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José Albi
¿Y a ti qué te diré, río del alma, cántaro de mi sed, jardín cerrado? ¿Y a ti qué te diré, mujer que dejas tu corazón al borde de mi vida? Hasta ti llegaré y, entre las manos, tomaré viento y agua; luz y tierra, y amasaré nuestros dos nombres juntos. Qué nuestra es la esperanza, que nos gana y nos pierde cada día. Qué nuestra es la tristeza, que se escurre a lo largo de los hombros y nos deja indefensos, solitarios. Qué nuestro es el recuerdo, que nos une lo mismo que un abrazo. Qué nuestro es nuestro amor. Con él estamos igual que un niño con zapatos nuevos. Qué nuestro es nuestro mundo: isla de guerra y paz, isla profunda hecha a la dimensión de nuestras almas. Qué nuestro es nuestro amor, Qué indescifrable, qué remoto, qué mío Qué mía que eres tú, qué mío el mundo, que mía mi verdad cuando te tengo. Encontrándome en ti, me hallo a mí mismo. Mi vida empieza donde tú terminas. Mi vida es despeñarse, como un toro por las encrucijadas del misterio. Mi vida es caminar, morirse a ratos, y comenzar de nuevo la jornada. Pero tú eres la paz. La paz ganada a pulso, a fuerza de huracanes y batallas. No hay victoria que valga si no arriesgamos nuestra propia vida Y la nuestra aquí está. Sin burladeros, jugando con el mundo a cuerpo limpio. Amor es bello si la herida es honda. Horademos la piedra gota a gota. Hay que aprender la paz de cada día. Yo la aprendí en tus ojos. Aprenderla y vivirla. Yo he aprendido a vivir a tu manera. No hay paz para quien lleva sus dos manos vacías de esperanza No hay paz para quien niega sombra o luz á su hermano. No hay paz para quien cierra el corazón, y calla si alguien llama a su puerta. Ni hay paz para la fuente que no mana, para el árbol sin fruta, para el labio sin beso, sin perdón y sin fuego... No, no hay paz para el hombre vacío de esperanza. Haya paz para el hombre que te busca, como el campo la lluvia de setiembre. Haya paz para el hombre que está solo, con su destino a cuestas Haya paz y haya amor. Romped los diques de la fe y de los besos, y ahogadme en sus dulces huracanes. Yo te llamo mujer, y te llamo ternura y fortaleza; y alegría y dolor a un mismo tiempo. ¡Oh, región fabulosa de tus brazos! Aprenderemos a vivir de nuevo. Dame tú luz, tu cumbre, tu destino. Dame más, mucho más: tu propia vida, pues sabes darlo todo a manos llenas. Eres incalculable como un mundo. Y tiernísima y frágil como un niño. Me sorprendes, me empujas, me acorralas, y entre los labios te me mueres dócil. Eres tú y eres yo. Todo es a un tiempo rabia de destrucción y de ternura, de inexplicable y de gozoso hallazgo, de generoso encono de caricia. Nuestra vida se suma y se desborda. Mi encarnizada soledad es tuya. Tu terquedad dulcísima y el agua de tu mirada triste son ya sangre en mi piel, ya son cascada. Somos un viento que en la vida clama, abriendo puertas, derribando muros, levantando la niebla de los turbios callejones del hombre. Aquí está nuestra lluvia de esperanza. Somos la vida. Detened el brazo que amenaza y conmina. .. Nada podéis, porque la tierra muere, pero nace otra vez. Somos la tierra que nos forma, nos une y nos libera. Tierra de Dios, con fuego en el costado que incendia un corazón para dos vidas. ¡Qué terrible esperanza! ¡Qué delirante gozol ¡Qué vértigo en el alma! ¡Qué insumisión, qué cólera, qué fuego...! Si fuimos dos, ya somos uno mismo.
Y a ti que te diré?
José María Hinojosa
Bogaba por alta mar un marinero en su barca, velas eran sus deseos, y su pensamiento, el viento. Si yo fuera marinero sólo tendría en mi pecho una hélice y un remo. Como marinero no soy, cuando me embarque en el mar sólo llevaré el recuerdo del ritmo de los remeros.
Canción
Gabriela Mistral
1 Amo las cosas que nunca tuve con las otras que ya no tengo. Yo toco un agua silenciosa, parada en pastos friolentos, que sin un viento tiritaba en el huerto que era mi huerto. La miro como la miraba; me da un extraño pensamieto, y juego, lenta, con esa agua como con pez o con misterio. 2 Pienso en umbral donde dejé pasos alegres que ya no llevo, y en el umbral veo una llaga llena de musgo y de silencio. 3 Me busco un verso que he perdido, que a los siete años me dijeron. Fue una mujer haciendo el pan y yo su santa boca veo. 4 Viene un aroma roto en ráfagas; soy muy dichosa si lo siento; de tan delgado no es aroma, siendo el olor de los almendros. Me vuelve niños los sentidos; le busco un nombre y no lo acierto, y huelo el aire y los lugares buscando almendros que no encuentro... 5 Un río suena siempre cerca. Ha cuarenta años que lo siento. Es canturía de mi sangre o bien un ritmo que me dieron. O el río Elqui de mi infancia que me repecho y me vadeo. Nunca lo pierdo; pecho a pecho, como dos niños, nos tenemos. 6 Cuando sueño la Cordillera, camino por desfiladeros, y voy oyéndoles, sin tregua, un silbo casi juramento. 7 Veo al remate del Pacífico amoratado mi archipiélago y de una isla me ha quedado un olor acre de alción muerto... 8 Un dorso, un dorso grave y dulce, remata el sueño que yo sueño. Es el final de mi camino y me descanso cuando llego. Es tronco muerto o es mi padre el vago dorso ceniciento. Yo no pregunto, no lo turbo. Me tiendo junto, callo y duermo. 9 Amo una piedra de Oaxaca o Guatemala, a que me acerco, roja y fija como mi cara y cuya grieta da un aliento. Al dormirme queda desnuda; no sé por qué yo la volteo. Y tal vez nunca la he tenido y es mi sepulcro lo que veo...
Cosas
Nicolás Guillén
Te vi al pasar, una tarde, ébano, y te saludé; duro entre todos los troncos, duro entre todos los troncos, tu corazón recordé. Arará, cuévano, arará sabalú. —Ébano real, yo quiero un barco, ébano real, de tu negra madera... Ahora no puede ser, espérate, amigo, espérate, espérate a que me muera. Arará, cuévano, arará sabalú. —Ébano real, yo quiero un cofre, ébano real, de tu negra madera... Ahora no puede ser, espérate, amigo, espérate, espérate a que me muera. Arará, cuévano, arará sabalú. —Ébano real, yo quiero un techo, ébano real, de tu negra madera... Ahora no puede ser, espérate, amigo, espérate, espérate a que me muera. Arará, cuévano, arará sabalú. —Quiero una mesa cuadrada y el asta de mi bandera; quiero mi pesado lecho, quiero mi lecho pesado, ébano, de tu madera, ay, de tu negra madera... Ahora no puede ser, espérate, amigo, espérate, espérate a que me muera. Arará, cuévano, arará sabalú. Te vi al pasar, una tarde, ébano, y te saludé: Duro entre todos los troncos, duro entre todos los troncos, tu corazón recordé.
Ébano real
Josefina Plá
...¿Desde cuándo marchabas a mi lado, desde cuándo...? Tus pasos ¿desde cuándo, en la noche, aproximándose, ocultos tras de cada latido...? ¿Desde cuándo...? ¿Desde cuándo, en la noche, por los valles sin nombre, rastreando mi angustia? Y tras de cada puerta abriéndose, y de cada recodo el camino, ¿desde cuándo? ¿Desde cuándo tus sienes en las salvias del reposo tranquilo? ¿Desde cuándo tus brazos en los cálidos ramos del viril eucalipto, bajo las siestas altas? ...¿Y desde cuándo el pedregal desnudo; desde cuándo el desierto irredimible? ¿Desde cuándo la brasa los párpados; esta sed, desde cuándo? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ...¿Desde cuándo este siempre irrevocable; esta muerte creciendo, desde cuándo...? 1953
Desde cuándo
Mario Benedetti
De un tiempo a esta parte el infinito se ha encogido peligrosamente. Quién iba a suponer que segundo a segundo cada migaja de su pan sin límites iba así a despeñarse como canto rodado en el abismo.
El infinito
Alfredo Lavergne
Y si no partí Y si no sé adónde voy ...Y si alguna vez estuve en guerra Por un poco más De papel Por el grito de mi tinta Porque sí. Es porque soy un hombre que camina Y el poeta que no viaja para juzgar su brevedad. Sino para descubrir Que la tierra es madre a sí misma ...Y no fue porfía Ni nobleza Ni espíritu poético Sino por Esta incertidumbre Este salir Este sueño O quizás por este lenguaje oscuro De fin de Siglo XVIII.
El verbo amar
Rubén Izaguirre Fiallos
Cuando vuelvas, tocá mi puerta. Si no abro, tocá mis labios. Si no hablo, tocá mis ojos. Si no veo, tocá mi pecho. Si no respiro, Reza por mí.
Cuando vuelvas
Ángeles Carbajal
Margaritas, petunias, geranios, vacas, grillos, cordeles, cestos, mariquitas de Dios, maíz, telas de araña. Las golondrinas dibujan sobre la pared encalada idénticos e irrepetibles vuelos. Sombrero de paja, pantalón corto, camisa vieja, alpargatas; un día más en el ajetreo feliz de la casa y de los días sin fin. Sábanas blancas de algodón revolotean en el aire. Pero un día, blancas sábanas de algodón y de infancia y de madre... ¿qué haré yo sin eternidad?
Mi casa
Rafael Pombo
Simón el bobito llamó al pastelero: ¡a ver los pasteles, los quiero probar! -Sí, repuso el otro, pero antes yo quiero ver ese cuartillo con que has de pagar. Buscó en los bolsillos el buen Simoncito y dijo: ¡de veras! no tengo ni unito. A Simón el bobito le gusta el pescado Y quiere volverse también pescador, Y pasa las horas sentado, sentado, Pescando en el balde de mamá Leonor. Hizo Simoncito un pastel de nieve Y a asar en las brasas hambriento lo echó, Pero el pastelito se deshizo en breve, Y apagó las brasas y nada comió. Simón vio unos cardos cargando viruelas Y dijo: -¡qué bueno! las voy a coger. Pero peor que agujas y puntas de espuelas Le hicieron brincar y silbar y morder. Se lavó con negro de embolar zapatos Porque su mamita no le dio jabón, Y cuando cazaban ratones los gatos Espantaba al gato gritando: ¡ratón! Ordeñando un día la vaca pintada Le apretó la cola en vez del pezón; Y ¡aquí de la vaca! le dio tal patada Que como un trompito bailó don Simón. Y cayó montado sobre la ternera Y doña ternera se enojó también Y ahí va otro brinco y otra pateadera Y dos revolcadas en un santiamén. Se montó en un burro que halló en el mercado Y a cazar venados alegre partió, Voló por las calles sin ver un venado, Rodó por las piedras y el asno se huyó. A comprar un lomo lo envió taita Lucio, Y él lo trajo a casa con gran precaución Colgado del rabo de un caballo rucio Para que llegase limpio y sabrosón. Empezando apenas a cuajarse el hielo Simón el bobito se fue a patinar, Cuando de repente se le rompe el suelo Y grita: ¡me ahogo! ¡vénganme a sacar! Trepándose a un árbol a robarse un nido, La pobre casita de un mirlo cantor, Desgájase el árbol, Simón da un chillido, Y cayó en un pozo de pésimo olor Ve un pato, le apunta, descarga el trabuco: Y volviendo a casa le dijo a papá: Taita yo no puedo matar pajaruco Porque cuando tiro se espanta y se va. Viendo una salsera llena de mostaza Se tomó un buen trago creyéndola miel, Y estuvo rabiando y echando babaza Con tamaña lengua y ojos de clavel. Vio un montón de tierra que estorbaba el paso Y unos preguntaban ¿qué haremos aquí? Bobos dijo el niño resolviendo el caso; Que abran un grande hoyo y la echen allí Lo enviaron por agua, y él fue volandito Llevando el cedazo para echarla en él Así que la traiga el buen Simoncito Seguirá su historia pintoresca y fiel.
