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María Cristina Azcona
He venido mi Dios a agradecerte La salud y el amor que me has brindado, Y los días que he vivido y disfrutado, Ya que creo en tu bien y no en la suerte. Considera que soy joven y fuerte Para ser albañil desocupado. Y que merezco ser remunerado Hasta que me sorprendas con la muerte. De rodillas te ruego, por lo bajo... Que consiga una changa por lo menos. (Le temo más al hambre que a estropajo). Decile a los que aún son patrones buenos Que si llegan a darme algún trabajo Pecados que les cuentes serán menos.
La oración del desocupado
Antonio Machado
Maldiciendo su destino como Glauco, el dios marino, mira, turbia la pupila de llanto, el mar, que le debe su blanca virgen Scyla. Él sabe que un Dios más fuerte con la sustancia inmortal está jugando a la muerte, cual niño bárbaro. Él piensa que ha de caer como rama que sobre las aguas flota, antes de perderse, gota de mar, en la mar inmensa. En sueños oyó el acento de una palabra divina; en sueños se le ha mostrado la cruda ley diamantina, sin odio ni amor, y el frío soplo del olvido sabe sobre un arenal de hastío. Bajo las palmeras del oasis el agua buena miró brotar de la arena; y se abrevó entre las dulces gacelas, y entre los fieros animales carniceros... Y supo cuánto es la vida hecha de sed y dolor. Y fue compasivo para el ciervo y el cazador, para el ladrón y el robado, para el pájaro azorado, para el sanguinario azor. Con el sabio amargo dijo: Vanidad de vanidades, todo es negra vanidad; y oyó otra voz que clamaba, alma de sus soledades: sólo eres tú, luz que fulges en el corazón, verdad. Y viendo cómo lucían miles de blancas estrellas, pensaba que todas ellas en su corazón ardían. ¡Noche de amor! Y otra noche sintió la mala tristeza que enturbia la pura llama, y el corazón que bosteza, y el histrión que declama Y dijo: Las galerías del alma que espera están desiertas, mudas, vacías: las blancas sombras se van. Y el demonio de los sueños abrió el jardín encantado de ayer. ¡Cuán bello era! ¡Qué hermosamente el pasado fingía la primavera, cuando del árbol de otoño estaba el fruto colgado, mísero fruto podrido, que en el hueco acibarado guarda el gusano escondido! ¡Alma, que en vano quisiste ser más joven cada día, arranca tu flor, la humilde flor de la melancolía!
El poeta
Gabriela Mistral
Dejaron un pan en la mesa, mitad quemado, mitad blanco, pellizcado encima y abierto en unos migajones de ampo. Me parece nuevo o como no visto, y otra cosa que él no me ha alimentado, pero volteando su miga, sonámbula, tacto y olor se me olvidaron. Huele a mi madre cuando dio su leche, huele a tres valles por donde he pasado: a Aconcagua, a Pátzcuaro, a Elqui, y a mis entrañas cuando yo canto. Otros olores no hay en la estancia y por eso él así me ha llamado; y no hay nadie tampoco en la casa sino este pan abierto en un plato, que con su cuerpo me reconoce y con el mío yo reconozco. Se ha comido en todos los climas el mismo pan en cien hermanos: pan de Coquimbo, pan de Oaxaca, pan de Santa Ana y de Santiago. En mis infancias yo le sabía forma de sol, de pez o de halo, y sabía mi mano su miga y el calor de pichón emplumado... Después le olvidé, hasta este día en que los dos nos encontramos, yo con mi cuerpo de Sara vieja y él con el suyo de cinco años. Amigos muertos con que comíalo en otros valles, sientan el vaho de un pan en septiembre molido y en agosto en Castilla segado. Es otro y es el que comimos en tierras donde se acostaron. Abro la miga y les doy su calor; lo volteo y les pongo su hálito. La mano tengo de él rebosada y la mirada puesta en mi mano; entrego un llanto arrepentido por el olvido de tantos años, y la cara se me envejece o me renace en este hallazgo. Como se halla vacía la casa, estemos juntos los reencontrados, sobre esta mesa sin carne y fruta, los dos en este silencio humano, hasta que seamos otra vez uno y nuestro día haya acabado...
Pan
César Vallejo
Me viene, hay días, una gana ubérrima, política, de querer, de besar al cariño en sus dos rostros, y me viene de lejos un querer demostrativo, otro querer amar, de grado o fuerza, al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito, a la que llora por el que lloraba, al rey del vino, al esclavo del agua, al que ocultóse en su ira, al que suda, al que pasa, al que sacude su persona en mi alma. Y quiero, por lo tanto, acomodarle al que me habla, su trenza; sus cabellos, al soldado; su luz, al grande; su grandeza, al chico. Quiero planchar directamente un pañuelo al que no puede llorar y, cuando estoy triste o me duele la dicha, remendar a los niños y a los genios. Quiero ayudar al bueno a ser su poquillo de malo y me urge estar sentado a la diestra del zurdo, y responder al mundo, tratando de serle útil en lo que puedo, y también quiero muchísimo lavarle al cojo el pie, y ayudarle a dormir al tuerto próximo. ¡Ah querer, éste, el mío, éste, el mundial, interhumano y parroquial, proyecto! Me viene a pelo desde el cimiento, desde la ingle pública, y, viniendo de lejos, da ganas de besarle la bufanda al cantor, y al que sufre, besarle en su sartén, al sordo, en su rumor craneano, impávido; al que me da lo que olvidé en mi seno, en su Dante, en su Chaplin, en sus hombros. Quiero, para terminar, cuando estoy al borde célebre de la violencia o lleno de pecho el corazón, querría ayudar a reír al que sonríe, ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca, cuidar a los enfermos enfadándolos, comprarle al vendedor, ayudar a matar al matador ?cosa terrible? y quisiera yo ser bueno conmigo en todo.
Me viene, hay días, una gana ubérrima...
Pablo Neruda
TRUENA sobre los pinos. La nube espesa desgranó sus uvas, cayó el agua de todo el cielo vago, el viento dispersó su transparencia, se llenaron los árboles de anillos, de collares de lágrimas errantes. Gota a gota la lluvia se reúne otra vez en la tierra. Un solo trueno vuela sobre el mar y los pinos, un movimiento sordo: un trueno opaco, oscuro, son los muebles del cielo que se arrastran. De nube en nube caen los pianos de la altura, los armarios azules, las sillas y las camas cristalinas. Todo lo arrastra el viento. Canta y cuenta la lluvia. Las letras de agua caen rompiendo las vocales contra los techos. Todo fue crónica perdida, sonata dispersada gota a gota: el corazón del agua y su escritura. Terminó la tormenta. Pero el silencio es otro.
Tempestad con silencio
Federico García Lorca
¡Alto pinar! Cuatro palomas por el aire van. Cuatro palomas vuelan y tornan. Llevan heridas sus cuatro sombras. ¡Bajo pinar! Cuatro palomas en la tierra están.
Cazador
Francisco Álvarez
Si los mínimos dedos de la lluvia tiemblan sobre tu rostro y se deslizan; si te envuelve el embozo de la ligera capa de la brisa; si el espejo sonríe cada vez que le miras; y se elevan del mar múltiples senos hacia la clara luz de manos tibias; deja a mis dedos dibujar tu imagen en prolongada, trémula caricia; deja a mis brazos circundar los hombros en actitud tajante, posesiva; a mi rostro flotar en los radiantes, oscuros círculos de tus pupilas; y entera libertad en estas manos, que anhelantes están de hacerte mía.
Deja
Ramón López Velarde
Esta manera de esparcir su aroma de azahar silencioso en mi tiniebla; esta manera de envolver en luto su marfil y su nácar; esta única manera con que porta la golilla de encaje; esta manera de tornar su mutismo en venero de palabras y su boca en ahorro... Esta manera que es reservada y que es acogedora, con que viene a encontrar mis panegíricos; esta manera de decir mi nombre con mofa y mimo, en homenaje y burla, como que sabe que mi interno drama es, a la vez, sentimental y cómico; esta manera con que en la honda noche, de sobremesa en vagos parlamentos, se abate su sonrisa desmayada sobre el mantel; esta feliz manera con que niega su brazo y con que otorga la emoción, cuando vamos de paseo por la alameda colonial y adusta... Por este suspitante y sobrio estilo de amor, te reverencio, estrella fiel que gustas de enlutarte; generoso y escondido azahar; caritativa madurez que presides mis treinta años con la abnegada castidad de un búcaro cuyas rosas adultas embalsaman la cebecera de un convaleciente; enfermera medrosa; cohibida escanciadora; amiga que te turbas con turbación de niña al repasar nuestra común lectura; asustadizo comensal de mi fiesta; aliada tímida; torcaz humilde que zureas al alba, en un tono menor, para ti sola. ¡Bien hayas, creatura pequeñita y suprema; adueñada de la cumbre del corazón; artista a un mismo tiempo mínima y prócer; que en las manos llevas mi vida como objeto de tu arte! Estrella y azahar: que te marchites mecida en una paz celibataria y que agonices como un lucero que se extinguiese en el verdor de un prado o como flor que se transfigurase en el ocaso azul, como en un lecho.
Por este sobrio estilo
Fa Claes
¿Cómo va el mundo, Rijmenam? ¿Matan a golpes a los hutus en Ruanda todavía? Los cadáveres salían de la pantalla, medio millón de esqueletos en una semana, cómo apestaba allí con ese calor, nadie para enterrar muertos durante la fiesta de larvas. Los Salvajes de Europa han dejado la matanza, Vukovar, Sarajevo, bastante se tiñeron de sangre. ¿Chechenia? ¿Y Pakistán? ¿Y Corea del Norte? ¿Y Vietnam? El hambre en Somalia se ha pasado de moda ya, Guatemala ya no está en la lista, San Salvador parece muy , muy feliz, y Argentina, Brasil, México, volcanes, pero apagados en la miseria y en la sangre. Ayer Irán tembló: una pequeña parcela, no es para tanto, ni siquiera tres mil muertos en uno o dos minutos. En Japón fue más duro en la Bahía de Sagami, casi cien mil, un número razonable; pero hace demasiado tiempo, y la sensación está olvidada. ¿Qué importa? ¡Es sensación! La tierra tiembla para tantos cuando viene su tiempo y se los sacude de sí. Sacudirse unas cuantas veces, no importa, incluso sin sacudir las cosas van -un eufemismo de 'tropiezan'- empeorándose. Sé lo que me espera, la puerta está entornada en una mueca que odio voluptuosamente, pero por donde pasaré a su tiempo, y no importa cómo el universo, el mundo y mi Rijmenam estén ahora y estén después.
Saludo matutino
Carlos Bousoño
Profunda es esta guerra y combate, porque la paz que espera ha de ser muy profunda; y el dolor muy delgado porque el amor de su esperanza delgado es, e íntimo. Y como el alma ha de venir a posesión de dones, conviene que primero pobre y vacía de ellos sea. Pobre, como garganta con sed de muchas aguas, vacía, como el mundo. Y como la tiniebla se aposenta en el ojo vacío del alma vaciada y en la substancia misma de la duda terrible del que duda tiniebla substancial parece y es. Y como toda tiniebla y toda duda hace a quien duda de tiniebla y duda, éste se queda en la tiniebla, en la tapiada oscuridad, caído en la trampa, sin salida, cogido para siempre, temeroso, asustado, giñapo agazapado en un rincón. (Así en el fondo del calabozo el prisionero espera el alzado patíbulo, la horca, el irrisorio tormento, o bien, en oscura mazmorra no espera sino la definitiva soledad quien ha asaltado el camino, o violentado a la doncella, o acaso asesinado a quien la defendió.) Como con pies atados y amordazada boca y mano encarcelada y ojo ciego, violador, asesino, ladrón de camino real, así está Juan, sin nada o nadie nunca, purificado por amor a nadie, a nada, nunca, crucificado, muerto, tenebroso y en la tiniebla. Así.
Juan de la cruz en la noche oscura
Bertolt Brecht
Salmo 5 He apurado la copia hasta el fondo. Es decir, he sido seducido. Era un niño, y me amaron. El mundo se desesperaba, pues yo me mantenía puro. Ella se revolcó por el suelo ante mí, con miembros tiernos y atrayente trasero. Me mantuve firme. Para calmarla, cuando se excitó demasiado, yací con ella y me volví impuro. El pecado me satisfizo. La filosofía me ayudaba al amanecer, cuando velaba. Me convertí en lo que querían. Miré largo tiempo hacia arriba y pensé que el cielo estaba triste sobre mí. Pero veía que le era indiferente. Él se amaba a sí mismo. Ahora hace tiempo que me ahogué. Yazgo hinchado sobre el fondo. Los peces viven dentro de mí. El mar se está agotando.
Canción desde el acuario
Pablo Neruda
20 poemas de amor y una canción desesperada Me gustas cuando callas porque estás como ausente, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. Parece que los ojos se te hubieran volado y parece que un beso te cerrara la boca. Como todas las cosas están llenas de mi alma emerges de las cosas, llena del alma mía. Mariposa de sueño, te pareces a mi alma, y te pareces a la palabra melancolía. Me gustas cuando callas y estás como distante. Y estás como quejándote, mariposa en arrullo. Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza: déjame que me calle con el silencio tuyo. Déjame que te hable también con tu silencio claro como una lámpara, simple como un anillo. Eres como la noche, callada y constelada. Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo. Me gustas cuando callas porque estás como ausente. Distante y dolorosa como si hubieras muerto. Una palabra entonces, una sonrisa bastan. Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
20 poemas de amor y una canción desesperadapoema 15
Víctor Jiménez
Si siempre ha sido flor de un día la esperanza y hasta la piel que tocas mañana será nada; si todos somos nadie y nadie supo nunca que fuera más que sombra, que fuera más que duda; si ni siquiera sé si aún nos queda tiempo, ¿qué me quieres pedir? Para darte, ¿qué tengo? Por no decirte amor, dolor, ¿te digo olvido? Por no decirte vida, herida, ¿qué te digo?
