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Vicente Aleixandre
¿Qué firme arquitectura se levanta del paisaje, si urgente de belleza, ordenada, y penetra en la certeza del aire, sin furor y la suplanta? Las líneas graves van. Mas de su planta brota la curva, comba su justeza en la cima, y respeta la corteza intacta, cárcel para pompa tanta. El alto cielo luces meditadas reparte en ritmos de ponientes cultos, que sumos logran su mandato recto. Sus matices sin iris las moradas del aire rinden al vibrar, ocultos, y el acorde total clama perfecto.
A don luis de góngora
Hilario Barrero
Al final de la tarde, después de un día oscuro su piel acartonada en los tejados, lluvia de madrugada y un viento suave de tiza humedecido, por un instante breve, nace una luz cansada que bautiza de fiesta a las fachadas. Me acerco a la ventana y el paisaje nombrado tantas veces me enmarca un lienzo nuevo, mientras la luz perfuma tus temblores. Al inclinarme lento a descifrar la piedra iluminada de tu valle, el tiempo me recibe con sus montes cerrados, convirtiendo mis labios en torpes espejismos donde el deseo muerde su enigma más helado. Y escuchando el sonido del incendio de nuestro antiguo fuego, confundido por códigos y signos que son indescifrables, me hundo en la ceniza de tu almohada, a que llegue la noche y me condene desnudo entre la piel de tu paisaje.
Piedra
Juan Ramón Jiménez
Contra el cielo inespresable, el álamo, ya amarillo, instala la alta belleza de su éstasis vespertino. La luz se recoje en él como en el nido tranquilo de su eternidad. Y el álamo termina bien en sí mismo.
La copa final
Alfredo Lavergne
En este deicidio Animalista Analítico Cientifista De pueblos sin moral porque no tuvieron esperanza O porque la ilusión fue una ofrenda Y el sacrificio pan de cada misterio. Al Homo erectus Al Homo habilis Al Homo sapiens Al Homo cum industria En todas sus frentes En todos sus frentes Le balbució y aún le tartalea la inteligencia. Yo Aterrizo En ese sentido Piso La losa del aeropuerto y al calificativo vanguardista.
Progreso
León Felipe
Siempre habrá nieve altanera que vista el monte de armiño y agua humilde que trabaje en la presa del molino. Y siempre habrá un sol también —un sol verdugo y amigo— que trueque en llanto la nieve y en nube el agua del río.
Revolución
Pablo Neruda
20 poemas de amor y una canción desesperada Te recuerdo como eras en el último otoño. Eras la boina gris y el corazón en calma. En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo. Y las hojas caían en el agua de tu alma. Apegada a mis brazos como una enredadera, las hojas recogían tu voz lenta y en calma. Hoguera de estupor en que mi sed ardía. Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma. Siento viajar tus ojos y es distante el otoño: boina gris, voz de pájaro y corazón de casa hacia donde emigraban mis profundos anhelos y caían mis besos alegres como brasas. Cielo desde un navío. Campo desde los cerros. Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma! Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos. Hojas secas de otoño giraban en tu alma.
20 poemas de amor y una canción desesperadapoema 6
Gerardo Diego
Azor, Calatañazor, juguete. Tu puerta, ojiva menor, es tan estrecha, que no entra un moro, jinete, y a pie no cabe una flecha. Descabalga, Almanzor. Huye presto. Por la barranca brava, ay, y cómo rodaba, juguete, el atambor.
Calatañazor
Luis de Góngora
Los rayos le cuenta al Sol Con un peine de marfil La bella Jacinta un día Que por mi dicha la vi En la verde orilla De Guadalquivir. La mano oscurece al peine; Mas qué mucho, si el abril La vio oscurecer los lilios Que blancos suelen salir En la verde orilla De Guadalquivir. Los pájaros la saludan, Porque piensa (y es así) Que el Sol que sale en oriente Vuelve otra vez a salir En la verde orilla De Guadalquivir. Por sólo un cabello el Sol De sus rayos diera mil, Solicitando invidioso El que se quedaba allí En la verde orilla De Guadalquivir.
En la verde orilla
Ricardo Dávila Díaz Flores
Antes que los astronautas, los poetas llegaron a la luna.
