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Pablo Neruda
Cien sonetos de amor No sólo por las tierras desiertas donde la piedra salina es como la única rosa, la flor por el mar enterrada, anduve, sino por la orilla de ríos que cortan la nieve. Las amargas alturas de las cordilleras conocen mis pasos. Enmarañada, silbante región de mi patria salvaje, lianas cuyo beso mortal se encadena en la selva, lamento mojado del ave que surge lanzando sus escalofríos, oh región de perdidos dolores y llanto inclemente! No sólo son míos la piel venenosa del cobre o el salitre extendido como estatua yacente y nevada, sino la viña, el cerezo premiado por la primavera, son míos, y yo pertenezco como átomo negro a las áridas tierras y a la luz del otoño en las uvas, a esta patria metálica elevada por torres de nieve.
Cien sonetos de amor
San Juan de la Cruz
I En el principio morava el Verbo y en Dios vivía en quien su felicidad infinita posseýa. El mismo Verbo Dios era que el principio se dezía él morava en el principio y principio no tenía. Él era el mismo principio por eso dél carecía el Verbo se llama Hijo que del principio nacía. Ale siempre concevido y siempre le concevía dale siempre su sustancia y siempre se la tenía. Y assí la gloria del Hijo es la que en el Padre avía y toda su gloria el Padre en el Hijo posseýa. Como amado en el amante uno en otro residía y aquese amor que los une en lo mismo convenía. Con el uno y con el otro en ygualdad y valía tres personas y un Amado entre todos tres avía, Y un amor en todas ellas un amante los hazía y el amante es el amado en que cada qual vivía. Que el ser que los tres posseen cada cual le posseýa y cada qual de ellos ama a la que este ser tenía. Este ser es cada una y éste solo las unía en un inefable nudo que dezirse no savía. Por lo qual era infinito el amor que los unía porque un solo amor tres tienen que su esencia se dezía qu'el amor, quanto más une tanto más amor hazía. De la comunicación de las tres Personas. II En aquel amor inmenso que de los dos procedía palabras de gran regalo el Padre al Hijo dezía de tan profundo deleite que nadie las entendía sólo el Hijo lo gozaba que es a quien pertenecía. Pero aquello que se entiende desta manera dezía —Nada me contenta, Hijo, fuera de tu compañía. Y si algo me contenta en ti mismo lo quería el que a ti más se parece a mi más satisfazía. Y el quen nada te semeja en mí nada hallaría en ti solo me e agradado ¡o vida de vida mía!. Eres lumbre de mi lumbre eres mi sabiduría figura de mi substancia en quien bien me complazía. Al que a ti te amare Hijo a mí mismo le daría y el amor que yo te tengo ésse mismo en él pondría en razón de aver amado a quien yo tanto quería. De la creación III —Una esposa que te ame mi Hijo darte quería que por tu valor merezca tener nuestra compañía y comer pan a una mesa del mismo que yo comía porque conozca los bienes que en tal Hijo yo tenía y se congracie conmigo de tu gracia y loçanía. —Mucho lo agradezco Padre, —el Hijo le respondía— a la esposa que me dieres yo mi claridad daría para que por ella vea quánto mi Padre valía y cómo el ser que posseo de su ser lo recevía. Reclinarla e yo en mi braço y en tu amor se abrasaría y con eterno deleite tu bondad sublimaría. Prosigue IV —Hágase pues —dixo el Padre—, que tu amor lo merecía. Y en este dicho que dixo el mundo criado avía. Palacio para la esposa, hecho en gran sabiduría el qual en dos aposentos alto y baxo dividía. El baxo de differencias infinitas componía mas el alto hermoseava de admirable pedrería. Porque conozca la esposa el Esposo que tenía en el alto colocava la angélica jerarchía pero la natura humana en el baxo la ponía por ser en su compostura algo de menor valía. Y aunque el ser y los lugares desta suerte los ponía pero todos son un cuerpo de la esposa que dezía: Que el amor de un mismo Esposo una esposa los hazía. Los de arriva posseýan al Esposo en alegría los de abaxo en esperança de fee que les infundía diziéndoles que algún tiempo él los engrandecería y que aquella su baxeza él se la levantaría de manera que ninguno ya la vituperaría porque en todo semejante él a ellos se haría y se vendría con ellos y con ellos moraría y que Dios sería hombre y que el hombre Dios sería y trataría con ellos comería y bebería y que con ellos contino él mismo se quedaría hasta que se consumase este siglo que corría quando se gozaran juntos en eterna melodía porque él era la cabeça de la esposa que tenía a la qual todos los miembros de los justos juntaría que son cuerpo de la esposa, a la qual él tomaría en sus braços tiernamente y allí su amor le daría y que assí juntos en uno al Padre la llevaría donde del mismo deleite que Dios goza gozaría que como el Padre y el Hijo y el que dellos procedía el uno vive en el otro assí la esposa sería que dentro de Dios absorta vida de Dios viviría. Prosigue V Con esta buena esperança que de arriva les venía el tedio de sus trabajos más leve se les hazía pero la esperança larga y el deseo que crecía de gozarse con su Esposo contino les affligía. Por lo qual con oraciones con suspiros y agonía con lágrimas y gemidos le rogavan noche y día que ya se determinase a les dar su compañía. Unos dezían: ¡O, si fuesse en mi tiempo el alegría! Otros: Acava Señor al que as de embiar embía. Otros: ¡O si ya rompieses essos cielos y vería con mis ojos que baxases y mi llanto cessaría! Regad nuves de lo alto que la tierra lo pedía y ábrase ya la tierra que espinas nos produzía y produzga aquella flor con que ella florecería. Otros dezían: ¡O dichoso el que en tal tiempo sería que merezca ber a Dios con los ojos que tenía y tratarle con sus manos y andar en su compañía y gozar de los misterios que entonces ordenaría! Prosigue VI En aquestos y otros ruegos gran tiempo pasado avía pero en los postreros años el fervor mucho crecía, quando el viejo Simeón en deseo se encendía rogando a Dios que quisiese dexalle ver este día. Y assí el Espíritu Sancto al buen viejo respondía que le dava su palabra que la muerte no vería hasta que la vida viesse que de arriva descendía y que él en sus mismas manos al mismo Dios tomaría y le tendría en sus braços y consigo abraçaría. Prosigue la Encarnación. VII Ya que el tiempo era llegado en que hazerse convenía el rescate de la esposa que en duro yugo servía debaxo de aquella ley que Moysés dado le avía el Padre con amor tierno desta manera dezía: —Ya ves Hijo que a tu esposa a tu ymagen hecho avía y en lo que a ti se parece contigo bien convenía pero diffiere en la carne que en tu simple ser no avía. En los amores perfectos esta ley se requería que se haga semejante el amante a quien quería que la mayor semejança más deleite contenía; el qual sin duda en tu esposa grandemente crecería si te viere semejante en la carne que tenía. —Mi voluntad es la tuya —el Hijo le respondía— y la gloria que yo tengo es tu voluntad ser mía y a mí me conviene Padre lo que tu Alteza dezía porque por esta manera tu vondad más se vería veráse tu gran potencia justicia y sabiduría yrélo a dezir al mundo y noticia le daría de tu belleza y dulçura y de tu soberanía yré a buscar a mi esposa y sobre mí tomaría sus fatigas y trabajos en que tanto padecía y porque ella vida tenga yo por ella moriría y sacándola del lago a ti te la bolvería. Prosigue VIII Entonçes llamó a un archángel que Sant Gabriel se dezía y embiólo a una donzella que se llamava María de cuyo consentimiento el misterio se hazía en el qual la Trinidad de carne el Verbo vestía. Y aunque tres hazen la obra en el uno se hazía y quedó el Verbo encarnado en el bientre de María. Y el que tiene sólo Padre ya también madre tenía aunque no como qualquiera que de varón concevía que de las entrañas de ella él su carne recevía por lo qual Hijo de Dios y del hombre se dezía. Del Nacimiento IX Ya que era llegado el tiempo en que de nacer avía assí como desposado de su tálamo salía, abraçado con su esposa que en sus braços la traýa al qual la graciosa madre en un pesebre ponía entre unos animales que a la sazón allí avía los hombres dezían cantares los ángeles melodía festejando el desposorio que entre tales dos avía pero Dios en el pesebre allí llorava y gimía que eran joyas que la esposa al desposorio traýa y la madre estava en pasmo de que tal trueque veýa el llanto del hombre en Dios y en el hombre el alegría lo qual del uno y del otro tan ajeno ser solía.
Romances sobre el evangelio
Ramón López Velarde
No he buscado poder ni metal, mas viví en una marcha nupcial... Me parece que por amar tanto voy bebiendo una copa de espanto. Claroscuro de noche y de día; corazón y cabeza y hombría, los tres nudos que tiene mi ser a la buena y la mala mujer. En mi pecho feliz no hubo cosa de cristal, terracota o madera, que abrazada por mí, no tuviera movimientos humanos de esposa. ¡Desdichado el que en la hora lunar en su lecho no huele azahar! Desposémonos con la sencilla avestruz, con la liebre y la ardilla.
En mi pecho feliz
Antonio Machado
Francisco a Pedro Salinas: Si el arte es fuego, será con sombras divinas, juego de manos de ciego.
Por el libro "presagios"
Alfredo Lavergne
Cuando Dios desaparece contigo O cuando Dios se te aparece O cuando la tierra nos siente partir En estos países que se disputan La materia y no el espíritu. Cuando dejamos estas regiones del absurdo Siempre construidas En la arista de otro siglo de cosas Con su masa Con el hombre La existencia La soledad La vejez La muerte. Alguien levanta un poema Y las ciudades de Europa no iluminan. "Tiens, il est 9 heures."
1994
Manuel Alcántara
Cuando yo me haya ido -qué triste que me vaya- de esta madera mía que me hagan una guitarra. Cuando termine la muerte, si dicen: "¡A levantarse!", a mí que no me despierten. Que por mucho que lo piense, yo no sé lo que me espera cuando termine la muerte. Que yo me conformo siempre, y una vez acostumbrado a mí que no me despierten. Para encontrarme conmigo vuelvo a salir a la calle, calle del tiempo perdido. Para encontrarme contigo estoy buscando en el suelo las huellas de su sonido. Para encontrarme con nadie me pongo a mirar arriba, ¡Auxilio, que Dios me ampare! Mis cuentas no están cabales: me falta una golondrina y me sobran tres cristales. Mira qué cosa tan rara: pasé la noche contigo estando solo en mi cama. En este día cualquiera párate a ver cómo canta, antes que me vaya fuera, mi corazón en tu mano y tu boca en mi garganta por la mañana temprano. Ponte a vivir como loco: ama, ríe, bebe, olvida. Puesto a vivir todo es poco por más que dure la vida. El mar no puede morir, se quedará navegando aunque no haya nadie aquí. Si otros no buscan a Dios yo no tengo más remedio: me debe una explicación. No digo que sí o que no. Digo que si Dios existe no tiene perdón de Dios. No digo que no o que sí. Digo que me gustaría que Él también creyera en mí. Yo no le guardo rencor. Si le encuentro alguna vez nos perdonamos los dos. Mi pobre tierra no puede darme lo que estoy buscando. Nadie da lo que no tiene. Yo no culpo a Andalucía, sé muy bien que a su esperanza le pasó lo que a la mía. Averigua quién te dio esas ganas de morirte. Ha tenido que ser Dios. Ha tenido que ser Dios un día que estaba triste. No tiene otra explicación.
De mí, una guitarra
Luis Benítez
¡Oh! ¡Y luego estar con uno mismo! ¡Estos enmudecimientos! ¡Este andar a la deriva! Gottfried Benn Cuando la tomamos demasiado en serio, la poesía empieza a tomarnos en broma: Dónde es el papel, en qué otro cielo vuela este insecto porque yo lo escribo. Por qué cadencias la madurez de su ausencia se troca en lo que ya antes sin yo saberlo era una agregada catástrofe, quizá feliz, sin que sea del todo aquí la falta del volumen y del peso, casi inconsistente pero ya medianamente cierto, éste que revolotea entre el cuarto y aquel cielo, sin duda tan entero como nosotros lo estamos de su lado. Y si no, certidumbre dime de dónde viene y adónde va su desafiante respiración que señalas como ajena y es suya aunque lejana, en trayecto. De igual modo allí están cuantos y cuanto no veo, adonde el insecto va y donde vuela... ¿Quieres cuál insecto, dime, tras esos bordes? Nadie conjura nada que no lo haya evocado. Y leer que es buscar lo que más se teme, el otro acto tan indivisible como el caballo o el hombre del centauro, no es atravesar ningún borde sino en la misma vigilia otra repentina forma; las manos que vuelven cada página abren la maleza de una ambigua selva. Atardece, es de noche en la ciénaga, ya ves como obediente a la luz que declina se ha posado a cantar en la orilla vecina, las alas contra el cuerpo, inocente de todo. Nada puede ocurrir si le acierta esta piedra. I. ¿Qué otro río es éste bajo el nombre sino el mismo río que te mata, Heráclito, en sus aguas? Las saladas y las dulces son el idéntico caudal que las transporta: una orilla es el Hudson, otra es el Ganges y hay otra orilla, además, para otros nombres. Ancho y angosto, largo y corto río del mundo al que tomamos por sus meandros: incluso el que gotea en sus sótanos profundos. Todo es la orilla: ni la rueda ni el fuego ni el lenguaje salieron jamás hacia otras tierras que no fueran esta azul Mesopotamia. Siempre atrás, siempre adelante, nunca supiste, Almirante, cuán interiores eran las aguas que cruzaste. Así es de noche y es de día en cada mitad del río. II. Qué ingenuo, viejo Hudson, el que creyó que iba a hablar de ti y del Rin y del Danubio, cuando esta noche he bebido tus metáforas como allá enfrente ¿es New Jersey? alguien bebe su vodka, su arak, su whisky, el usho de las Cícladas, el vino negro y espeso de un fuerte mediodía. El trago de tus aguas que emborrachan lleva al centro mismo de tu corriente múltiple: cuanto más quito de ella, más le devuelvo. ¿Qué relación habrá, íntimo Hudson, entre tú y este río al que veo escurrirse entre los puentes, este sí, seguro, de la estirpe del río único del que habla el primer canto? Cuánto se aclararía y se enturbiaría de saberlo, entre un juego del mundo y un juego de palabras. Pero tenía que engañarte a ti que lees o a ti que escuchas (¿dónde, en qué lugar correrá ahora, después de escrito, el poema-río?) para que con menos desconfianza me acompañaras a estos movedizos remolinos, donde como en el desorden de una sopa de letras muchos nombres se asoman y se esconden. Me pregunto también qué pasaría si estuviera a mi lado un poderoso policía, un hombre bueno, y tuviera que explicarle todo esto paso a paso, la intoxicación con agua que no está pero que sí, también ella deja su huella en el aliento y un andar trémulo y distante, es esto ya una experiencia rara en el mundo pero igualmente fácil de confundir con otras dilatadas pupilas, con otros pulsos alterados, con otras alucinaciones ¿más baratas? Ni hablar de las secuelas. Crea un hábito incontenible. En otros tiempos seguramente había quien mataba para proporcionársela (¿Me escuchas Gilles de Rais? ¿Me escuchas gran Tiberio debajo de la tierra?) O nunca hubo nadie en ese trance. Ni siquiera alguien que muriera por ella; viejo Hudson de la mente, tú que eres su objeto y su riego tendrías que saberlo y que decírmelo. Ya nadie dice “caballo” y hay un potrillo nuevo sobre el mundo. Maldice, bendice, de ahora en más el pan que lleves a tu boca sabrá a contradicción
El hudson
Luis de Góngora
¡Oh, de alto valor, de virtud rara Sacro esplendor, en toda edad luciente, Cuya fama los términos de Oriente Ecos los hace de su trompa clara! Vuestro cayado pastoral, hoy vara, Dará flores, y vos gloriosamente, Del pellico a la púrpura ascendiente, Subiréis de la mitra a la tiara. No es voz de fabulosa deidad ésta, Consultada en oráculo profano, Sino de la razón muda respuesta. Deja su urna el Betis, y lozano Cuantos engendra toros la floresta Por vos fatiga el hábito africano.