Flor de un día
Mario Benedetti
Se retrocede con seguridad pero se avanza a tientas uno adelanta manos como un ciego ciego imprudente por añadidura pero lo absurdo es que no es ciego y distingue el relámpago la lluvia los rostros insepultos la ceniza la sonrisa del necio las afrentas un barrunto de pena en el espejo la baranda oxidada con sus pájaros la opaca incertidumbre de los otros enfrentada a la propia incertidumbre se avanza a tientas / lentamente por lo común a contramano de los convictos y confesos en búsqueda tal vez de amores residuales que sirvan de consuelo y recompensa o iluminen un pozo de nostalgias se avanza a tientas / vacilante no importan la distancia ni el horario ni que el futuro sea una vislumbre o una pasión deshabitada a tientas hasta que una noche se queda uno sin cómplices ni tacto y a ciegas otra vez y para siempre se introduce en un túnel o destino que no se sabe dónde acaba.
A tientas
Juan José Vélez Otero
La diaria trashumancia del barro, esta deletérea sensación humana de saberse nómadas del tiempo que nos roba la sombra, nos recuerda la ira de los dioses, la venganza por el hurto ancestral del fuego. Es esto: caminar sin rumbo hacia el olvido, sortear las tumbas del deseo y del fracaso, compartir la incertidumbre con las tribus hermanas oliendo el aire y sus serpientes lo mismo que una loba. Nada más solitario que el hombre y su condición de hombre fugaz y trashumante que pasa las tardes mirando las veletas. Nada más solo que un poblador del desierto necesitado y áspero. Observa, y no lo pienses, cómo te excluyen los planetas. Van llegando al estanque las últimas palomas mientras tiendes los brazos a la noche en atávico rito de estrellas incipientes. Mas ya nada te salva. No hay más remedio, tú eliges: Nietzsche, el alcohol, la demencia, el suicidio.
La soledad del nómada
Pablo Neruda
Por el hierro injuriado, por los ojos del yeso pasa una lengua de años diferentes del tiempo. Es una cola de ásperas crines, unas manos de piedra llenas de ira, y el color de las casa enmudece, y estallan las decisiones de la arquitectura, un pie terrible ensucia los balcones: con lentitud, con sombra acumulada, con máscaras mordidas de invierno y lentitud, se pasean los días de alta frente entre casas sin luna. El agua y la costumbre y el lodo blanco que la estrella despide, y en especial el aire que las campanas han golpeado con furia, gastan las cosas, tocan las ruedas, se detienen en las cigarrerías, y crece el pelo rojo en las cornisas como un largo lamento, mientras a lo profundo caen llaves, relojes, flores asimiladas al olvido. Dónde está la violeta recién parida? Dónde la corbata y el virginal céfiro rojo? Sobre las poblaciones una lengua de polvo podrido se adelanta rompiendo anillos, royendo pintura, haciendo aullar sin voz las sillas negras, cubriendo los florones del cemento, los baluartes de metal destrozado, el jardín y la lana, las ampliaciones de fotografías ardientes heridas por la lluvia, la sed de las alcobas, y los grandes carteles de los cines en donde luchan la pantera y el trueno, las lanzas del geranio, los almacenes llenos de miel perdida, la tos, los trajes de tejido brillante, todo se cubre de un sabor mortal a retroceso y humedad y herida. Tal vez las conversaciones anudadas, el roce de los cuerpos, la virtud de las fatigadas señoras que anidan en el humo, los tomates asesinados implacablmente, el paso de los caballos de un triste regimiento, la luz, la presión de muchos dedos sin nombre gastan la fibra plana de la cal, rodean de aire neutro las fachadas como cuchillos: mientras el aire del peligro roe las circunstancias, los ladrillos, la sal se derraman como aguas y los carros de gordos ejes tambalean. Ola de rosas rotas y agujeros! Futuro de la vena olorosa! Objetos sin piedad! Nadie circule! Nadie abra los brazos dentro del agua ciega! Oh movimiento, oh nombre malherido, oh cucharada de viento confuso y color azotado! Oh herida en donde caen hasta morir las guitarras azules!
La calle destruida
Felipe Benítez Reyes
De todo comienza a hacer bastante tiempo. Y en una habitación cerrada hay un niño que aún juega con cristales y agujas bajo la mortandad hipnótica de la tarde. Comienza a hacer de todo muchos años. Y la noche, sobrecogida de sí misma, abre ya su navaja de alta estrella ante la densa rosa carnal de la memoria. Comienza a ser el tiempo un lugar arrasado del que vamos cerrando las fronteras para cumplir las leyes de esa cosa inexacta que llamamos olvido. Y llega la propia vida hasta su orilla como lleva el azar la maleta de un náufrago a la playa en que alguien la abre con extrañeza —y esa ridiculez de disfraz desamparado que adquieren los vestidos de la gente al morir. Lejano y codiciable, el tiempo es territorio del que sólo regresa, sin sentido y demente, el viento sepulcral de la memoria, devuelto como un eco. Como devuelve el mar su podredumbre. Todas nuestras maletas reflejan la ordenación desvanecida de un viaje que siempre ha sucedido en el pasado. Y las abrimos con la perplejidad de quien se encuentra una maleta absurda en esa soledad de centinela que parecen tener las playas en invierno.
El equipaje abierto
Pablo Neruda
Yo escribí cinco versos: uno verde, otro era un pan redondo, el tercero una casa levantándose, el cuarto era un anillo, el quinto verso era corto como un relámpago y al escribirlo me dejó en la razón su quemadura. Y bien, los hombres, las mujeres, vinieron y tomaron la sencilla materia, brizna, viento, fulgor, barro, madera y con tan poca cosa construyeron paredes, pisos, sueños. En una línea de mi poesía secaron ropa al viento. Comieron mis palabras, las guardaron junto a la cabecera, vivieron con un verso, con la luz que salió de mi costado. Entonces llegó un crítico mudo y otro lleno de lenguas, y otros, otros llegaron ciegos o llenos de ojos, elegantes algunos como claveles con zapatos rojos, otros estrictamente vestidos de cadáveres, algunos partidarios del rey y su elevada monarquía, otros se habían enredado en la frente de Marx y pataleaban en su barba, otros eran ingleses, y entre todos se lanzaron con dientes y cuchillos, con diccionarios y otras armas negras, con citas respetables, se lanzaron a disputar mi pobre poesía a las sencillas gentes que la amaban: y la hicieron embudos, la enrollaron, la sujetaron con cien alfileres, la cubrieron con polvo de esqueleto, la llenaron de tinta, la escupieron con suave benignidad de gatos, la destinaron a envolver relojes, la protegieron y la condenaron, le arrimaron petróleo, le dedicaron húmedos tratados, la cocieron con leche, le agregaron pequeñas piedrecitas, fueron borrándole vocales, fueron matándole sílabas y suspiros, la arrugaron e hicieron un pequeño paquete que destinaron cuidadosamente a sus desvanes, a sus cementerios, luego se retiraron uno a uno enfurecidos hasta la locura porque no fue bastante popular para ellos o impregnados de dulce menosprecio por mi ordinaria falta de tinieblas se retiraron todos y entonces, otra vez, junto a mi poesía volvieron a vivir mujeres y hombres, de nuevo hicieron fuego, construyeron casas, comieron pan, se repartieron la luz y en el amor unieron relámpago y anillo. Y ahora, perdonadme, señores, que interrumpa este cuento que les estoy contando y me vaya a vivir para siempre con la gente sencilla.
Oda a la crítica
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor En medio de la tierra apartaré las esmeraldas para divisarte y tú estarás copiando las espigas con una pluma de agua mensajera. Qué mundo! Qué profundo perejil! Qué nave navegando en la dulzura! Y tú tal vez y yo tal vez topacio! Ya no habrá división en las campanas. Ya no habrá sino todo el aire libre, las manzanas llevadas por el viento, el suculento libro en la enramada, y allí donde respiran los claveles fundaremos un traje que resista la eternidad de un beso victorioso.
Cien sonetos de amor
Mario Benedetti
Cuando era como vos me enseñaron los viejos y también las maestras bondadosas y miopes que libertad o muerte era una redundancia a quien se le ocurría en un país donde los presidentes andaban sin capangas. Que la patria o la tumba era otro pleonasmo ya que la patria funcionaba bien en las canchas y en los pastoreos. Realmente no sabían un corno pobrecitos creían que libertad era tan solo una palabra aguda que muerte era tan solo grave o llana y cárceles por suerte una palabra esdrújula. Olvidaban poner el acento en el hombre. La culpa no era exactamente de ellos sino de otros más duros y siniestros y estos sí cómo nos ensartaron en la limpia república verbal cómo idealizaron la vidurria de vacas y estancieros y cómo nos vendieron un ejército que tomaba su mate en los cuarteles. Uno no siempre hace lo que quiere uno no siempre puede por eso estoy aquí mirándote y echándote de menos. Por eso es que no puedo despeinarte el jopo ni ayudarte con la tabla del nueve ni acribillarte a pelotazos. Vos ya sabés que tuve que elegir otros juegos y que los jugué en serio. Y jugué por ejemplo a los ladrones y los ladrones eran policías. Y jugué por ejemplo a la escondida y si te descubrían te mataban y jugué a la mancha y era de sangre. Botija aunque tengas pocos años creo que hay que decirte la verdad para que no la olvides. Por eso no te oculto que me dieron picana que casi me revientan los riñones todas estas llagas, hinchazones y heridas que tus ojos redondos miran hipnotizados son durísimos golpes son botas en la cara demasiado dolor para que te lo oculte demasiado suplicio para que se me borre. Pero también es bueno que conozcas que tu viejo calló o puteó como un loco que es una linda forma de callar. Que tu viejo olvidó todos los números (por eso no podría ayudarte en las tablas) y por lo tanto todos los teléfonos. Y las calles y el color de los ojos y los cabellos y las cicatrices y en qué esquina en qué bar qué parada qué casa. Y acordarse de vos de tu carita lo ayudaba a callar. Una cosa es morirse de dolor y otra cosa es morirse de vergüenza. Por eso ahora me podés preguntar y sobre todo puedo yo responder. Uno no siempre hace lo que quiere pero tiene el derecho de no hacer lo que no quiere. Llora nomás botija son macanas que los hombres no lloran aquí lloramos todos. Gritamos, berreamos, moqueamos, chillamos, maldecimos porque es mejor llorar que traicionar porque es mejor llorar que traicionarse. Llorá pero no olvides.
Hombre preso que mira a su hijo
Ramón López Velarde
Me contó el campanero esta mañana que el año viene mal para los trigos. Que Juan es novio de una prima hermana rica y hermosa. Que murió Susana. El campanero y yo somos amigos. Me narró amores de sus juventudes y con su voz cascada de hombre fuerte, al ver pasar los negros ataúdes me hizo la narración de mil virtudes y hablamos de la vida y de la muerte. —¿Y su boda, señor? —Cállate, anciano. —¿Será para el invierno? —Para entonces, y si vives, aún cuando su mano me dé la Muerte, campanero hermano, haz doblar por mi ánima tus bronces.
El campanero
Julia de Burgos
Todo fue maravilla de armonías en el gesto inicial que se nos daba entre impulsos celestes y telúricos desde el fondo de amor de nuestras almas. Hasta el aire espigóse en levedades cuando caí rendida en tu mirada; y una palabra, aún virgen en mi vida, me golpeó el corazón, y se hizo llama en el río de emoción que recibía, y en la flor de ilusión que te entregaba. Un connubio de nuevas sensaciones elevaron en luz mi madrugada. Suaves olas me alzaron la conciencia hasta la playa azul de tu mañana, y la carne fue haciéndose silueta a la vista de mi alma libertada. Como un grito integral, suave y profundo estalló de mis labios la palabra; Nunca tuvo mi boca mas sonrisas, ni hubo nunca más vuelo en mi garganta! En mi suave palabra, enternecida, me hice toda en tu vida y en tu alma; y fui grito impensado atravesando las paredes del tiempo que me ataba; y fui brote espontáneo del instante; y fui estrella en tus brazos derramada. Me di toda, y fundiéndome por siempre en la armonía sensual que tu me dabas; y la rosa emotiva que se abría en el tallo verbal de mi palabra, uno a uno fue dándote sus pétalos, mientras nuestros instintos se besaban.
Armonía de la palabra y el instinto
Gabriela Mistral
Se va de ti mi cuerpo gota a gota. Se va mi cara en un óleo sordo; se van mis manos en azogue suelto; se van mis pies en dos tiempos de polvo. ¡Se te va todo, se nos va todo! Se va mi voz, que te hacía campana cerrada a cuanto no somos nosotros. Se van mis gestos que se devanaban, en lanzaderas, debajo tus ojos. Y se te va la mirada que entrega, cuando te mira, el enebro y el olmo. Me voy de ti con tus mismos alientos: como humedad de tu cuerpo evaporo. Me voy de ti con vigilia y con sueño, y en tu recuerdo más fiel ya me borro. Y en tu memoria me vuelvo como esos que no nacieron ni en llanos ni en sotos. Sangre sería y me fuese en las palmas de tu labor, y en tu boca de mosto. Tu entraña fuese, y sería quemada en marchas tuyas que nunca más oigo, ¡y en tu pasión que retumba en la noche como demencia de mares solos! ¡Se nos va todo, se nos va todo!
