, tendida melodía,
corre por encima del viento dormido.
¿Sabes una cosa? Yo dormiría en este colapso.
Pero... tenemos que comprar un «auto»
para dormir un día en cama del turismo.
|
es
|
Hierro,José
|
<XXI
|
Nos_Han_Abandonado_En_Medio_Del_Camino
|
Nos han abandonado en medio del camino.
Entre la luz íbamos ciegos.
Somos aves de paso, nubes altas de estío,
vagabundos eternos.
Mala gente que pasa cantando por los campos.
Aunque el camino es áspero y son duros los tiempos,
cantamos con el alma. Y no hay un hombre solo
que comprenda la viva razón del canto nuestro.
Vivimos y morimos muertes y vidas de otros.
Sobre nuestras espaldas pesan mucho los muertos.
Su hondo grito nos pide que muramos un poco,
como murieron todos ellos,
que vivamos deprisa, quemando locamente
la vida que ellos no vivieron.
Ríos furiosos, ríos turbios, ríos veloces.
(Pero nadie nos mide lo hondo, sino lo estrecho.)
Mordemos las orillas, derribamos los puentes.
Dicen que vamos ciegos.
Pero vivimos. Llevan nuestras aguas la esencia
de las muertes y vidas de vivos y de muertos.
Ya veis si es bien alegre saber a ciencia cierta
que hemos nacido para esto.
|
es
|
Diego,Eliseo
|
<XXI
|
El_Viejo_Payaso_A_Su_Hijo_(4)
|
Avanza ya, hijo mío, desde el vano
donde los pliegues de la recia púrpura
ocultan la impudicia de las máquinas
—tan útiles, es cierto—, el abandono
de los grandes telones que han colgado
como pájaros muertos en el polvo; avanza
desde la sombra y haz tu reverencia
como si nunca fueses a volver.
Estás en medio de la luz: enfrente
se abre el enorme golfo de tinieblas
donde hay alguien sin duda que te acecha
con sus mil ojos ávidos. A veces
lo oirás toser, reír como a hurtadillas,
estornudar quizás, estremecerse; nunca
lo vas realmente a ver. Inclínate,
pues, como caña al viento: pero cuida
bien el dibujo de la curva: todo
es arte al fin.
Y ahora,
¿qué vas a hacer? Te has escapado
definitivamente a mis desvelos, y casi
como si fuese yo también el leviatán sombrío
te miro ir y venir sobre las tablas, pero
con una irrestañable aprensión.
¿Estás
seguro
del peso justo de las bolas
que libraste a los aires?
Y los peces,
quizás juzgaste mal su humor extraño
y cambien luego de color.
Desastres,
minúsculas catástrofes, quién sabe
qué más.
(El invisible
no tuvo ayer piedad).
Pero mañana,
cuando las viejas barran a conciencia
el poco de hoy que queda en las colillas
por todo el ancho espacio desolado
donde no hay nadie nunca: ¿importará
el trueno de la gloria o el silencio
del papel arrugado en una esquina
bajo el polvo de ayer? Nadie lo sabe.
Y sin embargo,
es necesario hacerlo todo bien.
|
es
|
Celaya,Gabriel
|
<XXI
|
La_Vida_Que_Murmura._La_Vida_Abierta.
|
La vida que murmura. La vida abierta.
La vida sonriente y siempre inquieta.
La vida que huye volviendo la cabeza,
tentadora o quizá, sólo niña traviesa.
La vida sin más. La vida ciega
que quiere ser vivida sin mayores consecuencias,
sin hacer aspavientos, sin históricas histerias,
sin dolores trascendentes ni alegrías triunfales,
ligera, sólo ligera, sencillamente bella
o lo que así solemos llamar en la tierra.
|
es
|
Marzal,Carlos
|
<XXI
|
Decrepitud
|
Asilados en una infancia obscena,
en el exilio de su misma sombra,
desde un limbo de hielo,
derritiéndose,
los viejos testimonian, sin enigma,
sobre el enigma viejo de estar vivo.
Gota a gota en presente, son futuro,
evanescencia al fin fuera de tiempo,
que en la fronda del tiempo anda perdida.
Espectros de la carne en su derrota,
se acogen al sagrado de la carne,
que en deserción de sí no los ampara.
pabilos sin fulgor de inteligencia,
arden a fuego extinto en su hendidura,
ascuas de quienes fueron, balbucientes.
Isla del fin del mundo, conmovidos,
vemos flotar en pasmo la vejez,
a la lunar deriva del asombro.
Nos resulta del todo inconcebible
nuestra decrepitud, nuestra mudanza
hasta desconocernos en nosotros
y en nosotros errar entre lo ajeno.
Cómo subsiste ciega la energía
en su impúdico afán de propagarse.
Madre senilidad, nunca te amamos.
Madre senilidad, no te amaremos.
Qué frágil, en su ser, la fortaleza.
Qué sólido el vivir, de sumo frágil.
Gota a gota en presente, son futuro,
evanescencia al fin fuera de tiempo,
que en la fronda del tiempo anda perdida.
Espectros de la carne en su derrota,
se acogen al sagrado de la carne,
que en deserción de sí no los ampara.
pabilos sin fulgor de inteligencia,
arden a fuego extinto en su hendidura,
ascuas de quienes fueron, balbucientes.
Isla del fin del mundo, conmovidos,
vemos flotar en pasmo la vejez,
a la lunar deriva del asombro.
Nos resulta del todo inconcebible
nuestra decrepitud, nuestra mudanza
hasta desconocernos en nosotros
y en nosotros errar entre lo ajeno.
Cómo subsiste ciega la energía
en su impúdico afán de propagarse.
Madre senilidad, nunca te amamos.
Madre senilidad, no te amaremos.
Qué frágil, en su ser, la fortaleza.
Qué sólido el vivir, de sumo frágil.
Isla del fin del mundo, conmovidos,
vemos flotar en pasmo la vejez,
a la lunar deriva del asombro.
Nos resulta del todo inconcebible
nuestra decrepitud, nuestra mudanza
hasta desconocernos en nosotros
y en nosotros errar entre lo ajeno.
Cómo subsiste ciega la energía
en su impúdico afán de propagarse.
Madre senilidad, nunca te amamos.
Madre senilidad, no te amaremos.
Qué frágil, en su ser, la fortaleza.
Qué sólido el vivir, de sumo frágil.
Cómo subsiste ciega la energía
en su impúdico afán de propagarse.
Madre senilidad, nunca te amamos.
Madre senilidad, no te amaremos.
Qué frágil, en su ser, la fortaleza.
Qué sólido el vivir, de sumo frágil.
Madre senilidad, nunca te amamos.
Madre senilidad, no te amaremos.
Qué frágil, en su ser, la fortaleza.
Qué sólido el vivir, de sumo frágil.
Qué frágil, en su ser, la fortaleza.
Qué sólido el vivir, de sumo frágil.
|
es
|
Machado,Manuel
|
<XXI
|
Y_No_Será_Una_Noche
|
Y no será una noche
terrible de huracán en que las olas
toquen los cielos. Tu barquilla leve
naufragará de día, un día claro,
en que el mar esté alegre...
Te matarán jugando. Es el destino
terrible de los débiles.
Mientras un sol espléndido
sube al cenit, hermoso, como siempre.
|
es
|
Bretón_de_los_Herreros,Manuel
|
<XXI
|
Ese_Hombre,_Cuyo_Renombre
|
Ese hombre, cuyo renombre
Puebla Corte y arrabales,
A todos los animales
Remeda..., menos al hombre.
|
es
|
Coronado,Carolina
|
<XXI
|
Una_Noche_De_Enero_Tempestuosa
|
Una noche de enero tempestuosa
a la luz que agitaba recio el viento
trasladaba al papel su pensamiento
una mujer, con mano presurosa.
A veces dél la blanca pluma alzaba,
y en alta voz lo escrito repetía,
y sus propios conceptos se aplaudía
y con su misma voz se enajenaba.
Canta a Napoleón, y la cantora
mira la tierra con desdén profundo
que entre sus manos, del Señor del mundo,
tiene la fuerte espada vencedora.
Una araña, que en viejo pergamino
ha tiempo que la escena ve curiosa,
discurre con idea maliciosa
tomar entre los versos su camino.
En tanto que su cuerpo columpiado
en las endebles cañas mueve aprisa,
oye el canto de guerra a la poetisa,
al héroe de la Francia consagrado;
Y cuando ve que en su entusiasmo toca
las nubes y hasta el cielo se levanta
las dos velludas patas adelanta
y en el papel osada las coloca...
Miró junto a sus manos espantada
la niña el negro insecto al pliego asido
y lanzando agudísimo gemido,
cayó de un golpe en tierra acobardada.
Soltó la risa la insolente araña
y exclamó con gozosa altanería:
«¡Que se rinda ante mí la que traía
al gran Napoleón a la campaña!»
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es
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Caballero,Adelaida
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XXI
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Infancias
|
Dime qué me lloran
la lluvia
la cornisa
la persiana
y qué me canta el dios de los
rincones :faldas y muñecas.
Madre, dime en qué soberbio pliegue de la cuna
me perdí otra vez, olvidadiza.
A rorró, a rorró :cantan
las niñas
cuando traen la luna entre los brazos.
No me des el luto.
Mira, abuela
déjame crecer sin oraciones.
No me des la pila en que el infante
siente el agua fría y llora, sufre
un par de alas blancas al costado.
|
es
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Mutis,Álvaro
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<XXI
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Del_Campo
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Al paso de los ladrones nocturnos
oponen la invasión de grandes olas de temperatura.
Al golpe de las barcas en el muelle
la pavura de un lejano sonido de corneta.
A la tibia luz del mediodía que levanta vaho en los patios
el grito sonoro de las aves que se debaten en sus jaulas.
A la sombra acogedora de los cafetales
el murmullo de los anzuelos en el fondo del río turbulento.
Nada cambia esa serena batalla de los elementos mientras el tiempo
devora la carne de los hombres y los acerca miserablemente a la
muerte como bestias ebrias.
Si el río crece y arranca los árboles
y los hace viajar majestuosamente por su lomo,
si en el trapiche el fogonero copula con su mujer mientras la miel
borbotea como un oro vegetal y magnífico,
si con un gran alarido pueden los mineros
parar la carrera del viento,
si estas y tantas otras cosas suceden por encima de las palabras,
por encima de la pobre piel que cubre el poema,
si toda una vida puede sostenerse con tan vagos elementos,
¿qué afán nos empuja a decirlo, a gritarlo vanamente?
¿en dónde está el secreto de esta lucha estéril que nos agota y
lleva mansamente a la tumba?
|
es
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Selgas_y_Carrasco,José
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<XXI
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Siempre
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Pasa feliz la juventud ufana,
Soñando dichas que el amor le envía,
Como risueña pasa cada día
La hermosa luz de la gentil mañana.
El breve sueño de su pompa vana
La sombra apaga de la tarde umbría,
Como apaga en el alma la alegría
La oscuridad de la tristeza humana.
Huyó mi juventud; todo el encanto
Que vi risueño en mi candor primero,
Fue a sepultarse en el tremendo abismo;
Pero dichoso yo vivo entre tanto,
Porque este dulce afán con que te quiero,
Aquí en mi corazón siempre es el mismo.
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es
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Arciniegas,Ismael_Enrique
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<XXI
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El_Marfil_Con_Tal_Arte_Ha_Sido_Cincelado
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El marfil con tal arte ha sido cincelado
que en él se ven de Colquida la floresta sombría
la hermosa Medea. Y el Toisón, como el día
radiante, en una estela reposa recostado.
El Nilo, cerca; y ebrias, bajo el azul dorado,
Las Bacantes, que riegan perfumes y ambrosía,
adornan con un pámpano, entre luz de alegría,
el yugo de una yunta que lenta huella el prado.
Abajo hay un combate de caballeros rudos;
después, héroes que vuelven muertos en sus escudos,
ancianos sollozan les y madres plañideras;
y en fin, en forma de asa, encorvando sus flancos,
apoyando en los bordes sus firmes senos blancos,
en el ánfora vense bebiendo las Quimeras.
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es
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Durán_León,Juan_José
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XXI
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Despiértame_Y_Juntos
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Despiértame y juntos
Buscaremos el ocaso,
El ocaso, de las ancianas hojas,
Desprendiéndose,
De su hogar, de su vida.
El ocaso de las tejas rojas
Y el de los faroles espigados.
El de los adobes blancos,
Y el de cometas avistados.
Despiértame y juntos,
Viajaremos por los mantos rojizos,
De los desconocidos horizontes.
Viajaremos arando bajo tierra,
Y cargando las alforjas con nuestras noches.
Y nos hallaremos jóvenes
Y nos encontraremos jóvenes,
Con semblantes de viejos.
Despiértame y juntos,
Rociaremos el mar con espuma,
Y al desierto con rubias arenas;
Y caminaremos sin calzadas
Como el silencio lo hace:
Sobre las losetas en calladas tardes,
En los últimos suspiros de cada ser vivo,
En el primer beso,
En un último adiós...
Y nos hallaremos jóvenes,
Con semblantes de viejos,
Y seremos felices
Quizá alguna vez, pudiésemos llorar,
Porque las lágrimas nos
Encuentran sólo al estar vivos,
Y son las gotas que derrama
Para la vida, el mar...
|
es
|
García_Cabrera,Pedro
|
<XXI
|
Polución
|
Ahora sí que estamos en capilla.
Ningún juez ha firmado la sentencia
para dejar de ver el rostro de los días,
los cabellos del aire,
los pies de las montañas.
Las fábricas se salen con las suyas:
inmolan
lo que aún nos quedaba en el haber.
Y la muerte produce dividendos
en esta sociedad a tumba abierta
que llaman de consumo.
Hasta a la mar le duele el horizonte,
la soledad de nuestra compañía.
Está perdiendo el aire los pulmones,
la mar sus esperanzas
y los ríos sus muslos sin regazo.
Y no digamos nada de las penas
de quienes van la noche trabajando
para dar con el alba.
Haced un plebiscito.
Y que voten los árboles
con sus nidos vacíos,
las aguas con sus peces flotando a la deriva,
las desprovistas madrigueras.
Y que voten también los desiertos,
las islas, las arenas,
los cestos de basura de las calles,
el beso de los novios y los cines.
Sí, votemos por el sueño de la vida
los que estamos al borde de la muerte.
|
es
|
Chocano,José_Santos
|
<XXI
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Este_Héroe,_Cuyo_Busto_Digno_Es_De_Una_Medalla
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Este héroe, cuyo busto digno es de una medalla
antigua o de un soneto cincelado y vibrante,
traía en sus oídos un rumor de batalla,
cuando en galera impávida atravesó el Atlante
y volvió de las Indias, sumando en sus ardores
todas las viejas almas de los Conquistadores,
porque la profecía ponía en su mirada
un rayo que era como la hoja de una espada.