A don antonio venegas
Julio Herrera y Reissig
¡Frío, frío, frío! Pieles, nostalgias y dolores mudos. Flotan sobre el esplín de la campaña una jaqueca sudorosa y fría, y las ranas celebran en la umbría una función de ventriloquía extraña. La Neurastenia gris de la montaña piensa, por singular telepatía, con la adusta y claustral monomanía del convento senil de la Bretaña. Resolviendo una suma de ilusiones, como un Jordán de cándidos vellones La majada eucarística se integra; y a lo lejos el cuervo pensativo sueña acaso en un Cosmos abstractivo como una luna pavorosa y negra.
Julio
Pablo Neruda
VALPARAÍSO, qué disparate eres, qué loco, puerto loco, qué cabeza con cerros, desgreñada, no acabas de peinarte, nunca tuviste tiempo de vestirte, siempre te sorprendió la vida, te despertó la muerte, en camisa, en largos calzoncillos con flecos de colores, desnudo con un nombre tatuado en la barriga, y con sombrero, te agarró el terremoto, corriste enloquecido, te quebraste las uñas, se movieron las aguas y las piedras, las veredas, el mar, la noche, tú dormías en tierra, cansado de tus navegaciones, y la tierra, furiosa, levantó su oleaje más tempestuoso que el vendaval marino, el polvo te cubría los ojos, las llamas quemaban tus zapatos, las sólidas casas de los banqueros trepidaban como heridas ballenas, mientras arriba las casas de los pobres saltaban al vacio como aves prisioneras que probando las alas se desploman. Pronto, Valparaíso, marinero, te olvidas de las lágrimas, vuelves a colgar tus moradas, a pintar puertas verdes, ventanas amarillas, todo lo transformas en nave, eres la remendada proa de un pequeño, valeroso navío. La tempestad corona con espuma tus cordeles que cantan y la luz del océano hace temblar camisas y banderas en tu vacilación indestructible. Estrella oscura eres de lejos, en la altura de la costa resplandeces y pronto entregas tu escondido fuego, el vaivén de tus sordos callejones, el desenfado de tu movimiento, la claridad de tu marinería. Aquí termino, es esta oda, Valparaíso, tan pequeña como una camiseta desvalida, colgando en tus ventanas harapientas meciéndose en el viento del océano, impregnándose de todos los dolores de tu suelo, recibiendo el rocío de los mares, el beso del ancho mar colérico que con toda su fuerza golpeándose en tu piedra no pudo derribarte, porque en tu pecho austral están tatuadas la lucha, la esperanza, la solidaridad y la alegría como anclas que resisten las olas de la tierra.
Oda a valparaíso
Tirso de Molina
Segadores, afuera, afuera, dejen llegar a la espigaderuela. Quién espiga se tornara y costara lo que costara porque en sus manos gozara los rosas que hacen su cara por agosto primavera. Segadores, afuera, afuera, dejen llegar a la espigaderuela. Si en las manos que bendigo fuera yo espiga de trigo, que me hiciera harina digo y luego torta o bodigo porque después me comiera. Segadores, afuera, afuera, dejen llegar a la espigaderuela. Si yo me viera en sus manos perlas volviera los granos, porque en anillos galanos en sus dedos soberanos eternamente anduviera. Segadores, afuera, afuera, dejen llegar a la espigaderuela.
Segadores, afuera, afuera
Ángel González
Debajo del poema —laborioso mecánico—, apretaba las tuercas a un epíteto. Luego engrasó un adverbio, dejó la rima a punto, afinó el ritmo y pintó de amarillo el artefacto. Al fin lo puso en marcha, y funcionaba. —No lo toques ya más, se dijo. Pero no pudo remediarlo: volvió a empezar, rompió los octosílabos, los juntó todos, cambio por sinestesias las metáforas, aceleró... mas nada sucedía. Soltó un tropo, dejó todas las piezas en una lata malva, y se marchó, cansado de su nombre.
J.r.j.
Mario Benedetti
Oh marine oh boy una de tus dificultades consiste en que no sabes distinguir el ser del estar para ti todo es to be así que probemos a aclarar las cosas por ejemplo una mujer es buena cuando entona desafinadamente los salmos y cada dos años cambia el refrigerador y envía mensualmente su perro al analista y sólo enfrenta el sexo los sábados de noche en cambio una mujer está buena cuando la miras y pones los perplejos ojos en blanco y la imaginas y la imaginas y la imaginas y hasta crees que tomando un martini te vendrá el coraje pero ni así por ejemplo un hombre es listo cuando obtiene millones por teléfono y evade la conciencia y los impuestos y abre una buena póliza de seguros a cobrar cuando llegue a sus setenta y sea el momento de viajar en excursión a capri y a parís y consiga violar a la gioconda en pleno louvre con la vertiginosa polaroid en cambio un hombre está listo cuando ustedes oh marine oh boy aparecen en el horizonte para inyectarle democracia.
Ser y estar
Salvador Díaz Mirón
I La joven madre perdió a su hijo, se ha vuelto loca y está en su lecho. Eleva un brazo, descubre un pecho, suma las líneas de un enredijo. El dedo en alto y el ojo fijo, cuenta las curvas que ornan el techo y muestra un rubro pezón, derecho como en espasmo y ardor de rijo. En la vidriera, cortina rala, tensa y purpúrea cierne curiosa lumbre, que tiñe su tenue gala. ¡Y roja lengua cae y se posa, y con delicia treme y resbala en el erecto botón de rosa! II Cerca, el marido forma concierto: ¡ofrece el torpe fulgor del día desesperada melancolía; y en la cintura prueba el desierto! ¡Ah! Los olivos del sacro huerto guardan congoja ligera y pía. El hombre sufre doble agonía: ¡la esposa insana y el niño muerto! Y no concibe suerte más dura, y con el puño crispado azota la sien, y plañe su desventura. ¡Llora en un lampo la dicha rota; y el rayo juega con la tortura y enciende un iris en cada gota! III Así la lira. ¿Qué grave duelo rima el sollozo y enjoya el luto, y a la insolencia paga tributo y en la jactancia procura vuelo? ¿Qué mano digna recama el velo y la ponzoña del triste fruto, y al egoísmo del verso bruto inmola el alma que mira al cielo? ¡La poesía canta la historia; y pone fértil en pompa espuria; a mal de infierno burla de gloria! ¡Es implacable como una furia, y pegadiza como una escoria, e irreverente como una injuria!
Cintas de sol
Pablo Neruda
VENTANA de los cerros! Valparaíso, estaño frío, roto en un grito y otro de piedras populares! Mira conmigo desde mi escondite el puerto gris tachonado de barcas, agua lunar apenas movediza, inmóviles depósitos del hierro. En otra hora lejana, poblado estuvo tu mar, Valparaíso, por los delgados barcos del orgullo, los Cinco Mástiles con susurro de trigo, los diseminadores del salitre, los que de los océanos nupciales a ti vinieron, colmando tus bodegas. Altos veleros del día marino, comerciales cruzados, estandartes henchidos por la noche marinera, con vosotros el ébano y la pura claridad del marfil, y los aromas del café y de la noche en otra luna, Valparaíso, a tu paz peligrosa vinieron envolviéndote en perfume. Temblaba el "Potosí" con sus nitratos avanzando en el mar, pescado y flecha, turgencia azul, ballena delicada, hacia otros negros puertos de la tierra. Cuánta noche del Sur sobre las velas enrolladas, sobre los empinados pezones de la máscara del buque, cuando sobre la Dama del navío, rostro de aquellas proas balanceadas, toda la noche de Valparaíso, la noche austral del mundo, descendía.
Ventana de los cerros! Valparaíso, estaño...
Gustavo Adolfo Bécquer
¿Quieres que de ese néctar delicioso no te amargue la hez? Pues aspírale, acércale a tus labios y déjale después. ¿Quieres que conservemos una dulce memoria de este amor? Pues amémonos hoy mucho, y mañana digámonos: ?¡Adiós!
Rima lviii
Jorge Luis Borges
Nadie rebaje a lágrima o reproche esta declaración de la maestría de Dios, que con magnífica ironía me dio a la vez los libros y la noche. De esta ciudad de libros hizo dueños a unos ojos sin luz, que sólo pueden leer en las bibliotecas de los sueños los insensatos párrafos que ceden las albas a su afán. En vano el día les prodiga sus libros infinitos, arduos como los arduos manuscritos que perecieron en Alejandría. De hambre y de sed (narra una historia griega) muere un rey entre fuentes y jardines; yo fatigo sin rumbo los confines de esta alta y honda biblioteca ciega. Enciclopedias, atlas, el Oriente y el Occidente, siglos, dinastías, símbolos, cosmos y cosmogonías brindan los muros, pero inútilmente. Lento en mi sombra, la penumbra hueca exploro con el báculo indeciso, yo, que me figuraba el Paraíso bajo la especie de una biblioteca. Algo, que ciertamente no se nombra con la palabra azar, rige estas cosas; otro ya recibió en otras borrosas tardes los muchos libros y la sombra. Al errar por las lentas galerías suelo sentir con vago horror sagrado que soy el otro, el muerto, que habrá dado los mismos pasos en los mismos días. ¿Cuál de los dos escribe este poema de un yo plural y de una sola sombra? ¿Qué importa la palabra que me nombra si es indiviso y uno el anatema? Groussac o Borges, miro este querido mundo que se deforma y que se apaga en una pálida ceniza vaga que se parece al sueño y al olvido.
Poema de los dones
Luis de Góngora
Servía en Orán al Rey Un español con dos lanzas, Y con el alma y la vida A una gallarda africana, Tan noble como hermosa, Tan amante como amada, Con quien estaba una noche Cuando tocaron al arma. Trescientos Cenetes eran De este rebato la causa, Que los rayos de la luna Descubrieron sus adargas; Las adargas avisaron A las mudas atalayas, Las atalayas los fuegos, Los fuegos a las campanas; Y ellas al enamorado, Que en los brazos de su dama Oyó el militar estruendo De las trompas y las cajas. Espuelas de honor le pican Y freno de amor le para; No salir es cobardía, Ingratitud es dejalla. Del cuello pendiente ella, Viéndole tomar la espada, Con lágrimas y suspiros Le dice aquestas palabras: «Salid al campo, señor, Bañen mis ojos la cama, Que ella me será también, Sin vos, campo de batalla. Vestíos y salid apriesa, Que el general os aguarda; Yo os hago a vos mucha sobra Y vos a él mucha falta. Bien podéis salir desnudo, Pues mi llanto no os ablanda, Que tenéis de acero el pecho, Y no habéis menester armas.» Viendo el español brioso Cuánto le detiene y habla, Le dice así: «Mi señora, Tan dulce como enojada, «Porque con honra y amor Yo me quede, cumpla y vaya, Vaya a los moros el cuerpo, Y quede con vos el alma. Concededme, dueño mío, Licencia para que salga Al rebato en vuestro nombre, Y en vuestro nombre combata.»
Servía en orán al rey
Ramón López Velarde
¡Oh qué gratas las horas de los tiempos lejanos en que quiso la infancia regalarnos un cuento! Dormida por centurias en un bosque opulento, despertaste a la blanda caricia de mis manos. Y después, sin que fueran los barbudos enanos o las almas en pena a turbar el contento del señorial palacio, en dulce arrobamiento unimos nuestras vidas como buenos hermanos. Hoy se ha roto el encanto: ya la Bella Durmiente no eres tú; la ilusión de trinos musicales se fue para otros climas, y pacíficamente celebraré contigo mis regios esponsales, al rendir el espíritu, de rostro hacia el poniente, en la paz evangélica de los campos natales.