Simón el bobito
Álvaro García
(fragmento) [...] Rocas, islas que no llegan a islas, reticentes de erizos; tú buceas y sales luego al aire del rompeolas, con cara de saber secretamente, oculta tras tus gafas de buceo. Me veo en su transparencia, sumergido en tu fondo en superficie como en un agua oscura. Tú y yo descendemos al fondo, un cielo hundido. Buceamos. Hay algo en este vértigo parecido a volar por aire de agua, amenazados, protegidos de agua sobre campos que oscilan silenciosos. Se abren en el fondo abismos, grietas, las montañas del mar, los valles lentos de macizos de algas y de peces, el mar como una savia sobre el mundo, agua hundida en el agua, mar que pesa sobre tu espalda que huye en cada abrirse tus brazos que te apartan mar, más hondo y cada vez más lejos de la luz, mojado el sol como una luna arriba en el techo de agua y de silencio. El día se transforma desde abajo. No se oyen las voces. No se oyen las olas o bramar de espuma el tiempo. Aquí está el latir vivo, la presencia. Habitar en el agua nada más, densidad del final y del principio. En qué valle de instante ya no somos. Donde el agua se canse empieza el mundo. Queda lejos ser junio y ser nosotros. Aquí se desactiva nuestra muerte. Flotamos entre el agua, no en el tiempo, y se refugia aquí la eternidad. (De 'El río de agua', 2005)
El río de agua
Genaro Ortega Gutiérrez
Lo fácil es establecer comparaciones con el emboscado silencio. El silencio no es cosa de esquivar en los labios, como ríos que vienen de la cima del mundo. Lo fácil es abandonarse a ese instante, mortal en el templo de la carne, que te acaricia con sus párpados y te crucifica con su cereal hermoso. Lo eficaz es acompasarte al movimiento circular, y aferrar con las dos manos el timón donde todos los ecos deberán florecer definitivamente. Lo malo es haber venido a nacer en esta oscuridad luminosa, apéndice de lujo de tardes fingidas en el agua, secreta, según confirman los cien espejos vueltos de la casa.
Paradigma de las patas de gallo
Gustavo Adolfo Bécquer
Pasaba arrolladora en su hermosura y el paso le dejé; ni aun a mirarla me volví y, no obstante, algo a mi oído murmuró: ?Esa es. ¿Quién reunió la tarde a la mañana? Lo ignoro; sólo sé que en una breve noche de verano se unieron los crepúsculos, y... fue.
Rima xxxii
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Amo el trozo de tierra que tú eres, porque de las praderas planetarias otra estrella no tengo. Tú repites la multiplicación del universo. Tus anchos ojos son la luz que tengo de las constelaciones derrotadas, tu piel palpita como los caminos que recorre en la lluvia el meteoro. De tanta luna fueron para mí tus caderas, de todo el sol tu boca profunda y su delicia, de tanta luz ardiente como miel en la sombra tu corazón quemado por largos rayos rojos, y así recorro el fuego de tu forma besándote, pequeña y planetaria, paloma y geografía.
Cien sonetos de amor
Federico García Lorca
Equivocar el camino es llegar a la nieve y llegar a la nieve es pacer durante veinte siglos las hierbas de los cementerios. Equivocar el camino es llegar a la mujer, la mujer que no teme la luz, la mujer que no teme a los gallos y los gallos que no saben cantar sobre la nieve. Pero si la nieve se equivoca de corazón puede llegar el viento Austro y como el aire no hace caso de los gemidos tendremos que pacer otra vez las hierbas de los cementerios. Yo vi dos dolorosas espigas de cera que enterraban un paisaje de volcanes y vi dos niños locos que empujaban llorando las pupilas de un asesino. Pero el dos no ha sido nunca un número porque es una angustia y su sombra, porque es la guitarra donde el amor se desespera, porque es la demostración de otro infinito que no es suyo y es las murallas del muerto y el castigo de la nueva resurrección sin finales. Los muertos odian el número dos, pero el número dos adormece a las mujeres y como la mujer teme la luz la luz tiembla delante de los gallos y los gallos sólo saben votar sobre la nieve tendremos que pacer sin descanso las hierbas de los cementerios.
Pequeño poema infinito
César Vallejo
Niños del mundo, si cae España ?digo, es un decir? si cae del cielo abajo su antebrazo que asen, en cabestro, dos láminas terrestres; niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas! ¡qué temprano en el sol lo que os decía! ¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano! ¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno! ¡Niños del mundo, está la madre España con su vientre a cuestas; está nuestra madre con sus férulas, está madre y maestra, cruz y madera, porque os dio la altura, vértigo y división y suma, niños; está con ella, padres procesales! Si cae ?digo, es un decir? si cae España, de la tierra para abajo, niños ¡cómo vais a cesar de crecer! ¡cómo va a castigar el año al mes! ¡cómo van a quedarse en diez los dientes, en palote el diptongo, la medalla en llanto! ¡Cómo va el corderillo a continuar atado por la pata al gran tintero! ¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto hasta la letra en que nació la pena! Niños, hijos de los guerreros, entre tanto, bajad la voz que España está ahora mismo repartiendo la energía entre el reino animal, las florecillas, los cometas y los hombres. ¡Bajad la voz, que está en su rigor, que es grande, sin saber qué hacer, y está en su mano la calavera, aquella de la trenza; la calavera, aquella de la vida! ¡Bajad la voz, os digo; bajad la voz, el canto de las sílabas, el llanto de la materia y el rumor menos de las pirámides, y aun el de las sienes que andan con dos piedras! ¡Bajad el aliento, y si el antebrazo baja, si las férulas suenan, si es la noche, si el cielo cabe en dos limbos terrestres, si hay ruido en el sonido de las puertas, si tardo, si no veis a nadie, si os asustan los lápices sin punta, si la madre España cae ?digo, es un decir?, salid, niños, del mundo; id a buscarla!...
España, aparta de mí este cáliz
Leopoldo Lugones
Soñé la muerte y era muy sencillo; una hebra de seda me envolvía, y a cada beso tuyo, con una vuelta menos me ceñía y cada beso tuyo era un día; y el tiempo que mediaba entre dos besos una noche. La muerte era muy sencilla. Y poco a poco fue desenvolviéndose la hebra fatal. Ya no la retenía sino por solo un cabo entre los dedos... Cuando de pronto te pusiste fría y ya no me besaste... y solté el cabo, y se me fue la vida.
Historia de mi muerte
Gabriela Mistral
Niño indio, si estás cansado, tú te acuestas sobre la Tierra, y lo mismo si estás alegre, hijo mío, juega con ella... Se oyen cosas maravillosas al tambor indio de la Tierra: se oye el fuego que sube y baja buscando el cielo, y no sosiega. Rueda y rueda, se oyen los ríos en cascadas que no se cuentan. Se oyen mugir los animales; se oye el hacha comer la selva. Se oyen sonar telares indios. Se oyen trillas, se oyen fiestas. Donde el indio lo está llamando, el tambor indio le contesta, y tañe cerca y tañe lejos, como el que huye y que regresa... Todo lo toma, todo lo carga el lomo santo de la Tierra: lo que camina, lo que duerme, lo que retoza y lo que pena; y lleva vivos y lleva muertos el tambor indio de la Tierra. Cuando muera, no llores, hijo: pecho a pecho ponte con ella, y si sujetas los alientos como que todo o nada fueras, tú escucharás subir su brazo que me tenía y que me entrega, y la madre que estaba rota tú la verás volver entera.
La tierra
Oliverio Girondo
Egofluido éter vago ecocida ergonada en el plespacio prófugo flujo fatuo no soplo sin nexo anexo al éxodo en el coespacio afluido nubífago preseudo heliomito subcero parialapsus de exilio en el no espacio ido
Plexilio
Roque Dalton
Yo sería un gran muerto. Mis vicios entonces lucirían como joyas antiguas con esos deliciosos colores del veneno. Habría flores de todos los aromas en mi tumba e imitarían los adolescentes mis gestos de júbilo, mis ocultas palabras de congoja. Tal vez alguien diría que fui leal y fui bueno. Pero solamente tú recordarías mi manera de mirar a los ojos.
El vanidoso
Mario Meléndez
Una vaca pasta en nuestra memoria la sangre escapa de las ubres el paisaje es muerto de un disparo La vaca insiste con su rutina su cola espanta el aburrimiento el paisaje resucita en cámara lenta La vaca abandona el paisaje continuamos escuchando los mugidos nuestra memoria pasta ahora en esa inmensa soledad El paisaje deja nuestra memoria las palabras cambian de nombre nos quedamos llorando sobre la página en blanco La vaca pasta ahora en el vacío las palabras están montadas sobre ella el lenguaje se burla de nosotros
Arte poética
Luis de Góngora
A este que admiramos en luciente, Émulo del diamante, limpio acero, Igual nos le dio España caballero Que de la guerra Flandes rayo ardiente. Laurel ceñido, pues, debidamente, Las coyundas le fían del severo Suave yugo, que al lombardo fiero Le impidió sí, no le oprimió la frente. ¿Qué mucho si frustró su lanza arneses, Si fulminó escuadrones ya su espada, Si conculcó estandartes su caballo? Del Cambresí lo digan los franceses: Mas no lo digan, no, que en trompa alada Musa aun no sabrá heroica celebrallo.
De don francisco de padilla
Oscar Acosta
"Niña invicta, te he visto ya en las onzas españolas" Medardo Mejía Mis manos tocan, niña mía, tu rumorosa piel, tu dulcísima carne que tranquilos ángeles habitan, tu cabellera suave, tu corazón pequeño. Oye la campana del día apagando el luto de la noche mira la luz que si lenciosamente nos cubre, mira el cielo: ese jardín sobre tu pecho; respira el aire quieto que el ruiseñor anuncia con su lanza, conduce tu desamor a un lago sepultado y háblame con tus labios excelsos. Llegué a sentir sobre las manos el agua efímera, el verano derribando sus torres, el abismo cerrando uss ventanas, el fruto abandonado, el mar abriiéndose las venas, el fuego hundido, hasta que tú, niña mía, perfecta virgen repetida, me entregaste tu rostro. Veo de cerca la copa confusa de las aguas, busco tu claro nombre entre las rosas, tu dulzura en la esencia de los árboles, tu vigilia en el beso, tu olor en los duraznos, tu luz en el rocío y me doy cuenta sorprendido que todo me lo traes, niña mía, con tu mano sagrada.
Formas del amor
Jaime Sabines
Sólo en sueños, sólo en el otro mundo del sueño te consigo, a ciertas horas, cuando cierro puertas detrás de mí. ¡Con qué desprecio he visto a los que sueñan, y ahora estoy preso en su sortilegio, atrapado en su red! ¡Con qué morboso deleite te introduzco en la casa abandonada, y te amo mil veces de la misma manera distinta! Esos sitios que tú y yo conocemos nos esperan todas las noches como una vieja cama y hay cosas en lo oscuro que nos sonríen. Me gusta decirte lo de siempre y mis manos adoran tu pelo y te estrecho, poco a poco, hasta mi sangre. Pequeña y dulce, te abrazas a mi abrazo, y con mi mano en tu boca, te busco y te busco. A veces lo recuerdo. A veces sólo el cuerpo cansado me lo dice. Al duro amanecer estás desvaneciéndote y entre mis brazos sólo queda tu sombra.
Sólo en sueños
José de Espronceda
Son tus labios un rubí partido por gala en dos, arrancado para ti de la corona de un dios.