Ausencia
Odette Alonso
A Veleta. A Piri Alza la tapa. Escucha. La música será como un alivio como un bálsamo azul como un portazo y luego este silencio. Los amigos se fueron perdieron el camino y los recuerdos. Sólo queda esa música. Alza la tapa y oye. Piensa que ellos han vuelto y empujarán la puerta que traen los rones viejos y la inconformidad que bailarán de nuevo aquella melodía aunque no sea igual aunque no lleguen nunca aunque alces la tapa y no suene la música.
Caja de música
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor No te toque la noche ni el aire ni la aurora, sólo la tierra, la virtud de los racimos, las manzanas que crecen oyendo el agua pura, el barro y las resinas de tu país fragante. Desde Quinchamalí donde hicieron tus ojos hasta tus pies creados para mí en la Frontera eres la greda oscura que conozco: en tus caderas toco de nuevo todo el trigo. Tal vez tú no sabías, araucana, que cuando antes de amarte me olvidé de tus besos mi corazón quedó recordando tu boca, y fui como un herido por las calles hasta que comprendí que había encontrado, amor, mi territorio de besos y volcanes.
Cien sonetos de amor
Santiago Montobbio
(1926-1948) Había suficientes parras en tus párpados para dormir al sol, si así te parecía: yo sé que sabías eso y también que yo recorro las mismas calles que cruzaste intentando convertirlas en múltiple escenario de ti mismo, las noches que volviste mosaico de ocios o de sueños, antiguas piezas únicas hechas de alcantarillas dominadas, de cementerios asaltados, un solo desierto o arco tensado para extremar, para extremar en lo posible y hasta el fin la vida. Y yo sé, yo te acompaño o te conozco sabiendo sobre todo que quisiste ser hijo de un pretor de Tarragona, llamarte Creso Libio, nacer de una uva azul y ser el sátiro y el mago y varios faunos y que a través de extraños poemas sólo tuyos conseguiste serlo antes que el agua a los veintiún años te negara la vida y las palabras. (No sabes cuántas veces he repasado tus ojos y tus manos mientras inútilmente buscaban salir de la cisterna ni cómo he maldecido el por qué no pensaste que había llovido quizá demasiado). Y aunque cuarenta años pasan como nada cuarenta forma el estúpido espacio que nos separa –cuarenta de tu alumbramiento al mío, casi cuarenta de tu muerte a ahora. Pero mentirá quien diga que no nos hemos conocido. Porque más allá de las ciudades y la sangre, de verso en verso alguna vez se anula el tiempo –o quizá soy yo, que te recuerdo.
Jorge folch
Jaime Sabines
No hay más. Sólo mujer para alegrarnos, sólo ojos de mujer para reconfortarnos, sólo cuerpos desnudos, territorios en que no se cansa el hombre. Si no es posible dedicarse a Dios en la época del crecimiento, ¿qué darle al corazón afligido sino el círculo de muerte necesaria que es la mujer? Estamos en el sexo, belleza pura, corazón solo y limpio.
No hay más, sólo mujer
Ramón López Velarde
A fuerza de quererte me he convertido, Amor, en alma en pena. ¿Por qué, Fuensanta mía, si mi pasión de ayer está ya muerta y en tu rostro se anuncian los estragos de la vejez temida que se acerca, tu boca es una invitación al beso como lo fue en lejanas primaveras? Es que mi desencanto nada puede contra mi condición de ánima en pena si a pesar de tus párpados exangües y las blancuras de tu faz anémica, aún se tiñen tus labios con el color sangriento de las fresas. A fuerza de quererte me he convertido, Amor, en alma en pena, y en el candor angélico de tu alma seré una sombra eterna...
Tema ii
Toni García Arias
Siempre he sido débil, inútil para descifrar el mundo, para mantener creencias que me tuviesen en pie, firme frente al viento. A veces dudo, y suelo cometer la locura de creerme sólo si tú me nombras, como si tu voz fuese el sol y yo la niebla. Tan solo eso me bastaría para creerme; introducirme en tus noches, observarte mientras te pones el pijama o recoges tu ropa, mientras apagas la luz adormilada, y saber si alguna vez, aunque sea sin querer, aunque sea equivocadamente, si alguna vez me nombras.
Voz
Pablo Neruda
Escribiendo estas odas en este año mil novecientos cincuenta y cinco, desplegando y tañendo mi lira obligatoria y rumorosa sé lo que soy y adonde va mi canto. Comprendo que el comprador de mitos y misterios entre en mi casa de odas, hecha con adobe y madera, y odie los utencilios, los retratos de padre y madre y patria en las paredes, la sencillez del pan y el salero. Pero es así la casa de mis odas. Yo destroné la negra monarquía, la cabellera inútil de los sueños, pisé la cola del reptil mental, y dispuse las cosas —agua y fuego— de acuerdo con el hombre y con la tierra. Quiero que todo tenga empuñadura, que todo sea taza o herramienta. Quiero que por la puerta de mis odas entre la gente a la ferretería. Yo trabajo cortando tablas frescas, acumulando miel en las barricas, disponiendo herraduras, arneses, tenedores: que entre aquí todo el mundo, que pregunte, que pida lo que quiera. Yo soy del Sur, chileno, navegante que volvió de los mares. No me quedé en las islas, coronado. No me quedé sentado en ningún sueño. Regresé a trabajar sencillamente con todos los demás y para todos. Para que todos vivan en ella hago mi casa con odas transparentes.
La casa de las odas
Alfredo Lavergne
Ni salir Ni entrar Estar En una población cautiva por la melancolía O en el conglomerado prisionero de la desconfianza O en la cronología de la comunidad que toca los Cielos O en el dinamismo de la masa de animales molidos O en el país de la fiera que controla esta historia O en pragmatismo antipoético de mi odio. Luego de estar Ir Acurrucarse Girar Pujar Por un verso hasta encontrarse Con los listos animales Que partieron Que se quedaron Con los muy amigos y con los muy enemigos.
Retrovisor ii
Santiago Montobbio
Besitos y mordisquitos en las orejitas era lo que escribíamos al final de unas postales no tan obscenas como horteras, también en los hociquitos y Viva el Mejillón Peludo cuando las enviábamos a niñas adorablemente estúpidas y Gola Pola Amapola qué tal las misiones en Angola o de mayor yo también quiero ser cura si iban dirigidas al gris colegio horrible, besitos y mordisquitos o cabramozabigote! en la época de la continuada borrachera que un estómago medio buzón medio prodigio aún digería, besitos, mordisquitos y no sé por qué ahora también recuerdo ininterrumpidos veranos y sobre todo a Javier borracho, cayéndose y cantando a las seis de la madrugada en la Plaza Artós, Javier parando a un repartidor para enseñarle cómo en el infantil cuaderno de dibujo que alguien había ideado regalarle a Ana el elefante coloreado de amarillo quedaba superlativamente cojonudo y fíjese usted, no me he salido para nada de los bordes, ¿verdad que a la señorita ha de encantarle?: besitos, cervezas, mordisquitos, noches, desiertos o Javier o la Plaza Artós en la cara del pobre hombre: inconcebibles cosas así son las que me vuelven y las que tengo que anotar para cuando tenga tiempo o ganas de escribir en falso verso un inservible catálogo de antigüedades. Y en los márgenes del papel no puedo olvidarme de apuntar que ya muy al principio de una adolescencia extremada me acostumbré a coleccionar en los descosidos bolsillos de mis ojos huidizas madrugadas, a coleccionar o robar al tiempo pequeñas muertes, azúcar de piernas, adioses, pañuelos y lunas, pozos, cuchillos, ternuras y que esa temprana afición por las cosas que no sirven para nada sin duda tuvo la primera y quizá más grave culpa de que acabara aceptando complacido, y sin más, el convertir en una completa inutilidad mi propia vida, muy irresponsablemente sonriendo ante los infinitos lo que hay que ver, un chico de sus posibilidades, mira que deja el Derecho para perder el tiempo escribiendo versitos, lo peor es que así es como acaban comunistas y ya es lástima que mi particular ejército de abuelas resignadamente recitaba.
Catálogo de antigüedades
Miguel de Cervantes y Saavedra
Rompí, corté, abollé, y dije e hice más que en el orbe caballero andante; fui diestro, fui valiente y arrogante, mil agravios vengué, cien mil deshice. Hazañas di a la fama que eternice; fui comedido y regalado amante; fue enano para mí todo gigante, y al duelo en cualquier punto satisfice. Tuve a mis pies postrada la Fortuna y trajo del copete mi cordura a la calva ocasión al estricote. Mas, aunque sobre el cuerno de la luna siempre se vio encumbrada mi ventura, tus proezas envidio, ¡oh, gran Quijote!
Don belianís de grecia
Alejandra Pizarnik
Afuera hay sol. No es más que un sol pero los hombres lo miran y después cantan. Yo no sé del sol. Yo sé la melodía del ángel y el sermón caliente del último viento. Sé gritar hasta el alba cuando la muerte se posa desnuda en mi sombra. Yo lloro debajo de mi nombre. Yo agito pañuelos en la noche y barcos sedientos de realidad bailan conmigo. Yo oculto clavos para escarnecer a mis sueños enfermos. Afuera hay sol. Yo me visto de cenizas.
La jaula
Vicente García
Cuando no queda tiempo, Cuando por la memoria va cayendo la lluvia del 80, Cuando la soledad parte mi vida en la niñez, la adolescencia, ahora, Cuando es inevitable que la nieve bloquee los caminos En los helados páramos del tiempo, Cuando el sol ilumina los rincones, Cuando a los quince escribo tres poemas vacíos que llenan mi existencia, Cuando de todos los futuros posibles recorro por mis sueños el más afortunado En busca de la fuente de la eterna alegría.
Poética
José de Espronceda
Fresca, lozana, pura y olorosa, gala y adorno del pensil florido, gallarda puesta sobre el ramo erguido, fragancia esparce la naciente rosa. Mas si el ardiente sol lumbre enojosa vibra, del can en llamas encendido, el dulce aroma y el color perdido, sus hojas lleva el aura presurosa. Así brilló un momento mi ventura en alas del amor, y hermosa nube fingí tal vez de gloria y de alegría. Mas, ay, que el bien trocóse en amargura, y deshojada por los aires sube la dulce flor de la esperanza mía.
Soneto
Vicente Gerbasi
A veces caigo en mí, como viniendo de ti, y me recojo en una tristeza inmóvil, como una bandera que ha olvidado el viento. Por mis sentidos pasan ángeles del crepúsculo y lentos me aprisionan los círculos nocturnos. Venimos de la noche y hacia la noche vamos. Escucha. Yo te llamo desde un reloj de piedra, donde caen las sombras, donde el silencio cae.
Canto v
Gustavo Adolfo Bécquer
Te vi un punto y, flotando ante mis ojos, la imagen de tus ojos se quedó, como la mancha oscura orlada en fuego que flota y ciega si se mira al sol. Adondequiera que la vista clavo, torno a ver las pupilas llamear; mas no te encuentro a ti, que es tu mirada, unos ojos, los tuyos, nada más. De mi alcoba en el ángulo los miro desasidos fantásticos lucir; cuando duermo los siento que se ciernen, de par en par abiertos sobre mí. Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche llevan al caminante a perecer; yo me siento arrastrado por tus ojos, pero adónde me arrastran, no lo sé.
Rima xiv
José Asunción Silva
El pobre Juan de Dios, tras de los éxtasis del amor de Aniceta, fue infeliz. Pasó tres meses de amarguras graves, y, tras lento sufrir, se curó con copaiba y con las cápsulas de Sándalo Midy. Enamorado luego de la histérica Luisa, rubia sentimental, se enflaqueció, se fue poniendo tísico y al año y medio o más se curó con bromuro y con las cápsulas de éter de Clertán. Luego, desencantado de la vida, filósofo sutil, a Leopardi leyó, y a Schopenhauer y en un rato de spleen, se curó para siempre con las cápsulas de plomo de un fusil.
Cápsulas
Luis Álvarez Piner
EN lo alto, el cristal, invisible, perfecto donde hasta el sol se equivoca y tropieza. Y la mano de plinto le sirve. Por la mano se acerca la tierra hecha sueño de hombre a través de la sangre vivida. y revienta en la espuma con que ahora brindamos: La pleamar, el final de la oscura marea. Encontrar superficie, salir. Libertad, soledad. La experiencia siempre inocente, siempre limpia es el límite, flor siempre abierta en la gracia ideal del espíritu cristal sobre el que hiere la luz su presencia.
La copa de mallarmé
Víctor Jiménez
Donde hoy una ventana, hubo ayer una puerta de par en par abierta al sol de la mañana. Donde hubo una campana tocando a vida cierta, hoy sólo se despierta mi pena y se desgrana. Ansiar tanto el encuentro. Correr sin que se acabe. Llegar bajo la luna. Y está mi infancia dentro. Y he perdido la llave. Y no hay puerta ninguna.
San bernardo 10
Juan Ramón Jiménez
Siempre yo penetrándote, pero tú siempre virgen, sombra; como aquel día en que primero vine llamando a tu secreto, cargado de afán libre. ¡Virgen oscura y plena, pasada de hondos iris que apenas se ven; toda negra, con las sublimes estrellas, que no llegan (arriba) a descubrirte!