Color de cuento
cristianos
(Elvira Vila Massana)Los cielos cuentan la gloria Y la majestad de Dios, Haciendo de El memoria Aunque no se oiga su voz. El sol que tanta alegría Da a toda la humanidad, ¿No nos muestra cada día Su clemencia y su bondad? La Ley de Dios es perfecta, Que vuelve el alma hacia El, Y la cambia en pura y recta Aunque haya sido infiel. Sus mandamientos son rectos, Que alegran el corazón: Y el que quiera obedecerlos Hallará gran galardón. Deseables más que el oro, Señor, tus palabras son, Pues no existe otro tesoro Que dé tal satisfacción. Son más dulces tus palabras Que la miel al paladar, Por eso yo quiero amarlas Y ensalzarlas sin cesar.
A la biblia (elvira vila massana)
David Escobar Galindo
Como los dioses en su audaz vigilia, me asombro de estar vivo y de estar muerto. La palabra revienta en el silencio y el silencio se nutre de palabras. ¿Cuál es la diferencia entre estar vivo y estar muerto? —Los dioses son balanzas.
Como los dioses en su audaz vigilia
amistad
Gracias por todos los momentos que hemos compartido momentos llenos de sentimientos y pensamientos compartidos, sueños y anhelos, secretos, risas y lágrimas, y sobre todo, amistad. Cada preciado segundo quedará atesorado eternamente en mi corazón. Gracias por dedicarme tiempo tiempo para demostrar tu preocupación por mí, tiempo para escuchar mis problemas y ayudarme a buscarles solución, y sobre todo, tiempo para sonreir y mostrarme tu afecto. Gracias por ser lo que eres una persona maravillosa. Pude contar contigo cuando necesitaba en quien confiar y pedir consejo. Gracias a ti comencé a conocerme e incluso a apreciar lo que soy. ¿Cómo podré expresarte todo el cariño que te tengo? Muchas gracias por tu amistad.
Muchas gracias por tu amistad
Ismael Enrique Arciniegas
Ya aspiro los aromas de su huerto; Las brisas gimen y las hojas tiemblan. Cuán bella ¡oh luna! a nuestra cita vienes... Sueña, alma mía... ¡sueña! Herido traigo el corazón... ¿Deliro? ¿Es el canto del ave que se queja? Es su voz... ¡y me llama! ¿Por qué tardas? Ven, mis brazos te esperan. ¿Son mentira tus besos?... ¡No me engañes! Ábreme tu alma y cuéntame tus penas. ¿Lloras?... ¿por qué ?... Si nuestro amor es crimen, Crimen, bendito seas; Traigo para tu sien una corona, Para ensalzarte mi arpa de poeta. Yo haré en mis cantos, alma de mi alma, ¡Nuestra pasión, eterna! Jura otra vez que me amas, que eres mía; Jura... ¡nadie ríos oye! ¡Nada temas! —«¡Tuya! bien mío... ¡para siempre tuya!» ¡Sueña, alma mía... sueña!
En sueños
Mario Benedetti
De vez en cuando hay que hacer una pausa contemplarse a sí mismo sin la fruición cotidiana examinar el pasado rubro por rubro etapa por etapa baldosa por baldosa y no llorarse las mentiras sino cantarse las verdades.
Pausa
Gustavo Adolfo Bécquer
Lo que el salvaje que con torpe mano hace de un tronco a su capricho un dios, y luego ante su obra se arrodilla, eso hicimos tú y yo. Dimos formas reales a un fantasma, de la mente ridícula invención, y hecho el ídolo ya, sacrificamos en su altar nuestro amor.
Rima l
Antonio Machado
El hada más hermosa ha sonreído al ver la lumbre de una estrella pálida, que en hilo suave, blanco y silencioso se enrosca al huso de su rubia hermana. Y vuelve a sonreír porque en su rueca el hilo de los campos se enmaraña. Tras la tenue cortina de la alcoba está el jardín envuelto en luz dorada. La cuna, casi en sombra. El niño duerme. Dos hadas laboriosas lo acompañan, hilando de los sueños los sutiles copos en ruecas de marfil y plata.
Los sueños
Gustavo Adolfo Bécquer
Fatigada del baile, encendido el color, breve el aliento, apoyada en mi brazo, del salón se detuvo en un extremo. Entre la leve gasa que levantaba el palpitante seno, una flor se mecía en compasado y dulce movimiento. Como en cuna de nácar que empuja el mar y que acaricia el céfiro, tal vez allí dormía al soplo de sus labios entreabiertos. ¡Oh, quién así ?pensaba? dejar pudiera deslizarse el tiempo! ¡Oh, si las flores duermen, qué dulcísimo sueño!
Rima xviii
Mario Benedetti
Por la memoria vagamos descalzos seguimos el garabato de la lluvia hasta la tristeza que es el hogar destino la tristeza almacena los desastres del alma o sea lo mejorcito de nosotros mismos digamos esperanzas sacrificios amores. A la tristeza no hay quien la despoje es transparente como un rayo de luna fiel a determinadas alegrías. Nacemos tristes y morimos tristes pero en el entretiempo amamos cuerpos cuya triste belleza es un milagro. Vamos descalzos en peregrinación triste tristeza llena eres de gracia tu savia dulce nos acepta tristes. El garabato de la lluvia nos conduce hasta el hogar destino que siempre has sido tristeza enamorada y clandestina Y allí rodeada de tus frágiles dogmas de tus lágrimas secas / de tu siglo de sueños nos abrazas como anticipo del placer.
Triste nº1
Nicolás Guillén
POINTRE-À-PITRE Los negros, trabajando junto al vapor. Los árabes, vendiendo, los franceses, paseando y descansando, y el sol, ardiendo. En el puerto se acuesta el mar. El aire tuesta las palmeras... Yo grito: ¡Guadalupe!, pero nadie contesta. Parte el vapor, arando las aguas impasibles con espumoso estruendo. Allá quedan los negros trabajando, los árabes vendiendo, los franceses, paseando y descansando, y el sol, ardiendo...
Guadalupe w.i.
Pablo Neruda
SI pudiera llorar de miedo en una casa sola, si pudiera sacarme los ojos y comérmelos, lo haría por tu voz de naranjo enlutado y por tu poesía que sale dando gritos. Porque por ti pintan de azul los hospitales y crecen las escuelas y los barrios marítimos, y se pueblan de plumas los ángeles heridos, y se cubren de escamas los pescados nupciales, y van volando al cielo los erizos: por ti las sastrerías con sus negras membranas se llenan de cucharas y de sangre y tragan cintas rotas, y se matan a besos, y se visten de blanco. Cuando vuelas vestido de durazno, cuando ríes con risa de arroz huracanado, cuando para cantar sacudes las arterias y los dientes, la garganta y los dedos, me moriría por lo dulce que eres, me moriría por los lagos rojos en donde en medio del otoño vives con un corcel caído y un dios ensangrentado, me moriría por los cementerios que como cenicientos ríos pasan con agua y tumbas, de noche, entre campanas ahogadas: ríos espesos como dormitorios de soldados enfermos, que de súbito crecen hacia la muerte en ríos con números de mármol y coronas podridas, y aceites funerales: me moriría por verte de noche mirar pasar las cruces anegadas, de pie llorando, porque ante el río de la muerte lloras abandonadamente, heridamente, lloras llorando, con los ojos llenos de lágrimas, de lágrimas, de lágrimas. Si pudiera de noche, perdidamente solo, acumular olvido y sombra y humo sobre ferrocarriles y vapores, con un embudo negro, mordiendo las cenizas, lo haría por el árbol en que creces, por los nidos de aguas doradas que reúnes, y por la enredadera que te cubre los huesos comunicándote el secreto de la noche. Ciudades con olor a cebolla mojada esperan que tú pases cantando roncamente, y silenciosos barcos de esperma te persiguen, y golondrinas verdes hacen nido en tu pelo, y además caracoles y semanas, mástiles enrollados y cerezas definitivamente circulan cuando asoman tu pálida cabeza de quince ojos y tu boca de sangre sumergida. Si pudiera llenar de hollín las alcaldías y, sollozando, derribar relojes, sería para ver cuándo a tu casa llega el verano con los labios rotos, llegan muchas personas de traje agonizante, llegan regiones de triste esplendor, llegan arados muertos y amapolas, llegan enterradores y jinetes, llegan planetas y mapas con sangre, llegan buzos cubiertos de ceniza, llegan enmascarados arrastrando doncellas atravesadas por grandes cuchillos, llegan raíces, venas, hospitales, manantiales, hormigas, llega la noche con la cama en donde muere entre las arañas un húsar solitario, llega una rosa de odio y alfileres, llega una embarcación amarillenta, llega un día de viento con un niño, llego yo con Oliverio, Norah Vicente Aleixandre, Delia, Maruca, Malva Marina, María Luisa y Larco, la Rubia, Rafael Ugarte, Cotapos, Rafael Alberti, Carlos, Bebé, Manolo Altolaguirre, Molinari, Rosales, Concha Méndez, y otros que se me olvidan. Ven a que te corone, joven de la salud y de la mariposa, joven puro como un negro relámpago perpetuamente libre, y conversando entre nosotros, ahora, cuando no queda nadie entre las rocas, hablemos sencillamente como eres tú y soy yo: para qué sirven los versos si no es para el rocío? Para qué sirven los versos si no es para esa noche en que un puñal amargo nos averigua, para ese día, para ese crepúsculo, para ese rincón roto donde el golpeado corazón del hombre se dispone a morir? Sobre todo de noche, de noche hay muchas estrellas, todas dentro de un río como una cinta junto a las ventanas de las casas llenas de pobres gentes. Alguien se les ha muerto, tal vez han perdido sus colocaciones en las oficinas, en los hospitales, en los ascensores, en las minas, sufren los seres tercamente heridos y hay propósito y llanto en todas partes: mientras las estrellas corren dentro de un río interminable hay mucho llanto en las ventanas, los umbrales están gastados por el llanto, las alcobas están mojadas por el llanto que llega en forma de ola a morder las alfombras. Federico, tú ves el mundo, las calles, el vinagre, las despedidas en las estaciones cuando el humo levanta sus ruedas decisivas hacia donde no hay nada sino algunas separaciones, piedras, vías férreas. Hay tantas gentes haciendo preguntas por todas partes. Hay el ciego sangriento, y el iracundo, y el desanimado, y el miserable, el árbol de las uñas, el bandolero con la envidia a cuestas. Así es la vida, Federico, aquí tienes las cosas que te puede ofrecer mi amistad de melancólico varón varonil. Ya sabes por ti mismo muchas cosas. Y otras irás sabiendo lentamente.
Oda a federico garcía lorca
Vicente Aleixandre
No te olvides, temprana, de los besos un día. De los besos alados que a tu boca llegaron. Un instante pusieron su plumaje encendido sobre el puro dibujo que se rinde entreabierto. Te rozaron los dientes. Tú sentiste su bulto, En tu boca latiendo su celeste plumaje. Ah, redondo tu labio palpitaba de dicha. ¿Quién no besa esos pájaros cuando llegan, escapan? Entreabierta tu boca vi tus dientes blanquísimos. Ah, los picos delgados entre labios se hunden. Ah, picaron celestes, mientras dulce sentiste que tu cuerpo ligero, muy ligero, se erguía. ¡Cuán graciosa, cuán fina, cuán esbelta reinabas! Luz o pájaros llegan, besos puros, plumajes. Y oscurecen tu rostro con sus alas calientes, que te rozan. revuelan, mientras ciega tú brillas. No lo olvides. Felices, mira, van, ahora escapan. Mira: vuelan, ascienden, el azul los adopta. Suben altos, dorados. Van calientes, ardiendo. Gimen, cantan, esplenden. En el cielo deliran.
Los besos
José Ángel Valente
No detenerse. Y cuando ya parezca que has naufragado para siempre en los ciegos meandros de la luz, beber aún en la desposesión oscura, en donde sólo nace el sol radiante de la noche. Pues también está escrito que el que sube hacia ese sol no puede detenerse y va de comienzo en comienzo por comienzos que no tienen fin.
Antecomienzo
Jaime Sabines
Codiciada, prohibida, cercana estás, a un paso, hechicera. Te ofreces con los ojos al que pasa, al que te mira, madura, derramante, al que pide tu cuerpo como una tumba. Joven maligna, virgen, encendida, cerrada, te estoy viendo y amando, tu sangre alborotada, tu cabeza girando y ascendiendo, tu cuerpo horizontal sobre las uvas y el humo. Eres perfecta, deseada. Te amo a ti y a tu madre cuando estáis juntas. Ella es hermosa todavía y tiene lo que tú no sabes. No sé a quién prefiero cuando te arregla el vestido y te suelta para que busques el amor.
Codiciada, prohibida...
Delfina Acosta
Aunque sopló tus párpados la muerte el aire de tus odas sigue puro, por eso te converso en esta tarde Neruda, hermano, y traigo en mi saludo la letra titilante de la brisa, la hiedra vigorosa de los muros, las siete vanidades del zafiro, y las pestañas de mi amor desnudo. La paja de las cosas más sencillas subió por tu palabra haciendo un humo con que llenaste casas y poblados. Y a aquella hoguera no faltó ninguno. Y a quien no fue me puse a hablar de ti. Le sigo hablando en este soplo y pulso. Ya todos aprendieron tu lección de rosa roja en un cerrado puño. Los niños te saludan. Canta el agua con tu canción. Y luego le hace dúo aquel silbido de las verdes piedras por las que sopla el cuerno de los juncos. Adiós. Buen día. Que descanses, Pablo. Tu amigo y tu enemigo están de luto por ti calientemente muerto ayer. ¡Y sin embargo vivo cual ninguno!
Aunque sopló tus párpados...
Juan Ramón Jiménez
¿Qué me copiaste en ti, que cuando falta en mí la imagen de la cima, corro a mirarme en ti?