A madrigal
Luis de Góngora
Ándeme yo caliente Y ríase la gente. Traten otros del gobierno Del mundo y sus monarquías, Mientras gobiernan mis días Mantequillas y pan tierno, Y las mañanas de invierno Naranjada y aguardiente, Y ríase la gente. Coma en dorada vajilla El príncipe mil cuidados, Cómo píldoras dorados; Que yo en mi pobre mesilla Quiero más una morcilla Que en el asador reviente, Y ríase la gente. Cuando cubra las montañas De blanca nieve el enero, Tenga yo lleno el brasero De bellotas y castañas, Y quien las dulces patrañas Del Rey que rabió me cuente, Y ríase la gente. Busque muy en hora buena El mercader nuevos soles; Yo conchas y caracoles Entre la menuda arena, Escuchando a Filomena Sobre el chopo de la fuente, Y ríase la gente. Pase a media noche el mar, Y arda en amorosa llama Leandro por ver a su Dama; Que yo más quiero pasar Del golfo de mi lagar La blanca o roja corriente, Y ríase la gente. Pues Amor es tan cruel, Que de Píramo y su amada Hace tálamo una espada, Do se junten ella y él, Sea mi Tisbe un pastel, Y la espada sea mi diente, Y ríase la gente
Ándeme yo caliente
Porfirio Barba Jacob
¡Oh sombra vaga, oh sombra de mi primera novia! Era como el convólvulo —la flor de los crepúsculos—, y era como las teresitas: azul crepuscular. Nuestro amor semejaba paloma de la aldea, grato a todos los ojos y a todos familiar. En aquel pueblo, olían las brisas a azahar. Aún bañan, como a lampos, mi recuerdo: su cabellera rubia en el balcón, su linda hermana Julia, mi melodía incierta... y un lirio que me dio... y una noche de lágrimas... y una noche de estrellas fulgiendo en esas lágrimas en que moría yo... Francisco, hermano de ellas, Juan-de-Dios y Ricardo amaban con mi amor las músicas del río; las noches blancas, ceñidas de luceros; las noches negras, negras, ardidas de cocuyos; el son de las guitarras, y, entre quimeras blondas, el azahar volando... Todos teníamos novia y un lucero en el alba diáfana de las ideas. La Muerte horrible —¡un tajo silencioso!— tronchó la espiga en que granaba mi alegría: ¡murió mi madre!... La cabellera rubia de Teresa me iluminaba el llanto. Después... la vida... el tiempo... el mundo, ¡y al fin, mi amor desfalleció como un convólvulo! No ha mucho, una mañana, trajéronme una carta. ¡Era de Juan-de-Dios! Un poco acerba, ingenua, virilmente resignada: refería querellas del pueblo, de mi casa, de un amigo: «Se casó; ya está viejo y con seis hijos... La vida es triste y dura; sin embargo, se va viviendo... Ha muerto mucha gente: Don David... don Gregorio... Hay un colegio y hay toda una generación nueva. Como cuando te fuiste, hace veinte años, en este pueblo aún huelen las brisas a azahar...» ¡Oh Amor! Tu emblema sea el convólvulo, la flor de los crepúsculos!
Elegía de un azul imposible
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Desdichas del mes de Enero cuando el indiferente mediodía establece su ecuación en el cielo, un oro duro como el vino de una copa colmada llena la tierra hasta sus límites azules. Desdichas de este tiempo parecidas a uvas pequeñas que agruparon verde amargo, confusas, escondidas lágrimas de los días hasta que la intemperie publicó sus racimos. Sí, gérmenes, dolores, todo lo que palpita aterrado, a la luz crepitante de Enero, madurará, arderá como ardieron los frutos. Divididos serán los pesares: el alma dará un golpe de viento, y la morada quedará limpia con el pan fresco en la mesa.
Cien sonetos de amor
Ricardo Molinari
Ah, si el pueblo fuera tan pequeño que todas sus calles pasaran por mi puerta. Yo deseo tener una ventana que sea el. centro del mundo, y una pena como la de la flor de la magnolia, que si la tocan se obscurece. Por qué no tendrá el pueblo una cintura amurallada hasta el día de su muerte, o un río turbulento que lo rodee para guardar a la niña velazqueña. Ah, sus pasos son como los de la paloma, remansados; para la amistad yo siempre la pinto sin pareja; en una de sus manos lleva un globo de agua, en el que se ve lo frágil del destino y lo continuado del vivir. Su voz es tan suave, que en su atmósfera convalece la pena desgraciada, y como en las coplas: de su cabellera nace la noche y de sus manos el alba. En qué piedad o dulzura se irán aclimatando las cosas que ella mira o le son familiares, como el incienso, la goma de limón y la tardanza con que siempre la miro. Por qué no tendrá el pueblo allá en su fondo, un acueducto, para que el paisaje que ven sus ojos esté húmedo, y nunca se fatigue de mirarlo. Yo sé que su bondad tiene más horas que el día, y que todos sus pensamientos van entre el alba y el atardecer conmoviéndola. Los días que se van la agrandan. Qué horizonte estará más cercano de su corazón, para encaminar todos mis pasos hacia él, aunque se quede descalza la esperanza. Quién la rescatará de la castidad, mientras yo sólo anhelo que en su voz, algún día, llegue a oírme...
Poema de la niña velazqueña
Jorge Guillén
¡Damas altas, calandrias! Junten su elevación algazara y montaña, todavía crecientes gracias a la mañana trémula del rocío, tan cándida y sin tasa, bajo el cielo inventor de distancias, de fábulas. ¡Libertad de la luz, damas altas, calandrias, lo rubio, lo ascendente! Sean así la traza, tan simple aún, clarísima, de las profundas Nadas gozosas de los aires, con un alma inmediata, sí, visible, total, ¡ah!, para la mirada de los siempre amadores ¡Damas altas, calandrias!
Los aires
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor De las estrellas que admiré, mojadas por ríos y rocíos diferentes, yo no escogí sino la que yo amaba y desde entonces duermo con la noche. De la ola, una ola y otra ola, verde mar, verde frío, rama verde, yo no escogí sino una sola ola: la ola indivisible de tu cuerpo. Todas las gotas, todas las raíces, todos los hilos de la luz vinieron, me vinieron a ver tarde o temprano. Yo quise para mí tu cabellera. Y de todos los dones de mi patria sólo escogí tu corazón salvaje.
Cien sonetos de amor
Pablo Neruda
LOS hombres oceánicos despertaron, cantaban las aguas en las islas, de piedra en piedra verde: las doncellas textiles cruzaban el recinto en que el fuego y la lluvia entrelazados procreaban diademas y tambores. La luna melanésica fue una dura madrépora, las flores azufradas venían del océano, las hijas de la tierra temblaban como olas en el viento nupcial de las palmeras y entraron a la carne los arpones persiguiendo las vidas de la espuma. Canoas balanceadas en el día desierto, desde las islas como puntos de polen hacia la metálica masa de América nocturna: diminutas estrellas sin nombre, perfumadas como manantiales secretos, rebosantes de plumas y corales, cuando los ojos oceánicos descubrieron la altura sombría de la costa del cobre, la escarpada torre de nieve, y los hombres de arcilla vieron bailar los estandartes húmedos y los ágiles hijos atmosféricos de la remota soledad marina, llegó la rama del azahar perdido, vino el viento de la magnolia oceánica, la dulzura del acicate azul en las caderas, el beso de las islas sin metales, puras como la miel desordenada, sonoras como sábanas del cielo.
Los hombres y las islas
Alfredo Lavergne
En el rincón de la edad de la razón Me pongo el espejo en la oreja La editorial La biblioteca La librería El caracol y su estructura Su grito Su voluntad Su proyecto. El continente es tan grande Que no debemos dejarlo exclusivamente A simples A grandes O a mediocres. Porque cada hombre envía la copia de otro.
Lo pequeño es hermoso
Efraín Huerta
En el taller del alma maduran los deseos, crece, fresca y lozana, la ternura, imitando tu sombra, inventando tu ausencia tan honda y sostenida. Hoy te sueño, amante: estrella en alto, huella de una violeta lenta. Oscuramente bella la soledad germina en torno de mi cuerpo. Hoy te sueño, amante: jugamos a la brisa y al frío. Tu nombre suena como tibia pureza inimitable. Y del cielo a la tierra, de aquella estrella en alto al dulce ruido de tu pecho, bajan con inefable rapidez y como espuma roja apresurados besos, recios besos, crueles besos de hielo en mi memoria. Un grito de agonía, una blasfemia vuelve grises tus senos, y mi sueño, y esa noble fragancia de tu sexo. ¿Qué esperamos, hermana, de esta reciente aurora que nos fatiga tanto? Mira la estrella, es blanca, no es azul. Mírala, y que tus ojos perduren como rosas perfectas.
Estrella en alto
Luis de Góngora
¿Cuál del Ganges marfil, o cuál de Paro Blanco mármol, cuál ébano luciente, Cuál ámbar rubio, o cuál oro excelente, Cuál fina plata, o cuál cristal tan claro, Cuál tan menudo aljófar, cuál tan caro Orïental safir, cuál rubí ardiente, O cuál, en la dichosa edad presente, Mano tan docta de escultor tan raro Bulto de ellos formara, aunque hiciera Ultraje milagroso a la hermosura Su labor bella, su gentil fatiga, Que no fuera figura al Sol de cera, Delante de tus ojos, su figura, Oh bella Clori, oh dulce mi enemiga?
¿cuál del ganges marfil, o cuál de paro
Mario Benedetti
Soñamos juntos juntos despertamos el tiempo hace o deshace mientras tanto no le importan tu sueño ni mi sueño somos torpes o demasiado cautos pensamos que no cae esa gaviota creemos que es eterno este conjuro que la batalla es nuestra o de ninguno juntos vivimos sucumbimos juntos pero esa destrucción es una broma un detalle una ráfaga un vestigio un abrirse y cerrarse el paraíso ya nuestra intimidad es tan inmensa que la muerte la esconde en su vacío quiero que me relates el duelo que te callas por mi parte te ofrezco mi última confianza estás sola estoy solo pero a veces puede la soledad ser una llama.
Intimidad
Rubén Izaguirre Fiallos
Nunca nos amaremos, jamás llegarás a quererme, es imposible que algún día estemos juntos. A pesar de todo, te espero a la misma hora de la noche, en el lugar de siempre, aunque no llegués.
Jamás
Antonio Machado
Es el hospicio, el viejo hospicio provinciano, el caserón ruinoso de ennegrecidas tejas en donde los vencejos anidan en verano y graznan en las noches de invierno las cornejas. Con su frontón al Norte, entre los dos torreones de antigua fortaleza, el sórdido edificio de grietados muros y sucios paredones, es un rincón de sombra eterna. ¡El viejo hospicio! Mientras el sol de enero su débil luz envía, su triste luz velada sobre los campos yermos, a un ventanuco asoman, al declinar el día, algunos rostros pálidos, atónitos y enfermos, a contemplar los montes azules de la sierra; o, de los cielos blancos, como sobre una fosa, caer la blanca nieve sobre la fría tierra, ¡sobre la tierra fría la nieve silenciosa!...
El hospicio
Genaro Ortega Gutiérrez
Al cabo de los años seres milagrosos e inexplicables se te han hospedado en la memoria, más allá de las apariencias, más allá de las convenciones sociales. Ellos son, a menudo, el fondo mismo de "los inconvenientes", los álamos que han dejado su pompa y su circunstancia al margen y te inyectan el deseo de inmortalizar los viejos héroes del día. Lo cual no obsta para estar dispuesto a mascar las raíces de unas páginas admirables, tan ajenas y a la vez tan próximas: partículas elementales de la mañana estéril. Te refieres a la pescadilla que se muerde la cola, todavía, al cabo de los años.
Músculo débil, jazz
Gabriela Mistral
Las montañas se deshacen, el ganado se ha perdido; el sol regresa a su fragua: todo el mundo se va huido. Se va borrando la huerta, la granja se ha sumergido y mi cordillera sume su cumbre y su grito vivo. Las criaturas resbalan de soslayo hacia el olvido, y también los dos rodamos hacia la noche, mi niño.