Aclaración científica
Pablo Neruda
Amor, hagamos cuentas. A mi edad no es posible engañar o engañarnos. Fui ladrón de caminos, tal vez, no me arrepiento. Un minuto profundo, una magnolia rota por mis dientes y la luz de la luna celestina. Muy bien, pero, el balance? La soledad mantuvo su red entretejida de fríos jazmineros y entonces la que llegó a mis brazos fue la reina rosada de las islas. Amor, con una gota, aunque caiga durante toda y toda la nocturna primavera no se forma el océano y me quedé desnudo, solitario, esperando. Pero, he aquí que aquella que pasó por mis brazos como una ola aquella que sólo fue un sabor de fruta vespertina, de pronto parpadeó como estrella, ardió como paloma y la encontré en mi piel desenlazándose como la cabellera de una hoguera. Amor, desde aquel día todo fue más sencillo. Obedecí las órdenes que mi olvidado corazón me daba y apreté su cintura y reclamé su boca con todo el poderío de mis besos, como un rey que arrebata con un ejército desesperado una pequeña torre donde crece la azucena salvaje de su infancia. Por eso, Amor, yo creo que enmarañado y duro puede ser tu camino, pero que vuelves de tu cacería y cuando enciendes otra vez el fuego, como el pan en la mesa, así, con sencillez, debe estar lo que amamos. Amor, eso me diste. Cuando por vez primera ella llegó a mis brazos pasó como las aguas en una despeñada primavera. Hoy la recojo. Son angostas mis manos pequeñas las cuencas de mis ojos para que ellas reciban su tesoro, la cascada de interminable luz, el hilo de oro, el pan de su fragancia que son sencillamente, Amor, mi vida.
Oda al amor
Jordi Doce
Alto día, en el flujo despacioso del aire, en el claro erigido por el baile de aceros de la luz, en la rama cuya huraña negrura fija la piel del agua, fija la red del tiempo. El puente nos afinca entre riberas yermas. Salto petrificado, revuelan en sus arcos vencejos impacientes, el negro de los grajos: hilanderos sin hilo en el telar del mundo. Bajo el pretil las aguas discurren obedientes. Orillan los sentidos, la tierra del decir, cuando decir no importa, al pairo en el instante, desnudos de los nombres que yerran lo nombrado. Crece el día. Y arriba, fábula indescifrable, extrema su dominio la claridad que somos.
En grandpoint
Mario Benedetti
Cada vez que nos dan clases de amnesia como si nunca hubieran existido los combustibles ojos del alma o los labios de la pena huérfana cada vez que nos dan clases de amnesia y nos conminan a borrar la ebriedad del sufrimiento me convenzo de que mi región no es la farándula de otros en mi región hay calvarios de ausencia muñones de porvenir/arrabales de duelo pero también candores de mosqueta pianos que arrancan lágrimas cadáveres que miran aún desde sus huertos nostalgias inmóviles en un pozo de otoño sentimientos insoportablemente actuales que se niegan a morir allá en lo oscuro el olvido está tan lleno de memoria que a veces no caben las remembranzas y hay que tirar rencores por la borda en el fondo el olvido es un gran simulacro nadie sabe ni puede/ aunque quiera/ olvidar un gran simulacro repleto de fantasmas esos romeros que peregrinaran por el olvido como si fuese El Camino de Santiago el día o la noche en que el olvido estalle salte en pedazos o crepite/ los recuerdos atroces y los de maravilla quebrará los barrotes de fuego arrastrarán por fin la verdad por el mundo y esa verdad será que no hay olvido.
Ese gran simulacro
Jordi Doce
Quien extravió la vida al recrearla con secreta pasión, al hilo de palabras que forjaron, tal vez, su limpio emblema, vuelve a mirarte desde su cansancio, donde la luz evita esas pupilas que un antiguo fulgor encaneció. El premio es la ceguera, el abandono. Creer tocar la luz y que calcine. No la paz satisfecha que pudo confundir en otro tiempo con la sabiduría o su inminencia, cuando saber es la palabra que nombra la derrota del deseo, el temblor de unas manos en el aire.
Viejo poeta
Luis de Góngora
A la que España toda humilde estrado Y su horizonte fue dosel apenas, El Betis esta urna en sus arenas Majestuosamente ha levantado. ¡Oh peligroso, oh lisonjero estado Golfo de escollos, playa de sirenas! Trofeos son del agua mil entenas, Que aun rompidas no sé si se han recordado, La Margarita, pues, luciente gloria Del sol de Austria y la concha de Baviera, Más coronas ceñida que vio años, En polvo ya el clarín final espera: Siempre sonante a aquel cuya memoria Antes peinó que canas desengaños.
Del túmulo que hizo córdoba
Juan de Mena
I Al muy prepotente don Juan el segundo, aquél con quien Júpiter tuvo tal zelo, que tanta de parte le fizo del mundo quanta a sí mesmo se hizo del çielo; al grand rey d'España, al Çésar novelo, al que con Fortuna es bien fortunado, aquél en quien caben virtud e reinado; a él, la rodilla fincada por suelo,
Suprascripçión
Juan Ramón Mansilla
Dos arañas en el lavabo: Dudar un momento. ¿Salvarlas, llevarlas afuera? El viento, la lluvia, la escarcha. Las hormigas, los pájaros. Demasiados peligros. Una difícil supervivencia. Pero entonces, ¿qué hacer entonces? ¿Aplastarlas entre los dedos, abrir el grifo? ¡Claro, abrir el grifo! Bajo el chorro, luchan por salir. Un esfuerzo. Un último esfuerzo. Luego, casi al unísono, ovillan las patas sobre el abdomen. ¿Resignadas? ¿Afirmándose? ¿Muriendo? Como espirales del agua desaparecen por el desagüe. Limpio. Limpio y sencillo. Pequeños crímenes.