Agua mujer
José Lezama Lima
En el chisporreo del remolino el guerrero japonés pregunta por su silencio, le responden, en el descenso a los infiernos, los huesos orinados con sangre de la furiosa divinidad mexicana. El mazapán con las franjas del presagio se iguala con la placenta de la vaca sagrada. El pabellón de la vacuidad oprime una brisa alta y la convierte en un caracol sangriento. En Río el carnaval tira de la soga y aparecemos en la sala recién iluminada. En la Isla de San Luis la conversación, serpiente que penetra en el costado como la lanza, hace visible las farolas de la ciudad tibetana y llueve, como un árbol, en los oídos. El murciélago trinitario, extraño sosiego en la tau insular, con su bigote lindo humeando. Todo aquí y allí en acecho. Es el ciervo que ve en las respuestas del río a la sierpe, el deslizarse naturaleza con escamas que convocan el ritmo inaugural. Nombrar y hacer el nombre en la ceguera palpatoria. La voz ordenando con la máscara a los reyes de Grecia, la sangre que no se acostumbra a la tenaza nocturnal y vuelve a la primigenia esfera en remolino. El sacerdote, dormido en la terraza, despierta en cada palabra que flecha a la perdiz caída en su espejo de metal. El movimiento de la palabra en el instante del desprendimiento que comienza a desfilar en la cantidad resistente, en la posible ciudad creada para los moradores increados, pero ya respirantes. Las danzas llegaron con sus disfraces al centro del bosque, pero ya el fuego había desarraigado el horizonte. La ciudad dormida evapora su lenguaje, el incendio rodaba como agua por los peldaños de los brazos. La nueva ordenanza indescrifrable levantó la cabeza del náufrago que hablaba. Sólo el incendio espejeaba el tamaño silencioso del naufragio.
Octavio paz
Ramón López Velarde
El viejo pozo de mi vieja casa sobre cuyo brocal mi infancia tantas veces se clavaba de codos, buscando el vaticinio de la tortuga, o bien el iris de los peces, es un compendio de ilusión y de históricas pequeñeces. Ni tortuga, ni pez; sólo el venero que mantiene su estrofa concéntrica en el agua y que dio fe del ósculo primero que por 1850 unió las bocas de mi abuelo y mi abuela... ¡Recurso lisonjero con que los generosos hados dejan caer un galardón fragante encima de los desposados! Besarse, en un remedo bíblico, junto al pozo, y que la boca amada trascienda a fresco gozo de manantial, y que el amor se profundice, en la pareja que lo siente, como el hondo venero providente... En la pupila líquida del pozo espejábanse, en años remotos, los claveles de una maceta; más la arquitectura ágil de las cabezas de dos o tres corceles, prófugos del corral; más la rama encorvada de un durazno; y en época de mayor lejanía también se retrataban en el pozo aquellas adorables señoras en que ardía la devoción católica y la brasa de Eros; suaves antepasadas, cuyo pecho lucía descotado, y que iban, con tiesura y remilgo, a entrecerrar los ojos a un palco a la zarzuela, con peinados de torre y con vertiginosas peinetas de carey. Del teatro a la Vela Perpetua, ya muy lisas y muy arrebujadas en la negrura de sus mantos. Evoco, todo trémulo, a estas antepasadas porque heredé de ellas el afán temerario de mezclar tierra y cielo, afán que me ha metido en tan graves aprietos en el confesionario. En una mala noche de saqueo y de política que los beligerantes tuvieron como norma equivocar la fe con la rapiña, al grito de «¡Religión y Fueros!» y «¡Viva la Reforma!», una de mis geniales tías, que tenía sus ideas prácticas sobre aquellas intempestivas griterías, y que en aquella lucha no siguió otro partido que el de cuidar los cortos ahorros de mi abuelo, tomó cuatro talegas y con un decidido brazo las arrojó en el pozo, perturbando la expectación de la hora ingrata con un estrépito de plata. Hoy cuentan que mi tía se aparece a las once y que, cumpliendo su destino de tesorera fiel, arroja sus talegas con un ahogado estrépito argentino. Las paredes del pozo, con un tapiz de lama y con un centelleo de gotas cristalinas, eran como el camino de esperanza en que todos hemos llorado un poco... Y aquellas peregrinas veladas de mayo y junio mostráronme del pozo el secreto de amor: preguntaba el durazno: «¿Quién es Ella?», y el pozo, que todo lo copiaba, respondía no copiando más que una sola estrella. El pozo me quería senilmente; aquel pozo abundaba en lecciones de fortaleza, de alta discreción, y de plenitud... Pero hoy, que su enseñanza de otros tiempos me falta, comprendo que fui apenas un alumno vulgar con aquel taciturno catedrático, porque en mi diario empeño no he podido lograr hacerme abismo y que la estrella amada, al asomarse a mí, pierda pisada.
El viejo pozo
Gustavo Adolfo Bécquer
Si al mecer las azules campanillas de tu balcón, crees que suspirando pasa el viento murmurador, sabe que, oculto entre las verdes hojas, suspiro yo. Si al resonar confuso a tus espaldas vago rumor, crees que por tu nombre te ha llamado lejana voz, sabe que, entre las sombras que te cercan, te llamo yo. Si se turba medroso en la alta noche tu corazón, al sentir en tus labios un aliento abrasador, sabe que, aunque invisible, al lado tuyo, respiro yo.
Rima xvi
Alfredo Lavergne
Un pasajero de este viaje Me solicita Una hoja. Quiere hacer No respondo. Se entierra en el asiento... Recoge sus pies Y queda en su lugar. No me inquieta no contestar Cuando es ficción Cuando no hay evolución Y no siento nada cuando recreo a un desconocido.
Inspiración
Ramón López Velarde
Ya no puedo dudar... Diste muerte a mi cándida niñez, toda olorosa a sacristía, y también diste muerte al liviano chacal de mi cartuja. Que sea para bien... Ya no puedo dudar... Consumaste el prodigio de, sin hacerme daño, sustituir mi agua clara con un licor de uvas... Y yo bebo el licor que tu mano me depara. Me revelas la síntesis de mi propio Zodíaco: el León y la Virgen. Y mis ojos te ven apretar en los dedos —como un haz de centellas— éxtasis y placeres. Que sea para bien... Tu palidez denuncia que en tu rostro se ha posado el incendio y ha corrido la lava... Día último de marzo; emoción, aves, sol... Tu palidez volcánica me agrava. ¿Ganaste ese prodigio de pálida vehemencia al huir, con un viento de ceniza, de una ciudad en llamas? ¿O hiciste penitencia revolcándote encima del desierto? ¿O, quizá, te quedaste dormida en la vertiente de un volcán, y la lava corrió sobre tu boca y calcinó tu frente? ¡Oh tú, reveladora, que traes un sabor cabal para mi vida, y la entusiasmas: tu triunfo es sobre un motín de satiresas y un coro plañidero de fantasmas! Yo estoy en la vertiente de tu rostro, esperando las lavas repentinas que me den un fulgurante goce. Tu victorial y pálido prestigio ya me invade... ¡Que sea para bien!
Que sea para bien
Rubén Darío
Buey que vi en mi niñez echando vaho un día bajo el nicaragüense sol de encendidos oros, en la hacienda fecunda, plena de la armonía del trópico; paloma de los bosques sonoros del viento, de las hachas, de pájaros y toros salvajes, yo os saludo, pues sois la vida mía. Pesado buey, tú evocas la dulce madrugada que llamaba a la ordeña de la vaca lechera, cuando era mi existencia toda blanca y rosada, y tú, paloma arrulladora y montañera, significas en mi primavera pasada todo lo que hay en la divina Primavera.
Xl allá lejos
amistad
Vuestro amigo, es la respuesta a vuestras necesidades. Es vuestro campo, que sembrais con amor, y cosechais con gratitud. Y es vuestra mesa, y el fuego de vuestro hogar. Porque acudís a él para saciar vuestra hambre. y lo buscais en procura de paz. Cuando vuestro amigo revela sus pensamientos, no temeis el " no " en vuestra propia mente, ni reteneís el " sí ". Y cuando el guarda silencio, vuestro corazón no cesa de escuchar a su corazón. Porque en la Amistad, todos los pensamientos, todos los deseos, todas las expectativas, nacen sin palabras, y son compartidas con callado gozo. Cuando os separais de vuestro amigo, lo haceis sin aflixión. Porque lo que más amais en él, puede ser más diáfano aún en su ausencia, como para el alpinista la montaña aparece más despejada desde la llanura. Y dejad que en la Amistad no exista otro propósito que el de profundizar el espíritu. Porque el amor que busca otra cosa, que no sea la revelación de su propio misterio, no es amor, sino una red tendida, y solamente lo inútil es pecado. Y procurad que lo mejor de vosotros, sea para vuestro amigo. Si debe conocer vuestra bajamar, dejadlo conocer también vuestra pleamar. Porque ¿qué amigo es aquél que tuvierais que buscar para matar las horas? Buscadlo con horas para vivir. Porque es misión suya llenar vuestras necesidades, pero no vuestra vaciedad. Y, que en la dulzura de la amistad haya lugar para la risa, y, para los placeres compartidos. Porque en el rocío de las pequeñas cosas, el corazón encuentra su mañana, y, toma su frescura.
Amistad
Federico García Lorca
La hoguera pone al campo de la tarde, unas astas de ciervo enfurecido. Todo el valle se tiende. Por sus lomos, caracolea el vientecillo. El aire cristaliza bajo el humo. ?Ojo de gato triste y amarillo?. Yo en mis ojos, paseo por las ramas. Las ramas se pasean por el río. Llegan mis cosas esenciales. Son estribillos de estribillos. Entre los juncos y la baja tarde, ¡qué raro que me llame Federico!
De otro modo
Garcilaso de la Vega
Estoy continuo en lágrimas bañado, rompiendo el aire siempre con sospiros; y más me duele el no osar deciros que he llegado por vos a tal estado; que viéndome do estoy, y lo que he andado por el camino estrecho de seguiros, si me quiero tornar para huiros, desmayo, viendo atrás lo que he dejado; y si quiero subir a la alta cumbre, a cada paso espántanme en la vía, ejemplos tristes de los que han caído. sobre todo, me falta ya la lumbre de la esperanza, con que andar solía por la oscura región de vuestro olvido.
Soneto xxxviii
Luis Benítez
Si no tienes nada que decir cállate deja que hable Ezra Pound desde las sombras el espléndido anciano desde la fina línea de agua el magnífico anciano te muestra los genuinos billetes de su fortuna y todos brillan legítimos peces de un río infinito que sí ése nunca se detiene. Si no tienes nada que decir cállate los altos caballeros las damas abigarradas que vivieron y murieron y nacieron por esta sola causa no pueden tener al lado el tartamudeo de un enano la cojera de un monedero falso que delata que el oro de sus verbos carece de aquella delgada línea de agua esa finesse salvaje la impecable mancha que no adorna la cabeza del animal escrito -que cruza sólo un instante por el papel- sino que sale de adentro del animal desfondado de las vísceras vivas donde corre la sangre real -ésa de donde proviene el color del colorado- y palpita afuera como un monstruo de luz como una imagen sin otra capilla que cada cosa de cada universo posible e imposible la que podría muy bien ser adorada de pie y sin velos sin altares ni nada -ni siquiera acólitos- bajo el nombre de nuestra señora de los verbos nimbada de estiércoles y nervios de eclipses y novas oh tú alta y baja sublime maliciosa poesía que reinas sobre la amplia noche y el delgado día.
Deja que hable ezra pound
Claribel Alegría
Cuando el amor se aja se marchita se te vuelve amarillo no hay remedio sólo te queda la sonrisa. Cuando te sientes sola entre sus brazos y tu piel es frontera y no te brota el llanto sólo te queda la sonrisa. Cuando te sientes sola entre sus brazos y tu piel es frontera y no te brota el llanto sólo te queda la sonrisa. Cuando el canto se oxida y el paisaje y todo lo vivido es un espectro tu único refugio es la sonrisa: ese muro cerrado impenetrable sin ayeres sin hoy y sin mañanas donde todos los sueños se hacen trizas.
El muro de las sonrisas
César Vallejo
Al fin de la batalla, y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Se le acercaron dos y repitiéronle: «¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Le rodearon millones de individuos, con un ruego común: «¡Quédate hermano!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Entonces todos los hombres de la tierra le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; incorporóse lentamente, abrazó al primer hombre; echóse a andar...
Masa
Gustavo Adolfo Bécquer
Si de nuestros agravios en un libro se escribiese la historia, y se borrase en nuestras almas cuanto se borrase en sus hojas. ¡Te quiero tanto aún! ¡Dejó en mi pecho tu amor huellas tan hondas, que sólo con que tú borrases una, las borraba yo todas!
Rima xxxvi
Luis de Góngora
¡Oh excelso muro, oh torres coronadas De honor, de majestad, de gallardía! ¡Oh gran río, gran rey de Andalucía, De arenas nobles, ya que no doradas! ¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas, Que privilegia el cielo y dora el día! ¡Oh siempre glorïosa patria mía, Tanto por plumas cuanto por espadas! Si entre aquellas rüinas y despojos Que enriquece Genil y Dauro baña Tu memoria no fue alimento mío, Nunca merezcan mis ausentes ojos Ver tu muro, tus torres y tu río, Tu llano y sierra, ¡oh patria, oh flor de España!
A córdoba
Luis de Góngora
Árbol de cuyos ramos fortunados Las nobles moras son quinas reales, Teñidas en la sangre de leales Capitanes, no amantes desdichados; En los campos del Tajo más dorados Y que más privilegian sus cristales, A par de las sublimes palmas sales, Y más que los laureles levantados. Gusano, de tus hojas me alimentes, Pajarilla, sosténganme tus ramas, Y ampáreme tu sombra, peregrino. Hilaré tu memoria entre las gentes, Cantaré enmudeciendo ajenas famas, Y votaré a tu templo mi camino.