Ante la sombra virgen
Pablo Neruda
Cerca del rumoroso cereal, de las olas del viento en las avenas, el olivo de volumen plateado, severo en su linaje, en su torcido corazón terrestre; las gráciles olivas pulidas por los dedos que hicieron la paloma y el caracol marino: verdes, innumerables, purísimos pezones de la naturaleza, y allí en los secos olivares donde tan sólo cielo azul con cigarras, y tierra dura existen, allí el prodigio, la cápsula perfecta de la oliva llenando con sus constelaciones el follaje: más tarde las vasijas, el milagro, el aceite. Yo amo las patrias del aceite, los olivares de Chacabuco, en Chile, en las mañanas las plumas de platino forestales contra las arrugadas cordilleras en Anacapri, arriba, sobre la luz tirrena, la desesperación de los olivos, en el mapa de Europa, España, cesta negra de aceitunas espolvoreada por los azahares como una ráfaga marina. Aceite, recóndita y suprema condición de la olla, pedestal de perdices, llave celeste de la mayonesa, suave y sabroso sobre las lechugas y sobrenatural en el infierno de los arzobispales pejerreyes. Aceite, en nuestra voz, en nuestro coro, con íntima suavidad poderosa cantas; eres idioma castellano: hay sílabas de aceite, hay palabras útiles y olorosas como tu fragante materia. No sólo canta el vino, también canta el aceite, vive en nosotros con su luz madura y entre los bienes de la tierra aparto, aceite, tu inagotable paz, tu esencia verde, tu colmado tesoro que desciende desde los manantiales del olivo.
Oda al aceite
Alfonsina Storni
Se me va de los dedos la caricia sin causa, se me va de los dedos... En el viento, al pasar, la caricia que vaga sin destino ni objeto, la caricia perdida ¿quién la recogerá? Pude amar esta noche con piedad infinita, pude amar al primero que acertara a llegar. Nadie llega. Están solos los floridos senderos. La caricia perdida, rodará... rodará... Si en los ojos te besan esta noche, viajero, si estremece las ramas un dulce suspirar, si te oprime los dedos una mano pequeña que te toma y te deja, que te logra y se va. Si no ves esa mano, ni esa boca que besa, si es el aire quien teje la ilusión de besar, oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos, en el viento fundida, ¿me reconocerás?
La caricia perdida
Federico García Lorca
Su luna de pergamino Preciosa tocando viene por un anfibio sendero de cristales y laureles. El silencio sin estrellas, huyendo del sonsonete, cae donde el mar bate y canta su noche llena de peces. En los picos de la sierra los carabineros duermen guardando las blancas torres donde viven los ingleses. Y los gitanos del agua levantan por distraerse, glorietas de caracolas y ramas de pino verde. * Su luna de pergamino Preciosa tocando viene. Al verla se ha levantado el viento que nunca duerme. San Cristobalón desnudo, lleno de lenguas celestes, mira la niña tocando una dulce gaita ausente. Niña, deja que levante tu vestido para verte. Abre en mis dedos antiguos la rosa azul de tu vientre. * Preciosa tira el pandero y corre sin detenerse. El viento-hombrón la persigue con una espada caliente. Frunce su rumor el mar. Los olivos palidecen. Cantan las flautas de umbría y el liso gong de la nieve. ¡Preciosa, corre, Preciosa, que te coge el viento verde! ¡Preciosa, corre, Preciosa! ¡Míralo por dónde viene! Sátiro de estrellas bajas con sus lenguas relucientes. * Preciosa, llena de miedo, entra en la casa que tiene, más arriba de los pinos, el cónsul de los ingleses. Asustados por los gritos tres carabineros vienen, sus negras capas ceñidas y los gorros en las sienes. El inglés da a la gitana un vaso de tibia leche, y una copa de ginebra que Preciosa no se bebe. Y mientras cuenta, llorando, su aventura a aquella gente, en las tejas de pizarra el viento, furioso, muerde.
Preciosa y el aire
Luis de Góngora
Vive en este volumen el que yace En aquel mármol, Rey siempre glorioso; Sus cenizas allí tienen reposo, Y dellas hoy él mismo aquí renace. Con vuestra pluma vuela, y ella os hace, Culto Cabrera, en nuestra edad famoso; Con las suyas le hacéis victorïoso Del Francés, Belga, Lusitano, Trace. Plumas de un Fénix tal, y en vuestra mano, ¿Qué tiempo podrá haber que las consuma, Y qué invidia ofenderos, sino en vano? Escriba lo que vieron, tan gran pluma, De los dos mundos, uno y otro plano, De los dos mares, una y otra espuma.
Para el principio de la historia del señor rey don felipe ii
Pedro Calderón de la Barca
SEGISMUNDO ¡Ay mísero de mí, y ay, infelice! ROSAURA ¡Qué triste voz escucho! Con nuevas penas y tormentos lucho. CLARÍN Yo con nuevos temores. ROSAURA ¡Clarín! CLARÍN ¡Señora! ROSAURA Huygamos los rigores desta encantada torre. CLARÍN Yo aún no tengo ánimo de huir, cuando a eso vengo. ROSAURA ¿No es breve luz aquella caduca exhalación, pálida estrella, que en trémulos desmayos, pulsando ardores y latiendo rayos, hace más tenebrosa la obscura habitación con luz dudosa? Sí, pues a sus reflejos puedo determinar (aunque de lejos) una prisión obscura, que es de un vivo cadáver sepultura, y porque más me asombre, en el traje de fiera yace un hombre de prisiones cargado y sólo de la luz acompañado. Pues huir no podemos, desde aquí sus desdichas escuchemos; sepamos lo que dice. Descúbrese Segismundo con una cadena y la luz, vestido de pieles. SEGISMUNDO ¡Ay mísero de mí, y ay, infelice! Apurar, cielos, pretendo, ya que me tratáis así qué delito cometí contra vosotros naciendo; aunque si nací, ya entiendo qué delito he cometido. Bastante causa ha tenido vuestra justicia y rigor; pues el delito mayor del hombre es haber nacido. Sólo quisiera saber para apurar mis desvelos (dejando a una parte, cielos, el delito de nacer), qué más os pude ofender para castigarme más. ¿No nacieron los demás? Pues si los demás nacieron, ¿qué privilegios tuvieron qué yo no gocé jamás? Nace el ave, y con las galas que le dan belleza suma, apenas es flor de pluma o ramillete con alas, cuando las etéreas salas corta con velocidad, negándose a la piedad del nido que deja en calma; ¿y teniendo yo más alma, tengo menos libertad? Nace el bruto, y con la piel que dibujan manchas bellas, apenas signo es de estrellas (gracias al docto pincel), cuando, atrevida y crüel la humana necesidad le enseña a tener crueldad, monstruo de su laberinto; ¿y yo, con mejor instinto, tengo menos libertad? Nace el pez, que no respira, aborto de ovas y lamas, y apenas, bajel de escamas, sobre las ondas se mira, cuando a todas partes gira, midiendo la inmensidad de tanta capacidad como le da el centro frío; ¿y yo, con más albedrío, tengo menos libertad? Nace el arroyo, culebra que entre flores se desata, y apenas, sierpe de plata, entre las flores se quiebra, cuando músico celebra de las flores la piedad que le dan la majestad del campo abierto a su huida; ¿y teniendo yo más vida tengo menos libertad? En llegando a esta pasión, un volcán, un Etna hecho, quisiera sacar del pecho pedazos del corazón. ¿Qué ley, justicia o razón, negar a los hombres sabe privilegio tan süave, excepción tan principal, que Dios le ha dado a un cristal, a un pez, a un bruto y a un ave? ROSAURA Temor y piedad en mí sus razones han causado. SEGISMUNDO ¿Quién mis voces ha escuchado? ¿Es Clotaldo? CLARÍN Di que sí. ROSAURA No es sino un triste (¡ay de mí!), que en estas bóvedas frías oyó tus melancolías. (Ásela) SEGISMUNDO Pues la muerte te daré, porque no sepas que sé que sabes flaquezas mías. Sólo porque me has oído, entre mis membrudos brazos te tengo de hacer pedazos. CLARÍN Yo soy sordo, y no he podido escucharte. ROSAURA Si has nacido humano, baste el postrarme a tus pies para librarme. SEGISMUNDO Tu voz pudo enternecerme, tu presencia suspenderme, y tu respeto turbarme. ¿Quién eres? que aunque yo aquí tan poco del mundo sé, que cuna y sepulcro fue esta torre para mí; y aunque desde que nací (si esto es nacer) sólo advierto este rústico desierto donde miserable vivo, siendo un esqueleto vivo, siendo un animado muerto; y aunque nunca vi ni hablé sino a un hombre solamente que aquí mis desdichas siente, por quien las noticias sé de cielo y tierra; y aunqué aquí, porque más te asombres y monstruo humano me nombres, entre asombros y quimeras, soy un hombre de las fieras y una fiera de los hombres. Y aunque en desdichas tan graves la política he estudiado, de los brutos enseñado, advertido de las aves; y de los astros süaves los círculos he medido: tú sólo, tú, has suspendido la pasión a mis enojos, la suspensión a mis ojos, la admiración al oído. Con cada vez que te veo nueva admiración me das, y cuando te miro más, aún más mirarte deseo. Ojos hidrópicos creo que mis ojos deben ser, pues cuando es muerte el beber beben más, y desta suerte, viendo que el ver me da muerte estoy muriendo por ver. Pero véate yo y muera, que no sé, rendido ya, si el verte muerte me da el no verte qué me diera. Fuera más que muerte fiera, ira, rabia y dolor fuerte; fuera muerte, desta suerte su rigor he ponderado, pues dar vida a un desdichado es dar a un dichoso muerte. ROSAURA Con asombro de mirarte, con admiración de oírte, ni sé qué pueda decirte, ni qué pueda preguntarte. Sólo diré que a esta parte hoy el cielo me ha guiado para haberme consolado, si consuelo puede ser del que es desdichado, ver a otro que es más desdichado. Cuentan de un sabio, que un día tan pobre y mísero estaba, que sólo se sustentaba de unas yerbas que cogía. ¿Habrá otro, entre sí decía, más pobre y triste que yo? Y cuando el rostro volvió, halló la respuesta, viendo que iba otro sabio cogiendo las hojas que él arrojó. Quejoso de la fortuna yo en este mundo vivía, y cuando entre mí decía: ¿habrá otra persona alguna de suerte más importuna? piadoso me has respondido, pues volviendo en mi sentido hallo que las penas mías para hacerlas tú alegrías las hubieras recogido. Y por si acaso, mis penas pueden aliviarte en parte, óyelas atento, y toma las que de ellas me sobraren. Yo soy...
La vida es sueño - jornada i - escena ii
José Ángel Valente
Por encima del agua helada el patito se resbalaba. Por encima del agua dura, el patito de la laguna. Por encima del agua fría, el patito silba que silba. Silba que silba se resbalaba y en vez de llorar silbaba.
Pato de invierno
Jorge Guillén
6 Cuanto nosotros somos y tenemos Forma un curso que va a su desenlace: La pérdida total. No es un fracaso. Es el término justo de una Historia, Historia sabiamente organizada. Si naces, morirás. ¿De qué te quejas? Sean los dioses, ellos, inmortales. Natural que, por fin, decline y me consuma. Haya muerte serena entre los míos. Algún día —¿tal vez penosamente?— Me moriré, tranquilo, sosegado. No me despertaré por la mañana Ni por la tarde. ¿Nunca? ¿Monstruo sin cuerpo yo? Se cumpla el orden. No te entristezca el muerto solitario. En esa soledad no está, no existe. Nadie en los cementerios. ¡Qué solas se quedan las tumbas!
Fuera del mundo
José Antonio Labordeta
de Vicente Cazcarra Hoy he visto a tus padres, cuando volvía a casa. Él me miró en silencio, con los ojos perdidos del hombre que trabaja, día y noche, en los trenes. Ella, tu madre, me anunció tus treinta años –igual que yo- cumplidos, y tu hermana tenía ardor y rabia en las palabras. Repetimos la historia, tu silencio; la voz que conocimos ya no existe y sin embargo, sabemos que envejeces, igual que yo -soy calvo y apunto para padre-, día a día. Me hablaron de tus manos, de tus pies... Los días pasan lentos, uno a uno, pero dañan y llagan y hacen hueco y sombra sobre el alma. Recuérdote sentado en el pupitre, allá en la vieja aula, hablando sobre Dios y la justicia, viendo llegar el cierzo. Cada día que pasa se te marca –también a mí- la llaga del hombre acorralado. Es doloroso, ya ves, saberte casi muerto en medio dela vida. Tu padre dijo adiós. Tu madre repitió tus treinta años, y tu hermana me aviolentó de golpe con tu hombría.
Sexto recuerdo
Baltasar del Alcázar
No siento yo, dulcísima María, con no veros dolor, porque deseo y amor os representan, y así os veo y está en vos gozando el alma mía. En mí juego con vos con osadía y gozo por verdad lo que no creo, y en este libre estado que poseo no hallo quien me turbe el alegría. Pero buscan mis ojos su derecho y aléganme con lágrimas y fieros que no veros con ellos es mal hecho. Que, pues fueron autores de quereros, no he de usurparme yo todo el provecho, y así, por darles parte, acuerdo veros.
No siento yo, dulcísima maría
Luis Alberto de Cuenca
Silencio de barreras coralinas en el Fort du Rocher Escasea el bucán en los depósitos de la Cofradía. Venías de los Mabinogion. You lov'd me like a mist junto a los pumas de la noche. Entre el estruendo de las baterías españolas. El látigo del ron en la garganta. La vergonzosa fuga del enemigo. El fin de un gobernador cobarde. Feliz balance en Puerto Bello. Consumar con el sol una jornada victoriosa. Enarbolaste la bandera negra de Némesis. Me sentía orgulloso de tu valor. Y en la choza besar tus labios y sentirme otra vez marooned.