Él había estampado su huella sobre el yerto
arenal, sobre el bosque tropical, sobre el Ande;
y traía en los ojos la visión del desierto,
y atesoraba el ímpetu, y se sentía grande.
Por una de esas raras vueltas hacia el pasado
que hace que prevalezca lo que el alma ha heredado,
el héroe supo entonces que sangre de Pizarro
y Cortés inundaba y animaba su barro;
y se sintió bastante glorificado y fuerte
para mirar sin miedo la cara de la Muerte.
Y un capricho, un capricho de elegancia suprema
que le finge escapado de un galante poema,
le hizo traer, a modo de signos elocuentes,
fijos en sus orejas dos labrados pendientes.
Y estos pendientes eran dos nobles arracadas
que fueron a la momia de algún Inca robadas,
en una de esas fosas en que duerme el Imperio
del Sol un sueño augusto de paz y de misterio...
Dicen crónicas, llenas de unas galanterías
que sólo se comprenden en muy lejanos días,
cómo regaló el héroe sus aretes vetustos
a una dama (una dama digna de un madrigal,
pero escrito con versos ágiles y robustos
como un ruido de perlas entre un hueco cristal).
Y dicen también esas crónicas que tal dama
vio pasar, desde lo alto de su balcón, al mismo
héroe ya moribundo, que la envolvió en la llama
de sus miradas como dentro de su heroísmo.
Este héroe, cuyo busto digno es de una medalla
antigua o de un soneto cincelado y vibrante,
después de ganar lauros en la feral batalla,
se coronó de rosas en el postrer instante...
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es
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Pie_Morales,Sandra
|
XXI
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Soñando
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Quisiera poder andar
quisiera poder ver
pero nada como ser
la causa de tu querer.
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es
|
Pellicer,Carlos
|
<XXI
|
Tema_Para_Un_Nocturno
|
Cuando hayan salido del reloj todas las hormigas
y se abra —por fin— la puerta de la soledad,
la muerte,
ya no me encontrará.
Me buscará entre los árboles, enloquecidos
por el silencio de una cosa tras otra.
No me hallará en la altiplanicie deshilada
sintiéndola en la fuente de una rosa.
Estoy partiendo el fruto del insomnio
con la mano acuchillada por el azar.
Y la casa está abierta de tal modo,
que la muerte ya no me encontrará.
Y ha de buscarme sobre los árboles y entre las nubes.
(¡Fruto y color la voz encenderá!)
Y no puedo esperarla: tengo cita
con la vida, a las luces de un cantar.
Se oyen pasos —¿muy lejos?...— todavía
hay tiempo de escapar.
Para subir la noche sus luceros,
un hondo son de sombras cayó sobre el mar.
Ya la sangre contra el corazón se estrella.
Anochece tan claro que me puedo desnudar.
Así, cuando la muerte venga a buscarme,
mi ropa solamente encontrará.
|
es
|
Heredia,José_María
|
<XXI
|
Jamás_Puede_Un_Tirano
|
Jamás puede un tirano
La cadena cargar al pueblo fuerte
Que enfurecido se alza, lidia, triunfa,
O sufre noble muerte.
¡Pueblos famosos de la antigua Grecia,
Vosotros lo decís! En el orgullo
De su inmenso poder jura Darío
A torpe servidumbre someterlos,
O a la desolación: estremecida
Yace la tierra, y en silencio yerto
Aguarda el yugo en estupor hundida.
Mas alza Atenas la sublime frente,
E impávida resiste
Al furibundo asolador torrente,
Que en su valor el ímpetu quebranta.
¡Campo inmortal de Maratón! Tú viste
De Milciades magnánimo la gloria;
Y luego en Salamina y en Platea
Teraístocles, Arístides, Pausanias,
Triunfan, y en Grecia truena
De libertad el grito y de victoria.
¡Tierra de semidioses! ¿Cómo pudo
Cargarte el musulmán la vil cadena,
Que cuatro siglos mísera sufriste?
Raza degenerada,
¿No el nombre de Leónidas oíste?
¿O el despotismo audaz ha devorado
Las páginas de luz en que la historia
Consagra los recuerdos
De tu antigua viirud y de tu gloria?
Mirad como se acerca enfurecido
El segundo Mahomet, y precedido
Marcha de sangre y devorante fuego:
En vez de apercibirse a los combates,
¡Ved cuan pálido tiembla el débil griego!
¡Ignominia! ¡Baldón! Su negro manto
Por Grecia desolada
Tiende la esclavitud, y el templo santo
Profana el musulmán con sus furores.
Europa consternada se estremece
Cuando la media luna destructora
A Bizancio domina, y vencedora
Cual fúnebre cometa resplandece.
¿Dónde la Grecia fue? ¿Dónde se ocultan
De la brillante Atenas
Y de la fiera Esparta y de Corinto
El pasado esplendor? Miseria, sangre,
Y muda esclavitud presenta sólo
Por cuatro siglos la moderna Grecia.
Sus vírgenes adornan el serrallo
De vil bajá: la hierba solitaria
Crece en el Partenón abandonado.
El viajero, en escombros reclinado,
En vano busca suspirando ahora
La patria de las ciencias y las artes,
De Roma y de la tierra la instructora.
¡Ay! todo pereció: su triste anhelo
Halla tan sólo de la Grecia antigua
El aire puro y refulgente cielo.
Pero amanece del destino el día,
Y Grecia es libre ya. Se alzan sus hijos
Que ha poco la olvidaban,
O en languidez imbécil suspiraban
Por el socorro infiel del extranjero.
Su genio majestoso,
El de Aristogiton y Harmodio fiero,
Deja la tumba, su radiosa frente
En el cabo de Ténaro levanta
Exclama ¡Libertad! ardiendo en ira,
Esperanza y ardor al griego inspira,
Y al feroz musulmán hiela y espanta.
Los númenes antiguos
Se agitan bajo el mármol mutilado,
Que murmura confuso ¡Guerra! ¡Guerra!
Cual se oye por los senos de la tierra
Vagar trueno profundo y dilatado.
Ya vuelan por la Grecia estremecida
De ¡Libertad! y ¡Gloria! y de ¡Venganza!
Furibundos clamores:
Levántanse oprimidos y opresores,
Y ruge la matanza.
¡Nobles griegos, valor! ¡Que vuestros hijos
Hereden libertad! Con fuerte mano
La barbarie frenad de ese vil pueblo,
Crudo enemigo del linaje humano.
No invoquéis a los príncipes de Europa:
De su ambición en el furor celoso
Los esfuerzos de un pueblo generoso
Con ceño miran y rencor insano.
En un déspota o rey ven un hermano,
Y es déspota el Sultán... Pero vosotros
Armados de valor y alta constancia
Sin ellos triunfaréis. Cuando los padres,
Al morir en el campo de batalla,
A sus hijos encargan
Sangrienta herencia de venganza y gloria,
Aunque la lucha prolongarse puede,
Segura es la victoria.
Mas ¿qué vago rumor hiere mi oído,
Cual sordo trueno en nube tempestuosa
Por los valles dilata su bramido?
¡Ved las sombras augustas de los héroes
Abandonar las tumbas do gemían
Su abandono fatal! Arma sus frentes
Profunda indignación: brillan sus ojos,
Bien como rayo entre tormenta umbría,
Y en sus diestras armadas
Resplandecen vibrando las espadas.
«¡Imitadnos», prorrumpen, o «atrevidos
Nuestra gloria eclipsad! La liza abierta,
Os llama a combatir. La tiranía
Por vuestros campos con aliento impuro
De fuego y sangre verterá un torrente;
Mas no olvidéis que secará la fuente
A un diluvio de lágrimas futuro.
¿Cederéis? ¡No! ¡Jamás! Ventura, gloria
Y libertad os guarda la victoria;
Y la derrota, esclavitud o muerte.
En vuestros jefes nuestro aliento fuerte
Invisibles pondremos,
Y a sus pasos do quier
presidiremos».
Y os inspiran, caudillos vengadores,
Que al griego conducís a los combates
De ardor sublime y esperanza lleno.
¡Magnánimo Ipsilanti!
¡Noble Cantacuzeno!
Haced la independencia de la Grecia,
Y haced su libertad. La Grecia libre
Supo arrostrar de Jerjes y Darío
El inmenso poder: la Grecia esclava
Al musulmán cedió... ¡Lección terrible,
Que aprovechar debéis! Europa entera
Y de la noble América los hijos
Guirnaldas tejen de laurel y rosas
Que os adornen las frentes generosas.
Vuestro puro patriótico ardimiento
A nuestros nietos contará la historia,
Y en el augusto templo de la Gloria
De Washington a par tendréis aliento.
¡Oh!, ¿No lo veis? De Grecia las montañas
Fuego desolador va recorriendo,
Y el Eurotas sonante y el Pamiso
Escuchan retumbar en sus orillas
De áspera lid el tormentoso estruendo.
El grito ¡Libertad! los aires llena,
Y el Bósforo agitado
Hasta Bizancio ¡Libertad! resuena.
Del Sultán al mortífero decreto
Se lanzan los genízaros... Miradlos
Del griego vengador bajo la espada
Desparecer, como al furor del fuego
La hierba de los campos desecada.
Salamina repítese y Platea.
Mas ¿qué valen? ¡Oh Dios! ¿Nunca se agota
El torrente de bárbaros...? ¡Oh! vedlo
Cual se renueva sin cesar, y corre
Como el flujo feroz del Océano.
Violento, asolador, irresistible...
¡Oh ceguedad funesta, incomprensible,
De matar y morir por un tirano!
¿Cuánta sangre y furor! Reyes de Europa
¿Cómo en vuestros oídos
No suenan los tremendos alaridos
Con que asordado el Bósforo retumba?
¡Oh! ¿Ser podéis fríamente espectadores
De la lucha de Grecia y sus horrores?
¿Esperáis de ese pueblo generoso
El exterminio...? Refrenad la furia
Del musulmán fanático, y lanzadlo,
A les desiertos de Asia, donde viva
Sin matar ni oprimir. Aquesta guerra
Útil, noble, sagrada,
Aceptarán con gozo las naciones;
Del mundo excitaréis las bendiciones,
Y el culto de la Grecia libertada.
¡Ay! mis ojos ¡oh Grecia vengadora!
Tu gloria no verán. La muerte fiera
De mi edad en la dulce primavera,
Cual flor por el arado atropellada,
Va a despeñarme en la región sombría
De! sepulcro fatal. ¡Oh lira mía!
Éstos serán los últimos acentos
Que haga salir de ti mi débil mano.
Mas el hado no heló mi fantasia,
Y en sus alas fogosas conducido
Vivo en el porvenir. Como un espectro
Del sepulcro en el borde suspendido,
Dirijo al cielo mi postrero voto
Porque triunfes ¡oh Grecia! Ya te miro
Lanzar a los tiranos indignada,
Y a la alma Libertad servir de templo
Y al mundo escucho que feliz aplaude
Victoria tal y tan glorioso ejemplo.
¡Libertad!
¡Guerra! ¡Guerra!
¡Libertad!
¡Gloria!
¡Venganza!
«¡Imitadnos»
«atrevidos
Nuestra gloria eclipsad! La liza abierta,
Os llama a combatir. La tiranía
Por vuestros campos con aliento impuro
De fuego y sangre verterá un torrente;
Mas no olvidéis que secará la fuente
A un diluvio de lágrimas futuro.
¿Cederéis? ¡No! ¡Jamás! Ventura, gloria
Y libertad os guarda la victoria;
Y la derrota, esclavitud o muerte.
En vuestros jefes nuestro aliento fuerte
Invisibles pondremos,
Y a sus pasos do quier
presidiremos».
¡Libertad!
¡Libertad!
|
es
|
Torres_Bodet,Jaime
|
<XXI
|
Música_Oculta
|
Como el bosque tiene
tanta flor oculta,
parece olorosa
la luz de la luna.
Como el cielo tiene
tanta estrella oculta
parece que brilla
la noche de luna.
Como el alma tiene
su música oculta,
parece que el alma
llora con la luna!...
|
es
|
Góngora,Luis_de
|
<XXI
|
¡Oh_Niebla_Del_Estado_Más_Sereno,
|
¡Oh niebla del estado más sereno,
Furia infernal, serpiente mal nacida!
¡Oh ponzoñosa víbora escondida
De verde prado en oloroso seno!
¡Oh entre el néctar de Amor mortal veneno,
Que en vaso de cristal quitas la vida!
¡Oh espada sobre mí de un pelo asida,
De la amorosa espuela duro freno!
¡Oh celo, del favor verdugo eterno!,
Vuélvete al lugar triste donde estabas,
O al reino (si allá cabes) del espanto;
Mas no cabrás allá, que pues ha tanto
Que comes de ti mesmo y no te acabas,
Mayor debes de ser que el mismo infierno.
¡Oh entre el néctar de Amor mortal veneno,
Que en vaso de cristal quitas la vida!
¡Oh espada sobre mí de un pelo asida,
De la amorosa espuela duro freno!
¡Oh celo, del favor verdugo eterno!,
Vuélvete al lugar triste donde estabas,
O al reino (si allá cabes) del espanto;
Mas no cabrás allá, que pues ha tanto
Que comes de ti mesmo y no te acabas,
Mayor debes de ser que el mismo infierno.
¡Oh celo, del favor verdugo eterno!,
Vuélvete al lugar triste donde estabas,
O al reino (si allá cabes) del espanto;
Mas no cabrás allá, que pues ha tanto
Que comes de ti mesmo y no te acabas,
Mayor debes de ser que el mismo infierno.
Mas no cabrás allá, que pues ha tanto
Que comes de ti mesmo y no te acabas,
Mayor debes de ser que el mismo infierno.
|
es
|
Díaz_Mirón,Salvador
|
<XXI
|
Ya_Que_Eres_Grata_Como_El_Cariño
|
Ya que eres grata como el cariño
ya que eres bella como el querub,
ya que eres blanca como el armiño,
sé siempre ingenua, sé siempre tú.
El torpe engaño que el vicio fragua
nunca se aviene con la virtud.
Sé transparente como es el agua,
como es el aire, como es la luz.
Que tu palabra —dulce armonía
que tu alma exhala como un laúd,
como una alondra que anuncia el día
presa en la sombra que flota aún—
sea un arroyo sereno y puro
do al inclinarme como un saúz
mire las guijas del fondo oscuro
y las estrellas del cielo azul.
|
es
|
Juarroz,Roberto
|
<XXI
|
Sexta_Poesía_Vertical._Número_40
|
Desbautizar el mundo,
sacrificar el nombre de las cosas
para ganar su presencia.