Pequeños crímenes
Fa Claes
Tienes que verlo: verde bajo sol, en todos los tonos; detrás, todo un campo de manzanilla en ondas blancas; y ahí dentro, una mancha acre rojo, más rojo, rojísimo, seis veces amapola. Tienes que verlo en Rijmenam: la alameda hacia nuestro campo bajo el sol, después de ella, la casa oculta; y ahí dentro, ella, Añés, el rojo ardiendo entre el rojo vivo de nosotros, cuatro veces amapola bajo sol de cada niño nuestro. Tienes que verlo así: ¡Dios, Dios!, cada uno de nosotros, es todo el planeta Tierra rojo, es amapola roja, es -total seis veces- el sol.
Simbolismo
Mario Benedetti
Las rosas están insoportables en el florero JAIME SABINES Tal vez haya un rigor para encontrarte el corazón de rosa rigurosa ya que hablando en rigor no es poca cosa que tu rigor de rosa no te harte. Rosa que estás aquí o en cualquier parte con tu rigor de pétalos, qué sosa es tu fórmula intacta, tan hermosa que ya es de rigor desprestigiarte. Así que abandonándote en tus ramos o dejándote al borde del camino aplicarte el rigor es lo mejor. Y el rigor no permite que te hagamos liras ni odas cual floreros, sino apenas el soneto de rigor.
El soneto de rigor
Pablo Neruda
Y FUE a esa edad... Llegó la poesía a buscarme. No sé, no sé de dónde salió, de invierno o río. No sé cómo ni cuándo, no, no eran voces, no eran palabras, ni silencio, pero desde una calle me llamaba, desde las ramas de la noche, de pronto entre los otros, entre fuegos violentos o regresando solo, allí estaba sin rostro y me tocaba. Yo no sabía qué decir, mi boca no sabía nombrar, mis ojos eran ciegos, y algo golpeaba en mi alma, fiebre o alas perdidas, y me fui haciendo solo, descifrando aquella quemadura, y escribí la primera línea vaga, vaga, sin cuerpo, pura tontería, pura sabiduría del que no sabe nada, y vi de pronto el cielo desgranado y abierto, planetas, plantaciones palpitantes, la sombra perforada, acribillada por flechas, fuego y flores, la noche arrolladora, el universo. Y yo, mínimo ser, ebrio del gran vacío constelado, a semejanza, a imagen del misterio, me sentí parte pura del abismo, rodé con las estrellas, mi corazón se desató en el viento.
La poesía
Federico García Lorca
Tres moricas me enamoran en Jaén: Axa y Fátima y Marién. Tres moricas tan garridas iban a coger olivas, y hallábanlas cogidas en Jaén: Axa y Fátima y Marién. Y hallábanlas cogidas y tornaban desmaídas y las colores perdidas en Jaén: Axa y Fátima y Marién. Tres moricas tan lozanas iban a coger manzanas y hallábanlas tomadas en Jaén: Axa y Fátima y Marién. Díjeles: ¿Quién sois, señoras, de mi vida robadoras? Cristianas que éramos moras en Jaén: Axa y Fátima y Marién.
Las morillas de jaén
Francisco Álvarez
¡Qué dulce es querer mucho, pero también qué triste! ¿Por qué esperamos tanto y obtenemos tan poco? ¿Por qué si uno se entrega el otro se resiste? ¿Por qué el amor es ciego, y sordo, y mudo, y loco? Llevamos en el alma la divina tendencia de ofrecer sin reservas nuestros cálidos brazos, y nos quedamos solos, con nuestra propia ausencia, y el corazón sangrante partido en mil pedazos.
Dulce y triste
Luis de Góngora
Muerto me lloró el Tormes en su orilla, En un parasismal sueño profundo, En cuanto don Apolo el rubicundo Tres veces sus caballos desensilla. Fue mi resurrección la maravilla Que de Lázaro fue la vuelta al mundo, De suerte que ya soy otro segundo Lazarillo de Tormes en Castilla. Entré a servir a un ciego, que me envía, Sin alma vivo, y en un dulce fuego, Que ceniza hará la vida mía. ¡Oh qué dichoso que sería yo luego, Si a Lazarillo le imitase un día En la venganza que tomó del ciego!