Marooned
Luis Cernuda
Así como en la roca nunca vemos La clara flor abrirse, Entre un pueblo hosco y duro No brilla hermosamente El fresco y alto ornato de la vida. Por esto te mataron, porque eras Verdor en nuestra tierra árida Y azul en nuestro oscuro aire. Leve es la parte de la vida Que como dioses rescatan los poetas. El odio y destrucción perduran siempre Sordamente en la entraña Toda hiel sempiterna del español terrible, Que acecha lo cimero Con su piedra en la mano. Triste sino nacer Con algún don ilustre Aquí, donde los hombres En su miseria sólo saben El insulto, la mofa, el recelo profundo Ante aquel que ilumina las palabras opacas Por el oculto fuego originario. La sal de nuestro mundo eras, Vivo estabas como un rayo de sol, Y ya es tan sólo tu recuerdo Quien yerra y pasa, acariciando El muro de los cuerpos Con el dejo de las adormideras Que nuestros predecesores ingirieron A orillas del olvido. Si tu ángel acude a la memoria, Sombras son estos hombres Que aún palpitan tras las malezas de la tierra; La muerte se diría Más viva que la vida Porque tú estás con ella, Pasado el arco de tu vasto imperio, Poblándola de pájaros y hojas Con tu gracia y tu juventud incomparables. Aquí la primavera luce ahora. Mira los radiantes mancebos Que vivo tanto amaste Efímeros pasar junto al fulgor del mar. Desnudos cuerpos bellos que se llevan Tras de sí los deseos Con su exquisita forma, y sólo encierran Amargo zumo, que no alberga su espíritu Un destello de amor ni de alto pensamiento. Igual todo prosigue, Como entonces, tan mágico, Que parece imposible La sombra en que has caído. Mas un inmenso afán oculto advierte Que su ignoto aguijón tan sólo puede Aplacarse en nosotros con la muerte, Como el afán del agua, A quien no basta esculpirse en las olas, Sino perderse anónima En los limbos del mar. Pero antes no sabías La realidad más honda de este mundo: El odio, el triste odio de los hombres, Que en ti señalar quiso Por el acero horrible su victoria, Con tu angustia postrera Bajo la luz tranquila de Granada, Distante entre cipreses y laureles, Y entre tus propias gentes Y por las mismas manos Que un día servilmente te halagaran. Para el poeta la muerte es la victoria; Un viento demoníaco le impulsa por la vida, Y si una fuerza ciega Sin comprensión de amor Transforma por un crimen A ti, cantor, en héroe, Contempla en cambio, hermano, Cómo entre la tristeza y el desdén Un poder más magnánimo permite a tus amigos En un rincón pudrirse libremente. Tenga tu sombra paz, Busque otros valles, Un río donde del viento Se lleve los sonidos entre juncos Y lirios y el encanto Tan viejo de las aguas elocuentes, En donde el eco como la gloria humana ruede, Como ella de remoto, Ajeno como ella y tan estéril. Halle tu gran afán enajenado El puro amor de un dios adolescente Entre el verdor de las rosas eternas; Porque este ansia divina, perdida aquí en la tierra, Tras de tanto dolor y dejamiento, Con su propia grandeza nos advierte De alguna mente creadora inmensa, Que concibe al poeta cual lengua de su gloria Y luego le consuela a través de la muerte.
A un poeta muerto
Luis Cañizal de la Fuente
La hora todavía se dejaba tocar en la cabeza. Qué descanso: estar vivo era seguir durmiendo.
La hora todavía
Gonzalo Rojas
A José Lezama Lima (1910-1976) Respiras por palabras diez mil veces al día, juras por el amor y le hermosura y diez mil veces purificas tus pulmones mordiendo el soplo de la ráfaga extranjera, pero todo es en vano, la muerte, el paladar, el pájaro verbal que vuela de tu lengua.
Y nacer es aquí una fiesta innombrable
Carlos Bousoño
A Carmen Braga Desde aquí yo contemplo, tendido, sin memoria el campo. Piedra y campo, y cielo, y lejanía. Mis ojos miran montes donde sembró la historia el dulce sueño amargo que sueñan todavía. Pero el amor fundido en piedra, día a día; pero el amor mezclado con monte, o con escoria, es duradero y te amo, oh patria, oh serranía crespa, que te levantas, bajo el cielo, ilusoria. Campos que yo conozco, cielos donde he existido; piedras donde he amasado mi corazón pequeño; bosques donde he cantado; sueños que he padecido. Os amo, os amo, campos, montañas, terco empeño de mi vivir, sabiendo que es vano mi latido de amor. Mas te amo, patria, vapor, fantasma, sueño.
España en el sueño
Juan Ramón Mansilla
Viento, viento de nuevo en la tarde de octubre. Mirando la calle pensaba en la muerte. La muerte y él. Dos trazos paralelos que no habrían de cruzarse ni en el más improbable infinito. Los fármacos, la fiebre, la tos. La ventisca, la hojarasca. Las convulsiones de fuera y las de dentro. Señales de vida tan ciertas como el viento en la tarde de octubre y ese olor a almendras amargas en su alcoba antes y después de su fallecimiento.
Almendras amargas
Teresa Domingo Català
Dormir en ti, desnuda de abalorios, amada por la calma de tus horas, en tus ciénagas, en tus ciegos páramos, con los ojos de sístole y penumbra que arrancan alaridos al invierno. Dormir en ti; los pájaros nocturnos se enamoran de besos y cuarteles donde reposar del vuelo, del fin del nido y del estrago, y el helecho gotea agua, lluvia mensajera. Dormir en ti, en el canchal del río donde arrasas, en el enigma triste de los lirios oscuros, en océano enloquecido por tus manos dulces que penetra la casa en donde moro. Dormir en ti, tras los acordes blancos de tu silencio, que adormila búhos y lechuzas encarnados en piel, con sueños habitados de un futuro lleno de soledad y de catástrofe. Dormir en ti, al ángel de los hielos, en tus pechos de diosa primigenia, con roces de la rosa ensangrentada y el murmullo del águila triunfante, dormir, dormir en ti, sí, para siempre.
Dormir en ti
Juan del Encina
No te tardes que me muero, carcelero, no te tardes que me muero. Apresura tu venida porque no pierda la vida, que la fe no está perdida, carcelero, no te tardes que me muero. Bien sabes que la tardança trae gran desconfiança; ven y cumple mi esperança, carcelero, no te tardes que me muero. Sácame desta cadena, que recibo muy gran pena, pues tu tardar me condena. Carcelero, no te tardes que me muero. La primer vez que me viste sin te vencer me venciste; suéltame, pues me prendiste. Carcelero, no te tardes que me muero. La llave para soltarme ha de ser galardonarme, proponiendo no olvidarme. Carcelero, no te tardes que me muero. Fin Y siempre cuanto vivieres haré lo que tú quisieres si merced hacerme quieres. Carcelero, no te tardes que me muero.
No te tardes que me muero
Alfredo Lavergne
Sin el prodigio deseo de mi vena Sin la cualidad del ópalo Sin la terapia que divide el don Sin el pretendido purismo Sin contar que amo mis manos Sin denunciar que el hombre nos castiga O que anoche escribí pateando una tapa. Que no era primavera Que no había luna Y que me he encontrado con la forma y el tema Que nada pretenden.
Arte poética
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Un signo tuyo busco en todas las otras, en el brusco, ondulante río de las mujeres, trenzas, ojos apenas sumergidos, pies claros que resbalan navegando en la espuma. De pronto me parece que diviso tus uñas oblongas, fugitivas, sobrinas de un cerezo, y otra vez es tu pelo que pasa y me parece ver arder en el agua tu retrato de hoguera. Miré, pero ninguna llevaba tu latido, tu luz, la greda oscura que trajiste del bosque, ninguna tuvo tus diminutas orejas. Tú eres total y breve, de todas eres una, y así contigo voy recorriendo y amando un ancho Mississippi de estuario femenino.
Cien sonetos de amor
Paz Díez Taboada
¿Quién eres tú, Boliche, que con azules lágrimas me asaltas en la hora del olvido obstinado? De tu postal, al dorso, las palmeras se cuelgan como arañas sombrías en un cielo azul-acre, rodeando, acechantes, al cenachero enclenque -garabato de bronce sobre el Mediterráneo-. Aún puedo recordar la vieja cantilena. Entre juegos, jadeos y risas, la cantaban niños de ayer, paseando la merienda -pan de centeno y negro chocolate-: Bolíiiche, gritan los niños del pueblo, Bolíiiche, si te he visto no me acuerdo... ¿Quién eres tú, Boliche? Si alguna vez te he visto, se me escapa tu rostro por el hilo de letras, desemboca en la rúbrica -lazo azul de misterios-, y el viaje fatigoso, remando a contra/tiempo, me estrella en el fracaso de un nombre sin memoria. El llamarte Boliche me robó tu figura y me dejó sentada ante el mar del olvido, mirando cómo avanza la ola de la firma, larga lengua de asombros que me borra tu imagen.
Boliche
Mario Meléndez
Qué debo hacer para cantar si a veces se me pierde el grillo que llevo adentro se me desprende la campana el timbre, el ave y sólo me queda el latido de algún jilguero en la memoria luchando por desatar su melodía sobre las alas del abecedario Y cuando encuentro al fin mi flauta en un estanque del tiempo se me oscurece la garganta de pensar a quién a quién, a quién dirigiré las notas de este arcoiris sin luz de esta ampolleta mal colocada y casi siempre insatisfecha Preferiría escuchar por las tardes a una gaviota sentada en mi cuaderno jugando a ser paracaídas en los espacios en blanco o repetir el grito de unos bigotes al ser arrancados de su lugar de origen Preferiría el sonido de un huevo sacando la lengua al aceite apresurado por entrar a la boca de mil mujeres sin dentadura Entonces recuerdo que llevo pegada una mosca al tímpano del alma ella se reproduce en mis sueños y no es violín porque en la muerte desafina y se le rompen las cuerdas al detenerse en la sangre.
Qué debo hacer para cantar
Víctor Jiménez
(Gaspar Melchor de Jovellanos, por Francisco de Goya) Como un lento, oscuro, inmenso mar que anega el corazón, crece mi desolación hoy, más cuanto más lo pienso. Tan débil, tan indefenso me hallo ante la soledad, la responsabilidad, los ataques, las intrigas... Y carcomidas mis vigas por la pobreza y la edad. Y la sombra me aniquila. No me queda ni la lumbre del amor ni mi costumbre de vida dulce y tranquila. Sólo la luna vigila el enjambre de mis sienes. ¿Y me dices tú que vienes a pintarme? Goya, amigo, si aún te vale este mendigo de la dicha, aquí me tienes. Deja, Gaspar, encendida la luz de la inteligencia. Ignora toda presencia. Acomódate y olvida cuanto no sea tu vida. Y ahora al fin, amigo fiel, que, para siempre, la hiel más honda de tu amargura se funda con mi pintura en la llama del pincel.
El cuadro
Rubén Darío
Junto al negro palacio del rey de la isla de Hierro ?(¡Oh, cruel, horrible, destierro!)? ¿Cómo es que tú, hermana armoniosa, haces cantar al cielo gris, tu pajarera de ruiseñores, tu formidable caja musical? ¿No te entristece recordar la primavera en que oíste a un pájaro divino y tornasol en el país del sol? En el jardín del rey de la isla de Oro ?(¡oh, mi ensueño que adoro!)? fuera mejor que tú, armoniosa hermana, amaestrases tus aladas flautas, tus sonoras arpas; tú que nacistes donde más lindos nacen el clavel de sangre y la rosa de arrebol, en el país del sol! O en el alcázar de la reina de la isla de Plata ?(Schubert, solloza la Serenata...)? pudieras también, hermana armoniosa, hacer que las místicas aves de tu alma alabasen, dulce, dulcemente, el claro de luna, los vírgenes lirios, la monja paloma y el cisne marqués. La mejor plata se funde en un ardiente crisol, en el país del sol! Vuelve, pues a tu barca, que tiene lista la vela ?(resuena, lira, Céfiro, vuela)? y parte, armoniosa hermana, a donde un príncipe bello, a la orilla del mar, pide liras, y versos y rosas, y acaricia sus rizos de oro bajo un regio y azul parasol, en el país del sol!
El país del sol
Ramón López Velarde
Por débil y pequeña, oh flor de paraíso, cabías en el vértice del corazón en fiesta que te quiso. Salíamos al campo y tu cuerpo minúsculo se destacaba airoso en la grana y el oro del crepúsculo. ¡Oh noches enlunadas oh provinciana orquesta, oh, tu alma piadosa! ¡Oh mi incansable corazón en fiesta! Y una noche moriste con la paz de un lamento que se va con la brisa al brocado ideal del firmamento. Se derramó tu espíritu cual vaso de ambrosía, y en tu mano difunta puso mi amor una azucena pía. Sorda estás para siempre, el recuerdo me abrasa y al tocar en la puerta turba el ruido el silencio de la casa. ¡Oh ilusión fallecida en abril! ¡Oh alma presta a todos los ensueños del incansable corazón en fiesta!