El mundo es un llamado desnudo,
una voz y no un nombre,
una voz con su propio eco a cuestas.
Y la palabra del hombre es una parte de esa voz,
no una señal con el dedo,
ni un rótulo de archivo,
ni un perfil de diccionario,
ni una cédula de identidad sonora,
ni un banderín indicativo
de la topografía del abismo.
El oficio de la palabra,
más allá de la pequeña miseria
y la pequeña ternura de designar esto o aquello,
es un acto de amor: crear presencia.
El oficio de la palabra
es la posibilidad de que el mundo diga al mundo,
la posibilidad de que el mundo diga al hombre.
La palabra: ese cuerpo hacia todo.
La palabra: esos ojos abiertos.
|
es
|
Nervo,Amado
|
<XXI
|
Huelga_De_Células
|
Este concurso de células,
unánimes en su intento
misterioso de que dure
la intensa vida en mi cuerpo;
esos miles de millones
de pequeñitos cerebros,
que, con disciplina
admirable en el esfuerzo,
se dividen el trabajo
de mis órganos diversos,
y mantienen el fenómeno
de mi existir en el tiempo,
un día, quizá cercano
(mañana, tal vez hoy mesmo),
han de declararse en huelga,
porque en el reloj eterno
sonó el instante...
¡Qué júbilo
entonces el del colegio
aquel, más de cuarenta años
a mi espíritu sujeto!
¡Qué alegría en el cotarro
innúmero y turbulento!
Cada grupo ha de tirar
por su lado, con estruendo:
—¡Vuelvo a la rosa!, dirá
uno; y otro: ¡Al aire vuelvo!
y otro: ¡Al agua!; y otro: ¡Al barro!
y otro: ¡Al carbón!; y otro: ¡Al hierro!;
y otro: ¡Al la cal!; y otro: ¡Al fósforo!;
y otro: ¡Al la mar!; y otro: ¡Al cielo!
Y mi espíritu entretanto,
verá feliz, sonrïendo,
la disociación bendita
que restituye al Acervo
lo prestado...
Mas de pronto,
movido por el recuerdo
más hondo, más persuasivo,
más amante, más inmenso,
se preguntará a sí mismo:
—Bien, y yo, ¿adónde me vuelvo?
—¡A mis brazos!—gritará
en la eternidad tu acento...
Y cuando los dos, fundidos
en una sola alma estemos,
el océano infinito
nos absorberá en silencio...
|
es
|
Arciniegas,Ismael_Enrique
|
<XXI
|
Muerte_En_El_Trigal
|
En el campo de trigo, entre amapolas
Y altas espigas el soldado yace.
No lo han hallado aún sus compañeros,
Y solo expira, pálido y exangüe.
Dos días hace que cayó. Los cuervos
Graznando rompen la quietud del aire,
Y con ojos vidriosos ve el soldado
De sus heridas destilar la sangre.
Febril, en su combate con la muerte,
Y devorado por la sed y el hambre,
Trata de erguirse con supremo esfuerzo,
Y otra vez dobla la cabeza exánime.
Y mientras que sus ojos, que se extinguen,
Ven del cielo los pálidos celajes,
Sueña, y su último sueño se ilumina
Con radiosas visiones inefables...
En el áureo trigal brillan las hoces,
Y a la luz del crepúsculo radiante,
Mientras la voz del Ángelus parece
Que se extiende en los ámbitos del valle,
Vuelve su aldea a ver, la amada aldea,
Con la infinita paz de sus hogares...
¡Adiós, oh Patria, adiós!... y el alma rinde
Mientras se borra en el azul la tarde.
|
es
|
Hahn,Óscar
|
<XXI
|
Qué_Esconderá_La_Niebla
|
Qué esconderá la niebla
en esa densidad impenetrable
que flota al anochecer
como un aquelarre de espectros
En su seno se juegan cosas
que no son de este mundo
Y cuando se va la niebla
también se van con ella
impensables posibilidades
El mundo vuelve a la nitidez
y todo permanece
sospechosamente claro
Porque la claridad puede esconder
los peores secretos
La niebla
no pretende aclarar nada
transparentar nada:
obnubilar es su oficio
difuminar el mundo
escamotear la realidad
Y nos dice con palabras de vaho:
«Hay más cosas en el cielo y la tierra
de las que sueña tu filosofía»
Para contemplar esas cosas
no hay que disipar la niebla
Hay que ser de niebla
y mirar hacia adentro
|
es
|
Aleixandre,Vicente
|
<XXI
|
Estaban_Todos_Ahí,_Diseminados,_Agrupados,_En_Un_Rincón_De_La_Vieja_Plaza_Del_Pueblo
|
Estaban todos ahí, diseminados, agrupados, en un rincón de la vieja plaza del pueblo.
Viejos algunos, jóvenes otros, cansados aquellos, de piedra
sucesiva todos, en las largas horas de espera.
Algunos llevaban cuerdas sobre los hombros, rudas maromas sin
ocupación, o sacos, o eran ya solo,
en la mañana sobrepasada,
sus largos brazos caídos.
En su pupila el azul, el castaño, el dorado levitador, el verde
vivísimo,
yacía invisible como bajo la tenue capa de polvo.
Respiraban en la quieta plaza, sentados o echados sobre los bancos, con
sol en la piedra.
Al sol de la piedra.
Este mostraba su arcilla prieta, levemente desmoronada, cubierta de
sueño.
Y un rubor de cabello pobre, canoso o dormido, a la vez suave y
áspero, se extendía sobre la testa.
Cabeza de plata mate, ¿dónde vista? ; sí, un
día, velazqueña, en un lienzo.
«Los Borrachos», «Vallecas»,
«Coria», «Breda»... Dormida,
en la plaza del pueblo.
|
es
|
Alberti,Rafael
|
<XXI
|
Y_Ya_Estarán_Los_Esteros
|
...Y ya estarán los esteros
rezumando azul de mar.
¡Dejadme ser, salineros,
granito del salinar!
¡Qué bien, a la madrugada,
correr en las vagonetas,
llenas de nieve salada,
hacia las blancas casetas!
¡Dejo de ser marinero,
madre, por ser salinero!
|
es
|
Ramos_Sucre,José_Antonio
|
<XXI
|
Los_Herejes
|
La doncella se asoma a ver el campo, a interrogar
una lontananza trémula. Su mente padece la visión de los
jinetes del exterminio, descrita en las páginas del Apocalipsis
y en un comentario de estampas negras.
La voz popular decanta la lluvia de sangre y el
eclipse y advierte la similitud con las maravillas de antaño,
contemporáneas del rey Lear.
Un capitán, desabrido e insolente con su rey,
fija la tienda de campaña, de seda carmesí, en medio de
las ruinas. Los soldados, los diablos de la guerra, dejan ver el tizne
del incendio o del infierno en la tez árida y su roja pelambre.
Un arbitrista, usurpador del traje de Arlequín, los persuade a
la licencia y los abastece de monedas de similor y de papel.
La doncella aleja la muchedumbre de los enemigos,
prodigando las noches de oración. Se retiran delante de una
maleza indeleble, después de fatigarse vanamente en la apertura
de un camino. El golpe de sus hierros no encontraba asiento y se
perdía en el vacío.
|
es
|
Bañuelos,Juan
|
<XXI
|
Un_Ominoso_Escarnio_De_Puñales
|
«El Rutas», conocido ladrón, fue
cercado y muerto el 29 de julio de
1974 en su vecindad, por agentes
de la policía, al no querer compartir
un botín.
Un ominoso escarnio de puñales
encapota los ojos del suburbio.
Tiembla el tiempo y el patio y en el turbio
lodazal suenan tiros policiales.
Sangre, polvo, terror, caries dentales
desafían la muerte. Y el disturbio
deslizándose en un cuchillo gurbio
en la esquina madrea sus vocales.
Sombras. Ráfagas. Rabia que se trunca.
Avanza por la calle la jauría
de rifles y patrullas. Como nunca
la madre ruega y grita entre la gente:
Hijo, entrégate, es tiempo todavía
Y «El Rutas» sólo empuña la ironía
(ojos duros de estatua impertinente)
atareado en romperle a la agonía
la usura magra de su único diente.
Hijo, entrégate, es tiempo todavía
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es
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Ratón,Maeve
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XXI
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Me_Duele_La_Barriga
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Me duele la barriga
y me escapo en sobremesa,
donde me mandan,
alquitrán sin terciopelo
y vagones de metal,
al fruto fresadoras,
y de café, la tarde.
Sudor y sangre,
sudor y dolor de barriga
a escaso metros de la tuya,
la tu guarida.
Me duele la barriga
y veo llegar,
después de mañana y noche,
los cristales por huesos
y los riñones por celofán.
Me duele la barriga
y me amiento entre malestares
desglosados en horarios,
tercios y menguantes.
Me duele la barriga,
y mañana madrugo.
|
es
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Heredia,José_María
|
<XXI
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El_Ruego
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De mis pesares
Duélete hermosa,
Y cariñosa
Paga mi amor.
Mira cual sufro
Por tu hermosura
Angustia dura
Pena y dolor.
¿Quién ¡ay! resiste
Cuando le miras,
Y fuego inspiras
Al corazón?
Cuando tu seno
Blando palpita
¿En quién no excita
Plácido ardor?
Secreto afecto
Me enardeciera
La vez primera
Que yo te vi.
Tu habla divina
Sonó en mi oído,
Y conmovido
Me estremecí.
De amor el fuego
Corre en mis venas...
Sí... de mis penas
Ten ¡ay! piedad.
Tenla... un afecto
Puro, sencillo,
Releva el brillo
De la beldad.
|
es
|
Corbacho,Óscar
|
XXI
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Todavía_Tu_Nombre
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Todavía tu nombre
cae sobre Granada
como un paraguas tenebroso
y la oscurece
como una maldición perseverante.
Todos tratan de ladear la voz,
de fingir alegría,
de cerrar el ataúd.
Pero es inútil
como una mano muerta:
tus huesos andan desparramados
por Viznar
y vuelven cada día
a tu casa de entonces
para repetir el camino
que te llevó a la muerte.
Tu miedo sigue en pie.
Tu miedo paraliza
la sangre de los ricos
y hace temblar al gitano indefenso.
Tu miedo mete miedo.
Y la ciudad es eso:
un miedo escrupuloso
que los granadinos arrojan,
diariamente,
a las cuevas,
a la Alhambra,
a los jardines moros,
como basura incesante,
inevitable,
que cada uno encuentra
a la mañana siguiente
desparramada por las veredas,
a pesar del furor,
el arrepentimiento
y la mismísima Guardia Civil.
Todos tratan de ladear la voz,
de fingir alegría,
de cerrar el ataúd.
Pero es inútil
como una mano muerta:
tus huesos andan desparramados
por Viznar
y vuelven cada día
a tu casa de entonces
para repetir el camino
que te llevó a la muerte.
Tu miedo sigue en pie.
Tu miedo paraliza
la sangre de los ricos
y hace temblar al gitano indefenso.
Tu miedo mete miedo.
Y la ciudad es eso:
un miedo escrupuloso
que los granadinos arrojan,
diariamente,
a las cuevas,
a la Alhambra,
a los jardines moros,
como basura incesante,
inevitable,
que cada uno encuentra
a la mañana siguiente
desparramada por las veredas,
a pesar del furor,
el arrepentimiento
y la mismísima Guardia Civil.
Y la ciudad es eso:
un miedo escrupuloso
que los granadinos arrojan,
diariamente,
a las cuevas,
a la Alhambra,
a los jardines moros,
como basura incesante,
inevitable,
que cada uno encuentra
a la mañana siguiente
desparramada por las veredas,
a pesar del furor,
el arrepentimiento
y la mismísima Guardia Civil.
|
es
|
Fuertes,Gloria
|
<XXI
|
La_Oca_Loca
|
Doña Oca toca la ocarina,
y prefiere el lago a la piscina.
Este es su marido el Oco,
—que no está cuerdo tampoco.
Doña Oca Plumapoca,
en el hueco de una roca,
la ocarina toca y toca.
—Esto no hay quien lo soporte,
—Dijo el Oco —su consorte.
—Esto no hay quien lo soporte.
¡Al agua patos! (¡Qué corte!)
—Esta Oca es la oca,
y nado porque me toca
—dijo el Oco.
(Nadando se quedó yerto
por no escuchar el concierto).
Y la Oca enloquecida
puso huevos sin medida.
—¡Veinte patos! ¡Qué patada!
Y yo sola, abandonada.
—dijo la Oca.
La familia numerosa,
era insoportable cosa.
Le piaban veinte patos
y pasaba malos ratos.
¡Tanto pico, tanta boca!
La Oca se volvió loca.
|
es
|
Jovellanos,Gaspar_Melchor
|
<XXI
|
Idilio_Tercero_A_Batilo
|
Mientras Batilo canta
con alto y dulce acento
los años de Ciparis,
muchacho, llena el cuenco,
que quiero celebrarlos
con el licor lieo,
brindándoles alegre
y a su salud bebiendo.
¡Eh!, brindo por la tuya,
Ciparis: quiera el cielo
que de tan digno amante
goces por largo tiempo.
A tu salud va estotro
Batilo... Llena presto,
muchacho... Plegue al numen
que tiene culto en Delos
hacer que de tu canto
resuene el dulce acento
desde uno al otro polo
por siglos sempiternos.
|
es
|
Garés,José
|
XXI
|
Qué_Claras_Maravillas
|
Qué claras maravillas
fuimos, desnudos, rebeldes, amantes
siempre, apenas prójimos.
Y sin embargo, me hablas, me piensas,
me susurras, me besas, me desnudas
y aun así te amo...
Ambos conocimos
el lento devenir que todo cambia,
la corta raíz del beso hallado,
los inquietos placeres
arbitrarios, que van uno tras otro,
ciegos y desesperados, en busca
de la caricia dormida ayer noche.
Pero en el tránsito nos perdimos.
Soñábamos tal vez.
Abrazados y solos, como cuando
necesito pensar en ti y callo.
La tentación del silencio fingido
y esa mirada perdida allá donde
no estuve ni llegaré de tu mano,
es la señal. Lo sé. Qué lejos somos,
aunque me rozan tus largos cabellos.
Incapaz de otra derrota, mañana
me enamoraras de nuevo. Relájate,
todo es igual y diferente. Nada
quedará. Es nuestra verdad oculta.
|
es
|
Benedetti,Mario
|
<XXI
|
¿Y_Si_Dios_Fuera_Mujer?
|
¿Y si Dios fuera mujer?
pregunta Juan sin inmutarse,
vaya, vaya si Dios fuera mujer
es posible que agnósticos y ateos
no dijéramos no con la cabeza
y dijéramos sí con las entrañas.