Muerto me lloró el tormes en su orilla
Salvador Díaz Mirón
No intentes convencerme de torpeza con los delirios de tu mente loca: mi razón es al par luz y firmeza, firmeza y luz como el cristal de roca. Semejante al nocturno peregrino, mi esperanza inmortal no mira el suelo; no viendo más que sombra en el camino, sólo contempla el esplendor del cielo. Vanas son las imágenes que entraña tu espíritu infantil, santuario oscuro. Tu numen, como el oro en la montaña, es virginal y, por lo mismo, impuro. A través de este vórtice que crispa, y ávido de brillar, vuelo o me arrastro, oruga enamorada de una chispa o águila seducida por un astro. Inútil es que con tenaz murmullo exageres el lance en que me enredo: yo soy altivo, y el que alienta orgullo lleva un broquel impenetrable al miedo. Fiando en el instinto que me empuja, desprecio los peligros que señalas. «El ave canta aunque la rama cruja, como que sabe lo que son sus alas». Erguido bajo el golpe en la porfía, me siento superior a la victoria. Tengo fe en mí; la adversidad podría, quitarme el triunfo, pero no la gloria. ¡Deja que me persigan los abyectos! ¡Quiero atraer la envidia aunque me abrume! La flor en que se posan los insectos es rica de matiz y de perfume. El mal es el teatro en cuyo foro la virtud, esa trágica, descuella; es la sibila de palabra de oro, la sombra que hace resaltar la estrella. ¡Alumbrar es arder! ¡Estro encendido será el fuego voraz que me consuma! La perla brota del molusco herido y Venus nace de la amarga espuma. Los claros timbres de que estoy ufano han de salir de la calumnia ilesos. Hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan... ¡Mi plumaje es de esos! ¡Fuerza es que sufra mi pasión! La palma crece en la orilla que el oleaje azota. El mérito es el náufrago del alma: vivo, se hunde; pero muerto, ¡flota! ¡Depón el ceño y que tu voz me arrulle! ¡Consuela el corazón del que te ama! Dios dijo al agua del torrente: ¡bulle!; y al lirio de la margen: ¡embalsama! ¡Confórmate, mujer! Hemos venido a este valle de lágrimas que abate, tú, como la paloma, para el nido, y yo, como el león, para el combate.
A gloria
Jaime Sabines
La cojita está embarazada. Se mueve trabajosamente, pero qué dulce mirada mira de frente. Se le agrandaron los ojos como si su niño también le creciera en ellos pequeño y limpio. A veces se queda viendo quién sabe qué cosas que sus ojos blancos se le vuelven rosas. Anda entre toda la gente trabajosamente. No puede disimular, pero, a punto de llorar, la cojita, de repente, se mira el vientre y ríe. Y ríe la gente. La cojita está embarazada ahorita está en su balcón y yo creo que se alegra cantándose una canción: «cojita del pie derecho y también del corazón».
La cojita está embarazada
Delfina Acosta
Acaso es tarde. No importa ya que con favor del diablo coloque mis jazmines en la acera, mi zapato de tierra en la ventana, y me quede en cuclillas, aguardando, que alguien golpee de una vez mi puerta. No importa ya que con las gotas de un día que en la fiesta fue lluvioso, yo moje mis cabellos y mejillas, y me quede sentada, parpadeando, sobre el sillón de mimbre, en la penumbra. Acaso es tarde. Acaso el tiempo me llegó de golpe por andarme de madre, por andarme de hija, y este fuego nocturno que sube por mis huesos, este aullido feroz que levanta mi sangre, ya no son señales para llamar a nadie.
Antes del olvido
Luis Cernuda
El cantar de los pájaros, al alba, cuando el tiempo es más tibio, alegres de vivir, ya se desliza entre el sueño, y de gozo contagia a quien despierta al nuevo día. Alegre sonriendo a su juguete pobre y roto, en la puerta de la casa juega solo el niñito consigo, y en dichosa ignorancia, goza de hallarse vivo. El poeta, sobre el papel soñando su poema inconcluso, hermoso le parece, goza y piensa con razón y locura que nada importa: existe su poema.
Tres misterios gozosos
Julia de Burgos
Por tu vida yo soy... en tus ojos yo vivo la armonía de lo eterno. La emoción se me riega, y se ensancha mi sangre por las venas del mundo. No doy ecos partidos. Lo inmutable me sigue resbalando hasta el fondo de mi propia conciencia. En ti yo amo las últimas huidas virginales de las manos del alba, y armando lo infinito te quiero entre las puertas humanas que te enlazan. En ti aquieto las ramas abiertas del espacio, y renuevo en mi arteria tu sangre con mi sangre. ¡Te multiplicas! ¡Creces! ¡Y amenazas quedarte con mi prado salvaje! Eres loca carrera donde avanzan mis pasos, atentos como albas al sol germinativo que llevas en tu impulso. Por tu vida yo soy alta mar y gaviota: en ella vibro y crezco...
Alta mar y gaviota
Jesús Hilario Tundidor
Fácil, en la meseta castellana es el cielo, franco el espacio, sin puertas, extendido, país puro del águila... Pero hondamente aquí oxígeno mortal llevan sus aires y un moho la libertad que quema el ámbito de su llanura, ¡tanta contraria ley marchitó a quien la puebla! Y así encina y pinar ofrecen siempre recogimiento, mas la acidia y la envidia no abandonan sus hojas que la lluvia no arrastra, ni lo mezquino su corazón que poseído hubiera las vastas galerías donde nace la luz que cerca habita. No pudo ser, por eso vengo ahora a contemplar este abierto ofertorio donde sobre aquella hermosura —que acaso no merezcan sus hombres— el más hondo pensar aquí se inicia.