Noche
Claribel Alegría
No preciso conceptos. No más divagaciones ni teólogos discursos que anestesien mi herida. Tus palabras preciso, la imagen de tu rostro entre las sábanas, tu último estertor en mis oídos.
No preciso conceptos
Nacho Buzón
y se entregó a la muerte encantado de la vida L.E.Aute la vida le dijo a la muerte ¡vive! pero esta no vivió nunca la muerte le dijo a la vida ¡muere! y esta murió siempre para siempre
R.i.p.ios
Rubén Darío
I Yo vi un ave que süave sus cantares entonó y voló... Y a lo lejos, los reflejos de la luna en alta cumbre que, argentando las espumas bañaba de luz sus plumas de tisú... ¡y eras tú! Y vi un alma que, sin calma, sus amores cantaba en tristes rumores; y su ser conmover a las rocas parecía; miró la azul lejanía... tendió la vista anhelante, suspiró, y cantando amante prosiguió... ¡y era yo! II ¿Viste triste sol? Tan triste como él, ¡sufro mucho yo! Yo en una doncella mi estrella miré... Y dile, amante, constante fe. Pero ingrata olvidóme, y no sabe que padezco cual no puede nunca, nunca comprender... ¡Que mi pecho no suspira, ni mi lira tiene acordes de placer! Yo vi en la noche plácida luna que en la laguna se retrató; y vi una nube, que allá en el cielo, con denso velo la obscureció. Yo vi a la aurora, bañada en rosa, dorar la hermosa faz de la mar... Y vi los rayos de un sol ardiente que rudamente borraron luego, con rojo fuego, su bella faz... Así vi que bella naciera en un día, con dulce alegría, la aurora luciente de un plácido amor; ¡mas hoy yo contemplo, no más en mi vida, de negro vestida, la estatua tremenda de amargo dolor! ¡Hoy sólo me complace oír la queja amarga, que al cielo envía tierna la tórtola del monte con moribundo son! Sentir cómo susurra la brisa entre las hojas... ¡Mirar el arroyuelo que al eco de la selva confunde su rumor! Canto cuando las estrellas esparcen su claridad: cuando argentan las espumas; ¡las espumas de la mar! Canto cuando el ancho río murmurando triste va... Cuando el ruiseñor encanta ¡con su arpegio celestial! Y al ronco mugir de las olas; la noche con su lobreguez; y el trueno que silva en los aires, ¡me encanta y embriaga a la vez! Me place lo triste y lo alegre; me gusta la selva y el mar, y a todos saludo contento... ¡Y algunos se ríen al verme!... Y, a veces, ¡me pongo a llorar! Yo adoré a una mujer con el fuego de mi joven y audaz corazón: mas ya he dicho que aquélla olvidóme, y que vivo en tremendo dolor. ¿Estoy loco? No sé: lo que siento, no lo puedo jamás explicar. Es un rudo y feroce tormento... Nada más; nada más... ¡nada más! ¿Qué soy? ¡Gota de agua desprendida del raudal turbulento de la vida! Soy... algo doloroso cual lamento... Arista débil que arrebata el viento! Soy ave de los bosques solitaria!... Deshojada y marchita pasionaria!... Pasionaria, ave, arista, llanto, espuma... ¡perdido de este mundo entre la bruma! ¡Felices aquellos que nunca han amado! ¡Felices!... ¡Felices que no han apurado el cáliz terrible de un fiero dolor! Y ¿qué es el amor? ¿Amor?... Germen fecundo de la dolencia humana... Origen venturoro de sin igual placer... con algo de la tarde y algo de la mañana... ¡Con algo de la dicha y algo del padecer! ¿No veis a la luna, que brilla fulgente en el cielo? ¿No oís del arroyo el süave y callado rumor? ¡Pues eso que brinda la luna tranquila, es consuelo! ¡Pues eso que dice el arroyo en el bosque, es amor! ¡Y amé! Tal vez mi vida no fuera dolorosa si hubiera conservado por siempre mi niñez, si nunca hubiera visto los ojos de una hermosa, lo rojo de sus labios, lo blanco de su tez! ¡Felices aquellos que nunca han amado! ¡Felices!... ¡Felices que no han apurado el cáliz terrible de un fiero dolor! ¡Qué amargo es el amor! ¡Qué amargo es el amor! ¡Así exclamando, yo cruzaré el desierto de mi vida, mostrando a todos mi profunda herida, que lágrimas y sangre está manando! Y al compás de canciones sombrías, cantaré de mi amor la memoria... Y sin gloria, llorando siempre, pasaré mis días ¡entre polvo, entre lodo, entre escoria! Y al ronco mugir de las olas; la noche con su lobreguez; y el trueno que silva en los aires, serán mi tormento también. Me place lo triste y lo alegre: me gusta la selva y el mar... Yo siempre estaréme contento; y algunos, reirán al mirarme, ¡y a veces, pondréme a llorar! Cantaré si el ancho río murmurando triste va; si el ruiseñor me encantare con su arpegio celestial; cuando mire a las estrellas esparcir su claridad sobre las peñas negruzcas y las espumas del mar. ¿Por qué?... Porque sin amor, vuelan dolientes, sin calma, las avecillas del alma entre el viento del dolor. ¡Daré dulces canciones a los fugaces vientos, para que entre sus alas las lleven lejos, lejos, del mundo hasta el confín! Iréme a las montañas... iréme a los oteros... y allí tal vez, ¡Dios santo!, tal vez seré feliz. ¡Y en las alas del viento, oirá mis canciones la ingrata!... La ingrata a quien adoré. Aquélla que rióse de ver mi desgracia... Aquélla a quien dile mi amor y mi fe! ¡Triste es la noche! Triste es la selva... Y del arroyo lo es el rumor; pero es más triste que el arroyuelo y que la noche, mi corazón. Mis acentos, en los vientos cual lamentos moribundos sonarán, como el eco que en el hueco del árbol seco, tiernos forman los Favonios al pasar. ¡Aprendan los bardos mi historia de amor; y cántela todo el que es Trovador! ¿Viste triste sol? ¡Tan triste como él, sufro mucho yo!
Tú y yo
Luis de Góngora
Dulce arroyuelo de la nieve fría Bajaba mudamente desatado, Y del silencio que guardaba helado En labios de claveles se reía. Con sus floridos márgenes partía Si no su amor Fileno, su cuidado; No ha visto a su Belisa, y ha dorado El sol casi los términos del día. Con lágrimas turbando la corriente, El llanto en perlas coronó las flores, Que ya bebieron en cristal la risa. Llegó en esto Belisa, La alba en los blancos lirios de su frente, Y en sus divinos ojos los amores, Que de un casto veneno La esperanza alimentan de Fileno.
Del rey y reina nuestros señores en el pardo
José Martí
¡Dolor! ¡Dolor! eterna vida mía, Ser de mi ser, sin cuyo aliento muero! * * * Goce en buen hora espíritu mezquino Al son del baile animador, y prenda Su alma en las flores que el flotante lino De mujeres bellísimas engasta:? Goce en buen hora, y su cerebro encienda En la rojiza lumbre de la incasta Hoguera del deseo:? Yo, ?embriagado de mis penas,? me devoro, Y mis miserias lloro, Y buitre de mí mismo me levanto, Y me hiero y me curo con mi canto, Buitre a la vez que altivo Prometeo.
¡dolor! ¡dolor! Eterna vida mía
José Ángel Buesa
Puedes irte y no importa, pues te quedas conmigo como queda un perfume donde había una flor. Tú sabes que te quiero, pero no te lo digo; y yo sé que eres mía, sin ser mío tu amor. La vida nos acerca y la vez nos separa, como el día y la noche en el amanecer... Mi corazón sediento ansía tu agua clara, pero es un agua ajena que no debo beber... Por eso puedes irte, porque, aunque no te sigo, nunca te vas del todo, como una cicatriz; y mi alma es como un surco cuando se corta el trigo, pues al perder la espiga retiene la raíz. Tu amor es como un río, que parece más hondo, inexplicablemente, cuando el agua se va. Y yo estoy en la orilla, pero mirando al fondo, pues tu amor y la muerte tienen un más allá. Para un deseo así, toda la vida es poca; toda la vida es poca para un ensueño así... Pensando en ti, esta noche, yo besaré otra boca; y tú estarás con otro... ¡pero pensando en mí!
Poema del amor ajeno
Rafael Alberti
Si el aire se dijera un día: —Estoy cansado, rendido de mi nombre... Ya no quiero ni mi inicial para firmar el bucle del clavel, el rizado de la rosa, el pliegecillo fino del arroyo, el gracioso volante de la mar y el hoyuelo que ríe en la mejilla de la vela... Desorientado, subo de las blandas, dormidas superficies que dan casa a mi sueño. Fluyo de las paradas enredaderas, calo los ciegos ajimeces de las torres; tuerzo, ya pura delgadez, las calles de afiladas esquinas, penetrando, roto y herido de los quicios, hondos zaguanes que se van a verdes patios donde el agua elevada me recuerda, dulce y desesperada, mi deseo... Busco y busco llamarme ¿con qué nueva palabra, de qué modo? ¿No hay soplo, no hay aliento, respiración capaz de poner alas a esa desconocida voz que me denomine? Desalentado, busco y busco un signo, un algo o alguien que me sustituya que sea como yo y en la memoria fresca de todo aquello, susceptible de tenue cuna y cálido susurro, perdure con el mismo temblor, el mismo hálito que tuve la primera mañana en que al nacer, la luz me dijo: —Vuela. Tú eres el aire. Si el aire se dijera un día eso...
A luis cernuda
Alfredo Lavergne
Cuando dejamos estas ciudades Que parecen bellas y neutras Con sus delgadas columnas Con sus rectas conquistadoras Con sus chimeneas de fe Con sus gigantes petrificados Con su itinerario lineal Con el olvido que se permiten Cada región que nos siente partir Nos promete un cese de fuego.
1993
Nacho Buzón
el hipódromo de unicornios es un sitio especial y bien discreto sólo pueden entrar en él los aficionados a soñar despiertos los que aún llevan un niño dentro los que nunca hayan pisado la cola a un gato aquellos que cada noche le dan un beso a su vieja los que escriben con el corazón los que besan a las feas los nacidos en año bisiesto quienes duermen con la luz encendida los que dan sin recibir los pieles rojas del asfalto y los de las llanuras aquellos que siempre dicen no los que apuestan por lo desconocido y sobre todo los que aún creen en la magia
El hipódromo
Luis de Góngora
Hermana Marica, Mañana, que es fiesta, No irás tú a la amiga Ni yo iré a la escuela. Pondraste el corpiño Y la saya buena, Cabezón labrado, Toca y albanega; Y a mí me podrán Mi camisa nueva, Sayo de palmilla, Media de estameña; Y si hace bueno Trairé la montera Que me dio la Pascua Mi señora abuela, Y el estadal rojo Con lo que le cuelga, Que trajo el vecino Cuando fue a la feria. Iremos a misa, Veremos la iglesia, Darános un cuarto Mi tía la ollera. Compraremos dél (Que nadie lo sepa) Chochos y garbanzos Para la merienda; Y en la tardecica, En nuestra plazuela, Jugaré yo al toro Y tú a las muñecas Con las dos hermanas, Juana y Madalena, Y las dos primillas, Marica y la tuerta; Y si quiere madre Dar las castañetas, Podrás tanto dello Bailar en la puerta; Y al son del adufe Cantará Andrehuela: No me aprovecharon, madre, las hierbas. Y yo de papel Haré una librea Teñida con moras Porque bien parezca, Y una caperuza Con muchas almenas; Pondré por penacho Las dos plumas negras Del rabo del gallo, Que acullá en la huerta Anaranjeamos Las Carnestolendas; Y en la caña larga Pondré una bandera Con dos borlas blancas En sus tranzaderas; Y en mi caballito Pondré una cabeza De guadamecí, Dos hilos por riendas; Y entraré en la calle Haciendo corvetas, Yo y otros del barrio, Que son más de treinta; Jugaremos cañas Junto a la plazuela, Porque Barbolilla Salga acá y nos vea; Bárbola, la hija De la panadera, La que suele darme Tortas con manteca, Porque algunas veces Hacemos yo y ella Las bellaquerías Detrás de la puerta.