Tal vez nos acercáramos a su divina desnudez
para besar sus pies no de bronce,
su pubis no de piedra,
sus pechos no de mármol,
sus labios no de yeso.
Si Dios fuera mujer la abrazaríamos
para arrancarla de su lontananza
y no habría que jurar
hasta que la muerte nos separe
ya que sería inmortal por antonomasia
y en vez de transmitirnos SIDA o pánico
nos contagiaría su inmortalidad.
Si Dios fuera mujer no se instalaría
lejana en el reino de los cielos,
sino que nos aguardaría en el zaguán del infierno,
con sus brazos no cerrados,
su rosa no de plástico
y su amor no de ángeles.
Ay Dios mío, Dios mío
si hasta siempre y desde siempre
fueras una mujer
qué lindo escándalo sería,
qué venturosa, espléndida, imposible,
prodigiosa blasfemia.
|
es
|
Bello,Andrés
|
<XXI
|
Raza_Humana_Infeliz,_Que_En_Cuanto_Tienes
|
Raza humana infeliz, que en cuanto tienes
alrededor de ti desde la cuna
no ves más que mudanzas y vaivenes,
y permanente condición ninguna,
¿por qué apegarte a los falaces bienes
que da y quita a su antojo la Fortuna,
si al voltear primero de su rueda
huyen, y apenas rastro dellos queda?
Todo lo muda esta deidad liviana;
sólo en su instable genio nada innova;
a la belleza, flor caduca y vana,
cualquiera cierzo los matices roba;
pace la errante grey yerba lozana
do reyes albergó dorada alcoba;
de aquella torre que era el viento asombro,
sólo acá y acullá se ve un escombro.
¿Qué resta de Babel? Ni una vislumbre.
Remolinos de polvo humilde loma
cubren, que sustentó la pesadumbre
de sus murallas y pensiles. Roma,
de la soberbia humana última cumbre,
cebose en ti del tiempo la carcoma,
y la grandeza que hubo dicho Nunca
pereceré, roída yace y trunca.
Esa momia que en báratro profundo
sumida está y en decadencia extrema,
de antiguo imperio que dio espanto al mundo,
es ya reliquia y juntamente emblema.
Cayó del sacro altar al cieno inmundo
el ídolo, y el himno es ya anatema.
Un trozo de estructura arquitectónica
es de alguna ciudad toda la crónica.
¡Cuánta grandeza es un gastado escrito,
que no pudo salvar la piedra misma,
y en que con vano estudio el erudito
para deletrearlo se descrisma!
¡Cuánto padrón de bronce y de granito
el Tiempo en sempiterna noche abisma!
¡Cuánta dominación, poder y gloria
apenas un renglón legó a la historia!
Mas, ¿a qué fin el pensamiento busca
lecciones en lo antiguo y lo distante
de la fatalidad que hunde y ofusca
lo más noble y espléndido y gigante?
¿A qué la fama asiria ni la etrusca
interrogar? ¿A qué poner delante
el gran cadáver, que al desierto agobia,
de la ciudad ilustre de Cenobia?
Ved lo que ayer no más Reinaldos era,
a gozar un imperio convidado
y el lecho de una dama placentera,
de músicas y danzas rodeado;
y miradle hoy en garras de una fiera
tan de humano favor necesitado,
que hasta su espada fiel le desampara,
y está viendo a la muerte cara a cara.
Pero dejo al barón de Montalbano,
que una beldad me aguarda, a quien tan fuerte
afán aqueja ahora y tan tirano
como a Reinaldos, aunque de otra suerte;
lucha aquél con la muerte mano a mano,
y esotra llama a voces a la muerte,
a la muerte, que sorda a su querella,
no se digna venir a socorrella.
Si os acordáis de aquella Niña hermosa
que en demanda envïó del caro ausente
a Malgesí, no extrañaréis que ansiosa
de su llegada, los minutos cuente.
El que anhelando estaba alguna cosa
y la aguardó gran tiempo (mayormente
si era cosa de amor), la pena arguya
de Angélica infelice por la suya.
Reside ahora Angélica en la Albraca;
y desde el alto alcázar donde habita,
escucha el sordo embate y la resaca
de la vecina mar, que el austro agita.
La grande hueste tártara no ataca
las murallas aún; sólo la grita
se oye de alguna banda que destruye
las cercanías; tala, quema, y huye.
Vuelto el hermoso rostro a la marina,
si alcanza a ver algún bajel lejano,
«Allí sin duda, exclama la mezquina,
allí viene el barón de Montalbano».
Que cercano cabalga se imagina,
si cuádruple herradura pulsa el llano.
No hay carro, no hay carroza, no hay carreta
en que verle llegar no se prometa.
Volvió en fin Malgesí; mas ¡ay!
volvía
(¿quién tal pensara?) con muy mal recado;
de hombros el pobre mago se encogía,
mohino, taciturno, amostazado.
«¿Qué es de tu primo?», dice inquieta.
Huía
de sus mejillas el matiz rosado;
temblaba; y lo peor juzgando cierto,
llorosa exclama: «¡Ay desgraciada! Es muerto».
«No es muerto aún (así responde el
mago);
pero no pienso que gran cosa falte,
ni que difiera el postrimero trago,
si no se vuelve halcón o gerifalte.
Tiene, señora, al amoroso halago
forrado el pecho en diamantino esmalte;
y de su propia vida no se cura
más que de mi amistad o tu ternura».
Tras esto le contó punto por punto
cómo le trajo a la fatal ribera
de Rocatriste, y que le tiene a punto
de ser despedazado por la fiera.
La vista fija y el color difunto,
escucha aquella historia lastimera
la amante Niña, y tal dolor le asalta
que en tierra cae, de sentimiento falta.
Y recobrada dice: «¡Mal nacido!
Yo haré que de tan negra acción te pese.
¿Su muerte por ventura te he pedido?
El modo de arrancarme el alma es ése.
¿No juraste traerle, fementido?
¿Hacerle no ofreciste que viniese
a consolar mi pecho enamorado?
¿Y dónde está el consuelo que me ha dado?
»¿Pudo ser que designio tan injusto
contra tan noble vida en ti cupiera?
Ni te valga decir que por mi gusto
le sacrificas; porque, dime, ¿no era
mal menos grave y término más justo,
si uno hubo de morir, que yo muriera?
¿Ignorabas, traidor, que en nada estimo
el trono ni la vida sin tu primo?
»¡Triste! Cuando esperaba con mi mano
mis paternos dominios ofrecerte,
y a despecho del tártaro Agricano,
esposo mío y rey del Asia hacerte,
yo misma te conduzco a fin temprano,
yo te doy, yo, la más horrible muerte;
mas con mi vida y con la de este impío
juro darte venganza, ídolo mío».
El mágico le dice: «Darle ayuda,
si quieres, es posible todavía;
mas importa que presto se le acuda,
o la resolución será tardía.
A ti el hacerlo toca; y si no muda
este nuevo favor su rebeldía,
de bronce es menester que tenga el pecho,
y no de sensitivas fibras hecho».
Dice; y le da una lima y una cuerda,
que a manera de red teje y compone,
y una pasta de pez, que al que la muerda,
las dos quijadas pegue y aprisione.
Luego que con la dama el caso acuerda,
y Angélica a la empresa se dispone,
un diablo llega, a quien montada encima,
vuela, llevando red y pasta y lima.
En tanto por momentos se le gasta
a Reinaldos la fuerza, aliento y vida;
que si con su Frusberta apenas basta
contra enemigo tal, ¿qué hará, perdida?
¿Cómo esquivar el diente y garra y asta
de la bruta alimaña embravecida,
que a un lado y otro tarascadas echa,
y le fatiga sin cesar y estrecha?
Una gran viga a siete varas de alto
empotrada está a dicha en la muralla.
Reinaldos que la mira, y que ya falto
de todo otro recurso humano se halla,
juntando cuantas fuerzas pudo, un salto
desesperado da por alcanzalla.
Dos brazas se levanta de la tierra,
y con la diestra mano el leño afierra,
Luego sobre los brazos se alza en peso,
y a horcajadas en él quedó sentado.
Maravilloso fue, raro suceso;
pero es poco en verdad lo que ha ganado;
pues entre insuperables vallas preso,
en medio a cielo y tierra colocado,
fuerza es se rinda al hambre, a la molestia,
a la intemperie, o lidie con la bestia.
Ya la noche tendió su capa bruna,
y él, que no ve otro abrigo ni otra cama,
sobre la viga, al fresco de la luna,
se acomodó, como cuclillo en rama.
A sus pies está oyendo a la importuna
fiera, que sin cesar rezonga y brama,
y en esto por el aire un bulto mira
que ya se acerca y ya se le retira.
Echó luego de ver que era una dama,
y tardó poco en conocer quién era;
y tanto en ira el pecho se le inflama,
que duda si se arroje o no a la fiera.
Ella de lejos tiernamente llama,
y le habla en dulce voz de esta manera:
«Mucho, señor, me pesa verte puesto
por causa mía en trance tan funesto.
»No ha sido mi intención que de mal grado
el placer me otorgaras de tu vista,
sino con voluntad y con agrado;
que a fuerza un corazón no se conquista.
Imagínate, pues, lo que el estado
en que te llego a ver, duele y contrista
a quien el alma y vida, prenda cara,
por ti sin vacilar sacrificara.
»Cese la ingratitud, cese el desvío,
y no a ofensa me imputes el quererte.
Ven a mis brazos, ven, que yo confío
en salvamento y libertad ponerte.
¿Cuál humano favor, si no es el mío,
puede salvar tu vida de la muerte?
¿O a tanto llega tu desdén tirano,
que aun la vida no quieres de mi mano?»
«¡Mujer! (le respondió ciego de enojo)
¿a qué venís aquí? No os he llamado:
ruégoos que me dejéis en paz; escojo
antes morir que veros a mi lado.
Al punto mismo, si no os vais, me arrojo
a ser por esta bestia devorado».
Ella, que tanto al inhumano adora,
que aun su desdén la encanta y la enamora.
Dícele: «Voy, señor, a obedecerte,
que otra cosa, aun queriendo, no podría;
y si gusto llevaras en mi muerte,
la muerte con mis manos me daría».
Terminado el coloquio de esta suerte,
desciende en la infernal caballería
la dama, y de los lomos de su diablo
salta a la arena del murado establo.
Tira al monstruo la pez; la red coloca.
Creyendo ser alguna golosina,
abre el animalón tamaña boca
para engullir la pasta peregrina,
que pega de tal modo cuanto toca,
y así lo traba, así lo conglutina,
que arte ni fuerza a separarlo basta;
tal era la virtud de aquella pasta.
Como se siente presas las quijadas,
el monstruo más que nunca se enfurece,
y lánzase, tirando manotadas,
hacia donde la dama estar parece;
pero de bruces da en la red, y atadas
manos y pies, inmóvil permanece.
La dama, que a Reinaldos creo seguro,
parte volando por el aire oscuro.
Pasa la noche; el nuevo sol despierta;
presa la fiera ve el de Montalbano;
y creyendo que Dios le abre la puerta
de salvación, ligero salta al llano,
y a repetidos golpes de Frusberta
matarla intenta; pero suda en vano;
que a tajarle la piel no era bastante
el filo más agudo y penetrante.
Ya que por este medio nada espera,
de otro modo pensó salir con ello:
montándose a horcajadas en la fiera,
los brazos le echa en firme nudo al cuello,
y apretole las piernas de manera
que casi la ha privado del resuello;
como dos brasas se le ponen rojos,
y salen de las cuencas ambos ojos.
A la fiera el aliento se le apoca,
y tanto más el caballero afana.
Apretando los dientes y la boca
colorado se puso como grana,
hasta que enteramente la sofoca,
y exhalar le hace el ánima villana,
que con aullido horrísono se queja,
y en paz, por fin, a Rocatriste deja.
Reinaldos, terminada la batalla,
busca por do salir al campo raso;
y cercado se ve de alta muralla,
menos donde una reja impide el paso;
de gruesos hierros intrincada malla,
que ofrece aun a la luz camino escaso.
Reinaldos pugna por echarla abajo;
pero pierde su tiempo y su trabajo.
A treparla arremete, mas de espesas
agudas púas erizada estaba.
La asalta con la espada; ni por ésas.
En suma, el paladín se la tragaba
que el término era aquél de sus empresas,
si por algún milagro no escapaba.
Perplejo está además; el caso estima
desesperado. En esto ve la lima.
La lima que dejado adrede había
en aquel sitio Angélica la bella.
Pensando que algún santo se la envía,
las densas barras va a probar con ella.
Lima que lima estuvo medio día,
y poco a poco el duro hierro mella,
hasta que logra abrir capaz portillo,
por donde sale al patio del castillo.
La cosa por desgracia vio un gigante,
y echó a correr como un espiritado.
«¡Favor! ¡favor!», gritaba aquel
tunante;
el bando infame se presenta armado;
cuál una pica trae, cuál un montante,
cuál cimitarra y cuál bastón ferrado.
Más de unos treinta de esta buena gente
sobre Reinaldos dan súbitamente.
Pero miles que fueran, buen despacho
de todos ellos el francés haría.
Jurando hacer añicos al gabacho
viene un jayán, y añaden que tenía
como de un palmo o más cada mostacho;
era el que a Montalbán pescado había.
Reinaldos de un revés le abre la panza,
y a los demás sin detenerse avanza.
Envía por la posta al otro mundo
tres, cuatro, cinco, seis, una docena,
a cuantos llega el hierro furibundo
taja, rebana, pincha, abre, barrena.
Los otros no aguardaron un segundo,
que escarmentaron en cabeza ajena.
Déjalos ir, y embiste a una estacada
que le defiende a lo interior la entrada.
No estima su victoria por completa,
si de aquella mansión de sangre y crimen
no escudriña la parte más secreta,
donde imagina que cautivos gimen
seres humanos, que librar competa
de los follones que al país oprimen.
A demoler se pone la estacada
con el filo y el puño de la espada.
Pues el otro jayán que presumía
ver el toro a su salvo en talanquera,
y ve casi postrada a la porfía
de los tremendos golpes la barrera,
qué partido tomase, discurría.
De armarse al fin le dio la ventolera,
y no curó de lo que más a cuento
le estaba, que era hacer su testamento.
Se le conoce en la fruncida ceja
que el importuno paladín le enoja.
Reinaldo a poco andar en paz le deja,
enderezando al corazón la hoja.
Oído el caso, la maldita vieja
desde el más alto mirador se arroja;
pero no llega al baldosado suelo,
que Satanás le echó la garra al vuelo.
A ejecución los malhechores saca
uno que de verdugo hace el oficio.