País del águila
José Lezama Lima
Hervías la leche y seguías las aromosas costumbres del café. Recorrías la casa con una medida sin desperdicios. Cada minucia un sacramento, como una ofrenda al peso de la noche. Todas tus horas están justificadas al pasar del comedor a la sala, donde están los retratos que gustan de tus comentarios. Fijas la ley de todos los días y el ave dominical se entreabre con los colores del fuego y las espumas del puchero. Cuando se rompe un vaso, es tu risa la que tintinea. El centro de la casa vuela como el punto en la línea. En tus pesadillas llueve interminablemente sobre la colección de matas enanas y el flamboyán subterráneo. Si te atolondraras, el firmamento roto en lanzas de mármol, se echaría sobre nosotros.
La mujer y la casa
Pablo Neruda
Después de mucho, después de vagas leguas, confuso de dominios, incierto de territorios, acompañado de pobres esperanzas y compañías infieles y desconfiados sueños, amo lo tenaz que aún sobrevive en mis ojos, oigo en mi corazón mis pasos de jinete, muerdo el fuego dormido y la sal arruinada, y de noche, de atmósfera oscura y luto prófugo, aquel que vela a la orilla de los campamentos, el viajero armado de estériles resistencias, detenido entre sombras que crecen y alas que tiemblan, me siento ser, y mi brazo de piedra se defiende. Hay entre ciencias de llanto un altar confuso, y en mi sesión de atardeceres sin perfume, en mis abandonados dormitorios donde habita la luna, y arañas de mi propiedad, y destrucciones que me son queridas, adoro mi propio ser perdido, mi substancia imperfecta, mi golpe de plata y mi pérdida eterna. Ardió la uva húmeda, y su agua funeral aún vacila, aún reside, y el patrimonio estéril, y el domicilio traidor. Quién hizo ceremonia de cenizas? Quién amó lo perdido, quién protegió lo último? El hueso del padre, la madera del buque muerto, y su propio final, su misma huida, su fuerza triste, su dios miserable? Acecho, pues, lo inanimado y lo doliente, y el testimonio extraño que sostengo, con eficiencia cruel y escrito en cenizas, es la forma de olvido que prefiero, el nombre que doy a la tierra, el valor de mis sueños, la cantidad interminable que divido con mis ojos de invierno, duranda cada día de este mundo.
Sonata y destrucciones
Claribel Alegría
Soy una gaviota solitaria con el ala tronchada abro un surco en la arena.
Soy una gaviota
Blas de Otero
Escribo en defensa del reino del hombre y su justicia. Pido la paz y la palabra. He dicho «silencio», «sombra», «vacío» etcétera. Digo «del hombre y su justicia», «océano pacífico», lo que me dejan. Pido la paz y la palabra.
Pido la paz y la palabra
Julio Herrera y Reissig
El Viejo Patriarca, Que todo lo abarca, Se riza la barba de príncipe asirio; Su nívea cabeza parece un gran lirio, Parece un gran lirio la nívea cabeza del viejo Patriarca. Su pálida frente es un mapa confuso: La abultan montañas de hueso. Que forman lo raro, lo inmenso, lo espeso De todos los siglos del tiempo difuso. Su frente de viejo ermitaño Parece el desierto de todo lo antaño: En ella han carpido la hora y el año, Lo siempre empezado, lo siempre concluso, Lo vago, lo ignoto, lo iluso, lo extraño, Lo extraño y lo iluso... Su pálida frente es un mapa confuso: La cruzan arrugas, eternas arrugas, Que son cual los ríos del vago país de lo abstruso Cuyas olas, los años, se escapan en rápidas fugas. ¡Oh, las viejas, eternas arrugas; Oh los surcos oscuros: Pensamientos en formas de orugas De donde saldrán los magníficos siglos futuros!
Su majestad el tiempo
Teresa Domingo Català
Bramaba la ola del cielo, caía sobre los bordes de las losas como una pequeña lluvia que despertara con el rumor del agua. La muerte sucedía de noche como un piélago lleno de amor, con las cucarachas escarbando la madera de los ataúdes, hinchados por la humedad del aire. Golosos, los gusanos se apresuraban a terminar con las flores mojadas. De las rendijas surgía un canto hiriente, una caricia de huesos, la esperanza muda de los cadáveres que respiraban luz con pulmones de arcilla. Era de noche, la llama de los amantes vibraba con los muertos.