Muerta
José Asunción Silva
La luz vaga... opaco el día, la llovizna cae y moja con sus hilos penetrantes la ciudad desierta y fría. Por el aire tenebroso ignorada mano arroja un oscuro velo opaco de letal melancolía, y no hay nadie que, en lo íntimo, no se aquiete y se recoja al mirar las nieblas grises de la atmósfera sombría, y al oír en las alturas melancólicas y oscuras los acentos dejativos y tristísimos e inciertos con que suenan las campanas ¡las campanas plañideras que les hablan a los vivos de los muertos! ¡Y hay algo angustioso e incierto que mezcla a ese sonido su sonido, e inarmónico vibra en el concierto que alzan los bronces al tocar a muerto, por todos los que han sido! Es la voz de una campana que va marcando la hora, hoy lo mismo que mañana, rítmica, igual y sonora, una campana se queja, y la otra campana llora, ésa tiene voz de vieja, ésta de niña que ora. Las campanas más grandes, que dan un doble recio suenan con acento de místico desprecio, mas la campana que da la hora ríe, no llora. Tiene en su timbre seco sutiles ironías, su voz parece que habla de goces, de alegrías, de placeres, de citas, de fiestas y de bailes, de las preocupaciones que llenan nuestros días, es una voz del siglo entre un coro de frailes, y con sus notas se ríe, escéptica y burladora, de la campana que ruega de la campana que implora y de cuanto aquel coro conmemora, y es porque con su retintín ella midió el dolor humano y marcó del dolor el fin; por eso se ríe del grave esquilón que suena allá arriba con fúnebre són, por eso interrumpe los tristes conciertos con que el bronce santo llora por los muertos... ¡No la oigáis, oh bronces! ¡no la oigáis, campanas, que con la voz grave de ese clamoreo, rogáis por los seres que duermen ahora lejos de la vida, libres del deseo, lejos de las rudas batallas humanas! ¡Seguid en el aire vuestro bamboleo, no la oigáis, campanas! ¿Contra lo imposible qué puede el deseo? Allá arriba suena, rítmica y serena, esa voz de öro y sin que lo impidan sus graves hermanas que rezan en coro, la campana del reló suena, suena, suena ahora y dice que ella marcó con su vibración sonora de los olvidos la hora, que después de la velada, que pasó cada difunto, en una sala enlutada y con la familia junto en dolorosa actitud mientras la luz de los cirios alumbraba el ataúd y las coronas de lirios, que después de la tristura de los gritos de dolor, de las frases de amargura, del llanto desgarrador, marcó ella misma el momento en que con la languidez del luto huyó el pensamiento del muerto, y el sentimiento... seis meses más tarde o diez... Y hoy, día de muertos, ahora que flota, en las nieblas grises la melancolía, en que la llovizna cae, gota a gota, y con sus tristezas los nervios embota, y envuelve en un manto de la ciudad sombría, ella que ha medido la hora y el día en que a cada casa, lúgubre y vacía tras del luto breve volvió la alegría; ella que ha marcado la hora del baile en que al año justo, un vestido aéreo, estrena la niña, cuya madre duerme olvidada y sola, en el cementerio suena indiferente a la voz de fraile del esquilón grave y a su canto serio; ella que ha medido la hora precisa, en que a cada boca, que el dolor sellaba, como por encanto volvió la sonrisa, esa precursora de la carcajada, ella que ha marcado la hora en que el viudo habló de suicidio y pidió el arsénico cuando aun en la alcoba, recién perfumada, flotaba el aroma del ácido fénico y ha marcado luego la hora en que, mudo por las emociones con que el goce agobia, para que lo unieran con sagrado nudo, a la misma iglesia fue con otra novia; ¡ella no comprende nada del misterio de aquellas quejumbres que pueblan el aire, y lo ve en la vida todo jocoserio y sigue marcando con el mismo modo el mismo entusiasmo y el mismo desgaire la huida del tiempo que lo borra todo! Y eso es lo angustioso y lo incierto que flota en el sonido ésa es la nota irónica que vibra en el concierto que alzan los bronces al tocar a muerto. ¡Por todos los que han sido! ésa es la voz fina y sutil, de vibraciones de cristal, que con acento juvenil indiferente al bien y al mal, mide lo mismo la hora vil, que la sublime o la fatal y resuena en las alturas, melancólicas y oscuras sin tener en su tañido claro, rítmico y sonoro, los acentos dejativos y tristísimos e inciertos de aquel misterioso coro, con que ruegan las campanas, las campanas, ¡las campanas plañideras que les hablan a los vivos de los muertos!
Día de difuntos
Pablo Neruda
Los jóvenes homosexuales y las muchachas amorosas, y las largas viudas que sufren el delirante insomnio, y las jóvenes señoras preñadas hace treinta horas, y los roncos gatos que cruzan mi jardín en tinieblas, como un collar de palpitantes ostras sexuales rodean mi residencia solitaria, como enemigos establecidos contra mi alma, como conspiradores en traje de dormitorio que cambiaran largos besos espesos por consigna. El radiante verano conduce a los enamorados en uniformes regimientos melancólicos, hechos de gordas y flacas y alegres y tristes parejas: bajo los elegantes cocoteros, junto al océano y la luna hay una continua vida de pantalones y polleras, un rumor de medias de seda acariciadas, y senos femeninos que brillan como ojos. El pequeño empleado, después de mucho, después del tedio semanal, y las novelas leídas de noche, en cama, ha definitivamente seducido a su vecina, y la lleva a los miserables cinematógrafos donde los héroes son potros o príncipes apasionados, y acaricia sus piernas llenas de dulce vello con sus ardientes y húmedas manos que huelen a cigarrillo. Los atardeceres del seductor y las noches de los esposos se unen como dos sábanas sepultándome, y las horas después del almuerzo en que los jóvenes estudiantes, y los jóvenes estudiantes, y los sacerdotes se masturban, y los animales fornican directamente, y las abejas huelen a sangre, y las moscas zumban coléricas, y los primos juegan extrañamente con sus primas, y los médicos miran con furia al marido de la joven paciente, y las horas de la mañana en que el profesor, como por des- cuido, cumple con su deber conyugal, y desayuna, y, más aún, los adúlteros, que se aman con verdadero amor sobre lechos altos y largos como embarcaciones: seguramente, eternamente me rodea este gran bosque respiratorio y enredado con grandes flores como bocas y dentaduras y negras raíces en forma de uñas y zapatos.
Caballero solo
José Luis Piquero
X, el más implacable cazador de autógrafos de Asturias, siempre acechante ante cualquier popular, famoso o importante que aterrice en nuestra región, consiguió cobrarse varias piezas en la fiesta de... (Leído en la prensa) Vestido con mal gusto y ese aspecto de perro triste, eres mi pesadilla y también una incógnita. Quisiera saber cómo es el mundo cuando abres los ojos para ver la gloria ajena, y si serás feliz y todo eso. E intento comprender y, elucubrando, empiezo a imaginar más amplias miras para lo tuyo: mención en el Guinnes, congresos de cazadores de autógrafos, un mundo clandestino -como el nuestro- con revistas, no sé, correspondencia... O tu fascinación sencillamente por gentes que han de serte tan extrañas y complicadas como tú lo eres para mí, o lo que dirán tus padres, una forma cualquiera de pasar, de haber estado aquí. Mientras nosotros fingimos no escuchar, tú cuentas otra historia a uno que finge que te escucha (cómo dijo y el gesto de las manos y el ambiente que había) y luego exhibes con orgullo las pruebas indudables del contacto (la firma y una foto), y de eso vives, de eso te alimentas. Ojalá no tuviera la sospecha de que nos parecemos demasiado y que compadecerte es un pretexto. Acaso tú eres más sabio que yo: Un perdedor sin más. Todos perdemos.
Cazador de autógrafos
Amado Nervo
¿Adónde fuiste, Amor; adónde fuiste? Se extinguió del poniente el manso fuego, y tú que me decías: «hasta luego, volveré por la noche»... ¡no volviste! ¿En qué zarzas tu pie divino heriste? ¿Qué muro cruel te ensordeció a mi ruego? ¿Qué nieve supo congelar tu apego y a tu memoria hurtar mi imagen triste? ...Amor, ¡ya no vendrás! En vano, ansioso, de mi balcón atalayando vivo el campo verde y el confín brumoso; y me finge un celaje fugitivo nave de luz en que, al final reposo, va tu dulce fantasma pensativo.
El celaje
Gonzalo Rojas
En cuanto a la imaginación de las piedras casi todo lo de carácter copioso es poco fidedigno: de lejos sin discusión su preñez animal es otra, coetáneas de las altísimas no vienen de las estrellas, su naturaleza no es alquímica sino música, pocas son palomas, casi todas son bailarinas, de ahí su encanto; por desfiguradas o selladas, su majestad es la única que comunica con la Figura, pese a su fijeza no son andróginas, respiran por pulmones y antes de ser lo que son fueron máquinas de aire, consta en libros que entre ellas no hay Himalayas, ni rameras, no usan manto y su único vestido es el desollamiento, son más mar que el mar y han llorado, aun las más enormes vuelan de noche en todas direcciones y no enloquecen, son ciegas de nacimiento y ven a Dios, la ventilación es su substancia, no han leído a Wittgenstein pero saben que se equivoca, no entierran a sus muertos, la originalidad en materia de rosas les da asco, no creen en la inspiración ni comen luciérnagas, ni en la farsa del humor, les gusta la poesía con tal que no suene, no entran en comercio con los aplausos, cumplen 70 años cada segundo y se ríen de los peces, lo de los niños en probeta las hace bostezar, los ejércitos gloriosos les parecen miserables, odian los aforismos y el derramamiento, son geómetras y en las orejas llevan aros de platino, viven del ocio sagrado.
En cuanto a la imaginación de las piedras
Gabriela Mistral
Este largo cansancio se hará mayor un día y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir arrastrando su masa por la rosada vía por donde van los hombres, contentos de vivir... Sentirás que a tu lado cavan briosamente, que otra dormida llega a la quieta ciudad. Esperaré que me hayan cubierto totalmente... ¡y después hablaremos por una eternidad! Sólo entonces sabrás el por qué, no madura para las hondas huesas tu carne todavía, tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir. Se hará luz en la zona de los sinos, oscura: sabrás que en nuestra alianza signo de astros había y, roto el pacto enorme, tenías que morir...
Este largo cansancio
Pablo Neruda
AY la mentira que vivimos fue el pan nuestro de cada día. Señores del siglo veintiuno, es necesario que se sepa lo que nosotros no supimos, que se vea el contra y el por, porque no lo vimos nosotros, y que no coma nadie más el alimento mentiroso que en nuestro tiempo nos nutría. Fue el siglo comunicativo de las incomunicaciones: los cables debajo del mar fueron a veces verdaderos cuando la mentira llegó a tener mayor latitud y longitudes que el océano: los lenguajes se acostumbraron a aderezar el disimulo, a sugerir las amenazas, y las largas lenguas del cable enrollaron como serpientes el mentidero colosal hasta que todos compartimos la batalla de la mentira y después de mentir corriendo salimos mintiendo a matar, llegamos mintiendo a morir. Mentíamos con los amigos en la tristeza o el silencio y el enemigo nos mintió con la boca llena de odio. Fue la edad fría de la guerra. La edad tranquila del odio. Una bomba de cuando en cuando quemaba el alma de Viet Nam. Y Dios metido en su escondite acechaba como una araña a los remotos provincianos que con soñolienta pasión caían en el adulterio.
Sepan lo sepan lo sepan
Jaime Sabines
Todos te desean pero ninguno te ama. Nadie puede quererte, serpiente, porque no tienes amor, porque estás seca como la paja seca y no das fruto. Tienes el alma como la piel de los viejos. Resígnate. No puedes hacer más sino encender las manos de los hombres y seducirlos con las promesas de tu cuerpo. Alégrate. En esa profesión del deseo nadie como tú para simular inocencia y para hechizar con tus ojos inmensos.
Casida de la tentadora
Francisco Álvarez
Quisiera ser tu propio pensamiento, la inseparable sombra que te siga si no ya como amante, como amiga, en sol, en luna, en luz de apartamento. Quisiera ser el vaho de tu aliento, la inquietud afectiva que te intriga, de tu edificio columnata y viga, de tus heridas oloroso ungüento. Tanto quiero ser tuya, hacerte mío, que dejaré mi espíritu vacío para que lo satures de tu esencia. Remolca mi silueta en tu sendero, sombra adherida a tu vagar ligero, y absórbeme en tu piel y en tu existencia.
En ti
Pablo Neruda
Aunque los pasos toquen mil años este sitio, no borrarán la sangre de los que aquí cayeron. Y no se extinguirá la hora en que caísteis, aunque miles de voces crucen este silencio. La lluvia empapará las piedras de la plaza, pero no apagará vuestros nombres de fuego. Mil noches caerán con sus alas oscuras, sin destruir el día que esperan estos muertos. El día que esperamos a lo largo del mundo tantos hombres, el día final del sufrimiento. Un día de justicia conquistada en la lucha, y vosotros, hermanos caídos, en silencio, estaréis con nosotros en ese vasto día de la lucha final, en ese día inmenso.
Siempre
Infantiles
La pata desplumada, cua, cua, cua, como es patosa, cua, cua, cua, ha metido la pata, cua, cua, cua, en una poza. -¡Grua!, ¡grua!, ¡grua! En la poza había un Cerdito vivito y guarreando, con el barro de la poza, el cerdito jugando. El cerdito le dijo: -Saca la pata, pata hermosa. Y la pata patera le dio una rosa. Por la granja pasean comiendo higos. ¡El cerdito y la pata se han hecho amigos!
La pata mete la pata
Antonio Fernández Lera
Muevo los brazos en el aire frío como un cuerpo de paja pintarrajeado Prendedme fuego Muevo los labios Vosotros Eh Vosotros Prendedme fuego Pero no se oye Vosotros Eh Vosotros Prendedme fuego Pero no se oye Muevo los brazos Y me dejo llevar por la furia del viento que arrastra tierra y hojarasca Muevo los brazos El agua de los ríos desaparece Los gorriones picotean mis manos La lluvia moja mis huesos La muerte duerme a mis pies Prendedme fuego
El perro de la muerte
César Vallejo
La noche es una copa de mal. Un silbo agudo del guardia la atraviesa, cual vibrante alfiler. Oye, tú, mujerzuela, ¿cómo, si ya te fuiste, la onda aún es negra y me hace aún arder? La tierra tiene bordes de féretro en la sombra. Oye, tú, mujerzuela, no vayas a volver. Mi carne nada, nada en la copa de sombra que me hace aún doler; mi carne nada en ella como en un pantanoso corazón de mujer. Ascua astral... He sentido secos roces de arcilla sobre mi loto diáfano caer. ¡Ah, mujer! Por ti existe la carne hecha de instinto. ¡Ah, mujer! Por eso ¡oh negro cáliz! aun cuando ya te fuiste, me ahogo con el polvo ¡y piafan en mis carnes más ganas de beber!