A los demás, humilde turba y flaca,
el caballero se mostró propicio;
y luego que la sed y el hambre aplaca
y las heridas unge, desperdicio
no quiere hacer del tiempo; sale al raso;
mas no toma la vuelta del ocaso.
Bien que de allá con poderoso encanto
le tire el siempre dulce patrio nido,
pero ¡cuán vivo en él su oprobio, y cuánto
más penetrante sonará a su oído!
Piensa que Francia del común quebranto
le pide cuenta y del honor perdido;
ve que en el templo y en la regia sala
el dedo de la infamia le señala.
En la marina aguárdale la barca
que le condujo a tan aciago puerto;
pero esta vez Reinaldos no se embarca,
antes a pie, con paso y rumbo incierto,
cruza de Rocatriste la comarca,
desnudo y melancólico desierto.
Cabalga en tanto Astolfo, y en Pesquisa
dél y Roldán distante suelo pisa.
De París, como os dije, despedido,
la milagrosa lanza lleva en cuja,
empedrado de joyas el vestido,
obra maestra de curiosa aguja.
En lo galán, lo airoso y lo pulido
ni moro ni francés le sobrepuja.
Las riendas rige del gentil Bayardo
el caballero insigne del Leopardo.
Y de una en otra vino a dar un día
en no sé cuál provincia sarracena,
do Sacripante, rey de Circasía,
una revista general ordena,
y al tártaro Agricano desafía
con muchedumbre innumerable, ajena
y propia; no en verdad estimulado
por la codicia o la razón de estado.
Sólo el amor de Angélica le incita;
y marcha a refrenar la torticera
soberbia de Agricán, que solicita
hacerla su mujer, quiera o no quiera;
y esta demanda a la princesa irrita
de modo tal, que a toda el Asia altera;
y en armas puesta, a su defensa llama
a cuantos capitanes hay de fama.
A Sacripante sobre todos ruega,
que la ama a par del alma y de la vida,
y tanta valerosa gente allega
que ni Agricán ni el mundo le intimida.
A la sazón el duque Astolfo llega;
y en viéndole el Circaso le convida,
pagado asaz de su brïosa traza,
a que en servicio suyo siente plaza.
«Caballero, le dice, la soldada
que pidas te daré por tu persona».
«Dame, responde Astolfo, si te agrada
que yo te sirva, el cetro y la corona;
porque quiero que sepas que con nada
menos mi brazo y fe se galardona;
que estoy desde la cuna acostumbrado
a ser obedecido, no mandado.
»Y para demostrarte claramente
que no soy, como piensas, ningún porro,
si, atado un brazo, a ti y toda tu gente
no venzo luego y desbarato y corro,
estas armas que miras, Rey potente,
quiero trocar por un mandil y un gorro;
y si hay entre vosotros quien se atreva
a dudar de mi dicho, haga la prueba».
Volviéndose a los suyos el Circaso,
luego que del inglés oyó el lenguaje,
«¿No es, dice, caballeros, fuerte caso
que un hombre, al parecer, de alto linaje,
tan rematado esté? ¿No hubiera acaso
para volverle el seso algún brebaje?»
«Él es loco de atar, dicen, y poco
sacarás de meterte con un loco».
Viendo que nadie le replica nada,
a gran galope Astolfo se retira.
Mucho su gentileza es ponderada.
Mucho al caballo el Rey mira y remira,
y cuanto más le observa más le agrada,
y con más fuerza la afición le tira;
tanto que va tras él, ligero empeño
imaginando el desmontar al dueño.
Corriendo en tanto el Duque a la ventura
con otro joven caballero topa
de marcial continente y apostura.
Llevando al anca una mujer, galopa,
a quien, no siendo Angélica, hermosura
no tiene igual ni el Asia ni la Europa.
Es Brandimarte el nombre que la fama
da al caballero, y Flordelís la dama.
O porque amor el pecho le heriría,
o por otra razón que no adivino,
en viéndole el inglés le desafía
parándosele en medio del camino:
«Alto allí, caballero, le decía,
probarte con la lanza determino,
que es para otro que tú tan rica perla.
Prepárate a dejarla o defenderla».
«Primero dejaré, dice el pagano,
no que una vida sola, una docena.
Pero si venzo yo, ¿qué es lo que gano?
que dama no la traes mala ni buena.
Hagamos la partida de antemano,
como es razón; si la fortuna ordena
que en esta lid mi lanza te trabuque,
es mío ese caballo». Otorgó el Duque.
La dama, del combate espectadora
y premio, con alegre confïanza
desmonta, y como ha visto vencedora
en justas mil de su amador la lanza,
ni por asomos se le ocurre ahora
que a Brandimarte avenga malandanza;
y aún pienso que de ver la nueva presa
que el Amor le ha rendido, no le pesa.
Tomaron, pues, del campo los barones
todo lo que juzgaron suficiente;
y a un mismo tiempo hincando los talones,
corrieron a encontrarse bravamente.
Chocan los dos fortísimos bridones
en medio del correr, frente con frente;
Bayardo por fortuna quedó sano;
pero cayó sin vida el del pagano.
El cual, como ordenó su adverso sino,
fue a rodar por la arena largo trecho,
y lamenta su mísero destino,
porque la lanza que perder le ha hecho
lo que adoró con el amor más fino,
no le pasó de parte a parte el pecho,
quitándole la carga aborrecida
de una afrentosa y solitaria vida.
«Mas, ¿quién te impide, ¡oh
triste!, el postrimero
remedio?», despechado se pregunta.
Astolfo al ver que del luciente acero
aplica al pecho la desnuda punta,
en alta voz le dice: «Caballero,
detén la espada. A los que enlaza y junta
amor con mutua fe tan verdadera,
si desuniese yo, villano fuera.
»Vive por largos años, y a esa rara
belleza goza en paz; yo te la cedo.
Venciendo al que me da muestra tan clara
de ánimo generoso, pensar puedo,
sin que una prenda pierdas tú tan cara,
que honrado asaz y ganancioso quedo;
por amor fue y por fama el desafío;
tuya la dama sea; el lauro mío».
Oyendo al Duque hablar de esta manera
el que ya se contaba por difunto,
tales extremos hace, cual si hubiera
perdido la razón de todo punto.
Bien expresar su gratitud quisiera;
¿mas qué podrá decir en el asunto?
«Ya es doble, exclama, la vergüenza mía;
como en valor, venciste en cortesía.
»Ni deuda tanta sé cómo pagarte;
pues ofrecer mi espada es excusado,
aunque igualara a la del mismo Marte,
a quien de sí tan alta muestra ha dado.
Suplícote tan sólo que dignarte
quieras de recibirme por crïado,
y que a tus pies en homenaje lleve
la vida el que dos veces te la debe».
Esto pasaba entre el caído andante
y el caballero del Leopardo rojo,
cuando cata que llega Sacripante,
y al ver la dama se le alegra el ojo.
Entre ella y el caballo vacilante,
«¿Cuál de estas dos empresas, dice, escojo?
¿La dama o el corcel? Corcel y dama.
Pero primeramente Amor me llama.
»Cualquiera que de vos, dice altanero,
esa bella mujer trajo consigo,
déjela ya, que para mí la quiero;
sepa, si no, que se las ha conmigo».
«Es un felón, no un noble caballero,
y una horca merece por castigo,
responde Brandimarte, el que, a caballo,
reta a quien se halla a pie, como yo me hallo».
Y vuelto al Duque, «Préstame, te ruego,
por un momento tu corcel». «¡Mal año!
aunque manso le ves como un borrego,
no sufre este animal jinete extraño,
responde Astolfo, cree que si lo niego
es porque sólo yo con él me amaño.
Cuanto más que el presente desafío,
si en ello caes, a par que tuyo, es mío.
»Déjame, por tu vida, en dos paletas
con este guapo enderezar la cosa.
El duelo, señor mío, a que nos retas,
será con una condición forzosa:
que si vencido fueres, no te metas
en más cuestión por esta dama hermosa,
y cedas tu caballo al camarada,
que no ha de aventurar todo por nada.
»Y si yo salgo mal de la querella,
a dar las armas y el corcel me obligo,
pero la dama no, que en cuanto a ella,
te debes entender con el amigo».
«¡Gracias!, murmura el Rey, benigna estrella,
la que andas hoy tan liberal conmigo.
¡A un mismo tiempo dama, arnés, caballo!
Lance mejor no pude imaginallo».
Esto entre sí; y al Duque por respuesta
riendo dice: «Está cerrado el trato».
Dijérades, al verle, que iba a fiesta,
o en baile o zambra a divertirse un rato;
y si de algo le pesa es que le cuesta
la esperada ganancia tan barato;
que a vueltas del arnés, caballo y dama,
holgara de adquirir loor y fama.
Toman, pues, campo, enristran, espolean,
embisten, chocan con mortal fracaso;
entrambos caballeros bambolean;
pero algo más le avino al Rey circaso:
las piernas y rodillas le flaquean;
trabuca, rueda; y vuelve paso a paso,
harto mortificado y descontento,
sin su propio corcel al campamento.
«El pobre diablo, dice Astolfo, vino
a buscar lana, y vuelve trasquilado».
El Duque resolvió mudar destino
por ir de Brandimarte acompañado;
y un par de millas por aquel camino
escasamente hubieron cabalgado,
cuando la dama dice: «A lo que veo,
hemos llegado al puente del Leteo.
»Aquella agua que veis es encantada,
y al que la bebe la memoria quita.
En el puente una ninfa está apostada,
que ofrece de ella a todo el que transita;
y aquél de cuyos labios es probada,
desmemoriado prisionero, habita
en la verde ribera allende el río,
rendido a un torpe amor el albedrío.
»Y si alguno hace gestos a la copa,
y sin gustarla va a pasar el puente,
saliendo a una señal toda la tropa
allí cautiva (entre la cual hay gente
de lo mejor del Asia y de la Europa)
al pasajero asaltan juntamente,
y desigual a tan terrible prueba,
le hacen que a su pesar se rinda y beba.
»Encaminemos, pues, por otra vía,
ya que el seguir por ésta es devaneo».
Pero cuanto la dama les decía,
era poner espuelas al deseo.
Astolfo protestaba que tenía
de ver aquel encanto del Leteo;
y el pagano barón no le va en zaga.
Llegan al puente, y cátate la maga.
Con blanda voz y cara zalamera,
haciendo al Duque humilde acatamiento,
rogole que templar la sed quisiera
en el fresco licor sin cumplimiento.
«¡Bruja!, responde Astolfo, ¡embelequera!
Ya sabemos acá cómo anda el cuento.
A los cautivos abrirás la puerta
en este mismo instante, o eres muerta».
La Ninfa, que esto escucha, prestamente
dejó caer la enhechizada taza,
y todo al punto viose arder el puente,
y hundirse estremeciéndose amenaza.
Astolfo casi casi se arrepiente;
que de pasar el río no ve traza.
Dos segundos estuvo o tres perplejo;
al fin tomó de su valor consejo.
Y como el compañero por su parte
también porfía en que el jardín se invada,
y la dama no sabe con cuál arte
de tan loco designio los disuada
(la dama, es a saber, de Brandimarte,
que tanto como bella era avisada),
«Otro sendero, dice, oculto y breve
mostraros puedo, que al jardín os lleve».
Siguen ellos los pasos de la guía,
y atravesando el río del Olvido
por cierto puentecillo, que tenía
Flordelis bien probado y bien sabido,
llegaron a una puerta que se abría
a la fatal estancia, do escondido
vive tanto galán aventurero
olvidado de sí y del mundo entero.
La puerta derribando, ven el huerto
do en gustosa prisión está el de Anglante,
y el caballero del León, Uberto,
y con Grifón el joven Aquilante;
Clarïón, que en el líbico desierto
venció animoso a un gran dragón volante;
Adrián de Creta, y Antifor moldavo,
y el rey Balán, entre los bravos bravo.
Pues al entrar los tres, tal chamusquina
se arma, tal confusión, tanta algazara
de caja, de tambor, trompa y bocina,
cual con dificultad se imaginara.
Señora de estos campos Dragontina
ordena a sus cautivos que hagan cara,
y a los intrusos caballeros traten
de aprisionar, o, en todo caso, maten.
En la mañana de este propio día,
gustado aquel licor que el juicio altera,
el Conde don Roldán llegado había,
rendido amante ya de la Hechicera.
Con la loriga a cuestas todavía,
paciendo Brilladoro en la pradera,
andaba el buen señor entretenido,
cuando oyó el fiero estruendo y apellido.
Y la hada a sus pies llorosa mira,
que humilde dice: «Tu favor imploro».
Súbitamente el Conde, que suspira
de amor por ella, y ve tan tierno lloro,
desnuda a Durindana, ardiendo en ira,
y monta de un gran salto a Brilladoro;
vivas centellas por los ojos vierte,
anunciadoras de venganza y muerte.
Amaba el conde Orlando a Dragontina;
¿quién vio jamás tan raro desvarío?
Encierra la bebida peregrina
de la mágica taza un poderío
que con mojar el labio, no ya inclina,
sino fuerza y arrastra a el albedrío,
aun al que en otro amor cautivo se halla,
y a sola Dragontina lo avasalla.
Embravecido el conde Orlando parte
hacia el lugar en que el tumulto suena,
y en que, mientras arroja Brandimarte
a Uberto del León sobre la arena,
al rey Balán enseña Astolfo el arte
de bajar por las ancas, y se llena
de grande maravilla a la llegada
de Orlando, a quien conoce por la espada.
«¡Orlando amado!, el Duque le decía,
¡corona y flor de todo esfuerzo humano!
¿quién así te turbó la fantasía?
Paréceme que estás calamocano.
Astolfo, Astolfo soy, por vida mía;
¿que no conoces a tu primo hermano?»
De parentescos no se cura el Conde,
y a puras cuchilladas le responde.
Gracias a la ocurrencia de Bayardo,
que era en lances de guerra tan experto;
si no, no estrena el Duque otro leopardo;
que al primer tajo allí quedaba muerto.
Disparando el corcel como un petardo
el muro salva del hadado huerto,
como quien sabe bien que no se gana
gran cosa en argüir con Durindana.
Bien pudo el Duque allí emplear la lanza;
pero lo que ella vale él mismo ignora;
y aunque cayese Orlando, su pujanza
le quedaba y su espada cortadora;
luego, no sé por qué la confianza
que Astolfo tuvo en sí le mengua ahora;
y luego, el contendor su primo era,
y de verle caído se doliera.
Orlando por el puente sale al raso,
pensando al duque Astolfo dar un tiento;
mas aunque Brillador fuera el Pegaso,
quedara este pensar en pensamiento,
porque Bayardo corre, y lleva un paso.