De noche
Amado Nervo
El día que me quieras tendrá más luz que junio; la noche que me quieras será de plenilunio, con notas de Beethoven vibrando en cada rayo sus inefables cosas, y habrá juntas más rosas que en todo el mes de mayo. Las fuentes cristalinas irán por las laderas saltando cristalinas el día que me quieras. El día que me quieras, los sotos escondidos resonarán arpegios nunca jamás oídos. Éxtasis de tus ojos, todas las primaveras que hubo y habrá en el mundo serán cuando me quieras. Cogidas de la mano cual rubias hermanitas, luciendo golas cándidas, irán las margaritas por montes y praderas, delante de tus pasos, el día que me quieras... Y si deshojas una, te dirá su inocente postrer pétalo blanco: ¡Apasionadamente! Al reventar el alba del día que me quieras, tendrán todos los tréboles cuatro hojas agoreras, y en el estanque, nido de gérmenes ignotos, florecerán las místicas corolas de los lotos. El día que me quieras será cada celaje ala maravillosa; cada arrebol, miraje de "Las Mil y una Noches"; cada brisa un cantar, cada árbol una lira, cada monte un altar. El día que me quieras, para nosotros dos cabrá en un solo beso la beatitud de Dios.
El día que me quieras
Pablo Neruda
Mujer, yo hubiera sido tu hijo, por beberte la leche de los senos como de un manantial, por mirarte y sentirte a mi lado y tenerte en la risa de oro y la voz de cristal. Por sentirte en mis venas como Dios en los ríos y adorarte en los tristes huesos de polvo y cal, porque tu ser pasara sin pena al lado mío y saliera en la estrofa -limpio de todo mal-. Cómo sabría amarte, mujer, cómo sabría amarte, amarte como nadie supo jamás! Morir y todavía amarte más. Y todavía amarte más y más.
Amor
Teresa Domingo Català
Breves lapsos de tiempo se atesoran en la estable marea de la vida, cuando no trunca el río su crecida hacia esas aguas que lo enamoran. Es una ola el lugar de la partida donde juegan aquellos que se ignoran, y con puños la espuma rememoran como dados que ciernen una herida. Camino del océano va luna, desprendida la noche de su amante, iluminando a muerte y a locura. Sin entrañas, sin sangre, sin ventura y con el porvenir espeluznante transita en cada mar hacia la cuna.
Luna
Miguel de Unamuno
¿Qué es tu vida, alma mía?, ¿cuál tu pago?, ¡Lluvia en el lago! ¿Qué es tu vida, alma mía, tu costumbre? ¡Viento en la cumbre! ¿Cómo tu vida, mi alma, se renueva?, ¡Sombra en la cueva!, ¡Lluvia en el lago!, ¡Viento en la cumbre!, ¡Sombra en la cueva! Lágrimas es la lluvia desde el cielo, y es el viento sollozo sin partida, pesar, la sombra sin ningún consuelo, y lluvia y viento y sombra hacen la vida.
¿qué es tu vida, alma mía?
Mario Benedetti
No sé hasta dónde irán los pacificadores con su ruido metálico de paz pero hay ciertos corredores de seguros que ya colocan pólizas contra la pacificación y hay quienes reclaman la pena del garrote para los que no quieren ser pacificados cuando los pacificadores apuntan por supuesto tiran a pacificar y a veces hasta pacifican dos pájaros de un tiro es claro que siempre hay algún necio que se niega a ser pacificado por la espalda o algún estúpido que resiste la pacificación a fuego lento en realidad somos un país tan peculiar que quien pacifique a los pacificadores un buen pacificador será.
Oda a la pacificación
Luis Cernuda
Con tal vehemencia el viento viene del mar, que sus sones elementales contagian el silencio de la noche. Solo en tu cama le escuchas insistente en los cristales tocar, llorando y llamando como perdido sin nadie. Mas no es él quien en desvelo te tiene, sino otra fuerza de que tu cuerpo es hoy cárcel, fue viento libre, y recuerda.
El viento y el alma
Gabriela Mistral
Madrecita mía, madrecita tierna, déjame decirte dulzuras extremas. Es tuyo mi cuerpo que juntaste en ramo; deja revolverlo sobre tu regazo. Juega tú a ser hoja y yo a ser rocío: y en tus brazos locos tenme suspendido. Madrecita mía, todito mi mundo, déjame decirte los cariños sumos.