Hermana marica
Antonio Machado
Es mediodía. Un parque. Invierno. Blancas sendas; simétricos montículos y ramas esqueléticas. Bajo el invernadero, naranjos en maceta, y en su tonel, pintado de verde, la palmera. Un viejecillo dice, para su capa vieja: «¡El sol, esta hermosura de sol!...» Los niños juegan. El agua de la fuente resbala, corre y sueña lamiendo, casi muda, la verdinosa piedra.
Sol de invierno
Justo Braga
Refugia su hermosura como si fuera un espejismo. Pero no puede evitar tanta belleza. Hay en su cuerpo llanuras y colinas. Bosques misteriosos, lúcidos torrentes, grandes cataratas entre sombras, poderosos campos repletos de amapolas. Así que leve y suavemente ilumina cuanto toca.
El refugio
Baltasar del Alcázar
Amor, no es para mí ya tu ejercicio, porque cosa que importa no la hago; antes, lo que tu intentas yo lo estrago, porque no valgo un cuarto en el oficio. Hazme, pues, por tu fe, este beneficio: que me sueltes y des carta de pago. Infamia es que tus tiros den en vago: procura sangre nueva en tu servicio. Ya yo con solas cuentas y buen vino holgaré de pasar hasta el extremo; y si me libras de prisión tan fiera, de aquí te ofrezco un viejo, mi vecino, que te sirva por mí en el propio remo, como quien se rescata de galera.
Amor no es para mí ya tu ejercicio
Vicente Gerbasi
¿Quién me llama, quién me enciende los ojos de leopardos en la noche de los tamarindos? Callan las guitarras el soplo misterioso de la muerte, y las voces callan, y sólo los niños aún no pueden descansar. Ellos son los habitantes de la noche, cuando el silencio se difunde en las estrellas, y el animal doméstico se mueve por los corredores, y los pájaros nocturnos visitan la iglesia de la aldea, por donde pasan todos los muertos, donde moran santos ensangrentados. Por las sombras corren caballos sin cabeza, y las arenas de la calle van hasta el confín, donde el espanto reúne sus animales de fuego. Y es la noche que ampara la existencia a solas, en el niño insomne, en el buey cansado, en el insecto que se defiende en la hojarasca, en la curva de las colinas, en los resplandores de las rocas y los helechos frente a los astros, en el misterio en que te escucho con una vasta soledad de mi corazón. Padre mío, padre de mis sombras. Y de mi poesía.
Canto xiii
Federico García Lorca
¡Que no quiero verla! Dile a la luna que venga, que no quiero ver la sangre de Ignacio sobre la arena. ¡Que no quiero verla! La luna de par en par. Caballo de nubes quietas, y la plaza gris del sueño con sauces en las barreras. ¡Que no quiero verla! Que mi recuerdo se quema. ¡Avisad a los jazmines con su blancura pequeña! ¡Que no quiero verla! La vaca del viejo mundo pasaba su triste lengua sobre un hocico de sangres derramadas en la arena, y los toros de Guisando, casi muerte y casi piedra, mugieron como dos siglos hartos de pisar la tierra. No. ¡Que no quiero verla! Por las gradas sube Ignacio con toda su muerte a cuestas. Buscaba el amanecer, y el amanecer no era. Busca su perfil seguro, y el sueño lo desorienta. Buscaba su hermoso cuerpo y encontró su sangre abierta. ¡No me digáis que la vea! No quiero sentir el chorro cada vez con menos fuerza; ese chorro que ilumina los tendidos y se vuelca sobre la pana y el cuero de muchedumbre sedienta. ¡Quién me grita que me asome! ¡No me digáis que la vea! No se cerraron sus ojos cuando vio los cuernos cerca, pero las madres terribles levantaron la cabeza. Y a través de las ganaderías, hubo un aire de voces secretas que gritaban a toros celestes mayorales de pálida niebla. No hubo príncipe en Sevilla que comparársele pueda, ni espada como su espada ni corazón tan de veras. Como un río de leones su maravillosa fuerza, y como un torso de mármol su dibujada prudencia. Aire de Roma andaluza le doraba la cabeza donde su risa era un nardo de sal y de inteligencia. ¡Qué gran torero en la plaza! ¡Qué buen serrano en la sierra! ¡Qué blando con las espigas! ¡Qué duro con las espuelas! ¡Qué tierno con el rocío! ¡Qué deslumbrante en la feria! ¡Qué tremendo con las últimas banderillas de tiniebla! Pero ya duerme sin fin. Ya los musgos y la hierba abren con dedos seguros la flor de su calavera. Y su sangre ya viene cantando: cantando por marismas y praderas, resbalando por cuernos ateridos, vacilando sin alma por la niebla, tropezando con miles de pezuñas como una larga, oscura, triste lengua, para formar un charco de agonía junto al Guadalquivir de las estrellas. ¡Oh blanco muro de España! ¡Oh negro toro de pena! ¡Oh sangre dura de Ignacio! ¡Oh ruiseñor de sus venas! No. ¡Que no quiero verla! Que no hay cáliz que la contenga, que no hay golondrinas que se la beban, no hay escarcha de luz que la enfríe, no hay canto ni diluvio de azucenas, no hay cristal que la cubra de plata. No. ¡¡Yo no quiero verla!!
La sangre derramada
Víctor Jiménez
He puesto cuanto tengo a plazo fijo, y renovable por el tiempo que Dios quiera, en la nueva sucursal bancaria de mi calle; que, tal y como están las cosas hoy, es mucho desaliento para llevarlo encima y demasiada sombra para tenerla en casa. Así que, cada dos o tres melancolías, me paso por el banco donde una hermosa muchacha atiende en ventanilla e ingreso mi salario de rutina, reviso el saldo de mi historia y retiro una pequeña suma de ilusiones. Para cubrir mis sueños semanales me basta con mirar el color del dinero de sus ojos.
El color del dinero
Jordi Doce
Variedad de la vida, en los nudos del aire, en el bullicio febril de los insectos que un vencejo devora bajo el pálido azul de la mañana, en los setos y frondas que humedecen, abajo, el taller de cerámica, el camino de grava donde pastan los líquenes, los rescoldos del agua, donde también la edad, como la lluvia, ha posado su aliento, nublando la materia, hurtando a la materia su más secreto pulso, livianamente, al hilo de las formas que la rueda del aire sostiene en limpias órbitas.
Después de la lluvia
David Escobar Galindo
Cierro los ojos para ver la luz que sobrevive al íntimo terror de disolverse en la total conciencia; y hay primero una ráfaga difusa, una explosión serena y ambarina que tiembla como el fluido de los sueños en la frontera de la madrugada. Doy un paso, y la frágil claridad se abre como llamándome, como invitándome a su intimidad aterradora y dulce: es una sensación desesperada y sosegada al mismo tiempo, el inicio quizás de la aventura del entendimiento, pero no por la sed de la razón sino por la fragancia deliciosa del ser y el olvidar entrelazados. ¡Yo he soñado esta gracia tantas veces, y sin embargo siento la torpeza descalza del primate que comprende el milagro de la flor, después de estar en vela por milenios! Es una fantasía tan fecunda que por los poros me gotea música, y soy de pronto un semidiós perlado en una mutación arrolladora que desgasta los genes como fósforos y alumbra las estancias más profundas, esas que el pensamiento se figuró vacías, o a lo más ocupadas por fantasmas. Y no: el jardín existe, el paraíso es un temblor que habita las voluptuosidades más anónimas; y la verdad difusa del anhelo, sentido humanamente hasta la médula, transforma al pensador en habitante de su cielo enterrado y sin memoria. Y de su indefensión que se confiesa en el orgullo de la vida impune, de ese brillo de espuma que congrega en los ojos la marejada ausente de la sangre, va abriéndose un espacio de pájaros que vuelan sin descanso en la embriaguez de la nocturnidad, de muchachas desnudas que se enredan en sus velos sangrantes, de nubes que se bañan en el fuego y liberan los aires ateridos. ¡Y esa es la tierra oculta por la luz terminal de la palabra, el sitio en que el jilguero derrama en una gota de alucinada muerte mi corazón eterno y sin salida! Esa es la fantasía planetaria a la que volveré una y cien veces, mientras alumbren en la luz secreta los maduros jazmines del amor inminente en un ciego perfume inagotable.
Jazmines heredados
Rubén Darío
Rosas rosadas y blancas, ramas verdes, corolas frescas y frescos ramos, Alegría! Nidos en los tibios árboles, huevos en los tibios nidos, dulzura, Alegría! El beso de esa muchacha rubia, y el de esa morena, y el de esa negra, Alegría! Y el vientre de esa pequeña de quince años, y sus brazos armoniosos, Alegría! Y el aliento de la selva virgen, y el de las vírgenes hembras, y las dulces rimas de la Aurora, Alegría, Alegría, Alegría!
Xxvi ¡aleluya!
José Ángel Valente
El cántaro que tiene la suprema realidad de la forma, creado de la tierra para que el ojo pueda contemplar la frescura. El cántaro que existe conteniendo, hueco de contener se quebraría inánime. Su forma existe solo así, sonora y respirada. El hondo cántaro de clara curvatura, bella y servil: el cántaro y el canto.
El cántaro
Nicanor Parra
CREO EN UN + ALLÁ DONDE SE CUMPLEN TODOS LOS IDEALES AMISTAD IGUALDAD FRATERNIDAD EXCEPCIÓN HECHA DE LA LIBERTAD ÉSA NO SE CONSIGUE EN NINGUNA PARTE SOMOS ESCLAVOS X NATURALEZA
Creo en un + allá
Josefina Plá
...Y, de pronto, el viajero surgió. Sobre el sendero sus pies dejaban pálido, fosforente reguero. Vio mi mano en oferta, y dijo: -¿Es para mí?- (Yo no sé si despierta o en ensueños le oí). ...Extasiado, mirándole los ojos, se lo di... ¡Poder no pensar, poderse abandonar, como el pétalo al viento, como al fuego el sarmiento, como la astilla al mar! Caminito escondido Caminito escondido que te embozas en sombra y con grama te alfombras, y al silencio haces nido: Caminito escondido: eres humilde y breve, y tu surco es muy leve entre el bosque tupido. Medio sol de mañana, un poquito de luna, un hilo de fontana, son toda tu fortuna... ¡Poco tienes, sendero enflecado de sauces, mas tú sabes, camino, que breve, pobre, austero, en sombra, eres el cauce de un designio divino. También yo sé, camino que, aunque corto y umbroso, te vio el dolor celoso y el amor adivino; que alguna vez, acaso, pudo encontrarte al paso el hada de la suerte, y que, en noche sombría o en el claror del día, te sabrá hallar la muerte!
El viajero
Bartolomé Leonardo de Argensola
«Dime, Padre común, pues eres justo, ¿por qué ha de permitir tu providencia, que, arrastrando prisiones la inocencia, suba la fraude a tribunal augusto? »¿Quién da fuerzas al brazo, que robusto hace a tus leyes firme resistencia, y que el celo, que más la reverencia, gima a los pies del vencedor injusto? »Vemos que vibran vitoriosas palmas manos inicas, la virtud gimiendo del triunfo en el injusto regocijo.» Esto decía yo, cuando, riendo, celestial ninfa apareció, y me dijo: «¡Ciego!, ¿es la tierra el centro de las almas?»
Dime padre común
Miguel de Unamuno
Es una antorcha al aire esta palmera, verde llama que busca al sol desnudo para beberle sangre; en cada nudo de su tronco cuajó una primavera. Sin bretes ni eslabones, altanera y erguida, pisa el yermo seco y rudo; para la miel del cielo es un embudo la copa de sus venas, sin madera. No se retuerce ni se quiebra al suelo; no hay sombra en su follaje; es luz cuajada que en ofrenda de amor se alarga al cielo; La sangre de un volcán que enamorada del padre sol se revistió de anhelo y se ofrece, columna, a su morada.