La copa negra
Miguel de Unamuno
Rosa de nube de carne Ofelia de Dinamarca, tu mirada, sueñe o duerma, es de Esfinge la mirada. En el azul del abismo de tus niñas - todo o nada, ?ser o no ser?-, ¿es espuma o poso de vida tu alma? No te vayas monja, espérame cantando viejas baladas, suéñame mientras te sueño, brízame la hora que falta. Y si los sueños se esfuman - ?el resto es silencio? -, almohada hazme de tus muslos, virgen.
Ofelia de dinamarca
Federico García Lorca
El río Guadalquivir va entre naranjos y olivos. Los dos ríos de Granada bajan de la nieve al trigo. ¡Ay, amor que se fue y no vino! El río Guadalquivir tiene las barbas granates. Los dos ríos de Granada uno llanto y otro sangre. ¡Ay, amor que se fue por el aire! Para los barcos de vela, Sevilla tiene un camino; por el agua de Granada sólo reman los suspiros. ¡Ay, amor que se fue y no vino! Guadalquivir, alta torre y viento en los naranjales. Dauro y Genil, torrecillas muertas sobre los estanques, ¡Ay, amor que se fue por el aire! ¡Quién dirá que el agua lleva un fuego fatuo de gritos! ¡Ay, amor que se fue y no vino! Lleva azahar, lleva olivas, Andalucía, a tus mares. ¡Ay, amor que se fue por el aire!
Baladilla de los tres ríos
Pedro Salinas
Hoy son las manos la memoria. El alma no se acuerda, está dolida de tanto recordar. Pero en las manos queda el recuerdo de lo que han tenido. Recuerdo de una piedra que hubo junto a un arroyo y que cogimos distraídamente sin darnos cuenta de nuestra ventura. Pero su peso áspero, sentir nos hace que por fin cogimos el fruto más hermoso de los tiempos. A tiempo sabe el peso de una piedra entre las manos. En una piedra está la paciencia del mundo, madurada despacio. Incalculable suma de días y de noches, sol y agua la que costó esta forma torpe y dura que acariciar no sabe y acompaña tan sólo con su peso, oscuramente. Se estuvo siempre quieta, sin buscar, encerrada, en una voluntad densa y constante de no volar como la mariposa, de no ser bella, como el lirio, para salvar de envidias su pureza. ¡Cuántos esbeltos lirios, cuántas gráciles libélulas se han muerto, allí, a su lado por correr tanto hacia la primavera! Ella supo esperar sin pedir nada más que la eternidad de su ser puro. Por renunciar al pétalo, y al vuelo, está viva y me enseña que un amor debe estarse quizá quieto, muy quieto, soltar las falsas alas de la prisa, y derrotar así su propia muerte. También recuerdan ellas, mis manos, haber tenido una cabeza amada entre sus palmas. Nada más misterioso en este mundo. Los dedos reconocen los cabellos lentamente, uno a uno, como hojas de calendario: son recuerdos de otros tantos, también innumerables días felices dóciles al amor que los revive. Pero al palpar la forma inexorable que detrás de la carne nos resiste las palmas ya se quedan ciegas. No son caricias, no, lo que repiten pasando y repasando sobre el hueso: son preguntas sin fin, son infinitas angustias hechas tactos ardorosos. Y nada les contesta: una sospecha de que todo se escapa y se nos huye cuando entre nuestras manos lo oprimimos nos sube del calor de aquella frente. La cabeza se entrega. ¿Es la entrega absoluta? El peso en nuestras manos lo insinúa, los dedos se lo creen, y quieren convencerse: palpan, palpan. Pero una voz oscura tras la frente, —¿nuestra frente o la suya?— nos dice que el misterio más lejano, porque está allí tan cerca, no se toca con la carne mortal con que buscamos allí, en la punta de los dedos, la presencia invisible. Teniendo una cabeza así cogida nada se sabe, nada, sino que está el futuro decidiendo o nuestra vida o nuestra muerte tras esas pobres manos engañadas por la hermosura de lo que sostienen. Entre unas manos ciegas que no pueden saber. Cuya fe única está en ser buenas, en hacer caricias sin casarse, por ver si así se ganan cuando ya la cabeza amada vuelva a vivir otra vez sobre sus hombros, y parezca que nada les queda entre las palmas, el triunfo de no estar nunca vacías.
La memoria en las manos
Julio Flórez Roa
¿Ves ese roble que abatir no pudo ayer el huracán que asoló el monte y que finge en el monte un alto y rudo centinela que mira el horizonte? El rayo apenas lo agrietó; sereno sobre su vieja alfombra de hojarasca se yergue aún como retando al trueno que la furia azuzó de la borrasca. Se tú como ese roble: que la herida que abra en tu pecho el dardo de la suerte sin causarte escozor sane enseguida. Labora y triunfa como sano y fuerte para que el lauro que te da la vida flote sobre el remanso de la muerte.
A mi hijo, león julio
Mario Benedetti
Qual è l'incarnato dell`onda? Valerio Magrelli ¿Qué es en definitiva el mar? ¿por qué seduce? ¿por qué tienta? suele invadirnos como un dogma y nos obliga a ser orilla nadar es una forma de abrazarlo de pedirle otra vez revelaciones pero los golpes de agua no son magia hay olas tenebrosas que anegan la osadía y neblinas que todo lo confunden el mar es una alianza o un sarcófago del infinito trae mensajes ilegibles y estampas ignoradas del abismo trasmite a veces una turbadora tensa y elemental melancolía el mar no se avergüenza de sus náufragos carece totalmente de conciencia y sin embargo atrae tienta llama lame los territorios del suicida y cuenta historias de final oscuro ¿qué es en definitiva el mar? ¿Por qué fascina? ¿por qué tienta? es menos que un azar / una zozobra / un argumento contra dios / seduce por ser tan extranjero y tan nosotros tan hecho a la medida de nuestra sinrazón y nuestro olvido es probable que nunca haya respuesta pero igual seguiremos preguntando ¿qué es por ventura el mar? ¿por qué fascina el mar? ¿qué significa ese enigma que queda más acá y más allá del horizonte?
El mar
Amado Nervo
Yo ya me despedía.... y palpitante cerca mi labio de tus labios rojos, «Hasta mañana», susurraste; yo te miré a los ojos un instante y tú cerraste sin pensar los ojos y te di el primer beso: alcé la frente iluminado por mi dicha cierta. Salí a la calle alborozadamente mientras tu te asomabas a la puerta mirándome encendida y sonriente. Volví la cara en dulce arrobamiento, y sin dejarte de mirar siquiera, salté a un tranvía en raudo movimiento; y me quedé mirándote un momento y sonriendo con el alma entera, y aún más te sonreí... Y en el tranvía a un ansioso, sarcástico y curioso, que nos miró a los dos con ironía, le dije poniéndome dichoso: -«Perdóneme, Señor esta alegría.»
El primer beso
Francisco de Medrano
A LAS RUINAS DE ITÁLICA, QUE AHORAN LLAMAN SEVILLA LA VIEJA, JUNTO DE LAS QUALES ESTÁ SU EREDAMIENTO MIRARBUENO Estos de pan llevar campos ahora, fueron un tiempo Itálica. Este llano fue templo. Aquí a Teodosio, allí a Trajano puso estatuas su patria vençedora. En este çerco fueron Lamia y Flora llama y admiraçión deel vulgo vano; en este cerco el luchador profano deel aplauso esperó la voz sonora. ¡Cómo feneçió todo, ay!; mas erguidas, a pesar de fortuna y tiempo, vemos estas y aquellas piedras combatidas. Pues si vencen la edad y los estremos deel mal, piedras calladas y sufridas, suframos, Amarilis, y callemos.
Soneto xxvi
María Eugenia Caseiro
Mirar desde la altura de un padrenuestro las azoteas envueltas en la niebla, los amores furtivos, las peleas de vecinos y las cabezas de los paseantes, es un oficio que se pierde en los balcones de las viejas usureras y escurridizas como lentejas en días de hambre. No hay nada como ir en pos de la puerta deseada sobre los pies desarmados de cadenas, libres de pisar las colonias de hormigas que acampan y duermen debajo de los árboles; caminar sin tiempo y sin penitencias para dejar en la tierra, al menos una leve huella de pisadas.
Un nuevo oficio
Luis de Góngora
Esta en forma elegante, oh peregrino, De pórfido luciente dura llave El pincel niega al mundo más süave, Que dio espíritu a leño, vida a lino. Su nombre, aun de mayor aliento dino Que en los clarines de la Fama cabe, El campo ilustra de ese mármol grave. Venérale, y prosigue tu camino. Yace el Griego. Heredó Naturaleza Arte, y el Arte, estudio; Iris, colores; Febo, luces —si no sombras, Morfeo.— Tanta urna, a pesar de su dureza, Lágrimas beba y cuantos suda olores Corteza funeral de árbol sabeo.
Inscripción para el sepulcro de domínico greco
Francisco de Quevedo
Lo que me quita en fuego, me da en nieve La mano que tus ojos me recata; Y no es menos rigor con el que mata, Ni menos llamas su blancura mueve. La vista frescos los incendios bebe, Y volcán por las venas los dilata; Con miedo atento a la blancura trata El pecho amante, que la siente aleve. Si de tus ojos el ardor tirano Le pasas por tu mano por templarle, Es gran piedad del corazón humano; Mas no de ti, que puede al ocultarle, Pues es de nieve, derretir tu mano, Si ya tu mano no pretende helarle.
A aminta, que se cubrió los ojos con la mano
Luis de Góngora
Sacro pastor de pueblos, que en florida Edad, pastor, gobiernas tu ganado, Más con el silbo que con el cayado Y más que con el silbo con la vida; Canten otros tu casa esclarecida, Mas tu Palacio, con razón sagrado, Cante Apolo de rayos coronado, No humilde Musa de laurel ceñida. Tienda es gloriosa, donde en lechos de oro Victorïosos duermen los soldados Que ya despertarán a triunfo y palmas; Milagroso sepulcro, mudo coro De muertos vivos, de ángeles callados, Cielo de cuerpos, vestuario de almas.
A don sancho dávila
Ángeles Carbajal
Hoy de nuevo he buscado la mesa de un café para leer, para escribir este poema, para no entender lo que no entiendo, para imaginarte como tantas veces, en la penumbra de las horas lentas, entre las páginas de un libro y otro libro, paseando bajo la lluvia, en los museos de Viena, de París, de Roma... en el amarillo toscana de una pared de la Toscana, en el prau carballalu una tarde de yerba y de tormenta, en las noches azules de lavanda, una mañana de campanas en la abadía de Melk, en las clases de francés, quels étaient son nom, sa demeure, sa vie, son passé, il souhaitait connaitre les meubles de sa chambre, toutes les robes qu'elle avait portées, delante de un gran cuadro de Marc Rothko, en Monteverdi y en Beethoven, en los horizontes cercanos del invierno, y dondequiera que mis ojos se posaran era siempre el mismo mi deseo: tus manos cerca, tu voz, volver a casa y que estuvieras tú.
Lope de Vega
Sulca del mar de Amor las rubias ondas, barco de Barcelona, y por los bellos lazos navega altivo, aunque por ellos tal vez te muestres y tal vez te escondas. Ya no flechas, Amor, doradas ondas teje de sus espléndidos cabellos; tú con los dientes no le quites dellos para que a tanta dicha correspondas. Desenvuelve los rizos con decoro, los paralelos de mi sol desata, boj o colmillo de elefante moro; y en tanto que esparcidos los dilata, forma por la madeja sendas de oro antes que el tiempo los convierta en plata.
A un peine que no sabía el poeta
Andrés Bello
¿Qué son las fuentes en que el oro brilla, y el mármol de colores, a par del Nilo, y de esta verde orilla esmaltada de flores? No es tan grato el incienso que consume en el altar la llama, como entre los aromos el perfume que el céfiro derrama. Ni en el festín real me gozo tanto, como en oír la orquesta alada, que, esparciendo dulce canto, anima la floresta. ¿Véis cuál se pinta en la corriente clara el puro azul del cielo? El cinto desatadme, y la tïara, y el importuno velo. ¿Véis en aquel remanso trasparente zabullirse la garza? Las ropas deponed; y al blando ambiente, el cabello se esparza.