A don cristóbal de mora
Víctor Botas
Un día me verás, en la distancia de los años ya idos, como siempre sentado en mi escritorio o dedicado a comentarte cosas. A mi lado también te verás tú, perenne niña de avizorados ojos sonrientes. Pero no seré yo, ni tu mirada tendrá el calor de antaño: serás vieja y, en torno a ti, otros niños de insondables miradas jugarán y será alegre, y habrá melancolía en tu mirada, y el tiempo habrá borrado estos momentos en que escribo un poema y me preguntas ¿juegas al ajedrez? —Estoy llorando porque sé que esto es cierto y, algún día, querrás jugar —¿con quién?— inútilmente.
A paula
Gloria Fuertes
Aunque no nos muriéramos al morirnos, le va bien a ese trance la palabra: Muerte. Muerte es que no nos miren los que amamos, muerte es quedarse solo, mudo y quieto y no poder gritar que sigues vivo.
Aunque nos muriéramos al morirnos
Mariano Brull
Su cuerpo resonaba en el espejo vertebrado en imágenes distantes: uno y múltiple, espeso, de reflejo reverso ahora de inmediato antes. Entraba de anterior huida al dejo de sí mismo, en retornos palpitantes, retenido, disperso, al entrecejo de dos voces, dos ojos, dos instantes. Toda su asencia estaba —en su presencia— dilatada hasta el próximo asidero del comienzo inminente de otra ausencia: rumbo intacto de espacio sin sendero al inmóvil azar de su querencia, ¡estatua de su cuerpo venidero!
Desnudo
Juan Ramón Jiménez
¿Te cojí? Yo no sé si te cojí, pluma suavísima, o si cojí tu sombra.
Grácil
Francisco de la Torre
Doliente cierva, que el herido lado de ponzoñosa y cruda yerba lleno, buscas el agua de la fuente pura, con el cansado aliento que en el seno bello de la corriente sangre hinchado, débil y decaída tu hermosura; ¡ay!, que la mano dura que tu nevado pecho ha puesto en tal estrecho, gozosa va con tu desdicha cuando cierva mortal, viviendo, estás penando tu desangrado y dulce compañero, el regalado y blando pecho pasado del veloz montero. Vuelve, cuitada, vuelve al valle donde queda muerto tu amor, en vano dando términos desdichados a tu suerte. Morirás en su seno, reclinando la beldad, que la cruda mano esconde delante de la nube de la muerte. Que el paso duro y fuerte, ya forzoso y terrible, no puede ser posible que le excusen los cielos, permitiendo crudos astros que muera padeciendo las asechanzas de un montero crudo que te vino siguiendo por los desiertos de este campo mudo. Mas, ¡ay!, que no dilatas la inclemente muerte, que en tu sangriento pecho llevas, del crudo amor vencido y maltratado; tú con el fatigado aliento pruebas a rendir el espíritu doliente en la corriente de este valle amado. Que el ciervo desangrado, que contigo la vida, tuvo por bien perdida, no fue tampoco de tu amor querido que habiendo tan cruelmente padecido quisieras vivir sin él, cuando pudieras librar el pecho herido de crudas llagas y memorias fieras. Cuando por la espesura deste prado como tórtolas solas y queridas, solos y acompañados anduvisteis; cuando de verde mirto y de floridas violetas, tierno acanto y lauro amado, vuestras frentes bellísimas ceñistes; cuando las horas tristes, ausentes y queridos, con mil mustios bramidos ensordecisteis la ribera umbrosa del claro Tajo, rica y venturosa con vuestro bien, con vuestro mal sentida cuya muerte penosa no deja rastro de contenta vida. Agora el uno, cuerpo muerto lleno de desdén y de espanto, quien solía ser ornamento de la selva umbrosa; tú, quebrantada y mustia, al agonía de la muerte rendida, el bello seno agonizando, el alma congojosa; cuya muerte gloriosa, en los ojos de aquellos cuyos despojos bellos son victorias del crudo amor furioso, martirio fue de amor, triunfo glorioso con que corona y premia dos amantes que del siempre rabioso trance mortal salieron muy triunfantes. Canción, fábula un tiempo, y caso agora, de una cierva doliente, que la dura flecha del cazador dejó sin vida, errad por la espesura del monte que de gloria tan perdida no hay sino lamentar su desventura.
La cierva
Luis Cernuda
Aquella noche el mar no tuvo sueño. Cansado de contar, siempre contar a tantas olas, quiso vivir hacia lo lejos, donde supiera alguien de su color amargo. Con una voz insomne decía cosas vagas, barcos entrelazados dulcemente en un fondo de noche, o cuerpos siempre pálidos, con su traje de olvido viajando hacia nada. Cantaba tempestades, estruendos desbocados bajo cielos con sombra, como la sombra misma, como la sombra siempre rencorosa de pájaros estrellas. Su voz atravesando luces, lluvia, frío, alcanzaba ciudades elevadas a nubes, cielo Sereno, Colorado, Glaciar del infierno, todas puras de nieve o de astros caídos en sus manos de tierra. Mas el mar se cansaba de esperar las ciudades. Allí su amor tan sólo era un pretexto vago con sonrisa de antaño, ignorado de todos. Y con sueño de nuevo se volvió lentamente adonde nadie sabe de nadie. Adonde acaba el mundo.
No intentemos el amor nunca
Alfredo Lavergne
De nuevo escucho que cantan Y veo venir de los cerros los bailarines. Ya nos asombrarán... El frenético carnaval de golpes Los autoritarios estilistas de futuras culturas Los misioneros que planifican una estatua al mestizaje. Ya nos buscarán Ya no será lo mismo E intentaremos alejarnos De Valparaíso De Vancouver De San Francisco De los muelles del Atlántico Y de toda esta inseparable tierra.
Madre a sí misma
Paz Díez Taboada
Si nombras este fuego, el límite es el margen, pero no se han quemado las hojas ni la pluma. Si nombras este llanto, no se moja la mesa ni se esfuma la tinta en lágrimas de luto. Pero si no clamaras al cielo, a grito abierto, un azote continuo de varillas metálicas arañará tu piel, sembrando arrugas. Si no dices amor, si no escribieras ni verdad ni alegría, no te quejes de que brote a tu lado una rosa encarnada y no sepas llamarla por su nombre.
Alerta
Luciano Castañón
Dicen: La Barquera, y ya se sabe, es la solana del ocio; marineros a la espera, conjeturas, casi nada, calafates que entretienen a jubilados caducos con la boina comiendo su mirada porque el neto sol de Junio resbala más allá. La Barquera: barcas sobre las losas, agua próxima y menestrales de la ciudad. Allí están —cotidiano reloj, mañana y tarde— los curtidos hombres elementales gramaticando frases ya subversivas ya claudicantes. Vana esperanza; las reivindicaciones en La Barquera sólo son inertes diálogos que diariamente huyen —en retahíla de vésperos— tan anodinamente como el sol primaveral. En La Barquera pintan las barcas; el color verde es de Esperanza. —¿Qué esperáis, hombres de La Barquera? —Que el mar nos dé lo que no da la tierra.
La barquera
Fray Luis de León
Las selvas conmoviera, las fieras alimañas, como Orfeo, si ya mi canto fuera igual a mi deseo, cantando el nombre santo Zebedeo; y fueran sus hazañas por mí con voz eterna celebradas, por quien son las Españas del yugo desatadas del bárbaro furor, y libertadas; y aquella Nao dichosa, del cielo esclarecer merecedora, que joya tan preciosa nos trujo, fuera agora cantada del que en Citia y Cairo mora. Osa el cruel tirano ensangrentar en ti su injusta espada; no fue consejo humano; estaba a ti ordenada la primera corona, y consagrada. La fe que a Cristo diste con presta diligencia has ya cumplido; de su cáliz bebiste, apenas que subido al cielo retornó, de ti partido. No sufre larga ausencia, no sufre, no, el amor que es verdadero; la muerte y su inclemencia tiene por muy ligero medio por ver al dulce campanero. [¡Oh viva fe constante! ¡oh verdadero pecho, amor crecido! un punto de su amante no vive dividido; síguele por los pasos que había ido.] Cual suele el fiel sirviente, si en medio la jornada le han dejado, que, haciendo prestamente lo que le fue mandado, torna buscando al amo ya alejado, ansí, entregado al viento, del mar Egeo al mar de Atlante vuela do, puesto el fundamento de la cristiana escuela, torna buscando a Cristo a remo y vela. Allí por la maldita mano el sagrado cuello fue cortado: ¡camina en paz, bendita alma, que ya has llegado al término por ti tan deseado! A España, a quien amaste (que siempre al buen principio el fin responde), tu cuerpo le inviaste para dar luz adonde el sol su claridad cubre y esconde; por los tendidos mares la rica navecilla va cortando; Nereidas a millares del agua el pecho alzando, turbadas entre sí la van mirando; y dellas hubo alguna que, con las manos de la nave asida, la aguija con la una y con la otra tendida a las demás que lleguen las convida. Ya pasa del Egeo, y vuela por el Jonio; atrás ya deja el puerto Lilibeo; de Córcega se aleja y por llegar al nuestro mar se aqueja. Esfuerza, viento, esfuerza; hinche la santa vela, enviste en popa; el curso haz que no tuerza, do Abila casi topa con Calpe, hasta llegar al fin de Europa. Y tú, España, segura del mal y cautiverio que te espera, con fe y voluntad pura ocupa la ribera: recebirás tu guarda verdadera; que tiempo será cuando, de innumerables huestes rodeada, del cetro real y mando te verás derrocada, en sangre, en llanto y en dolor bañada. De hacia el Mediodía oye que ya la voz amarga suena; la mar de Berbería de flotas veo llena; hierve la costa en gente, en sol la arena; con voluntad conforme las proas contra ti se dan al viento, y con clamor deforme de pavoroso acento avivan de remar el movimiento; y la infernal Meguera, la frente de ponzoña coronada, guía la delantera de la morisca armada, de fuego, de furor, de muerte armada. Cielos, so cuyo amparo España está: ¡merced en tanta afrenta! Si ya este suelo caro os fue, nunca consienta vuestra piedad que mal tan crudo sienta. Mas, ¡ay!, que la sentencia en tabla de diamante está esculpida; del Godo la potencia por el suelo caída, España en breve tiempo es destruida. ¿Cuál río caudaloso, que los opuestos muelles ha rompido con sonido espantoso, por los campos tendido tan, presto y tan feroz jamás se vido? Mas cese el triste llanto, recobre el Español su bravo pecho; que ya el Apóstol santo, un otro Marte hecho, del cielo viene a dalle su derecho: vesle de limpio acero cercado, y con espada relumbrante; como rayo, ligero, cuanto le va delante destroza y desbarata en un instante; de grave espanto herido, los rayos de su vista no sostiene el Moro descreído; por valiente se tiene cualquier que para huir ánimo tiene. Huye, si puedes tanto; huye, mas por demás, que no hay huida; bebe dolor y llanto por la mesma medida con que ya España fue de ti medida. Como león hambriento, sigue, teñida en sangre espada y mano, de más sangre sediento, al Moro que huye en vano; de muertos queda lleno el monte, el llano. ¡Oh gloria, oh gran prez nuestra, escudo fiel, oh celestial guerrero! vencido ya se muestra el Africano fiero por ti, tan orgulloso de primero; por ti del vituperio, por ti de la afrentosa servidumbre y triste cautiverio libres, en clara lumbre y de la gloria estamos en la cumbre. Siempre venció tu espada, o fuese de tu mano poderosa, o fuese meneada de aquella generosa, que sigue tu milicia religiosa. [Las enemigas haces no sufren de tu nombre el apellido; con sólo aquesto haces que el Español oído sea, y de un polo a otro tan temido.] De tu virtud divina la fama, que resuena en toda parte, siquiera sea vecina, siquiera más se aparte, a la gente conduce a visitarte. El áspero camino vence con devoción, y al fin te adora el Franco, el peregrino que Libia descolora, el que en Poniente, el que en Levante mora.
Oda xx - a santiago
Teresa Domingo Català
Acalla ya la voz de los traidores, que nunca más musiten en tu seno grandes palabras con que armar la historia. Redúcelos a polvo, a destino, a ceniza intangible y dislocada, a sombra entre tinieblas permanentes. Tuya es la poderosa senda inmóvil que se ancla en la verdad más primigenia, desnuda de motivos y arrebatos. Tañerán tus campanas milenarias con el fuego de las mismas estrellas que borrará los pasos de sus nombres. No hay más verdad que tú, la noche oscura, que aprende a bendecir la madrugada con acopio de piel y de deseo.
Verdad
Luis de Góngora
De la Merced, Señores, despedido, Pues lo ha querido así la suerte mía, De mis deudos iré a la Compañía, No poco de mis deudas oprimido. Si haber sido del Carmen culpa ha sido, Sobra el que se me dio hábito un día: Huélgome que es templada Andalucía, Ya que vuelvo descalzo al patrio nido. Mínimo, pues, si capellán indino Del mayor Rey, Monarca al fin de cuanto Pisa el sol, lamen ambos oceanos, La fuerza obedeciendo del destino, El cuadragesimal voto en tus manos, Desengaño haré, corrector santo.
Determinado a dejar sus pretensiones
Juan de Mena
III Tú, Calïope, me sey favorable, dándome alas de don virtuoso, y por que discurra por donde non oso, conbida mi lengua con algo que fable. Levante la Fama su boz inefable, por que los fechos que son al presente vayan de gente sabidos en gente; olvido non prive lo que es memorable.