Es una antorcha
Mario Benedetti
Te espero cuando la noche se haga día, suspiros de esperanzas ya perdidas. No creo que vengas, lo sé, sé que no vendrás. Sé que la distancia te hiere, sé que las noches son más frías, Sé que ya no estás. Creo saber todo de ti. Sé que el día de pronto se te hace noche: sé que sueñas con mi amor, pero no lo dices, sé que soy un idiota al esperarte, Pues sé que no vendrás. Te espero cuando miremos al cielo de noche: tu allá, yo aquí, añorando aquellos días en los que un beso marcó la despedida, Quizás por el resto de nuestras vidas. Es triste hablar así. Cuando el día se me hace de noche, Y la Luna oculta ese sol tan radiante. Me siento sólo, lo sé, nunca supe de nada tanto en mi vida, solo sé que me encuentro muy sólo, y que no estoy allí. Mis disculpas por sentir así, nunca mi intención ha sido ofenderte. Nunca soñé con quererte, ni con sentirme así. Mi aire se acaba como agua en el desierto. Mi vida se acorta pues no te llevo dentro. Mi esperanza de vivir eres tu, y no estoy allí. ¿Por qué no estoy allí?, te preguntarás, ¿Por qué no he tomado ese bus que me llevaría a ti? Porque el mundo que llevo aquí no me permite estar allí. Porque todas las noches me torturo pensando en ti. ¿Por qué no solo me olvido de ti? ¿Por qué no vivo solo así? ¿Por qué no solo....
Espero
José Martí
A los espacios entregarme quiero Donde se vive en paz, y con un manto De luz, en gozo embriagador henchido, Sobre las nubes blancas se pasea, ? Y donde Dante y las estrellas viven. Yo sé, yo sé, porque lo tengo visto En ciertas horas puras, cómo rompe Su cáliz una flor,? y no es diverso Del modo, no, con que lo quiebra el alma. Escuchad, y os diré: ?viene de pronto Como una aurora inesperada, y como A la primera luz de primavera De flor se cubren las amables lilas... Triste de mí: contároslo quería Y en espera del verso, las grandiosas Imágenes en fila ante mis ojos Como águilas alegres vi sentadas. Pero las voces de los hombres echan De junto a mí las nobles aves de oro: Ya se van, ya se van: ved cómo rueda La sangre de mi herida. Si me pedís un símbolo del mundo En estos tiempos, vedlo: un ala rota. Se labra mucho el oro, el alma apenas!? Ved cómo sufro: vive el alma mía Cual cierva en una cueva acorralada:? ¡Oh, no está bien: me vengaré, llorando!
A los espacios
Bertolt Brecht
1. De noche junto al río en el oscuro corazón de los arbustos a veces vuelvo a ver su rostro, el de la mujer que amé: mi mujer, que murió. 2. Hace ya muchos años, y a ratos ya no sé nada de ella, la que antes lo fue todo, pero todo se marchita. 3. Y ella era en mí como un pequeño enebro en las estepas de Mongolia, cóncavas, con el cielo amarillo pálido y de gran tristeza. 4. Vivíamos en una cabaña negra junto al río, Los mosquitos solían perforar su blanco cuerpo, y yo leía el periódico siete veces o decía: tu pelo tiene un color sucio. O: no tienes corazón. 5. Pero un día, cuando estaba yo lavando mi camisa en la cabaña, ella se acercó a la puerta y me miró y quería salir. 6. Y quien le había pegado hasta cansarse, dijo: ángel mío. 7. Y quien le había dicho te quiero la condujo fuera y riendo miró al aire y alabó el buen tiempo y le dio la mano. 8. Como ya estaban afuera, al aire libre, y la cabaña estaba desierta, cerró la puerta y se sentó tras el periódico. 9. Desde entonces no la he vuelto a ver, y de ella sólo quedó el gritito que dio cuando por la mañana volvió a la puerta que ya estaba cerrada. 10. Ahora la cabaña se ha podrido y mi pecho está relleno de papel de periódico y por las noches tumbado junto al río en el oscuro corazón de los arbustos me acuerdo de ella. 11. El viento lleva olor a hierba en el pelo y el agua grita sin fin pidiendo calma a Dios, y en mi lengua tengo un sabor amargo.
Canción de la mujer
Rafael Alberti
Las tierras, las tierras, las tierras de España, las grandes, las solas, desiertas llanuras. Galopa, caballo cuatralbo, jinete del pueblo, al sol y a la luna. ¡A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar! A corazón suenan, resuenan, resuenan las tierras de España, en las herraduras. Galopa, jinete del pueblo, caballo cuatralbo, caballo de espuma. ¡A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar! Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie; que es nadie la muerte si va en tu montura. Galopa, caballo cuatralbo, jinete del pueblo, que la tierra es tuya. ¡A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar!
Galope
Teresa Domingo Català
Amanece la noche con su piel, en la orilla cercana del regreso, donde crecen libélulas oscuras con aromas de chocolate amargo. La noche se desnuda con el día, olvidado el gabán de las estrellas tras el vil torbellino de murciélagos. Es el beso cautivo de la sierva que quebrantó con furia sus cordones como un toro obligado a renacer. Es el parto continuo de la sangre.
Es
Ramón López Velarde
He vuelto a media noche a mi casa, y un canto como vena de agua que solloza, me acoge... Es el músico célibe, es el solista dócil y experto, es el zenzontle que mece los cansancios seniles y la incauta ilusión con que sueñan las damitas... No cabe duda que el prisionero sabe cantar. Su lengua es como aquellas otras que el candor de los clásicos llamó lenguas arpadas. No serían los clásicos minuciosos psicólogos, pero atinaban con el mundo elemental y daban a las cosas sus nombres... Sigo oyendo la musical tarea del zenzontle, y lo admiro por impávido y fuerte, porque no se amilana en el caos de las lóbregas vigilias, y no teme despertar a los monstruos de la noche. Su pico repasa el cuerpo de la noche, como el de una amante; el valeroso pico de este zenzontle va recorriendo el cuerpo de la noche: las cejas, y la nuca, y el bozo. Súbitamente, irrumpe el arpegio animoso que reta en su guarida a todas las hostiles reservas de la amante... ¿Hay acaso otro solo poeta que, como éste, desafíe a las incógnitas potestades, y hiera con su venablo lírico el silencio despótico? Respondamos nosotros, los necios y cobardes que en la noche tememos aventurar la mano afuera de las sábanas... El zenzontle me lleva hasta los corredores del patio solariego en que había canarios, con el buche teñido con un verde inicial de lechuga, y las alas como onzas acabadas de troquelar. También había por aquellos corredores, las roncas palomas que se visten de canela y se ajustan los collares de luto... Corredores propicios en que José Manuel y Berta platicaban y en que la misma Berta, con un gentil descoco, me dijo alguna vez: «Si estos corredores como tumbas, hablaran ¡qué cosas no dirían!» Mas en estos momentos el zenzontle repite un silbo montaraz, como un pastor llamando a una pastora; y caigo en la lúgubre cuenta de que el zenzontle vive castamente, y su limpia virtud no ha de obtener un premio en Josafat. Es seguro que al pobre cantor, que da su música a la erótica letra de las lunas de miel, lo aprisionaron virgen en su monte; y me apena que ignore que la dicha de amar es un galope del corazón sin brida, por el desfiladero de la muerte. Deploro su castidad reclusa y hasta le cedería uno de mis placeres. Mas ya el sueño me vence... El zenzontle prolonga su confesión melódica frente a las potestades enemigas, y corto aquí mi panegírico para el zenzontle impávido, virgen y confesor.
Para el zenzontle impávido
Marilina Rébora
«Las madres las hicieron miles de Blancanieves, cientos de Cenicientas y alguna Rapunzel; y por eso son lindas y de pisadas leves, y tienen la frescura de la col en la piel. »Las madres las hicieron... o rubias o morenas, sus cabellos oscuros —alféizar de ventana— o con trenzas de oro; pero siempre tan llenas de besos en los labios, de noche y de mañana. »Las madres las hicieron las buenas hadas juntas con la varita puesta sobre sus corazones, por eso nos contestan difíciles preguntas y todo lo adivinan, y a todo dan razones. Las madres las hicieron de esta manera, así, con la varita mágica: ¡como te han hecho a ti!»
Dice la niña
Mario Benedetti
Cuando éramos niños los viejos tenían como treinta un charco era un océano la muerte lisa y llana no existía. luego cuando muchachos los viejos eran gente de cuarenta un estanque era un océano la muerte solamente una palabra ya cuando nos casamos los ancianos estaban en los cincuenta un lago era un océano la muerte era la muerte de los otros. ahora veteranos ya le dimos alcance a la verdad el océano es por fin el océano pero la muerte empieza a ser la nuestra.
Cuando éramos niños
Lope de Vega
Silvio a una blanca corderilla suya, de celos de un pastor, tiró el cayado, con ser la más hermosa del ganado; ¡oh amor!, ¿qué no podrá la fuerza tuya? Huyó quejosa, que es razón que huya, habiéndola sin culpa castigado; lloró el pastor buscando el monte y prado, que es justo que quien debe restituya. Hallóla una pastora en esta afrenta, y al fin la trajo al dueño, aunque tirano, de verle arrepentido enternecida. Diole sal el pastor y ella, contenta, la tomó de la misma injusta mano; que un firme amor cualquier agravio olvida.
Silvio a una blanca corderilla suya
María Cristina Azcona
¿Por qué el alma establece alternativa Entre el buen obrar y el mortal pecado? Sería más fácil que mientras viva Se inclinara siempre hacia el mismo lado. ¿Por qué no se escabulle fugitiva Hasta arrodillarse ante el Dios amado? Y deja de negarse a ser soldado De la sangre de Cristo rediviva. Pero Tú la has querido traicionera Que cada vez que pueda te ofendiese Como si fuera por la vez primera Y al encontrarte tu perdón pidiese. Dejaste que se afirme en la quimera Para que luego a tu redil volviese.
Oración de alternativa
Ángel González
Te llaman porvenir porque no vienes nunca. Te llaman: porvenir, y esperan que tú llegues como un animal manso a comer en su mano. Pero tú permaneces más allá de las horas, agazapado no se sabe dónde. ... Mañana! Y mañana será otro día tranquilo un día como hoy, jueves o martes, cualquier cosa y no eso que esperamos aún, todavía, siempre.
Porvenir
Delfina Acosta
Mi alma es una ramerita, Dios. No quiero amar al prójimo. La fiesta de la alegría ajena añade gotas de hiel al ojo. Crece la maleza de mi maldad si otros son felices. Mi corazón al colmo siempre llega. Yo peco, sí, yo pronto me extravío. Me gusta darme al vicio y la pereza. Yo canto maldiciones en mi cuarto. El mal hablar de alguna pobre vieja asmática se eleva por mi voz. La perdición de otros me contenta. Pasada ya de copas me derrumbo sobre mi lecho componiendo un himno: “Mi Dios, lejano Dios, perfecto Padre, soy esa oveja que perdió tu Hijo”.
Maleza
José Martí
La verdad quiere cetro. El verso mío Puede, cual paje amable, ir por lujosas Salas, de aroma vario y luces ricas, Temblando enamorado en el cortejo De una ilustre princesa o gratas nieves Repartiendo a las damas. De espadines Sabe mi verso, y de jubón violeta Y toca rubia, y calza acuchillada. Sabe de vinos tibios y de amores Mi verso montaraz; pero el silencio Del verdadero amor, y la espesura De la selva prolífica prefiere: ¡Cuál gusta del canario, cuál del águila!
Poética
Juan Ramón Jiménez
¡Qué alegría este tirar de mi freno, cada instante; este volver a poner el pie en el lugar cercano, (casi otro, casi el mismo), de donde aprisa se iba; este hacer la seña leve, segundamente, inmortal!