Pero por Dios que ya me falta aliento
para más cabalgar; tiro la rienda,
y suspendo un instante la leyenda.
|
es
|
Panero,Leopoldo_María
|
<XXI
|
Yo_François_Villon,_A_Los_Cincuenta_Y_Un_Años
|
Yo François Villon, a los cincuenta y un años
gordo y corpulento, de labios color ceniza
y mejillas que el vino amoratara,
a una cuerda ahorcado
lo sé todo acerca del pecado.
Yo, François Villon,
a una cuerda pendido
me balalnceo lento, habiendo sido
peor que Judas, quien también murió ahorcado.
Las viejas se estremecen al oír mis hazañas
pues no tuve respeto para la vida humana.
Que el viento me mueva, ya oigo cerca las voces
de aquellos que mandé a freír monas.
Me esperan en el infierno
y alargan las manos
porque se ha corrido allí, del Leteo al Cocyto
¡que al fin Villon había muerto ahorcado!
Ya la luna aparece, e ilumina la horca
dando a mi rostro el color de la sangre
yo, que hice mal sabedor de que lo hacía
hasta que por fin he muerto ahorcado.
Ya los lobos ladran en torno al patíbulo
y los niños gritan, parecidos a ratas:
¡Villon ha muerto ahorcado!
Viejas que me insultabais en la carretera oscura:
¡sabed que el semen moja mis caderas
y es fresco y sabroso el semen del ahorcado!
Que mis dientes sirvan
de jugo en tu caldera
bruja de los límites, tú a quien admiro
sabedora de embrujos, de filtros y de hechizos
más poderosos que la fe y que los apóstoles
de quienes se burló el Mago, más apta que ellos
para conocer el dolor
¡de este que un sepulcro merece!
Y que el viento diga, al amanecer, mañana
vanamente a ranas y a gusanos
Villon se ha hecho al fin célebre
pues al fin una horca dibuja su figura
¡Villon ha muerto ahorcado!
Y que de mi mano ajada caiga la rosa
que mis dientes estrujaron
pues ella supo mis crímenes
y fue mi confidente
y dígalo ella al mundo, cayendo sobre el suelo
¡Villon ha muerto ahorcado!
Pronto vendrá la canalla
a hozar en mi tumba
y orinarán encima, y los amantes
harán seguro el amor sobre mis huesos
y será la nada mi más escueto premio
para que ella lo diga,
no sé si nada o rosa:
¡Villon ha muerto ahorcado!
Sabrán de mí los niños
de edades venideras
como de un gran pecador
y asustados correrán a esconderse
bajo las sábanas cuando sus madres
les digan: «Cuidado ahí viene».
Y esa será la fama de Villon, el Ahorcado.
Y será tal mi fama que prefiero el olvido
porque un día, mañana
de ese futuro que el hedor hace
parecerse al recuerdo, una mano
dejará caer, al oír mi nombre
el fruto del culo, el excremento
y mi vida, y mi carne, y todos mis escritos
¡promesa serán sólo para las moscas!
|
es
|
Blanco,Andrés_Eloy
|
<XXI
|
Si_Tu_Rosal_Derrumba_Sus_Olores
|
Si tu rosal derrumba sus olores
con el fracaso de la primavera;
si se deshojan bajo el sol tus flores
y el golpe del estío se lleva sus olores.
Espera.
Si el júbilo pascual de tus canarios
enmudece en la alegre pajarera
si el humo intáctil de tus incensarios
se apaga en los desdenes de los dioses voltarios.
Espera.
Si al eco de tu voz quedan los cielos
en la serenidad de su sendero;
si a tu afán de justicias y consuelos
no hay una luz que rompa los impasibles velos.
Espera.
Si ya tu juventud y tu frescura
pasaron, sin que nadie las sintiera;
si ya se siente en ti, fruta madura,
un imperioso olor a sepultura.
Espera.
Si doquiera que fuiste, fuiste triste;
si en el transcurso de tu vida entera
no hallaste un solo amor por donde fuiste,
y si el amor que encontraste lo perdiste.
Espera.
Si el dolor te interrumpe cada paso;
si las alas de luz de una quimera
nunca hilaron en ti sueños de ocaso,
si tu vida es la vida hecha fracaso.
Espera.
Si el viaje de tu vida es un regreso
hacia tu propia oscuridad primera;
si nada fuiste, si no fuiste un preso
de la pasión, si nadie te dio un beso.
Espera.
Que la noche final rota en fulgores,
te dará a transitar vidas más bellas;
la noche de la tumba sorberá tus dolores,
la savia de tu cuerpo dará flores
y el brillo de tu alma dará estrellas.
|
es
|
Oteo,Arantxa
|
XXI
|
El_Último_Trago_En_París
|
Echo de menos
ese beso que no nos besamos y que
prologaba otros que nunca vinieron,
las palabras que no me dijiste,
los sueños no compartidos que
se desvanecieron antes de ver amanecer,
y tu cara, y tu voz,
y tu silencio, y tu piel,
y tu piel
Extraño que te derritieras en mi boca,
que saborearas todos mis labios,
y esa miel, que me habría envenenado,
y tu agua, que me habría dado vida
mientras me la quitaba
Me falta esa almohada a la que
rompiste las costillas imaginándola yo,
a la que regalaste tu perfume,
a la que cubriste de tus caricias y de tu sal.
Y tus brazos, y tus ojos, y tu luz,
me faltas tú,
me falta tu olor
Odio el tiempo que no hemos pasado juntos,
las historias que no inventamos entre los dos,
las películas que no veremos,
el jazz que no hemos escuchado
y a cuyo ritmo no nos hemos besado,
la brisa que no nos ha refrescado
mientras nos adormecía después del amor
y mis dedos,
que no te han recorrido
Se me hacen cuesta arriba
los días en que no me has dicho que me quieres,
en los que has faltado a tu promesa
de acariciarme y de comerme entera,
sin dejar de estremecer ni un solo
centímetro de mi cuerpo que descubrí,
tan bello,
con tus ojos
Amo tus historias y las que
has rescatado de mi interior,
¿o acaso las pusiste tú ahí,
donde no quisiste entrar?
Y toda la confianza y la seguridad
que no existía antes,
y la verdad,
que antes de ti me era esquiva,
y la bondad,
que ignoraba que morase en mí;
haciéndome sensible, vulnerable y frágil
has sacado toda la fuerza que había en mí.
No quiero olvidar nada de esto:
lo que me falta,
lo que me cuesta,
lo que odio,
lo que amo.
Por eso mi último trago es por ti,
la penumbra otoñal de esta ¿ciudad de la luz?
se pierde en el fondo de mi vaso
y quiero beberme hasta la última gota de mi amargura
para estar siempre serena, feliz y
dispuesta para ti.
Por lo que fue,
por lo que ahora no es,
por lo que será.
Por las aristas
con las que peleamos
los que amamos,
¡a nuestra salud!
|
es
|
Neruda,Pablo
|
<XXI
|
Y_Por_Qué_El_Sol_Es_Tan_Mal_Amigo
|
Y por qué el sol es tan mal amigo
del caminante en el desierto?
Y por qué el sol es tan simpático
en el jardín del hospital?
Son pájaros o son peces
en estas redes de la luna?
Fue adonde a mí me perdieron
que logré por fin encontrarme?
|
es
|
Pombo,Rafael
|
<XXI
|
Un_Beso
|
Nube con nube fulminante choca:
¡Esa es la tempestad!
Estréllanse una boca y otra boca:
¡Esa es la muerte
O es la felicidad!
¡Dame un beso, alma mía! De esa suerte
Yo ansío en tus brazos desposar la muerte
Con la felicidad.
|
es
|
Neruda,Pablo
|
<XXI
|
Ya_Eres_Mía._Reposa_Con_Tu_Sueño_En_Mi_Sueño
|
Ya eres mía. Reposa con tu sueño en mi sueño.
Amor, dolor, trabajos, deben dormir ahora.
Gira la noche sobre sus invisibles ruedas
y junto a mí eres pura como el ámbar dormido.
Ninguna más, amor, dormirá con mis sueños.
Irás, iremos juntos por las aguas del tiempo.
Ninguna viajará por la sombra conmigo,
sólo tú, siempreviva, siempre sol, siempre luna.
Ya tus manos abrieron los puños delicados
y dejaron caer suaves signos sin rumbo,
tus ojos se cerraron como dos alas grises,
mientras yo sigo el agua que llevas y me lleva:
la noche, el mundo, el viento devanan su destino,
y ya no soy sin ti sino sólo tu sueño.
Ninguna más, amor, dormirá con mis sueños.
Irás, iremos juntos por las aguas del tiempo.
Ninguna viajará por la sombra conmigo,
sólo tú, siempreviva, siempre sol, siempre luna.
Ya tus manos abrieron los puños delicados
y dejaron caer suaves signos sin rumbo,
tus ojos se cerraron como dos alas grises,
mientras yo sigo el agua que llevas y me lleva:
la noche, el mundo, el viento devanan su destino,
y ya no soy sin ti sino sólo tu sueño.
Ya tus manos abrieron los puños delicados
y dejaron caer suaves signos sin rumbo,
tus ojos se cerraron como dos alas grises,
mientras yo sigo el agua que llevas y me lleva:
la noche, el mundo, el viento devanan su destino,
y ya no soy sin ti sino sólo tu sueño.
mientras yo sigo el agua que llevas y me lleva:
la noche, el mundo, el viento devanan su destino,
y ya no soy sin ti sino sólo tu sueño.
|
es
|
Gaitán_Durán,Jorge
|
<XXI
|
No_He_Podido_Olvidarte._He_Conseguido
|
No he podido olvidarte. He conseguido
Que este inútil desorden de mis días
Solitarios, concluya en las porfías
De un corazón que da cada latido
A tu memoria. En tu mundo abolido,
He luchado por ti contra las pías
Obras de Dios. Cuanto ayer le exigías
Será invención del hombre que ha nacido.
Tantas razones tuve para amarte
Que en el rigor oscuro de perderte
Quise que le sirviera todo el arte
A tu solo esplendor y así envolverte
En fábulas y hallarte y recobrarte
En la larga paciencia de la muerte.
|
es
|
Fernández_Moreno,Baldomero
|
<XXI
|
Cómo_Juegas_Conmigo_Cuando_Hablas_De_Tus_Años
|
Cómo juegas conmigo cuando hablas de tus años
desde tus ojos vivos, desde tu cutis terso.
Conmigo, ramo de lustros y desengaños
(mi única juventud eres tú y mi verso).
Tengas la edad que tengas es cosa indiferente,
eres la eternidad que se azula o se sonroja.
¿Qué años puede tener el cristal de la fuente?
¿Qué edad tiene la estrella? ¿Qué edad
tiene la hoja?
|
es
|
Caro,Miguel_Antonio
|
<XXI
|
En_El_Sabroso_Abrigo
|
En el sabroso abrigo
De repuesta colina, do me espera
De tarde sin testigo
Fresca y amiga sombra; do parlera
Fontana baja con veloz carrera;
Por el sueño vencido
Quedeme acaso, al fellecer del día:
Sonó luego en mi oído
Mística voz, celeste melodía:
Era un ángel de luz que me decía:
«¿Qué ciego desatino
Así te roba a la región serena,
Que olvidado, sin tino,
La planta mueves en morada ajena
A do pérfido lazo te encadena?
»¿Qué luz, qué bien ofrece
Morada donde a vueltas de ventura
El infortunio crece;
Do el placer muere en el dolor que dura;
Morada de expiación, remota, obscura?
»¡Despierta, aviva, al cielo
Toma! de aquesos engañosos prados
Álzate; y pasa a vuelo
Negros bosques, altísimos nevados,
Y los mares sonoros y argentados!
»¡Y esfuerza el vuelo, y deja
La nube atrás! Ni cures si perdido
A tus ojos se aleja,
En el espacio inmenso sumergido,
Este planeta en soledad y olvido...»
Interrumpió la luna,
Alzada tras la andina cordillera,
Mi sueño y mi fortuna:
Y vi conmigo mi alma prisionera,
Del solitario arroyo en la ribera.
|
es
|
Unamuno,Miguel_de
|
<XXI
|
Resignación,_Humana_Omnipotencia
|
Resignación, humana omnipotencia,
del valor manantial y lecho puro,
baja a mi corazón, grano maduro,
que en mi mente sembró divina ciencia.
Presta osadía y a la vez paciencia
para luchar en el combate duro,
puesta la vista en el confín futuro,
resignación activa, a mi conciencia.
Rompe del egoísmo el fatal sino,
la costra que tupida te sofoca,
liberta al Hombre de tu yo mezquino,
descubre de tu espíritu la roca,
y la piedad de manantial divino
en corriente fluirá que no se apoca.
|
es
|
García_Lorca,Federico
|
<XXI
|
La_Lola
|
Bajo el naranjo, lava
pañales de algodón.
Tiene verdes los ojos
y violeta la voz.
¡Ay, amor,
bajo el naranjo en flor!
El agua de la acequia
iba llena de sol,
en el olivarito
cantaba un gorrión.
¡Ay, amor,
bajo el naranjo en flor!
Luego cuando la Lola
gaste todo el jabón,
vendrán los torerillos.
¡Ay, amor,
bajo el naranjo en flor!
¡Ay, amor,
bajo el naranjo en flor!
El agua de la acequia
iba llena de sol,
en el olivarito
cantaba un gorrión.
¡Ay, amor,
bajo el naranjo en flor!
Luego cuando la Lola
gaste todo el jabón,
vendrán los torerillos.
¡Ay, amor,
bajo el naranjo en flor!
El agua de la acequia
iba llena de sol,
en el olivarito
cantaba un gorrión.
¡Ay, amor,
bajo el naranjo en flor!
Luego cuando la Lola
gaste todo el jabón,
vendrán los torerillos.
¡Ay, amor,
bajo el naranjo en flor!
¡Ay, amor,
bajo el naranjo en flor!
Luego cuando la Lola
gaste todo el jabón,
vendrán los torerillos.
¡Ay, amor,
bajo el naranjo en flor!
Luego cuando la Lola
gaste todo el jabón,
vendrán los torerillos.
¡Ay, amor,
bajo el naranjo en flor!
¡Ay, amor,
bajo el naranjo en flor!
|
es
|
Martínez,Daniel_Omar
|
XXI
|
Todo_El_Amor_Que_Me_Diste
|
Todo el amor que me diste
lo traigo puesto
entre gesto y gesto
entre deseo y deseo
en la canción que canto
el amor que me diste
lo tengo guardado
entre recuerdo y recuerdo
lo desvisto
lo acaricio
y lo pinto
con tinta de nostalgia
después cuando está presentable
nos sentamos
en la vereda
a esperar que regreses
el amor que me diste
lo tengo guardado
entre recuerdo y recuerdo
lo desvisto
lo acaricio
y lo pinto
con tinta de nostalgia
después cuando está presentable
nos sentamos
en la vereda
a esperar que regreses
después cuando está presentable
nos sentamos
en la vereda
a esperar que regreses
|
es
|
Diego,Gerardo
|
<XXI
|
Torerillo_En_Triana
|
Torerillo en Triana,
frente a Sevilla.