Invocación
Pablo Neruda
ARAUCANÍA, ramo de robles torrenciales, oh Patria despiadada, amada oscura, solitaria en tu reino lluvioso: eras sólo gargantas minerales, manos de frío, puños acostumbrados a cortar peñascos: eras, Patria, la paz de la dureza y tus hombres eran rumor, áspera aparición, viento bravío. No tuvieron mis padres araucanos cimeras de plumaje luminoso, no descansaron en flores nupciales, no hilaron oro para el sacerdote: eran piedra y árbol, raíces de los breñales sacudidos, hojas con forma de lanza, cabezas de metal guerrero. Padres, apenas levantasteis el oído al galope, apenas en la cima de los montes, cruzó el rayo de Araucanía. Se hicieron sombra los padres de piedra, se anudaron al bosque, a las tinieblas naturales, se hicieron luz de hielo, asperezas de tierras y de espinas, y así esperaron en las profundidades de la soledad indomable: uno era un árbol rojo que miraba, otro un fragmento de metal que oía, otro una ráfaga de viento y taladro, otro tenía el color del sendero. Patria, nave de nieve, follaje endurecido: allí naciste, cuando el hombre tuyo pidió a la tierra su estandarte y cuando tierra y aire y piedra y lluvia, hoja, raíz, perfume, aullido, cubrieron como un manto al hijo, lo amaron o lo defendieron. Así nació la patria unánime: la unidad antes del combate.
Se unen la tierra y el hombre
Pablo Neruda
AMIGA, no te mueras. Óyeme estas palabras que me salen ardiendo, y que nadie diría si yo no las dijera. Amiga, no te mueras. Yo soy el que te espera en la estrellada noche. El que bajo el sangriento sol poniente te espera. Miro caer los frutos en la tierra sombría. Miro bailar las gotas del rocío en las hierbas. En la noche al espeso perfume de las rosas, cuando danza la ronda de las sombras inmensas. Bajo el cielo del Sur, el que te espera cuando el aire de la tarde como una boca besa. Amiga, no te mueras. Yo soy el que cortó las guirnaldas rebeldes para el lecho selvático fragante a sol y a selva. El que trajo en los brazos jacintos amarillos. Y rosas desgarradas. Y amapolas sangrientas. El que cruzó los brazos por esperarte, ahora. El que quebró sus arcos. El que dobló sus flechas. Yo soy el que en los labios guarda sabor de uvas. Racimos refregados. Mordeduras bermejas. El que te llama desde las llanuras brotadas. Yo soy el que en la hora del amor te desea. El aire de la tarde cimbra las ramas altas. Ebrio, mi corazón. bajo Dios, tambalea. El río desatado rompe a llorar y a veces se adelgaza su voz y se hace pura y trémula. Retumba, atardecida, la queja azul del agua. Amiga, no te mueras! Yo soy el que te espera en la estrellada noche, sobre las playas áureas, sobre las rubias eras. El que cortó jacintos para tu lecho, y rosas. Tendido entre las hierbas yo soy el que te espera!
Amiga, no te mueras...
Mario Meléndez
No estoy, no soy, no pertenezco vago de lado a lado como un gran gusano negro Mi corazón tiene sus propios piojos mi historia es un collage de perros viejos que no ladran por temor a desaparecer Mi infancia me persigue con un cuchillo me persigue con un palo sin golpearme me persigue con retratos y con flores que se pegan a mi sombra sofocándola Será que todavía pienso que los árboles crecen de noche que la pluma canta más que el mismo pájaro y que el pájaro mataría por ser pluma Será que en mí la vida se deshuesa como un sapo como un sapo pero no salta se arrastra aúlla como un quiltro desgarrado mientras la muerte le lame las axilas y las ánimas rasuran el umbral del miedo La muerte me persigue con su carretilla al hombro se desviste lentamente para que yo la vea y me saluda de vez en cuando dando gritos de vieja ardiente La muerte tiene cuerda para rato y yo que conozco sus trucos yo que conozco su voz yo que le sé hasta el ladrido yo que me parezco a ella como un mellizo fiel y resignado yo soy la muerte también y desde ahora soy eterno.
Confesiones
José Asunción Silva
Anoche, estando solo y ya medio dormido, mis sueños de otras épocas se me han aparecido. Los sueños de esperanzas, de glorias, de alegrías y de felicidades que nunca han sido mías, se fueron acercando en lentas procesiones y de la alcoba oscura poblaron los rincones hubo un silencio grave en todo el aposento y en el reloj la péndola detúvose al momento. La fragancia indecisa de un olor olvidado, llegó como un fantasma y me habló del pasado. Vi caras que la tumba desde hace tiempo esconde, y oí voces oídas ya no recuerdo dónde. Los sueños se acercaron y me vieron dormido, se fueron alejando, sin hacerme ruido y sin pisar los hilos sedosos de la alfombra y fueron deshaciéndose y hundiéndose en la sombra.
Midnight dreams
Félix María de Samaniego
A una Culebra que, de frío yerta, en el suelo yacía medio muerta un labrador cogió; mas fue tan bueno, que incautamente la abrigó en su seno. Apenas revivió, cuando la ingrata a su gran bienhechor traidora mata.
El hombre y la culebra
Juan Luis Panero
Avanzan solos gris andrajo de nubes gris pesadilla bronce herido llamaradas grises terco pedernal de fantasmas tierra terracota mineral insomnes avanzan furor helado bronce herrumbre ira petrificada cuerpos sombras sombras cuerpos ballet de muerte astillas de sueños avanzan solitarios remotos ciegos árboles andando atraviesan puertas piedras palabras plata roñosa paredes de espejos lágrimas sin ojos avanzan reclaman mendigan sueñan otro infierno distinto otro infierno otro.
Alberto giacometti
Mario Benedetti
No puede ser. Esta ciudad es de mentira. No puede ser que las palmeras se doblen a acariciar la crin de los caballos y los ojos de las putas sean tiernos como los de una Venus de Lucas Cranach no puede ser que el viento levante las polleras y que todas las piernas sean lindas y que los consejales vayan en bicicleta del otoño al verano y viceversa. No puede ser. Esta ciudad es de mentira. No puede ser que nadie sienta rubor de mi pereza y los suspiros me entusiasmen tanto como los hurras y pueda escupir con inocencia y alegría no ya en el retrato sino en un señor no puede ser que cada azotea con antenas encuentre al fin su rayo justiciero y puntual y los suicidas miren el abismo y se arrojen como desde un recuerdo a una piscina. No puede ser. Esta ciudad es de mentira. No puede ser que las brujas sonrían a quemarropa y que mi insomnio cruja como un hueso y el subjefe y el jefe de policía lloren como un sauce y un cocodrilo respectivamente no puede ser que yo esté corrigiendo las pruebas de mi propio elogiosísimo obituario y la ambulancia avance sin hacerse notar y las campanas suenen sólo como campanas. No puede ser. Esta ciudad es de mentira. O es de verdad y entonces está bien que me encierren.
Esta ciudad es de mentira
Salvador García Ramírez
Estimado Hóspede: Temos ao seu dispor mesas antigas, cuadros brumosos de pasado idílico, alfombras de anudado sopor tras los visillos, calmas imprevistas y para cada ofuscación una vidriera, o algún pavo real entre los ficus. Temos também pontes que vuelan sobre el faro estremecido de las cúpulas, miradores al Tejo, rejas, retratos, lámparas de seda, rosados mármoles donde olvidar la suerte, espejos que el reloj ya no arruina. Sobretudo para os sentidos hay además blandos salones sustraídos a la voracidad del viento; contra el gris de diciembre altas janelas, cálidas techumbres, madera donde acompasar los pasos, veladores, cojines, candelabros con que mullir silencios, rincones de licor para endulzar o cheiro de las flores frescas, cómodas en las que doblar recuerdos, telas cuando se apaga la armonía. Além do mais temos en el jardín estatuas, um pavilhão chinés de un rojo acristalado para los versos tibios, Hermes solícitos, planos verdes de sosegada vista, caminhos curvos donde olvidar naufragios, tapias que aíslan, frondas exóticas, bancos de sombra, pajareras. E caso necesite la paz del cirio, la luz redonda de las vírgenes, temos também reclinatorios, terciopelo y cristal pintado en la capilla donde rebosan las estrelas, como era de bom tom naqueles tempos. Todo heredado para usted, Boa estadía.
Jau, 54
Infantiles
La oveja bala, (a base de balidos las ovejas se comunica con sus vecinos). La oveja es torpe, sólo se sabe una letra la be. Me dice: -Be, Be, Be.
La oveja
Nicomedes Santa Cruz
Para coger un pan sobre el morrillo Dando pecho y axila a los pitones, Juan, anónimo Juan, Juan Torerillo No recibiste clásicas lecciones. Para llevar a casa veinte duros Entre la chifla de inhumano coro Bebiste golpes, aspiraste apuros Y al aire al suelo al aire y siempre al toro. Del miedo, que es ingénito en el hombre, Nació el valor, congénito en el hambre; Así en la tauromaquia, Juan Sin Nombre Fue antítesis del gran José Raigambre. José, nieto de Venus y Vulcano Fue un semidiós con la esbeltez de Apolo (Frecuencia tuvo aquel Teseo hispano En liquidar seis Minotauros, solo). Mas Juan, el pobre Juan de carne y hueso, El más mortal de todos los mortales Opuso a sal valor, arrojo al seso Y “molinetes” contra “naturales”. Tres siglos en la historia del toreo Se derrumbaron ante dos colosos: Del morisco e hispánico alanceo Hasta el futuro en los taurino cosos. Y Joselito muestra al horizonte Toda una enciclopedia en su percal. Y remata sus lances Juan Belmonte Con su “media verónica” renal... La Muerte se disfraza de capricho, Y en la más increíble paradoja Subsiste quien vivió a merced del bicho Y muere quien “¡no hay toro que lo coja!”... Quedan atrás los años de la infancia: Sevilla y su noctámbula capea... Como un Jasón, Juan, en su rica estancia Mira en la tauromaquia una Medea. Porque si en su niñez fue Juan Sin Suerte Y fue en su adolescencia Juan Sin Pan, Hoy, ya casi un anciano, es Juan Sin Muerte Porque la Muerte tuvo miedo a Juan. Y quien burló a la muerte en tantos ruedos, Mil veces sentenciado por suicida, Sólo cuando lo quiso, y con sus dedos Mató su muerte y se quitó la vida... A Juan, que no toreó por soleares, Muerto, no he de llorarlo en seguiriyas. Sean por martinetes mis cantares, Cante de yunque y fragua y herrerías: Cristo de la Expiración Cachorro de los trianeros, Bríndale tu absolución Al mejor de los toreros Cachorro, si en Viernes Santo Te faltara un penitente, Asóciate a nuestro llanto Que es Juan Belmonte el ausente...
A la muerte de don juan belmonte
Carlos Edmundo de Ory
Verdad que la mujer tiene siempre deseos ¡Oh rito infranqueable la mujer tiene brazos! Con frecuencia la miro deseando comprenderla cuando zumba el ataúd diurno del amor. La corriente de sed se aplaca en sus dos pechos La mujer con su costra de silencio se embarca en una triste y lenta marejada de olvido La noche es otra tumba que en su ser se coloca Con frecuencia la miro con frecuencia la toco y sus ropas de llanto me despiertan la muerte Y sus ropas de tela y sus telas de almíbar me despiertan la vida me despiertan y duermen ¡Oh cortina furiosa constante y enemiga! No puedes ya volar sin un temblor debajo Quiero apretar tus dedos melosos y algo turbios Quiero besar sus besos y quiero estar tus noches. Nos separa una vida de color del desierto Nos espera una historia de sollozos y gozos Ya me ves ya me oyes nos estamos amando Nunca están separados los lejanos lejanos. Los lejanos se encuentran y tus grandes suspiros lloverán como ampos azules sobre el polvo Odio los besos dados odio el ancla en los cuerpos Porque espero la boca repitiendo tus labios. Pero te veo plena de lujos misteriosos Te cubre a ti una negra y transparente nube No miras a esta clase de seres más que lejos Mientras sola debates tu pálida locura. Verdad que la mujer tiene siempre deseos Mentira que me quieres oh reina de la dicha Oh reina de la dicha oh misérrima madre Oh misérrima dicha oh desolado imperio.
Serenata
Gertrudis Gómez de Avellaneda
Suspende, mi caro amigo, tus pasos por un instante: no está la ermita distante, y apenas las cinco son. Ven a admirar —bajo el toldo de aquellos verdes ramajes— los pintorescos paisajes de esta encantada región. Mira a tus pies ese río, cuyas herbosas orillas millones de florecillas cubren, difundiendo olor; y desde el borde escarpado oye las mansas corrientes deslizarse transparentes con soñoliento rumor. Hileras de álamos blancos, que el hondo cauce sombrean, sus altas copas cimbrean del viento al soplo fugaz; mientras pescan silenciosos, con luengas cañas y anzuelos, dos vigorosos chicuelos de viva y morena faz. Mira en torno cuál se extienden cuadros de trigos dorados, por ricas franjas cortados de verde-oscuro maíz; y esos tan varios helechos —fieles hijos de las sombras— que prestan al bosque alfombras de primoroso matiz. ¿Ves allá los caseríos —que siembran el valle a trechos— levantar sus rojos techos de entre el verde castañar? ¿Ves cuál visten sus paredes de parra lindos festones, y cómo van los gorriones sus racimos a picar? Mas que ya las chimeneas despiden humo, repara, anunciando se prepara la cena del segador; y a las vacas lentamente mira bajar de esos cerros, llamando con sus cencerros al perezoso pastor. Mas, ¡oh, ve! también desciende, saltando por entre breñas, turba de niñas risueñas que acá parece venir. Sí; no hay duda, ramilletes nos ofrecen con empeño... ¿Comprendes tú, caro dueño, lo que nos quieren decir? ¡Ah!, sabe que esos perfumes, que rinden cual homenaje, solo son mudo lenguaje de un triste y constante afán; pues —con rara poesía— el mendigo guipuzcoano, cubre de flores la mano que tiende pidiendo pan. Acepta al punto, ¡querido! ¿quién hay que negarse pueda a cambiar una moneda por cada hermoso clavel? Venid, niñas, cada tarde; yo en el trueque me intereso, y si al ramo unís un beso garante os salgo de él. ¡Pero no entienden!... ¡Se alejan! Mira por esos barrancos saltar, desnudos y blancos, sus breves y lindos pies... Se detienen, se sonríen viendo en mi pecho sus ramos, y ligeras como gamos desaparecen después. Mientras tanto las montañas sus picachos desiguales van envolviendo en cendales de gualda, azul y arrebol, y en su carro majestuoso —surcando el tibio occidente— hunde a su espalda la frente, cansado de vida, el sol. A su postrera mirada y a su postrera sonrisa, suspiros vuelve la brisa, perfumes vuelve la flor, y llanto puro los cielos vierten en el valle umbrío, que lo convierte en rocío de delicioso frescor. ¡Oh, mira! Ya por las faldas, que cubren altos castaños, bajando van los rebaños para acogerse al redil... Ya los niños sus anzuelos han recogido y su pesca, y se van armando gresca con regocijo infantil.