Dulzura
Pablo Neruda
De pasión sobrante y sueños de ceniza un pálido palio llevo, un cortejo evidente, un viento de metal que vive solo, un sirviente mortal vestido de hambre, y en lo fresco que baja del árbol, en la esencia del sol que su salud de astro implanta en las flores, cuando a mi piel parecida al oro llega el placer, tú, fantasma coral con pies de tigre, tú, ocasión funeral, reunión ígnea, acechando la patria en que sobrevivo con tus lanzas lunares que tiemblan poco. Porque la ventana que el mediodía vacío atraviesa tiene un día cualquiera mayor aire en sus alas, el frenesí hincha el traje y el sueño al sombrero, una abeja extremada arde sin tregua. Ahora, qué imprevisto paso hace crujir los caminos? Qué vapor de estación lúgubre, qué rostro de cristal, y aún más, qué sonido de carro viejo con espigas? Ay, una a una, la ola que llora y la sal que se triza, y el tiempo del amor celestial que pasa volando, han tenido voz de huéspedes y espacio en la espera. De distancias llevadas a cabo, de resentimientos infieles, de hereditarias esperanzas mezcladas con sombra, de asistencias desgarradoramente dulces y días de transparente veta y estatua floral, qué subsiste en mi término escaso, en mi débil producto? De mi lecho amarillo y de mi substancia estrellada, quién no es vecino y ausente a la vez? Un esfuerzo que salta, una flecha de trigo tengo, y un arco en mi pecho manifiestamente espera,, y un latido delgado, de agua y tenacidad, como algo que se quiebra perpetuamente, atravies hasta el fondo mis separaciones apaga mi dolor y propaga mi duelo.
Diurno doliente
Nicomedes Santa Cruz
A Patricio Lumumba Mi madre parió un negrito al divorciarse de su hombre, es congo, congo, conguito, Y Congo tiene por nombre. Todos piden que camine y lo parieron ayer. Otros, que se elimine sin acabar de nacer... ¡Ay Congo, Yo sí me opongo! El mundo te mira absorto por tu nacimiento obscuro. Te consideran aborto por tu gatear inseguro. ¡Ay Congo, Cuánto rezongo! Yo he visto blancos nacer en condiciones iguales, y sus tropiezos de ayer se consideran normales. Mi Congo, congolesito que Congo tiene por nombre, hoy día es sólo un negrito mañana será un gran hombre: A las Montañas Mitumba llegará su altiva frente, Y el caudaloso Luaba Tendrá en sanguíneo torrente. ¡Sí Congo, Y no supongo! África ha sido la madre que pariera en un camastro Al niño Congo, sin padre, Que no desea padastro. ¡África, tierra sin frío, madre de mi obscuridad; cada amanecer ansío, cada amanecer ansío, cada amanecer ansío tu completa libertad!
Congo libre
Jordi Doce
El vuelo de esta avispa en el azul del aire, contra un fondo de cipreses y falsas columnas medievales, mientras Paula desanuda con paso azorado el jardín y advierte fugazmente cada tronco, la trama ensimismada de setos y empedrados, viene tal vez de muy lejos, de un tiempo anterior a los tiempos que recuerdo, cuando el simple existir de las cosas se imprimía en los ojos con limpieza, y el vuelo recto y absorto de la avispa era tan sólo acción y asombro, humilde acontecer como este fondo azul que afirma a los cipreses de repente crecidos, igual que ahora Paula con andar más tranquilo se acerca hasta sus troncos y levanta los brazos (niña avispada) respondiendo feliz a su saludo.
Vuelo antiguo
Luis Benítez
Algo fluye cuando ya nada se agita. Y su paso inadvertido por las tinieblas que duermen con nosotros trocará en una luz exasperada cuanto de ciega tiene la miseria. Desde el fondo, pozo o pantano de números, donde hostigados por el mundo y sus miles de cabezas caímos quince lenguas dentro de la carne, algo que sólo puede tocarse munido de los guantes de la desesperación, algo fluye, cuando creemos que ya nada se agita. Obliga al dolorido músculo del corazón y al cerrado hueso de la mente a comer y beber, aún dentro de sus celdas. Es una fuerza que nos lleva rudamente de la mano e inventa un camino de color insólito, por donde huimos desnudos de los ciegos. Obediente, ella agitará los párpados de los muertos y hará huir a la mosca-heraldo, que espera paciente, colgada de la gula. Colgará de nuevo el sol, cuando la luna caiga. Podremos verla latir en medio de nuestras negras sombras, aún cuando boquiabiertos, observemos día a día pasar nuestros propios funerales. Algo fluye cuando ya nada se agita. Por su gracia habrá fruto en las flores marchitas (su magia gruñirá en la vértebra) lanzará por el aire ancianos y guadañas con pasos de diluvio; nuestras jóvenes canas se ennegrecen, ante el silbato de plata besado a último momento con manos temblorosas que arrojan al viento de los lechos. Y cuando nuestros pálidos huesos den fuerza y vigor a las margaritas, aún palpitarán desde la tumba. Porque algo fluye, cuando creemos que ya nada se agita.
Algo fluye cuando ya nada se agita
Félix María de Samaniego
Es voz común que a más del mediodía, en ayunas la Zorra iba cazando; halla una parra, quédase mirando de la alta vid el fruto que pendía. Causábala mil ansias y congojas no alcanzar a las uvas con la garra, al mostrar a sus dientes la alta parra negros racimos entre verdes hojas. Miró, saltó y anduvo en probaduras, pero vio el imposible ya de fijo. Entonces fue cuando la Zorra dijo: «No las quiero comer. No están maduras». No por eso te muestres impaciente, si se te frustra, Fabio, algún intento: aplica bien el cuento, y di: No están maduras, frescamente.