Cántale a la sultana
tu seguidilla.
Sultana de mis penas
y mi esperanza.
Plaza de las Arenas
de la Maestranza.
Arenas amarillas,
palcos de oro.
Quién viera a las mulillas
llevarme el toro.
Relumbrar de faroles
por mí encendidos.
Y un estallido de oles
en los tendidos.
Arenal de Sevilla,
Torre del Oro.
Azulejo a la orilla
del río moro.
Azulejo bermejo,
sol de la tarde.
No mientas, azulejo,
que soy cobarde.
Guadalquivir tan verde
de aceite antiguo.
Si el barquero me pierde
yo me santiguo.
La puente no la paso,
no la atravieso.
Envuelto en oro y raso
no se hace eso.
Ay, río de Triana,
muerto entre luces,
no embarca la chalana
los andaluces.
Ay, río de Sevilla,
quién te cruzase
sin que mi zapatilla
se me mojase.
Zapatilla escotada
para el estribo.
Media rosa estirada
y alamar vivo.
Tabaco y oro. Faja
salmón. Montera.
Tirilla verde baja
por la chorrera.
Capote de paseo.
Seda amarilla.
Prieta para el toreo
la taleguilla.
La verónica cruje.
Suenan caireles.
Que nadie la dibuje.
Fuera pinceles.
Banderillas al quiebro.
Cose el mihura
el arco que le enhebro
con la cintura.
Torneados en rueda,
tres naturales.
Y una hélice de seda
con arrabales.
Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.
En hombros por tu orilla,
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Si salgo en la Maestranza,
te bordo un manto,
Virgen de la Esperanza,
de Viernes Santo.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
Sultana de mis penas
y mi esperanza.
Plaza de las Arenas
de la Maestranza.
Arenas amarillas,
palcos de oro.
Quién viera a las mulillas
llevarme el toro.
Relumbrar de faroles
por mí encendidos.
Y un estallido de oles
en los tendidos.
Arenal de Sevilla,
Torre del Oro.
Azulejo a la orilla
del río moro.
Azulejo bermejo,
sol de la tarde.
No mientas, azulejo,
que soy cobarde.
Guadalquivir tan verde
de aceite antiguo.
Si el barquero me pierde
yo me santiguo.
La puente no la paso,
no la atravieso.
Envuelto en oro y raso
no se hace eso.
Ay, río de Triana,
muerto entre luces,
no embarca la chalana
los andaluces.
Ay, río de Sevilla,
quién te cruzase
sin que mi zapatilla
se me mojase.
Zapatilla escotada
para el estribo.
Media rosa estirada
y alamar vivo.
Tabaco y oro. Faja
salmón. Montera.
Tirilla verde baja
por la chorrera.
Capote de paseo.
Seda amarilla.
Prieta para el toreo
la taleguilla.
La verónica cruje.
Suenan caireles.
Que nadie la dibuje.
Fuera pinceles.
Banderillas al quiebro.
Cose el mihura
el arco que le enhebro
con la cintura.
Torneados en rueda,
tres naturales.
Y una hélice de seda
con arrabales.
Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.
En hombros por tu orilla,
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Si salgo en la Maestranza,
te bordo un manto,
Virgen de la Esperanza,
de Viernes Santo.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
Arenas amarillas,
palcos de oro.
Quién viera a las mulillas
llevarme el toro.
Relumbrar de faroles
por mí encendidos.
Y un estallido de oles
en los tendidos.
Arenal de Sevilla,
Torre del Oro.
Azulejo a la orilla
del río moro.
Azulejo bermejo,
sol de la tarde.
No mientas, azulejo,
que soy cobarde.
Guadalquivir tan verde
de aceite antiguo.
Si el barquero me pierde
yo me santiguo.
La puente no la paso,
no la atravieso.
Envuelto en oro y raso
no se hace eso.
Ay, río de Triana,
muerto entre luces,
no embarca la chalana
los andaluces.
Ay, río de Sevilla,
quién te cruzase
sin que mi zapatilla
se me mojase.
Zapatilla escotada
para el estribo.
Media rosa estirada
y alamar vivo.
Tabaco y oro. Faja
salmón. Montera.
Tirilla verde baja
por la chorrera.
Capote de paseo.
Seda amarilla.
Prieta para el toreo
la taleguilla.
La verónica cruje.
Suenan caireles.
Que nadie la dibuje.
Fuera pinceles.
Banderillas al quiebro.
Cose el mihura
el arco que le enhebro
con la cintura.
Torneados en rueda,
tres naturales.
Y una hélice de seda
con arrabales.
Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.
En hombros por tu orilla,
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Si salgo en la Maestranza,
te bordo un manto,
Virgen de la Esperanza,
de Viernes Santo.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
Relumbrar de faroles
por mí encendidos.
Y un estallido de oles
en los tendidos.
Arenal de Sevilla,
Torre del Oro.
Azulejo a la orilla
del río moro.
Azulejo bermejo,
sol de la tarde.
No mientas, azulejo,
que soy cobarde.
Guadalquivir tan verde
de aceite antiguo.
Si el barquero me pierde
yo me santiguo.
La puente no la paso,
no la atravieso.
Envuelto en oro y raso
no se hace eso.
Ay, río de Triana,
muerto entre luces,
no embarca la chalana
los andaluces.
Ay, río de Sevilla,
quién te cruzase
sin que mi zapatilla
se me mojase.
Zapatilla escotada
para el estribo.
Media rosa estirada
y alamar vivo.
Tabaco y oro. Faja
salmón. Montera.
Tirilla verde baja
por la chorrera.
Capote de paseo.
Seda amarilla.
Prieta para el toreo
la taleguilla.
La verónica cruje.
Suenan caireles.
Que nadie la dibuje.
Fuera pinceles.
Banderillas al quiebro.
Cose el mihura
el arco que le enhebro
con la cintura.
Torneados en rueda,
tres naturales.
Y una hélice de seda
con arrabales.
Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.
En hombros por tu orilla,
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Si salgo en la Maestranza,
te bordo un manto,
Virgen de la Esperanza,
de Viernes Santo.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
Arenal de Sevilla,
Torre del Oro.
Azulejo a la orilla
del río moro.
Azulejo bermejo,
sol de la tarde.
No mientas, azulejo,
que soy cobarde.
Guadalquivir tan verde
de aceite antiguo.
Si el barquero me pierde
yo me santiguo.
La puente no la paso,
no la atravieso.
Envuelto en oro y raso
no se hace eso.
Ay, río de Triana,
muerto entre luces,
no embarca la chalana
los andaluces.
Ay, río de Sevilla,
quién te cruzase
sin que mi zapatilla
se me mojase.
Zapatilla escotada
para el estribo.
Media rosa estirada
y alamar vivo.
Tabaco y oro. Faja
salmón. Montera.
Tirilla verde baja
por la chorrera.
Capote de paseo.
Seda amarilla.
Prieta para el toreo
la taleguilla.
La verónica cruje.
Suenan caireles.
Que nadie la dibuje.
Fuera pinceles.
Banderillas al quiebro.
Cose el mihura
el arco que le enhebro
con la cintura.
Torneados en rueda,
tres naturales.
Y una hélice de seda
con arrabales.
Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.
En hombros por tu orilla,
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Si salgo en la Maestranza,
te bordo un manto,
Virgen de la Esperanza,
de Viernes Santo.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
Azulejo bermejo,
sol de la tarde.
No mientas, azulejo,
que soy cobarde.
Guadalquivir tan verde
de aceite antiguo.
Si el barquero me pierde
yo me santiguo.
La puente no la paso,
no la atravieso.
Envuelto en oro y raso
no se hace eso.
Ay, río de Triana,
muerto entre luces,
no embarca la chalana
los andaluces.
Ay, río de Sevilla,
quién te cruzase
sin que mi zapatilla
se me mojase.
Zapatilla escotada
para el estribo.
Media rosa estirada
y alamar vivo.
Tabaco y oro. Faja
salmón. Montera.
Tirilla verde baja
por la chorrera.
Capote de paseo.
Seda amarilla.
Prieta para el toreo
la taleguilla.
La verónica cruje.
Suenan caireles.
Que nadie la dibuje.
Fuera pinceles.
Banderillas al quiebro.
Cose el mihura
el arco que le enhebro
con la cintura.
Torneados en rueda,
tres naturales.
Y una hélice de seda
con arrabales.
Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.
En hombros por tu orilla,
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Si salgo en la Maestranza,
te bordo un manto,
Virgen de la Esperanza,
de Viernes Santo.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
Guadalquivir tan verde
de aceite antiguo.
Si el barquero me pierde
yo me santiguo.
La puente no la paso,
no la atravieso.
Envuelto en oro y raso
no se hace eso.
Ay, río de Triana,
muerto entre luces,
no embarca la chalana
los andaluces.
Ay, río de Sevilla,
quién te cruzase
sin que mi zapatilla
se me mojase.
Zapatilla escotada
para el estribo.
Media rosa estirada
y alamar vivo.
Tabaco y oro. Faja
salmón. Montera.
Tirilla verde baja
por la chorrera.
Capote de paseo.
Seda amarilla.
Prieta para el toreo
la taleguilla.
La verónica cruje.
Suenan caireles.
Que nadie la dibuje.
Fuera pinceles.
Banderillas al quiebro.
Cose el mihura
el arco que le enhebro
con la cintura.
Torneados en rueda,
tres naturales.
Y una hélice de seda
con arrabales.
Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.
En hombros por tu orilla,
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Si salgo en la Maestranza,
te bordo un manto,
Virgen de la Esperanza,
de Viernes Santo.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
La puente no la paso,
no la atravieso.
Envuelto en oro y raso
no se hace eso.
Ay, río de Triana,
muerto entre luces,
no embarca la chalana
los andaluces.
Ay, río de Sevilla,
quién te cruzase
sin que mi zapatilla
se me mojase.
Zapatilla escotada
para el estribo.
Media rosa estirada
y alamar vivo.
Tabaco y oro. Faja
salmón. Montera.
Tirilla verde baja
por la chorrera.
Capote de paseo.
Seda amarilla.
Prieta para el toreo
la taleguilla.
La verónica cruje.
Suenan caireles.
Que nadie la dibuje.
Fuera pinceles.
Banderillas al quiebro.
Cose el mihura
el arco que le enhebro
con la cintura.
Torneados en rueda,
tres naturales.
Y una hélice de seda
con arrabales.
Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.
En hombros por tu orilla,
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Si salgo en la Maestranza,
te bordo un manto,
Virgen de la Esperanza,
de Viernes Santo.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
Ay, río de Triana,
muerto entre luces,
no embarca la chalana
los andaluces.
Ay, río de Sevilla,
quién te cruzase
sin que mi zapatilla
se me mojase.
Zapatilla escotada
para el estribo.
Media rosa estirada
y alamar vivo.
Tabaco y oro. Faja
salmón. Montera.
Tirilla verde baja
por la chorrera.
Capote de paseo.
Seda amarilla.
Prieta para el toreo
la taleguilla.
La verónica cruje.
Suenan caireles.
Que nadie la dibuje.
Fuera pinceles.
Banderillas al quiebro.
Cose el mihura
el arco que le enhebro
con la cintura.
Torneados en rueda,
tres naturales.
Y una hélice de seda
con arrabales.
Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.
En hombros por tu orilla,
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Si salgo en la Maestranza,
te bordo un manto,
Virgen de la Esperanza,
de Viernes Santo.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
Ay, río de Sevilla,
quién te cruzase
sin que mi zapatilla
se me mojase.
Zapatilla escotada
para el estribo.
Media rosa estirada
y alamar vivo.
Tabaco y oro. Faja
salmón. Montera.
Tirilla verde baja
por la chorrera.
Capote de paseo.
Seda amarilla.
Prieta para el toreo
la taleguilla.
La verónica cruje.
Suenan caireles.
Que nadie la dibuje.
Fuera pinceles.
Banderillas al quiebro.
Cose el mihura
el arco que le enhebro
con la cintura.
Torneados en rueda,
tres naturales.
Y una hélice de seda
con arrabales.
Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.
En hombros por tu orilla,
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Si salgo en la Maestranza,
te bordo un manto,
Virgen de la Esperanza,
de Viernes Santo.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
Zapatilla escotada
para el estribo.
Media rosa estirada
y alamar vivo.
Tabaco y oro. Faja
salmón. Montera.
Tirilla verde baja
por la chorrera.
Capote de paseo.
Seda amarilla.
Prieta para el toreo
la taleguilla.
La verónica cruje.
Suenan caireles.
Que nadie la dibuje.
Fuera pinceles.
Banderillas al quiebro.
Cose el mihura
el arco que le enhebro
con la cintura.
Torneados en rueda,
tres naturales.
Y una hélice de seda
con arrabales.
Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.
En hombros por tu orilla,
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Si salgo en la Maestranza,
te bordo un manto,
Virgen de la Esperanza,
de Viernes Santo.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
Tabaco y oro. Faja
salmón. Montera.
Tirilla verde baja
por la chorrera.
Capote de paseo.
Seda amarilla.
Prieta para el toreo
la taleguilla.
La verónica cruje.
Suenan caireles.
Que nadie la dibuje.
Fuera pinceles.
Banderillas al quiebro.
Cose el mihura
el arco que le enhebro
con la cintura.
Torneados en rueda,
tres naturales.
Y una hélice de seda
con arrabales.
Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.
En hombros por tu orilla,
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Si salgo en la Maestranza,
te bordo un manto,
Virgen de la Esperanza,
de Viernes Santo.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
Capote de paseo.
Seda amarilla.
Prieta para el toreo
la taleguilla.
La verónica cruje.
Suenan caireles.
Que nadie la dibuje.
Fuera pinceles.
Banderillas al quiebro.
Cose el mihura
el arco que le enhebro
con la cintura.
Torneados en rueda,
tres naturales.
Y una hélice de seda
con arrabales.
Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.
En hombros por tu orilla,
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Si salgo en la Maestranza,
te bordo un manto,
Virgen de la Esperanza,
de Viernes Santo.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
La verónica cruje.
Suenan caireles.
Que nadie la dibuje.
Fuera pinceles.
Banderillas al quiebro.
Cose el mihura
el arco que le enhebro
con la cintura.
Torneados en rueda,
tres naturales.
Y una hélice de seda
con arrabales.
Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.
En hombros por tu orilla,
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Si salgo en la Maestranza,
te bordo un manto,
Virgen de la Esperanza,
de Viernes Santo.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
Banderillas al quiebro.