Paisaje guipuzcoano
Alfredo Lavergne
Valparaíso espera Amarrado a la ilusión de la lluvia Y a la greda que lavará su contaminación. Si una vez más aprendí En Sololá En Misiones En Cienfuegos En La Paz Fue luchando contra mi memoria. Si no te leo en Montreal es porque duele Si te leo es porque te sospecho de desafecto Es porque ya demasiadas veces he improvisado Es porque resisto a una nueva integración social Es porque eres los cosquilleos de mi próxima evasión Y no eres tú Quien convierte mi exilio en este otro exilio.
Barro primordial
Nicolás Guillén
Esta mujer angélica de ojos septentrionales, que vive atenta al ritmo de su sangre europea, ignora que lo hondo de ese ritmo golpea un negro al parche duro de roncos atabales. Bajo la línea escueta de su nariz aguda, la boca, en fino trazo, traza una raya breve, y no hay cuervo que manche la solitaria nieve de su carne, que fulge temblorosa y desnuda. ¡Ah, mi señora! Mírate las venas misteriosas; boga en el agua viva que allá dentro te fluye, y ve pasando lirios, nelumbios, lotos, rosas; que ya verás, inquieta, junto a la fresca orilla la dulce sombra oscura del abuelo que huye, el que rizó por siempre tu cabeza amarilla.
El abuelo
Juan Ramón Jiménez
¿Mar desde el huerto, huerto desde el mar? ¿Ir con el que pasa cantando, oírlo desde lejos cantar?
El nostálgico doble
Juan Ramón Mansilla
Un sueño: cargas cajas en un coche. Otro más: peldaños que nos alejan y aproximan. Un tercero: en algún lugar me abrazas mientras dices “tranquilo, tranquilo”. ¿Cuál de los tres inicia la secuencia? Busco interpretarlos. Nada. Nada. Tengo treinta y nueve años, muchas dudas y no es lo mismo ir al adiós o al encuentro. No, no es lo mismo. Y, como ante un tren que no sé si parte o regresa, dispongo sólo de un cuerpo que arrojar a las vías e interponer a su marcha. Tranquila, tranquila: es nada más que una metáfora, y éstas no buscan cumplirse a diferencia de, a veces, los sueños. A veces, no siempre. Y no es lo mismo.
No es lo mismo
Luis de Góngora
¿Son de Tolú, o son de Puertorrico, Ilustre y hermosísima María, O son de las montañas de Bujía La fiera mona y el disforme mico? Gracioso está el balcón, yo os certifico; Desnudadle de hoy más de celosía. Goce Cuenca una y otra monería, Den a unos de cola, a otros de hocico. Un papagayo os dejaré, señora (Pues ya tan mal se corresponde a ruegos Y a cartas de señoras principales), Que os repita el parlero cada hora Como es ya mejor Cuenca para ciegos, Habiéndose de ver fierezas tales.
¿son de tolú, o son de puertorrico
Nicomedes Santa Cruz
Talara, no digas “yes”, Mira al mundo cara a cara; soporta tu desnudez ... y no digas “yes”, Talara. Mi raza, al igual que tú tiene sus zonas ajenas: tú por petróleo en tus venas, yo por ser como Esaú. A veces no es el Perú lo que está bajo tus pies. Yo a veces cojo la mies para que otro se la coma. Si sólo es nuestro el idioma Talara, no digas “yes”. Lo que ganas y te dan recíbelo sin orgullo: es un diezmo de lo tuyo, es migaja de tu pan. Y si acaso un holgazán a patriota te retara, deja que siga la piara en su cuadrúpeda insidia; si el mundo entero te envidia mira al mundo cara a cara. Pero cuando tus entrañas ya no tengan más que dar y no haya qué perforar en tu mar ni en tus montañas; cuando lagartos y arañas a la “rotaria” hagan prez; cuando la actual fluidez se extinga como el ocaso, contra el viento de “El Tablazo” soporta tu desnudez. Ese día está lejano y ojalá no llegue nunca, más como todo se trunca pensemos en todo, hermano: Si te dedicas al grano yo te traeré agüita clara, y si en el desierto se ara te serviré de semilla, ... y no dobles la rodilla, ... y no digas “yes”, Talara.
Talara
Manuel Machado
Es noche. La inmensa palabra es silencio... Hay entre los árboles un grave misterio... El sonido duerme, el color se ha muerto. La fuente está loca, y mudo está el eco. ¿Te acuerdas?... En vano quisimos saberlo... ¡Qué raro! ¡Qué oscuro! ¡Aún crispa mis nervios, pasando ahora mismo tan sólo el recuerdo, como si rozado me hubiera un momento el ala peluda de horrible murciélago!... Ven, ¡mi amada! Inclina tu frente en mi pecho; cerremos los ojos; no oigamos, callemos... ¡Como dos chiquillos que tiemblan de miedo! La luna aparece, las nubes rompiendo... La luna y la estatua se dan un gran beso.
El jardín negro
cristianos
(Zaida C. de Ramón)Señor, ¡qué bueno es amarte! Oh, ¡qué bueno es serte fiel! ¡Qué bueno es en todo tiempo una alabanza tener! Quiero alabarte, adorarte en espíritu y verdad y así poder compartir tu amor con la humanidad. Es necesario entregarse sin reservas, mi Señor para poder conocer ese verdadero Amor. Aquel que Tú nos mostraste en aquella cruenta cruz manifestándolo al mundo en tu Hijo amado: JESUS. Perfeccióname, Dios mío; perfeccióname en tu amor para guardar siempre puro y santo mi corazón. Ese amor que es sufrido, que en vez de recibir, da; no se goza en la injusticia, mas se goza en la verdad. Aquel que no tiene envidia, no sabe de vanidad, todo lo cree y soporta, que es y siempre será. Es el camino excelente, también es la Ley real, es mayor que la esperanza y que la fe: la Caridad. Ese es el amor, Dios mío, que quiero manifestar a este mundo que se pierde porque no sabe amar. Llena de amor a tu pueblo; se establezca la unidad; para que entonces podamos al mundo testificar que el REY de Reyes hoy reina y por siempe reinará.
El verdadero amor (zaida c. De ramón)
Vicente Gerbasi
Venimos de la noche y hacia la noche vamos. Atrás queda la tierra envuelta en sus vapores, donde vive el almendro, el niño y el leopardo. Atrás quedan los días, con lagos, nieves, renos, con volcanes adustos, con selvas hechizadas donde moran las sombras azules del espanto. Atrás quedan las tumbas al pie de los cipreses, solos en la tristeza de lejanas estrellas. Atrás quedan las glorias como antorchas que apagan ráfagas seculares. Atrás quedan las puertas quejándose en el viento. Atrás queda la angustia con espejos celestes. Atrás el tiempo queda como drama en el hombre: engendrador de vida, engendrador de muerte. El tiempo que levanta y desgasta columnas, y murmura en las olas milenarias del mar. Atrás queda la luz bañando las montañas, los parques de los niños y los blancos altares. Pero también la noche con ciudades dolientes, la noche cotidiana, la que no es noche aún, sino descanso breve que tiembla en las luciérnagas o pasa por las almas con golpes de agonía. La noche que desciende de nuevo hacia la luz, despertando las flores en valles taciturnos, refrescando el regazo del agua en las montañas, lanzando los caballos hacia azules riberas, mientras la eternidad, entre luces de oro, avanza silenciosa por prados siderales.
Canto i
Dionisio Ridruejo
Como la nieve fluye y va sonora de haber sido silencio, así mi olvido de las cumbres del ser en que ha dormido baja al tiempo natal y fluye ahora. Ya es celeste el hollín en la herrería y el chirriar de la rueda con estopa del cordelero y riza la garlopa una miel inmortal de todavía. Vuelve la yunta de ganar el valle con su lanza arrastrada y la campana vuelve a pasar entre la luz y el puente. Vuelve el mercado a empavesar la calle con soportales. Vuelve todo y mana el para siempre ayer eternamente.
El burgo de osma
Rafael Pombo
Mirringa Mirronga, la gata candonga va a dar un convite jugando escondite, y quiere que todos los gatos y gatas no almuercen ratones ni cenen con ratas. "A ver mis anteojos, y pluma y tintero, y vamos poniendo las cartas primero. Que vengan las Fuñas y las Fanfarriñas, y Ñoño y Marroño y Tompo y sus niñas. "Ahora veamos qué tal la alacena. Hay pollo y pescado, ¡la cosa está buena! Y hay tortas y pollos y carnes sin grasa. ¡Qué amable señora la dueña de casa! "Venid mis michitos Mirrín y Mirrón. Id volando al cuarto de mamá Fogón por ocho escudillas y cuatro bandejas que no estén rajadas, ni rotas ni viejas. "Venid mis michitos Mirrón y Mirrín, traed la canasta y el dindirindín, ¡y zape, al mercado! que faltan lechugas y nabos y coles y arroz y tortuga. "Decid a mi amita que tengo visita, que no venga a verme, no sea que se enferme que mañana mismo devuelvo sus platos, que agradezco mucho y están muy baratos. "¡Cuidado, patitas, si el suelo me embarran ¡Que quiten el polvo, que frieguen, que barran ¡Las flores, la mesa, la sopa!... ¡Tilín! Ya llega la gente. ¡Jesús, qué trajín!". Llegaron en coche ya entrada la noche señores y damas, con muchas zalemas, en grande uniforme, de cola y de guante, con cuellos muy tiesos y frac elegante. Al cerrar la puerta Mirriña la tuerta en una cabriola se mordió la cola, mas olió el tocino y dijo "¡Miaao! ¡Este es un banquete de pipiripao!" Con muy buenos modos sentáronse todos, tomaron la sopa y alzaron la copa; el pescado frito estaba exquisito y el pavo sin hueso era un embeleso. De todo les brinda Mirringa Mirronga: – "¿Le sirvo pechuga?" – "Como usted disponga, y yo a usted pescado, que está delicado". – "Pues tanto le peta, no gaste etiqueta: "Repita sin miedo". Y él dice: – "Concedo". Mas ¡ay! que una espina se le atasca indina, y Ñoña la hermosa que es habilidosa metiéndole el fuelle le dice: "¡Resuelle!" Mirriña a Cuca le golpeó en la nuca y pasó al instante la espina del diantre, sirvieron los postres y luego el café, y empezó la danza bailando un minué. Hubo vals, lanceros y polka y mazurca, y Tompo que estaba con máxima turca, enreda en las uñas el traje de Ñoña y ambos van al suelo y ella se desmoña. Maullaron de risa todos los danzantes y siguió el jaleo más alegre que antes, y gritó Mirringa: "¡Ya cerré la puerta! ¡Mientras no amanezca, ninguno deserta!" Pero ¡qué desgracia! entró doña Engracia y armó un gatuperio un poquito serio dándoles chorizo de tío Pegadizo para que hagan cenas con tortas ajenas.
Mirringa mirronga
Claribel Alegría
Todos lo que amo están en ti y tú en todo lo que amo.
Amor
Pedro Miguel Lamet
Hay una luz en el claustro. Es un aliento del sol en las rendijas del ánimo. La sombra se alarga hundida en los arcos ojivales, dejando el alma colgante de la tarde lacerada, roja y malva en los cristales. Vago con Dios a mi espalda.
Paseo
Ángel González
Milagro de la luz: la sombra nace, choca en silencio contra las montañas, se desploma sin peso sobre el suelo desevelando a las hierbas delicadas. Los eucaliptos dejan en la tierra la temblorosa piel de su alargada silueta, en la que vuelan fríos pájaros que no cantan. Una sombra más leve y más sencilla, que nace de tus piernas, se adelanta para anunciar el último, el más puro milagro de la luz: tú contra el alba.
Milagro de la luz
Gil Vicente
Cuando la virgen bendita lo parió, todo el mundo lo sintió. Los coros angelicales todos cantan nueva gloria; los tres reyes, la vitoria de las almas humanales. En las tierras principales se sonó cuando nuestro Dios nasció.