A moisés
Melchor de Palau
A mi profesor el distinguido ingeniero ROGELIO DE INCHAURRANDIETA ODA Ábreme, Tierra, las profundas hojas que muestran de tu vida los afanes, y, nuevamente, las antorchas rojas enciende de tus hórridos volcanes; que, a su luz, quiero recorrer tu historia, cantar tus hechos, ensalzar tu gloria. ¡Cuántos siglos y siglos han pasado en que sólo la bárbara codicia abrió tu seno, de metal preñado! ¡Cuántos siglos, de un polo al otro polo, indiferente el hombre, pedestal suyo te creyó tan sólo! Bien comprendo la pena que sufriste cuando a los sabios viste rasgar el velo azul del firmamento, astros y soles reducir a cuento, y, desprendidos de tus dulces brazos, de otros planetas estudiar los lazos, y perseguir el vago movimiento. Doliote ver a tus ansiosos hijos en otros mundos los anhelos fijos; pero tú, como madre cariñosa, perdonaste su amante desvarío, y, llorando a tus solas su desvío, hacinabas prudente y afanosa preciosos materiales para el día en que viera la luz la Geología: y aquel día llegó; por fin el sabio bajó hacia el suelo los alzados ojos, reemplazó la piqueta al astrolabio, y removió tus fósiles despojos. Y él, que del primer libro buscara ansioso la edición primera, miró impresas con hondos caracteres las formas primitivas de los seres que a Dios plugo lanzar a nuestra esfera. Con sorpresas crecientes, a la luz de la Ciencia, en sobrepuestas losas funerarias, descubrió la existencia de ya perdidas razas embrionarias, y de razas que aún están presentes: vio en tus hondas heridas el paso de unas vidas a otras vidas, y te abarcó en conjunto, desde el sublime punto en que Dios te llamó con voz de trueno, y el caos arrojote de su seno. Lloraste ya al nacer, ¡quién no ha llorado! tus lágrimas copiosas desprendidas el monte abandonaron por el llano. en los cóncavos senos recogidas, rellenaron el férvido Oceano: flotó en la nada tu gigante cuna, la gravedad colgote en el espacio, pabellones de nácar y topacio te dio el Sol en las gasas de sus nieblas, y, rasgando las lóbregas tinieblas, para tus noches encendió la luna. La materia candente se enfrió de las aguas al contacto, como el dolor que siente del llanto amigo silencioso tacto; formada la película primera sintió del fuego el ardoroso brío, y a ondular comenzó, de igual manera que las mieses ondulan en estío; pero vencido y encerrado luego por nuevas capas el hirviente fuego, desahogó su furor lanzando al alto columnas mil de lava y de basalto. Como sencilla virgen ruborosa, al vislumbrar el sol entre celajes, con florecientes y verdosos trajes cubrió su desnudez la tierra hermosa; y, mientras las erráticas estrellas la ley fijaban de sus claras huellas, arrebatando al iris los colores, pintó la Flora sus primeras flores: la Fauna apareció; vida rastrera tuvieron los primeros moradores, que terminó en el cieno; el aire impuro, irrespirable era, y nunca vieron el azul sereno: no bastó de las conchas la defensa de los arrastres a evitar la ofensa; y en pétreas fosas yacen, que ni al golpe del hierro se deshacen; el sabio, al ascender de prole en prole, dic con la de hulla portentosa mole, profeta de la industria de estos días, y, al vislumbrar plausibles armonías entre aquel mineral y nuestra fragua, y estudiar de su enlace la potencia, bendijo a la divina Providencia que, antes de darnos sed, dionos el agua. En oscuras cavernas hacinados animales halló tan asombrosos, que, aunque muertos están y destrozados, ponen miedo en los pechos animosos: aves que al sol lucieron sendas galas, que, en rastreante vuelo, recorrían el suelo, y que de piedra tienen hoy las alas: sepultos en el lodo, los escualos y saurios devorantes, los mamutes gigantes, que de rehacer la Ciencia encuentra modo; razas que un día el orbe dominaron, y, por fortuna, a no volver pasaron: tan sólo allá en las márgenes del Nilo, recuerdo vivo, asoma el cocodrilo. Cual madre cariñosa que, presintiendo de otro ser la vida, apercibe afanosa cuanto al reposo y al placer convida; así, Naturaleza con diligente mano, ya la morada a preparar empieza para el huésped cercano; apaga los volcanes cuya luz le ofendiera; de los raudos inquietos huracanes amengua la carrera; y, en sus antros ignotos, encierra los terribles terremotos. Con valladar de arena, del mar soberbio la pujanza enfrena; cuelga del árbol el añal tributo de su sabroso fruto; con incienso de flores embalsama las brisas regaladas, pajarillos cantores pululan por las verdes enramadas y, templando el ardor del seco estío, llueve sobre las hojas el rocío. En la espaciosa frente la clara inteligencia por diadema, feliz y sonriente, del quebrajado seno de la ancha esfera en la tardía calma, brotó de vida lleno un cuerpo hermoso atesorando un alma; y en sus ojos rayó la luz primera que iluminara al mundo, contemplando con éxtasis fecundo gentil cuanto amorosa compañera. Las capas del plioceno diéronle debatida sepultura que acorde no está el sabio en si es figura humana la que encierra aquel terreno, Bien presto por la mísera existencia comenzó el hombre la batalla ruda, que aumenta con los siglos en vehemencia, de lo futuro ante la negra duda; que hállanse, en formas raras, hachas labradas por sus propias manos, pregonando á las claras que, nacidos á un tiempo, el trabajo y el hombre son hermanos. De entonces, sin notable sacudida paso á paso siguió lenta la vida; tan sólo un día, de recuerdo triste, que en erráticos bloques está escrito, para lavar el mundo de un delito, Dios rompió el freno que á la mar resiste. Las aguas se cernieron sobre el monte, y, al arrastrar con ímpetu salvaje, para que más á su Hacedor no afronte, casi en conjunto el humanal linaje, ¡ tanta hez en su curso recogieron, que amargas á sus Senos se volvien Mas ya todo acabó; con nuevo brío retoñó el árbol áa cercén cortado, volvió a hacer nido el pajarillo alado, volvió a su cauce el abundoso río, y, del sol a la luz y de la luna, volvió el mar a mecerse en su ancha cuna. Geología esplendente, peana de la historia que en ti fija la planta prepotente, y recibe de ti blasón y gloria; tu luz es la tan pura que presidió del mundo el nacimiento, y, en las ondas del viento, dic un ósculo a su virgen hermosura. Tuyo es el sacro fuego que mantienen incógnitas Vestales de la tierra en el centro, sin sosiego. Ciencia nacida ayer, ya eres gigante; para a tu arbitrio manejar la tierra, y remover cuanto su fondo encierra, heredaste los músculos de Atlante. Hasta en Nerón el hombre has convertido; pues, rasgando los senos de su madre, sus entrañas has hecho que taladre para ver el lugar donde ha nacido. Tú miras otras ciencias de estos días como al sol del saber raudas se elevan, mas de improviso caen, porque llevan alas de cera, débiles teorías. Tú buscas en la muerte caminos de verdad, y de esta suerte, con firme planta, subes por escalas de piedra, hasta las nubes. Colección tienes ordenada y rica de fósiles y huellas naturales, (medallas que ninguno falsifica), tus teorías son fijas e inmortales, que en mármoles se basan y en granitos; tus antiguos anales por el dedo de Dios están escritos
A la geología
cristianos
(Zaida C. de Ramón)JESUS dice en su Palabra un dicho muy acertado: "Yo soy el Pan de la vida, cree en mí y serás saciado." Como fuente de agua viva que siempre estará saltando es el agua que Yo doy, " Pruébala, te la estoy dando" Si tienes sed, ven y bebe, dijo JESUS dando un paso Si crees en mi Palabra nunca vivirás frustrado. ¿Sabes lo que necesitas para que vivas triunfando? Es un grano de mostaza, es la FE, mi Pueblo amado. Si tú sabes que te amo, que siempre estoy a tu lado Si lo que tenía que hacer lo hice hace 2000 años. Derramé toda mi sangre en la cruz, en el Calvario para que tuvieras paz y fueras justificado. ¿Por qué entonces te lamentas? ¿Por qué te sientes cargado? ¿Por qué no ensalzas mi Nombre en vez de estarte quejando? Mantén tus ojos en mí y la FE te estaré dando y verás que con paciencia podrás seguir caminando. Háblale a todos de mí, testifica a los no salvos Da por gracia a los demás lo que por gracia te he dado. Entonces tú tendrás gozo, siempre estarás preparado para aquel grandioso día en que yo vendré a buscarlos. Por eso gózate en mí; gusta de mí, Pueblo amado, Deléitate en mi Palabra y confiesa que has triunfado.
Has triunfado (zaida c. De ramón)
Pablo Neruda
DE tantos hombres que soy, que somos, no puedo encontrar a ninguno: se me pierden bajo la ropa, se fueron a otra ciudad. Cuando todo está preparado para mostrarme inteligente el tonto que llevo escondido se toma la palabra en mi boca. Otras veces me duermo en medio de la sociedad distinguida y cuando busco en mí al valiente, un cobarde que no conozco corre a tomar con mi esqueleto mil deliciosas precauciones. Cuando arde una casa estimada en vez del bombero que llamo se precipita el incendiario y ése soy yo. No tengo arreglo. Qué debo hacer para escogerme? Cómo puedo rehabilitarme? Todos los libros que leo celebran héroes refulgentes siempre seguros de sí mismos: me muero de envidia por ellos, en los filmes de vientos y balas me quedo envidiando al jinete, me quedo admirando al caballo. Pero cuando pido al intrépido me sale el viejo perezoso, y así yo no sé quién soy, no sé cuántos soy o seremos. Me gustaría tocar un timbre y sacar el mí verdadero porque si yo me necesito no debo desaparecerme. Mientras escribo estoy ausente y cuando vuelvo ya he partido: voy a ver si a las otras gentes les pasa lo que a mí me pasa, si son tantos como soy yo, si se parecen a sí mismos y cuando lo haya averiguado voy a aprender tan bien las cosas que para explicar mis problemas les hablaré de geografía.
Muchos somos
Genaro Ortega Gutiérrez
Pocas cosas más elocuentes que los silencios de las gárgolas, cuando las noticias meteorológicas confirman una tendencia imparable de fatuos relámpagos, si flamean las rodillas y la lengua demanda peces, pues no es extraño que sean otros labios cercanos quienes cultiven la semilla robada a la noche, su madurez preinstalada como voz que rebota por dentro -aún lectora tardía-, y sale al paso del trueno o crece en elasticidad. El ojo de la aguja. La mirada de la aguja. Los belfos del viento por las arcadas.
Azul en el ombligo
Federico García Lorca
Con todo el yeso de los malos campos eras junco de amor, jazmín mojado. Con sur y llama de los malos cielos eras rumor de nieve por mi pecho. Cielos y campos anudaban cadenas en mis manos. Campos y cielos azotaban las llagas de mi cuerpo.
Gacela del amor maravilloso
Blas de Otero
Un mundo como un árbol desgajado. Una generación desarraigada. Unos hombres sin más destino que apuntalar las ruinas. Romper el mar en el mar, como un himen inmenso, mecen los árboles el silencio verde, las estrellas crepitan, yo las oigo. Sólo el hombre está solo. Es que se sabe vivo y mortal. Es que se siente huir —ese río del tiempo hacia la muerte—. Es que quiere quedar. Seguir siguiendo, subir, a contramuerte, hasta lo eterno. Le da miedo mirar. Cierra los ojos para dormir el sueño de los vivos. Pero la muerte, desde dentro, ve. Pero la muerte, desde dentro, vela. Pero la muerte, desde dentro, mata. ...El mar —la mar—, como un himen inmenso, los árboles moviendo el verde aire, la nieve en llamas de la luz en vilo...
La tierra
Rafael de León
Hubiera podido ser hermoso como un jacinto con tus ojos y tu boca y tu piel color de trigo, pero con un corazón grande y loco como el mío. Hubiera podido ir, las tardes de los domingos, de mi mano y de la tuya, con su traje de marino, luciendo un ancla en el brazo y en la gorra un nombre antiguo. Hubiera salido a ti en lo dulce y en lo vivo, en lo abierto de la risa y en lo claro del instinto, y a mí... tal vez que saliera en lo triste y en lo lírico, y en esta torpe manera de verlo todo distinto. ¡Ay, qué cuarto con juguetes, amor, hubiera tenido! Tres caballos, dos espadas, un carro verde de pino, un tren con cuatro estaciones, un barco, un pájaro, un nido, y cien soldados de plomo, de plata y oro vestidos. ¡Ay, qué cuarto con juguetes, amor, hubiera tenido! ¿Te acuerdas de aquella tarde, bajo el verde de los pinos, que me dijiste: —¡Qué gloria cuando tengamos un hijo! ? Y temblaba tu cintura como un palomo cautivo, y nueve lunas de sombra brillaban en tu delirio. Yo te escuchaba, distante, entre mis versos perdido, pero sentí por la espalda correr un escalofrío... Y repetí como un eco: «¡Cuando tengamos un hijo!...» Tú, entre sueños, ya cantabas nanas de sierra y tomillo, e ibas lavando pañales por las orillas de un río. Yo, arquitecto de ilusiones levantaba un equilibrio una torre de esperanzas con un balcón de suspiros. ¡Ay, qué gloria, amor, qué gloria cuando tengamos un hijo! En tu cómoda de cedro nuestro ajuar se quedó frío, entre azucena y manzana, entre romero y membrillo. ¡Qué pálidos los encajes, qué sin gracia los vestidos, qué sin olor los pañuelos y qué sin sangre el cariño! Tu velo blanco de novia, por tu olvido y por mi olvido, fue un camino de Santiago, doloroso y amarillo. Tú te has casado con otro, yo con otra hice lo mismo; juramentos y palabras están secos y marchitos en un antiguo almanaque sin sábados ni domingos. Ahora bajas al paseo, rodeada de tus hijos, dando el brazo a... la levita que se pone tu marido. Te llaman doña Manuela, llevas guantes y abanico, y tres papadas te cortan en la garganta el suspiro. Nos saludamos de lejos, como dos desconocidos; tu marido sube y baja la chistera; yo me inclino, y tú sonríes sin gana, de un modo triste y ridículo. Pero yo no me doy cuenta de que hemos envejecido, porque te sigo queriendo igual o más que al principio. Y te veo como entonces, con tu cintura de lirio, un jazmín entre los dientes, de color como el del trigo y aquella voz que decía: «¡Cuando tengamos un hijo!...» Y en esas tardes de lluvia, cuando mueves los bolillos, y yo paso por tu calle con mi pena y con mi libro dices, temblando, entre dientes, arropada en los visillos: «¡Ay, si yo con ese hombre hubiera tenido un hijo!...»
Romance de aquel hijo que no tuve contigo