Qué alegría este tirar
Manuel María Flores
¡Háblame! Que tu voz, eco del cielo, sobre la tierra por doquier me siga... con tal de oír tu voz, nada me importa que el desdén en tu labio me maldiga. ¡Mírame!... Tus miradas me quemaron, y tengo sed de ese mirar, eterno... por ver tus ojos, que se abrase mi alma de esa mirada en el celeste infierno. ¡Ámame!... Nada soy... pero tu diestra sobre mi frente pálida un instante, puede hacer del esclavo arrodillado el hombre rey de corazón gigante. * Tú pasas... y la tierra voluptuosa se estremece de amor bajo tus huellas, se entibia el aire, se perfuma el prado y se inclinan a verte las estrellas. Quisiera ser la sombra de la noche para verte dormir sola y tranquila, y luego ser la aurora... y despertarte con un beso de luz en la pupila. Soy tuyo, me posees... un solo átomo no hay en mi ser que para ti no sea: dentro de mi corazón eres latido, y dentro de mi cerebro eres idea. * ¡Oh! por mirar tu frente pensativa y pálido de amores tu semblante; por sentir el aliento de tu boca mi labio acariciar un solo instante; por estrechar tus manos virginales sobre mi corazón, yo de rodillas, y devorar con mis tremente besos lágrimas de pasión en tus mejillas; yo te diera... no sé... ¡no tengo nada!... —el poeta es mendigo de la tierra— ¡toda la sangre que en mis venas arde! ¡todo lo grande que mi mente encierra! * Mas no soy para ti... ¡Si entre tus brazos la suerte loca me arrojara un día, al terrible contacto de tus labios tal vez mi corazón... se rompería! Nunca será... para mi negra vida la inmensa dicha del amor no existe... sólo nací para llevar en mi alma todo lo que hay de tempestuoso y triste. Y quisiera morir... ¡pero en tus brazos, con la embriaguez de la pasión más loca, y que mi ardiente vida se apagara al soplo de los besos de tu boca!
Pasión
Pablo Neruda
Tengo miedo. La tarde es gris y la tristeza del cielo se abre como una boca de muerto. Tiene mi corazón un llanto de princesa olvidada en el fondo de un palacio desierto. Tengo miedo -Y me siento tan cansado y pequeño que reflojo la tarde sin meditar en ella. (En mi cabeza enferma no ha de caber un sueño así como en el cielo no ha cabido una estrella.) Sin embargo en mis ojos una pregunta existe y hay un grito en mi boca que mi boca no grita. ¡No hay oído en la tierra que oiga mi queja triste abandonada en medio de la tierra infinita! Se muere el universo de una calma agonía sin la fiesta del Sol o el crepúsculo verde. Agoniza Saturno como una pena mía, la Tierra es una fruta negra que el cielo muerde. Y por la vastedad del vacío van ciegas las nubes de la tarde, como barcas perdidas que escondieran estrellas rotas en sus bodegas. Y la muerte del mundo cae sobre mi vida.
Tengo miedo
Antonio Machado
Te he visto, por el parque ceniciento que los poetas aman para llorar, como una noble sombra vagar, envuelto en tu levita larga. El talante cortés, ha tantos años compuesto de una fiesta en la antesala, ?¡qué bien tus pobres huesos ceremoniosos guardan!? Yo te he visto, aspirando distraído, con el aliento que la tierra exhala ?hoy, tibia tarde en que las mustias hojas húmedo viento arranca?, del eucalipto verde el frescor de las hojas perfumadas. Y te he visto llevar la seca mano a la perla que brilla en tu corbata.
A un viejo y distinguido señor
Pablo Neruda
PRIMERO resistió la tierra. La nieve araucana quemó como una hoguera de blancura el paso de los invasores. Caían de frío los dedos, las manos, los pies de Almagro y las garras que devoraron y sepultaron monarquías eran en la nieve un punto de carne helada, eran silencio. Fue en el mar de las cordilleras. El aire chileno azotaba marcando estrellas, derribando codicias y caballerías. Luego el hambre caminó detrás de Almagro como una invisible mandíbula que golpeaba. Los caballos eran comidos en aquella fiesta glacial. Y la muerte del Sur desgranó el galope de los Almagros, hasta que volvió su caballo hacia el Perú donde esperaba al descubridor rechazado, en el camino, con un hacha.
La tierra combatiente
Luis Benítez
Caen sobre él los actos inútiles del día. John Keats recuerda y es también de otros el recuerdo: humillaciones, rostros y palabras hacen de un pozo la noche repetida. “Fanny Brawne me has alejado, tú me has acercado a Keats y era lo mismo”. Suena tan distante el Mar del Norte para ser cada segundo todos los mares, pero si lo que fue y será mañana brilla en su oscura hora presente, ese hombre pequeño, inclinado sobre el verso, lo adivina. Presiente que será uno y va a ser todos cuando es tan caro el precio de eso múltiple: ya no lo amparará el primer fervor por las palabras, no aliviará sus horas la furia, perdida, de estar vivo ni lo protegerá la noche pedida de ningún olvido; nada lo salvará de tanto que es, en su medida, tan un poco. John Keats será John Keats, será nosotros.
John keats
Gustavo Adolfo Bécquer
No sé lo que he soñado en la noche pasada. Triste, muy triste debió ser el sueño, pues despierto la angustia me duraba. Noté al incorporarme húmeda la almohada, y por primera vez sentí al notarlo, de un amargo placer henchirse el alma. Triste cosa es el sueño que llanto nos arranca, mas tengo en mi tristeza una alegría... ¡Sé que aún me quedan lágrimas!
Rima lxviii
Vicente Aleixandre
Cuánta tristeza en una hoja del otoño, dudosa siempre en último extremo si presentarse como cuchillo. Cuánta vacilación en el color de los ojos antes de quedar frío como una gota amarilla. Tu tristeza, minutos antes de morirte, sólo comparable con la lentitud de una rosa cuando acaba, esa sed con espinas que suplica a lo que no puede, gesto de un cuello, dulce carne que tiembla. Eras hermosa como la dificultad de respirar en un cuarto cerrado. Transparente como la repugnancia a un sol ubérrimo, tibia como ese suelo donde nadie ha pisado, lenta como el cansancio que rinde al aire quieto. Tu mano, bajo la cual se veían las cosas, cristal finísimo que no acarició nunca otra mano, flor o vidrio que, nunca deshojado, era verde al reflejo de una luna de hierro. Tu carne, en que la sangre detenida apenas consentía una triste burbuja rompiendo entre los dientes, como la débil palabra que casi ya es redonda detenida en la lengua dulcemente de noche. Tu sangre, en que ese limo donde no entra la luz es como el beso falso de unos polvos o un talco, un rostro en que destella tenuemente la muerte, beso dulce que da una cera enfriada. Oh tú, amoroso poniente que te despides como dos brazos largos cuando por una ventana ahora abierta a ese frío una fresca mariposa penetra, alas, nombre o dolor, pena contra la vida que se marcha volando con el último rayo. Oh tú, calor, rubí o ardiente pluma, pájaros encendidos que son nuncio de la noche, plumaje con forma de corazón colorado que en lo negro se extiende como dos alas grandes. Barcos lejanos, silbo amoroso, velas que no suenan, silencio como mano que acaricia lo quieto, beso inmenso del mundo como una boca sola, como dos bocas fijas que nunca se separan. ¡Oh verdad, oh morir una noche de otoño, cuerpo largo que viaja hacia la luz del fondo, agua dulce que sostienes un cuerpo concedido, verde o frío palor que vistes un desnudo!
La ventana
Juan Luis Panero
Olor acre de axilas depiladas, de pefume pasado de rosas, de estiércol pisoteado de caballos. Sé, me lo han contado, que las murallas de la ciudad ya no pueden resistir al infiel. Todas las defensas han fracasado. El pobre emperador, nuestro bien amado Constantino XI, intenta inútilmente salvar la ciudad de su nombre, pactar con el enemigo, firmar desesperados tratados de paz. Pero todo, lo sé, es completamente inútil. Escucho griterío de mujeres, carreras enloquecidas, golpes de puertas, aullidos de la soldadesca, mandobles y agonías, eructos de borrachos. Aún podría escapar, ocultarme en el húmedo sótano disimulado, como aquella otra vez. Pero ahora todo está perdido. Sé bien que esto es el fin. Salgo a la calle, maldiciones, estruendo, sollozos, humo pestilente. En la hoja, con gotas de sangre, de un alfanje afilado, miro, tercamente, por última vez, el rostro de este pobre pecador abandonado.
Constantinopla
Rubén Izaguirre Fiallos
IV El amor es un fantasma hediondo entre tu boca y la mía. VI Tegucigalpa es una fruta de navajas que se deshace nerviosa en mis brazos. IX Qué puedo hacer con esta mujer tibia, firme, desnuda que no quiere salir del televisor. XII No sé por qué me duele la cabeza si ya no la uso. XIV Pongámonos de acuerdo por favor, son los cuerpos los que van sobre las camas, no las camas sobre ellos, son los muertos los que visitan a Dios, no los vivos, soy yo el que te ama, no vos.
Blanco
para la familia
La mejor obra de Dios... tú Cuántas veces viene a mi recuerdo Que no permitiste jamás que la soledad fuera mi compañera. Cuántas veces preferiste no dormir hasta saber que estaba sano o fuera de peligro. Cuántas veces sacrificaste tu tiempo, tu figura, tus gustos Para derivarlos en mí. Cuántas veces tu mirada refulgía de orgullo y de amor Cuando de mí te referías. Cuántas veces preferiste mil veces ser señalada por mi causa, y me tuviste. Cuántos años se hacen, sumando todos los momentos Que no viviste más que para mí Cuántas veces de una mansa paloma Te convertiste en una loba, defendiendo a tus cachorros aún a costa de tu vida. Cuántas veces tuviste que afrentar la indiferencia de tu compañero hacia ti, Refugiándote en lo que tú sí creías completamente tuyo. Cuántas veces esto y cuántas veces aquello Los números nunca se han usado para contar Los actos de servicio que has regalado a los tuyos. ¡Oh cuánto abandono, olvido e ingratitud, Perdonas por una simple llamada, por una sonrisa, por una visita. Las preocupaciones nunca se han acabado, antes por los intentos de pasitos, ahora para que no anden en malos pasos o en penas de amores. Si embargo es una vida que bendicen, Que no cambiarían por nada, Y que todavía tienen fuerzas para revitalizarse en los nietos. Han pasado muchos años y aún cuando hoy miran, tienen fresca en su memoria cuando una manito se aferraba, dando los primeros pasos y necesitando apoyo. Cuántas veces ante la culpa manifiesta Tu voz reflejaba amor y perdón. Y ante los arrebatos esperanza, pero jamás condena, ni abandono. Hoy y todos los días deposito un beso en tu frente, en nombre de ese hijo que ya no está a tu lado. Hoy y todos los días te doy un abrazo, En nombre del hijo que tienes en otro país... Hoy y todos los días comparto tus lágrimas por ese hijo, que te fue arrebatado, secuestrado o robado y que jamás has sabido de él. Hoy y todos los días bendigo, el gran privilegio de haber venido de una simple mujer, que se transformó en algo casi divino al ser madre, y al haber también creado la luz. Hoy y todos los días confieso mi asombro ante el milagro de la maternidad, donde la mujer sacrifica salud, figura y su tranquilidad actual por ser llamada mamá! Hoy y todos los días les digo, en nombre de los que aún balbucean un incompleto mamá. En nombre de los que ya pueden decirlo fuerte para pedir atención, pero no están conscientes. En nombre del que está muy enfermo o en su lecho de muerte. Hoy en nombre de todos te digo: ¡ te quiero mamá !