Villancico
Antonio Plaza Llamas
Tú despertaste el alma descreída Del pobre que tranquilo y sin ventura, en el Gólgota horrible de la vida agotaba su cáliz de amargura. Indiferente a mi fatal castigo me acercaba a la puerta de la parca Más infeliz que el último mendigo, más orgulloso que el primer monarca. Pero te amé; que a tu capricho plugo ennegrecer mi detestable historia... quien nació con entrañas de verdugo sólo dando tormento encuentra gloria. Antes de que te amara con delirio viví con mis pesares resignado; hoy mi vida es de sombra y de martirio; hoy sufro lo que sufre un condenado. Perdió la fe mi vida pesarosa; sólo hay abismos a mis pies abiertos... quiero morir... ¡feliz el que reposa en el húmedo lecho de los muertos!... Nacer, crecer, morir. He aquí el destino de cuanto el orbe desgraciado encierra; ¿qué importa si al fin de mi camino voy a aumentar el polvo de la tierra? ¿Y qué la tempestad? ¿Qué la bonanza? ¿Ni qué importa mi futuro incierto, si ha muerto el corazón, y la esperanza dentro del corazón también ha muerto?... ¿Sabes por qué te amé?... Creí que el destino te condenaba como a mí, al quebranto, y ebrio de amor, inmaterial, divino. quise mezclar mi llanto con tu llanto. ¡Ah!... ¡coqueta!... ¡coqueta!... yo veía en ti de la virtud excelsa palma... ¿ignoras que la vil coquetería es el infame lupanar del alma? Di, ¡por piedad! ¿qué males te he causado? ¡Por qué me haces sufrir?... Alma de roble, buscar el corazón de un desgraciado para jugar con él, eso es... ¡innoble! ¿Me hiciste renacer al sentimiento para burlarte de mi ardiente llama?... Te amo hasta el odio, y, al odiarte siento que más y más el corazón te ama. Fuiste mi fe, mi redención, mi arcángel, te idolatró mi corazón rendido. con la natura mística del ángel, con el vigor de Lucifer caído, Que tengo un alma ardiente y desgraciada alma que mucho por amar padece; no sé si es miserable o elevada, sólo sé que a ninguna se parece. Alma infeliz, do siempre se encontraron el bien y el mal en batallar eterno; alma que Dios y Satanás forjaron con luz de gloria y lumbre del infierno. Esta alma es la mitad de un alma errante, que en mis sueños febriles reproduzco, y esa mitad que busco delirante, nunca la encontraré: pero... ¡la busco! Soy viejo ya, mi vida se derrumba y sueño aún con plácidos amores, que en vez del corazón llevo una tumba, y los sepulcros necesitan flores. Te creí la mitad de mi ser mismo; pero eres la expiación, y me parece ver en tu faz un atrayente abismo, lleno de luz que ciega y desvanece. No eres mujer, porque la mente loca te ve como faceta de brillante eres vapor que embriaga y que sofoca. aérea visión, espíritu quemante. Yo que lucho soberbio con la suerte; y que luchar con el demonio puedo, siento latir mi corazón al verte... ya no quiero tu amor... me causas miedo. Tú me dejas, mujer, eterno luto; pero mi amor ardiente necesito arrancar de raíz; porque su fruto es fruto de dolor, fruto maldito. Quiero a los ojos arrancar la venda, quiero volver a mi perdida calma, quiero arrancar mi amor, aunque comprenda que al arrancar mi amor, me arranque el alma.
Hojas secas
Ángel García Aller
Sigue en pie la ciudad. Sólo pudiera decirte que las piedras endurecen el silencio más hondo y sin embargo hay árboles aún cerca de casa, un estruendo vegetal cuando los niños corren a la escuela y se disputan el dominio primero de las cosas. Es cierto que no estás y que llegabas como llega un abrazo y se reparte; hablábamos de páramos sedientos, de un mar desconocido y entretanto la tarde se nos iba de las manos remontando catedrales, amparaba su derrota más alta en el Teleno. Allí la palabra, la continua aparición de la sorpresa, pero ¿dónde el límite capaz, hasta qué punto nos supimos vertebrados de esperanza si tan sólo la tierra nos acoge cuando el cuerpo perfila su naufragio? ¿Dónde los amigos, aquel fuego que apenas nos cabía en la estatura? Es así que la distancia tiene nombre y toda la memoria me persigue al borde de estas calles si pretendo hundirme en la verdad pacientemente, si ocurre, de pronto, que la ausencia nos ha hecho de raíz y añadidura.
Carta a esteban carro, amigo, en esta ausencia
José Ángel Buesa
Mon ame a son secret... ARVERS Pasarás por mi vida sin saber que pasaste. Pasarás en silencio por mi amor y, al pasar, fingiré una sonrisa como un dulce contraste del dolor de quererte... y jamás lo sabrás. Soñaré con el nácar virginal de tu frente, soñaré con tus ojos de esmeraldas de mar, soñaré con tus labios desesperadamente, soñaré con tus besos... y jamás lo sabrás. Quizás pases con otro que te diga al oído esas frases que nadie como yo te dirá; y, ahogando para siempre mi amor inadvertido, te amaré más que nunca... y jamás lo sabrás. Yo te amaré en silencio... como algo inaccesible, como un sueño que nunca lograré realizar; y el lejano perfume de mi amor imposible rozará tus cabellos... y jamás lo sabrás. Y si un día una lágrima denuncia mi tormento, —el tormento infinito que te debo ocultar—, te diré sonriente: «No es nada... ha sido el viento». Me enjugaré una lágrima... ¡y jamás lo sabrás!
Poema del renunciamiento
Amado Nervo
«Ya no hay un dolor humano que no sea mi dolor; ya ningunos ojos lloran, ya ningún alma se angustia sin que yo me angustie y llore; ya mi corazón es lámpara fiel de todas las vigilias, ¡oh Cristo! »En vano busco en los hondos escondrijos de mi ser para encontrar algún odio: nadie puede herirme ya sino de piedad y amor. Todos son yo, yo soy todos, ¡oh Cristo! »¡Qué importan males o bienes! Para mí todos son bienes. El rosal no tiene espinas: para mí sólo da rosas. ¿Rosas de Pasión? ¡Qué importa! Rosas de celeste esencia, purpúreas como la sangre que vertiste por nosotros, ¡oh Cristo!»
¡oh cristo!
cristianos
(Zaida C. de Ramón)Nunca olvidaré aquel día cuando a mi vida llegaste en tinieblas yo me hallaba, mas Tú mi senda alumbraste. Entre multitud de gente vagaba sin esperanza como un barco a la deriva naufragando, iba mi alma. A inquirir comencé un día ¿qué pasaba? no sabía entre temores y dudas, existía mas no vivía. ¿Qué pasa conmigo, Dios? ¿Qué es lo que me está pasando? Quiero reir y no puedo; siempre termino llorando." "Ayúdame mi buen Dios; " ayúdame, te lo pido sana ya mi corazón y llena hoy mi vacío." Al momento algo ocurrió; Su Palabra El enviaba "Soy la luz", dijo el Señor; por una piedra me hablaba Mi corazón se alumbró; comprendí lo que pasaba Al instante me rendí pues JESUS me visitaba. Desde entonces soy feliz; tengo paz y tengo gozo si me persiguen y ofenden, como JESUS, yo perdono. Hoy oro, canto y alabo a mi Salvador bendito no me canso de adorar a mi Dios, pues El lo hizo. ¡Gloria doy a mi Señor! ¡Gloria al Espíritu Santo! ¡Gloria al Padre que me dió lo que yo estaba anhelando. ¿Quieres tú también lo mismo? ¿Ansías vivir un cambio? Ven hoy a mi Salvador, mi JESUS te está esperando.
Encuentro con jesús (zaida c. De ramón)
Ramón López Velarde
Lluvia eterna ¡cómo azotas el cristal de mi ventana! si parece que tus gotas son el llanto de una pena sobrehumana!
Fragmento
Gonzalo Rojas
Ya no se dice oh rosa, ni apenas rosa sino con vergüenza; ¿con vergüenza a qué? ¿a exagerar unos pétalos, la hermosura de unos pétalos? Serpiente se dice en todas las lenguas, eso es lo que se dice, serpiente para traducir mariposa porque también la frágil está proscrita del paraíso. Computador se dice con soltura en las fiestas, computador por pensamiento. Lira, ¿qué será lira?, ¿hubo alguna vez algo parecido a una lira? ¿una muchacha de cinco cuerdas por ejemplo rubia, alta, ebria, levísima, posesa de la hermosura cuya transparencia bailaba? Qué canto ni canto, ahora se exige otra belleza: menos alucinación y más droga, mucho más droga. ¿Qué es eso de acentuar la E de Érato, o de Perséfone? Aquí se trata de otro cuarzo más coherente sin farsa fáustica, ni Coro de las Madres, se acabó el coro, el ditirambo, el célebre éxtasis, lo Otro, con Maldoror y todo, lo sedoso y voluptuoso del pulpo, no hay más epifanía que el orgasmo. Tampoco es posible nombrar más a las estrellas, vaciadas como han sido de su fulgor, muertas, errantes, ya sin enigma, descifradas hasta las vísceras por los instrumentos que vuelan de galaxia en galaxia. Ni es tan fácil leer en el humo lo Desconocido; no hay Desconocido. Abrieron la tapa del prodigio del seso, no hay nada sino un poco de pestilencia en el coágulo del Génesis alojado ahí. Voló el esperma del asombro.
Adiós a hölderin
José Albi
¿Oyes el mar? Eternamente estaremos escuchándolo. Lo llevaremos dentro como la sangre, como la paz como te llevo a ti misma. Todo, todo irá acabando: la tristeza, la vida, la soledad tan grande en que me has dejado. Sólo el mar, amor mío, el mar sigue existiendo. Me asomo: lo contemplo desde esta tarde lenta, desde esta fría y herrumbrosa baranda adonde no te asomas. Amor, no estás conmigo. ¿Ves el silencio en torno? Baja como las olas, me roza como el río de tu piel, se aleja para siempre. Tú, mar, eterno mar de mi sueño, sueño ya tú, lejana, irremediable. El viento te acaricia. Yo soy el viento. Pero estoy solo. Y tú, tú estás lejana. Sólo el mar te recuerda, te vive, te arrebata. Siento tus labios, que es sentirte entera; siento tu carne, calladamente mía. Mis manos en el aire te dan vida, y la playa, ya inútil sin tu huella, deshabitada y torpe se aleja como el día. Sólo la tarde existe; existe y va muriendo. Unos dedos de espuma me agitan los cabellos; unas hojas doradas por el sol van cayendo. Quizá son tus palabras, quizá el cerco ya inútil de tus brazos. Escucha, amor, te voy nombrando como te nombra el mar. Algún abismo se quiebra no sé dónde, y este mar que respiro no es el mío con capiteles rotos y con mirto. Es tu terrible mar, tu ecuatoriana selva, como tú, tormentosa; como tú, quieta, insospechada, dulce, y otra vez angustiosa y arrebatada. Amor, me vas muriendo. Este mar que era nuestro me mira indiferente. Quisiera levantarme como un viento tremendo y sacudir las velas, descerrojar los brazos, morirme a chorros. Pero sólo el silencio. Yo, acodado en en el aire, contemplo tu recuerdo. No hay más que arena. La ciudad, a lo lejos, se desdibuja. Es un humo borroso como el olvido. Ahora estiro los brazos y te busco. Aquí están nuestras rocas. El mar se mira en ellas; también te busca. Una estrella de mar va acariciando mi sombra: mi sombra que, sin la tuya, no es más que un pozo seco. Esta tarde es como media vida: la media que me falta. La que tú te has llevado. No, no has venido. Eternamente no vendrás. Caerán constelaciones, se hundirán montes, siglos, tempestades, y no vendrás. Y yo estaré mirando lo que nos une todavía: el mar. Un buque remotísimo buscará el horizonte; pasará una pescador con sus cañas al hombro. Sólo tú no vendrás. No vendrás nunca.
Definitiva soledad
Luis Benítez
Juan Arturo Nicolás Rimbaud: ¿junto a qué sagrado terror por lo entrevisto, navegó por tu alma la certeza atroz de perder para siempre la visión, al abandonar la Ciencia? Ya no hubo tiempo, ni otra oportunidad de contemplar aturdido el incendio de las estrellas, para traducirlo al hombre ya no hubo tiempo.
Epitafios
Gabriel Celaya
Cuando llueve y reviso mis papeles, y acabo tirando todo al fuego: poemas incompletos, pagarés no pagados, cartas de amigos muertos, fotografías, besos guardados en un libro, renuncio al peso muerto de mi terco pasado, soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego, y así atizo las llamas, y salto la fogata, y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento, ¿no es la felicidad lo que me exalta? Cuando salgo a la calle silbando alegremente —el pitillo en los labios, el alma disponible— y les hablo a los niños o me voy con las nubes, mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando, las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos desnudos y morenos, sus ojos asombrados, y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando, salpican la alegría que así tiembla reciente, ¿no es la felicidad lo que se siente? Cuando llega un amigo, la casa está vacía, pero mi amada saca jamón, anchoas, queso, aceitunas, percebes, dos botellas de blanco, y yo asisto al milagro —sé que todo es fiado—, y no quiero pensar si podremos pagarlo; y cuando sin medida bebemos y charlamos, y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos, y lo somos quizá burlando así la muerte, ¿no es la felicidad lo que trasciende? Cuando me he despertado, permanezco tendido con el balcón abierto. Y amanece: las aves trinan su algarabía pagana lindamente: y debo levantarme pero no me levanto; y veo, boca arriba, reflejada en el techo la ondulación del mar y el iris de su nácar, y sigo allí tendido, y nada importa nada, ¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo? ¿No es la felicidad lo que amanece? Cuando voy al mercado, miro los abridores y, apretando los dientes, las redondas cerezas, los higos rezumantes, las ciruelas caídas del árbol de la vida, con pecado sin duda pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio, regateo, consigo por fin una rebaja, mas terminado el juego, pago el doble y es poco, y abre la vendedora sus ojos asombrados, ¿no es la felicidad lo que allí brota? Cuando puedo decir: el día ha terminado. Y con el día digo su trajín, su comercio, la busca del dinero, la lucha de los muertos. Y cuando así cansado, manchado, llego a casa, me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos, y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi, y la música reina, vuelvo a sentirme limpio, sencillamente limpio y pese a todo, indemne, ¿no es la felicidad lo que me envuelve? Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones, me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice: «Estaba justamente pensando en ir a verte». Y hablamos largamente, no de mis sinsabores, pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme, sino de cómo van las cosas en Jordania, de un libro de Neruda, de su sastre, del viento, y al marcharme me siento consolado y tranquilo, ¿no es la felicidad lo que me vence? Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo; pasar por un camino que huele a madreselvas; beber con un amigo; charlar o bien callarse; sentir que el sentimiento de los otros es nuestro; mirarme en unos ojos que nos miran sin mancha, ¿no es esto ser feliz pese a la muerte? Vencido y traicionado, ver casi con cinismo que no pueden quitarme nada más y que aún vivo, ¿no es la felicidad que no se vende?
Momentos felices