Cose el mihura
el arco que le enhebro
con la cintura.
Torneados en rueda,
tres naturales.
Y una hélice de seda
con arrabales.
Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.
En hombros por tu orilla,
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Si salgo en la Maestranza,
te bordo un manto,
Virgen de la Esperanza,
de Viernes Santo.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
Torneados en rueda,
tres naturales.
Y una hélice de seda
con arrabales.
Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.
En hombros por tu orilla,
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Si salgo en la Maestranza,
te bordo un manto,
Virgen de la Esperanza,
de Viernes Santo.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.
En hombros por tu orilla,
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Si salgo en la Maestranza,
te bordo un manto,
Virgen de la Esperanza,
de Viernes Santo.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
En hombros por tu orilla,
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Si salgo en la Maestranza,
te bordo un manto,
Virgen de la Esperanza,
de Viernes Santo.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
Si salgo en la Maestranza,
te bordo un manto,
Virgen de la Esperanza,
de Viernes Santo.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
|
es
|
Buesa,José_Ángel
|
<XXI
|
Arte_Poética
|
Ama tu verso, y ama sabiamente tu vida,
la estrofa que más vive, siempre es la más vivida.
Un mal verso supera la más perfecta prosa,
aunque en prosa y en verso digas la misma cosa.
Así como el exceso de virtud hace el vicio,
el exceso de arte llega a ser artificio.
Escribe de tal modo que te entienda la gente,
igual si es ignorante que si es indiferente.
Cumple la ley suprema de desdeñarlas todas,
sobre el cuerpo desnudo no envejecen las modas.
Y sobre todo, en arte y vida, sé diverso,
pues sólo así tu mente revivirá en tu verso.
|
es
|
Eguren,José_María
|
<XXI
|
Plomizo,_Carminado
|
Plomizo, carminado
y con la barba verde,
el ritmo pierde
el dios cansado.
Y va con tristes ojos,
por los desiertos rojos,
de los beduinos
y peregrinos.
Sigue por las obscuras
y ciegas capitales
de negros males
y desventuras.
Reinante el día estuoso,
camina sin reposo
tras los inventos
y pensamientos.
Continúa, ignorado
por la región atea;
y nada crea
el dios cansado.
|
es
|
García_Cabrera,Pedro
|
<XXI
|
Tan_Sólo_Tú_Eres_Clara_En_Lo_Que_Quieres
|
Tan sólo tú eres clara en lo que quieres.
Tu color es el único que sabes.
Y hay para ti un idioma: el de la piedra.
Fuera de ti lo desconoces todo.
Te basta solamente lo que tienes.
¡Qué sencillez de mundo a la medida,
sin que la ausencia te desdoble y huya
con la mitad de ti por esos mares!
Todo, todo gravita tan pegado
a tu propio existir, que identificas
a tu presencia el universo entero,
isla de ayer, de hoy y de mañana,
razón de piedra en el amor anclada.
|
es
|
Salinas,Pedro
|
<XXI
|
Variación_Xii_-_Civitas_Dei
|
¡Qué hermosa es la ciudad, oh Contemplado,
que eriges a la vista!
Capital de los ocios, rodeada
de espumas fronterizas,
en las torres celestes atalayan
blancas nubes vigías.
Flotante sobre el agua, hecha y deshecha
por luces sucesivas,
los que la sombra alcázares derrumba
el alba resucita.
Su riqueza es la luz, la sin moneda,
la que nunca termina,
la que después de darse un día entero
amanece más rica.
Todo en ella son canjes —ola y nube,
horizonte y orilla—,
bellezas que se cambian, inocentes
de la mercadería.
Por tu hermosura, sin mancharla nunca
resbala la codicia,
la que mueve el contrato, nunca el aire
en las velas henchidas,
hacia la gran ciudad de los negocios,
la ciudad enemiga.
No hay nadie, allí, que mire; están los ojos
a sueldo, en oficinas.
Vacío abajo corren ascensores,
corren vacío arriba,
transportan a fantasmas impacientes:
la nada tiene prisa.
Si se aprieta un botón se aclara el mundo,
la duda se disipa.
Instantánea es la aurora; ya no pierde
en fiestas nacarinas,
en rosas, en albores, en celajes,
el tiempo que perdía.
Aquel aire infinito lo han contado;
números se respiran
El tiempo ya no es tiempo, el tiempo es oro,
florecen compañías
para vender a plazos los veranos,
las horas y los días.
Luchan las cantidades con los pájaros,
los nombres con las cifras:
trescientos, mil, seiscientos, veinticuatro,
Julieta, Laura, Elisa.
Lo exacto triunfa de lo incalculable,
las palabras vencidas
se van al campo santo y en las lápidas
esperan elegías.
¡Clarísimo el futuro, ya aritmético,
mañana sin neblinas!
Expulsan el azar y sus misterios
astrales estadísticas.
Lo que el sueño no dio lo dará el cálculo;
unos novios perfilan
presupuestos en tardes otoñales:
el coste de su dicha.
Sin alas, silenciosas por los aires,
van aves ligerísimas,
eléctricas bandadas agoreras,
cantoras de noticias,
que desdeñan las frondas verdecientes
y en las radios anidan.
A su paso se mueren —ya no vuelven—
oscuras golondrinas.
Dos amantes se matan por un hilo
—ruptura a dos mil millas—;
sin que pueda salvarle una morada
un amor agoniza,
y Iludiéndose el teléfono en el pecho
la enamorada expira.
Los maniquíes su lección ofrecen,
moral desde vitrinas:
ni sufrir ni gozar, ni bien ni mal,
perfección de la línea.
Para ser tan felices las doncellas
poco a poco se quitan
viejos estorbos, vagos corazones
que apenas si latían.
Hay en las calles bocas que conducen
a cuevas oscurísimas:
allí no sufre nadie; sombras bellas
gráciles se deslizan,
sin carne en que el dolor pueda dolerles,
de sonrisa a sonrisa.
Entre besos y escenas de colores
corriendo va la intriga.
Acaba en un jardín, al fondo rosas
de trapo sin espinas.
Se descubren las gentes asombradas
su sueño: es la película,
vivir en un edén de cartón piedra,
ser criaturas lisas.
Hermosura posible entre tinieblas
con las luces se esquiva.
La yerba de los cines está llena
de esperanzas marchitas.
Hay en los bares manos que se afanan
buscando la alegría,
y prenden por el talle a sus parejas,
o a copas cristalinas.
Mezclado azul con rojo, verde y blanco,
fáciles alquimistas
ofrecen breves dosis de retorno
a ilusiones perdidas.
Lo que la orquesta toca y ellos bailan,
son todo tentativas
de salir sin salir del embolismo
que no tiene salida.
Mueve un ventilador aspas furiosas
y deshoja una Biblia.
Por el aire revuelan gemebundas
voces apocalípticas,
y rozan a las frentes pecadoras
alas de profecías.
La mejor bailarina, Magdalena,
se pone de rodillas.
Corren las ambulancias, con heridos
de muerte sin heridas.
En Wall Street banqueros puritanos
las escrituras firman
para comprar al río los reflejos
del cielo que está arriba.
Un hombre hay que se escapa, por milagro,
de tantas agonías.
No hace nada, no es nada, es Charlie Chaplin,
es este que te mira;
somos muchos, yo solo, centenares
las almas fugitivas
de Henry Ford, de Taylor, de la técnica,
los que nada fabrican
y emplean en las nubes vagabundas
ojos que no se alquilan.
No escucharán anuncios de la radio;
atienden la doctrina
que tú has ido pensando en tus profundos,
la que sale a tu orilla,
ola tras ola, espuma tras espuma,
y se entra por los ojos toda luz,
y ya nunca se olvida.
|
es
|
Azar,Santiago
|
XXI
|
Se_Trata_De_Arreglar_El_Mundo_Como_Lo_Hacemos_Nosotros
|
Se trata de arreglar el mundo como lo hacemos nosotros,
al mejor estilo del subdesarrollo:
Con alambres artesanales y parches para bicicletas.
Esto vuelve a suceder en medio de una mesa repleta,
colmada de alimentos hasta el hartazgo.
Sin embargo, aquí chorrea la mano solitaria
y el individuo en sí mismo alcanzando la cima.
Estoy rodeado de autoridades tan falsas
como el mejor abogado de provincia, sólidamente exitoso,
pero en el fondo, sólo uno más del ganado.
Aquí somos el tenedor y el cuchillo en medio de la gula,
el despilfarro y las conversaciones absurdas e instantáneas,
mientras allá afuera, vuelvo a Jerusalén y Ramallah
y a una multitud que lanza sus piedras contra los perros de presa
y riegan con sangre la tierra tan amada.
Nosotros, por otra parte, seguimos discutiendo, satisfechos,
si vale la pena cien o quinientos muertos,
o si en realidad no hay nada más heroico en este momento
que devorar el último plato servido que queda en la mesa.
|
es
|
Guillén,Nicolás
|
<XXI
|
Lápida
|
Esto fue escrito por Nicolás Guillén, antillano,
en el año de nil tloaecientos treinta y cuatro
Esto fue escrito por Nicolás Guillén, antillano,
en el año de nil tloaecientos treinta y cuatro
|
es
|
Paz,Octavio
|
<XXI
|
Nubes_A_La_Deriva,_Continentes
|
Nubes a la deriva, continentes
sonámbulos, países sin substancia
ni peso, geografías dibujadas
por el sol y borradas por el viento.
Cuatro muros de adobe. Buganvillas:
en sus llamas pacíficas mis ojos
se bañan. Pasa el viento entre alabanzas
de follajes y yerbas de rodillas.
El heliotropo con morados pasos
cruza envuelto en su aroma. Hay un profeta:
el fresno —y un meditabundo: el pino.
El jardín es pequeño, el cielo inmenso.
Verdor sobreviviente en mis escombros:
en mis ojos te miras y te tocas,
te conoces en mí y en mí te piensas,
en mí duras y en mí te desvaneces.
|
es
|
Hartzenbusch,Juan_Eugenio
|
<XXI
|
«¡Viva_La_Libertad!»_Así_Gritaban
|
«¡Viva la libertad!» Así gritaban
juntos con recia voz por largo rato,
al verse libres de su duro encierro,
una marmota, un gato,
un colorín y un perro,
que antes en un cortijo suspiraban,
víctimas del poder y los caprichos
de un labrador aficionado a bichos.
—¿Qué se hace, compañeros?,
preguntó el colorín, pues es costumbre
de bestias a la vez y caballeros
que el promotor de las cuestiones sea
la cabeza más ruin de la asamblea.
Yo, prosiguió diciendo muy ufano,
puesto que terminó la servidumbre,
y en ella me enseñaban vanos sones,
quiero desde hoy con ellos al tirano
silbar, y confundirle a maldiciones.
—Yo, dijo la marmota,
buscaré un agujero
para dormir en él un año entero.
—Aquí, el gato exclamó, según se nota,
por los collados hay y los ejidos
multitud de conejos y de nidos:
ya que se me presenta buena traza,
contrabandista me hago de la caza.
—Yo, prorrumpió sagaz el perdiguero,
como que libre y suelto bien me lamo,
voy libremente a ver si encuentro un amo.
¡De tan indigno modo
Empleó la cuadrilla emancipada
la libertad dulcísima anhelada!
Para las almas nobles ella es todo;
para egoístas, nada.
|
es
|
Juarroz,Roberto
|
<XXI
|
Tercera_Poesía_Vertical._Poemas_De_Unidad._Número_20
|
A veces comprendemos algo
entre la noche y la noche.
Nos vemos de pronto parados debajo de una torre
tan fina como el signo del adiós
y nos pesa sobre todo desconocer si lo que no sabemos
es adónde ir o adónde regresar.
Nos duele la forma más íntima del tiempo:
el secreto de no amar lo que amamos.
Una oscura prisa,
un contagio de ala
nos alumbra una ausencia desmedidamente nuestra.
Comprendemos entonces
que hay sitios sin luz, ni oscuridad, ni meditaciones,
espacios libres
donde podríamos no estar ausentes.
|
es
|
Arciniegas,Ismael_Enrique
|
<XXI
|
Volví_Después_De_Muchos_Años._Todo
|
Volví después de muchos años. Todo
lo mismo. El puente de madera. El río
lento, entre guaduas y negruzco lodo;
y de teja y de paja el caserío.
La calle principal, con su empedrado
roto a trechos. Asómanse curiosos...
niños que van corriendo por el prado,
y en la plaza, naranjos rumorosos.
Y su casita, como entonces. Flores
en la ventana, adonde fui temblando
en años idos con canción de amores...
de esa ventana me alejé llorando.
¿Casada? ¿Muerta? No lo sé. La vida
desgarró mi ilusión, ensueño de oro.
¡Amor y versos de mi edad florida!...
...Y nuevamente en las tinieblas lloro.
|
es
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Altolaguirre,Manuel
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<XXI
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Sueño_De_Mármol
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Las sendas que me obligo
a recorrer por ti
no las borra la vida
y en vez de flores una venda,
dura como una máscara,
va dividiendo el campo.
Quisiera haber nacido junto a ti,
vivir de rama en rama, sin caminos,
pero veo la distancia, el no alcanzarte;
y peregrina el corazón pisando rosas
y llega al tuyo, cuando sueña
dentro de una ciudad, donde aplastado
quedó el verdor, la risa, las colmenas.
En ella se enredaron los caminos
y la tierra ofendida, quedamente
lanza leves suspiros, sus jardines;
sus torres que, desprecios a la brisa,
yacen inmóviles,
voces de bronce dan
para anunciar las nuevas tumbas.
Yo sé por qué la tierra enfurecida
a veces tiembla y rompe las ciudades:
alguien responde al llanto de las hierbas
que no pueden nacer bajo las losas.
Las pisadas del hombre van dejando
su estéril huella, firme, que divide
con una seca herida el prado verde
y, más endurecido y seco, implora
sostén a sus pisadas, que se calle
el color, que no pronuncie
en tallos de alegría
su gesto el campo;
más impasible quiere su dominio,
con mármol sueña lapidar llanuras.
No así mi amor, tu mundo, otro planeta,
la flor intacta con ocultos ríos:
por sus venas iré sin ser notado,
soy de tu corazón dócil corriente.
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es
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Gelman,Juan
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<XXI
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Sí
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celebrando su máquina
el emperrado corazón amora
como si no le dieran de través
de atrás alante en su porfía
alante de ala de volar
que no otra cosa intenta
molestándole piedras
como especie de pies
pies que piesan en vez de alar o cómo
sería el mundo el buey lo que se hija
si no nos devoráramos
si amorásemos mucho
si fuéramos o fuésemos
como rostros humanos
empezando de a dos
completos en el resto
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es
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Subsets and Splits
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