Esas son las madres
San Juan de la Cruz
Entréme donde no supe y quedéme no sabiendo, toda ciencia tracendiendo. I Yo no supe dónde entraba, pero cuando allí me vi sin saver dónde me estaba grandes cosas entendí no diré lo que sentí que me quedé no sabiendo toda sciencia trascendiendo. II De paz y de piedad era la sciencia perfecta, en profunda soledad entendida vía recta era cosa tan secreta que me quedé balbuciendo toda sciencia trascendiendo. III Estava tan embebido tan absorto y ajenado que se quedó mi sentido de todo sentir privado y el espíritu dotado de un entender no entendiendo toda sciencia tracendiendo. IV El que allí llega de vero de sí mismo desfallesce quanto sabía primero mucho baxo le paresce y su sciencia tanto cresce que se queda no sabiendo, toda sciencia tracendiendo. V Cuanto más alto se suve tanto menos se entendía que es la tenebrosa nuve que a la noche esclarecía por eso quien la sabía queda siempre no sabiendo, toda sciencia tracendiendo. VI Este saber no sabiendo es de tan alto poder que los sabios arguyendo jamás le pueden vencer que no llega su saber a no entender entendiendo toda sciencia tracendiendo. VII Y es de tan alta excelencia aqueste summo saber, que no ay facultad ni sciencia que la puedan emprender quien se supiere vencer con un no saber sabiendo, yrá siempre tracendiendo. VIII Y si lo queréis oýr consiste esta summa sciencia en un subido sentir de la dibinal esencia es obra de su clemencia hazer quedar no entendiendo toda sciencia tracendiendo.
Coplas hechas sobre un éstasis
Luis Cernuda
¿Mi tierra? Mi tierra eres tú. ¿Mi gente? Mi gente eres tú. El destierro y la muerte para mi están adonde no estés tú. ¿Y mi vida? Dime, mi vida, ¿qué es, si no eres tú?
Contigo
José Antonio Labordeta
Es la piedra y el reino de la piedra lo que sobre los hombres permanece –de niño escondí en esta tierra mi inocencia- después de que la lluvia haya cesado. Aquí, el águila no importa, no importa la víbora ni el sarrio. Sólo la roca aupada contra un cielo azulado es lo que importa. Preguntad por el río, la nieve, por el hielo. Preguntad por la vida –yo la cogí por estos precipicios- y nadie sabrá que responderos. Es tan sólo la roca, lo repito, lo que señala el valle y la vaguada. El pueblo, monótono, se aburre, se emborracha. No existe el horizonte. La roca, esa mano de Dios petrificada, es la única señal que al hombre aguarda.
Canfranc
Félix María de Samaniego
Érase una Gallina que ponía un huevo de oro al dueño cada día. Aun con tanta ganancia mal contento, quiso el rico avariento descubrir de una vez la mina de oro, y hallar en menos tiempo más tesoro. Matóla, abrióla el vientre de contado; pero, después de haberla registrado, ¿qué sucedió? que muerta la Gallina, perdió su huevo de oro y no halló la mina. ¡Cuántos hay que teniendo lo bastante enriquecerse quieren al instante, abrazando proyectos a veces de tan rápidos efectos que sólo en pocos meses, cuando se contemplaban ya marqueses, contando sus millones, se vieron en la calle sin calzones.
La gallina de los huevos de oro
Ángel García Aller
A Araceli, desde la vida Siento tus raíces en el pecho, una evidencia muy honda de que existes, la innegable verdad con que me habitas a la par que te tengo tan distante. Tus raíces en el pecho, acaso tronco, y en la piel imborrable el tatuaje de aquel viento que trajiste de tu mano a mis adiles en el tiempo más yermo de tu tacto. En el tiempo en que apenas ignoraba cómo y cuándo palparte por tus huecos, hasta dónde llegaban los perfiles, las aristas del amor que describías. Y en el cuenco de tus manos, en tus dedos, el polen primero de mi ausencia, un ansia vertical apuntalando los andamios con que tapio esta esperanza que las lluvias no derrumban, ni los años que dejan su constancia en el recuerdo. Lejano, tu olor es de una tierra que penetro y aparcelo en sus partes más pequeñas para hacerte más extensa en posesiones, para hacer de ti mi piel y, bien surcada, cubrirte de amor en la intemperie.
Tercer gesto
Federico García Lorca
I En lo alto de aquel monte hay un arbolillo verde. Pastor que vas, pastor que vienes. Olivares soñolientos bajan al llano caliente. Pastor que vas, pastor que vienes. Ni ovejas blancas ni perro ni cayado ni amor tienes. Pastor que vas. Como una sombra de oro en el trigal te disuelves. pastor que vienes.
Cuatro baladas amarillas
Blas de Otero
Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre aquel que amó, vivió, murió por dentro y un buen día bajó a la calle: entonces comprendió: y rompió todos su versos. Así es, así fue. Salió una noche echando espuma por los ojos, ebrio de amor, huyendo sin saber adónde: a donde el aire no apestase a muerto. Tiendas de paz, brizados pabellones, eran sus brazos, como llama al viento; olas de sangre contra el pecho, enormes olas de odio, ved, por todo el cuerpo. ¡Aquí! ¡Llegad! ¡Ay! Ángeles atroces en vuelo horizontal cruzan el cielo; horribles peces de metal recorren las espaldas del mar, de puerto a puerto. Yo doy todos mis versos por un hombre en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso, mi última voluntad. Bilbao, a once de abril, cincuenta y uno.
A la inmensa mayoría
Jaime Sabines
Cuando estuve en el mar era marino este dolor sin prisas. Dame ahora tu boca: me la quiero comer con tu sonrisa. Cuando estuve en el cielo era celeste este dolor urgente. Dame ahora tu alma: quiero clavarle el diente. No me des nada, amor, no me des nada: yo te tomo en el viento, te tomo del arroyo de la sombra, del giro de la luz y del silencio, de la piel de las cosas y de la sangre con que subo al tiempo. Tú eres un surtidor aunque no quieras y yo soy el sediento. No me hables, si quieres, no me toques, no me conozcas más, yo ya no existo. Yo soy sólo la vida que te acosa y tú eres la muerte que resisto.
Cuando estuve en el mar era marino...
Teresa Palazzo Conti
Atravesé las dudas de los otros; las señales absurdas y el asombro. Me colmé de atavíos nocturnales para hallarte. Te vi pasar por el ángulo justo donde se parten el tiempo y las memorias. Yo apagaba la búsqueda de un ángel de la guarda. Ya el blanco de mi infancia había resbalado por un túnel prohibido. El otro que esperaba, se quedó acorazado con las alas mojadas y el enojo. El sendero empezó a mostrar las formas triangulares de la profecía. Tú no viste mis huellas ni el caer de mis parques bajo los zapatos. Pasaste muy de prisa, y obstinado, ensayaste un camino con tus propios reflejos.
Línea divisoria
Rafael de León
I Lo mataron en Granada, una tarde de verano y todo el cielo gitano recibió la puñalada... Sangre en verso derramada, poesía dulce y roja que toda la vega moja en amargo desconsuelo «sin paño de terciopelo ni cáliz que la recoja». (Por cielos de ceniza se va el poeta; la frente se le riza como veleta. Toda Granada es una plazoleta deshabitada) II «Por el olivar venían, bronce y sueño, los gitanos». En la plama de sus manos como un niño lo traían... Las mujeres se rompían los volantes de la enagua, y el Darro bailaba el agua en un triste soniquete que sonaba a martinete y a cante grande de fragua... (¡Encended los faroles; romped el velo; cantad por "caracoles", que viene el duelo! ¡Como una espada, llevadlo, así, entre "oles" por su Granada) III No te vayas buen amigo quédate aquí con nosotros; están soltando los potros junto a lo verde del trigo... Están soñando contigo temblando de calentura, gitanas de piel oscura y brillante cabellera y hay una boca que espera morderte labio y cintura... (Desnúdate deprisa, que vengo herido; quédate con la risa como vestido... Quiero beberte y que luego dormido venga la muerte...) IV «Rosa de los Camborios gime sentada a la puerta» medio viva y medio muerta entre paños mortuorios. A la luz de los velorios, con pena de jazmín chico, cual dos palomas sin pico muestra sus pechos helados, heridos y acuchillados lo mismo que Federico. (¡Que doble, bronce y plata, la Vela, Vela, que se ha muerto la nata de la canela! Mi bien amado de limón y ciruela va amortajado...) V «Ignacio Sánchez Mejías con toda su muerte al hombro» sale pálido de asombro a las barandas sombrías... Todas las ganaderías mugen a la misma hora y en el filo de la aurora, junto a los bravos erales, sobre el mar de los trigales, la brisa también lo llora... (¡Ignacio, dame el vaso con el ungüento; no puedo dar un paso, ya no me siento! Quiero abrazarte, pero me ciega un viento de parte a parte...) VI Dentro de su traje oscuro te nombra Bernarda Alba... la tarde pinta de malva la rosa blanca del muro. En la calle pisa duro un caballo sin jinete; dan en la torre las siete y Angustias, con voz sombría, solloza un Ave María derrumbada el el poyete. (Por la tapia del huerto te llamé en vano... —¡Dime que no está muerto Pepe, el Romano!— Ciego de zambra, con un Ángel gitano va por la Alhambra...) VII —¿De quién es ese lamento que sobre la noche rueda?... —De Marianita Pineda, que está bordando en el viento... Con hilos de sentimiento, a la vez que borda y canta y con mano fina planta entre sangrientos jardines una rosa de carmines que enjoyará su garganta... (¿Qué bordas, Marianita, sobre esa tela? La flor para una cita que me desvela... ¡En seda cuaja lo que Granada grita que es su mortaja...) VIII «¡Hijo con un cuchillito que apenas cabe en la mano», de tu romance gitano cortaron la flor del grito! ¡Ay, qué dolor infinito de pedernal y de rosa; voy y vengo como loca sin que consolarme pueda porque ni un hijo me queda para llevarme a la boca! (Aquel traje de pana que se ponía... Aquella faja grana que se ceñía... ¡Tanto cuidarlo, y una flor de canana para matarlo!). IX Desde su balcón volado, pálida, triste y mocita, te llama Doña Rosita, con el aliento apagado... Un heliotropo morado le acuchilla las ojeras y corta con sus tijeras adormecidas de herrumbre su corazón hecho lumbre por cincuenta primaveras... (¿Quién cambió los papeles en el piano? ¿Quién secó los claveles de mi verano...? ¡Ay, qué tormento! ¿Dónde estás, primo hermano, que no te siento?) X Sobre el hoyo de la cama donde su flor se le mustia igual que un río de angustia una mujer se derrama... Llama en vano, llama y llama al hijo que se le esconde... —¿En qué jardines, en dónde, hallar mi nardo de esperma...? Grito preñado de Yerma al que el hijo no responde... (¡A la nana, mi niño, que es madrugada...! ¡A la nana, cariño, flor de Granada! ¡Si yo pudiera quedarme embarazada yo te pariera!) XI «Antonio Torres Heredia Camborio de dura crin», llora al filo de la media noche por el Albaicín... Suena la voz de un muecín como una fuente delgada, y desde Sierra Nevada, una paloma doliente, baja a besarle la frente al poeta de Granada... (¿A dónde vas, amigo, con tu secreto? Te llevarás conmigo voz y soneto... ¡Cómo gemía dentro de tu esqueleto la poesía!)
Requiem por federico
Genaro Ortega Gutiérrez
No pegas ojo, ni te internas en galerías de lunáticos minotauros. La vista reposa en los planos de color como en los descansillos de una escalera, y se reúne, con las demás flores en el patio, fino igual que una puntada. Son figuras de agua que se devanan en superficies de azogue, hermosas, resplandecientes, como una gata en una covachuela. Y al fin, la voz, dejándose envolver en la ligereza de la luz, herencia de párpados inicuos y brumosas noticias de última hora.
Paisaje para garganta y cuerda
José Martí
Y te busqué por pueblos, Y te busqué en las nubes, Y para hallar tu alma Muchos lirios abrí, lirios azules. Y los tristes llorando me dijeron: ?¡Oh, qué dolor tan vivo! ¡Que tu alma ha mucho tiempo que vivía En un lirio amarillo!? *** Mas dime ?¿cómo ha sido? ¿Yo mi alma en mi pecho no tenía? Ayer te he conocido, Y el alma que aquí tengo no es la mía.
Y te busqué por pueblos