La zorra y las uvas
Ramón López Velarde
A J. de j. Núñez y Domínguez A mi paso y al azar te desprendiste como el fruto más profano que pudiera concederme la benévola actitud de este verano. (Blonda Sara, uva en sazón: mi apego franco a tu persona, hoy me incita a burlarme de mi ayer, por la inaudita buena fe con que creí mi sospechosa vocación, la de un levita). Sara, Sara: eres flexible cual la honda de David y contundente como el lírico guijarro del mancebo; y das, paralelamente, una tortura de hielo y una combustión de pira; y si en vértigo de abismo tu pelo se desmadeja, todavía, con brazo heroico y en caída acelerada, sostienes a tu pareja. Sara, Sara, golosina de horas muelles; racimo copioso y magno de promisión, que fatigas. el dorso de dos hebreos: siempre te sean amigas la llamarada del sol y del clavel; si tu brava arquitectura se rompe como un hilo inconsistente, que bajo la tierra lóbrega esté incólume tu frente; y que refulja tu blonda melena, como tesoro escondido; y que se guarden indemnes como real sello tus brazos y la columna de tu cuello.
A sara
Víctor Botas
a Paulina Un castillo de naipes que se vino abajo, para siempre; tu pasado: horas que fueron tristes; el transcurso de un ebrio atardecer; días fugaces como guirnaldas súbitas, honrando las sienes de tus hijas. Qué de errores al cabo de los años. Qué de errores. (Pero ella está contigo, con su raro ademán que tú amaste para siempre, desde la vez primera.) Hay tantas cosas que quieres olvidar. Puedes, no obstante, decir que tú también fuiste dichoso, pese a todo y a todos, en alguna ocasión. (Recuerda aquellos íntimos regalos de la noche, en la cercana prolijidad del mar: dones perdidos en la inquietud del tiempo.) Tu vida. Una vida cualquiera. Semejante a la de tantos otros. Tan inútil.
Tu vida
Lope de Vega
Si fuera de mi amor verdad el fuego, él caminara a tu divina esfera; pero es cometa que corrió ligera con resplandor que se deshizo luego. ¡Qué deseoso de tus brazos llego cuando el temor mis culpas considera! mas si mi amor en ti no persevera, ¿en qué centro mortal tendrá sosiego? Voy a buscarte, y cuanto más te encuentro, menos reparo en ti, Cordero manso, aunque me buscas tú del alma adentro. Pero dime, Señor: si hallar descanso no puede el alma fuera de su centro, y estoy fuera de ti, ¿cómo descanso?
Dios, centro del alma
Luis Benítez
Detrás del tiempo un animal me mira: él sabe lo que escribo porque antes de mí ya ha sido un nombre. Es el uro. Fantasea quien lo toma por el toro. A veces es un pájaro, un río, el viento y a veces es un algo que deja en las ramas grandes manchas de sangre y un paso que se aleja, macizo e invisible. No lo vulnera el hacha ni la piedra de una arcaica Europa que aún no sueña con forjar metales y la Historia. Es el uro. A veces es un hombre que huye de sí mismo. Un animal pensante que añora volver al bosque del eterno presente, a las pasiones soberbias, a la ira, la furia y la muerte violenta del dominio y el celo. Es el uro. En sus ojos rojizos hay un algo execrable. Nos aterra que vuelva y que vuelva Dionisios con su corte de faunos y el terror y la noche derrumbando ciudades, sumiéndonos en el fuego de los dioses hambrientos que reclaman la tierra, la luz, el aire. Las imaginaciones. Es el uro, En el linde de las ciudades todo esto cabe entre sus cuernos. Allí donde recuerda, una por una, las traiciones del hombre. No rumia venganzas, no planea surgir en la cómplice noche a cobrarse el desquite con sus dos puñales, si el terror del retorno no bastara para matar a un hombre. No se mata a los muertos. “Soy el uro. Zeus usó mi forma para raptar a Europa. He visto, inmutable, en el rodar de las estaciones pasar a los fenicios, los partos y los griegos. El tiempo es un solo día. Maté a un inmortal en la aurora y en Sumeria y a mediodía me describió Plinio el Viejo, entusiasmado. Cartago duró una hora; Roma, quizá dos. El niño Lutero me temía: ya era una leyenda. Creyó extinguirme un cortesano del siglo diecisiete: la tierra que lo cubre tienen a su estirpe, su esposa y su palacio. Ése es el hombre: polvo que tragan las colinas. Soy el uro, lo real. Él es imaginario”.
El uro
Pablo Neruda
Por qué te precipitas hacia la maternidad y verificas tu ácido oscuro con gramos a menudo fatales? El porvenir de las rosas ha llegado! El tiempo de la red y el relámpago! Las suaves peticiones de las hojas perdidamente alimentadas! Un río roto en desmesura recorre habitaciones y canastos infundiendo pasiones y desgracias con su pesado líquido y su golpe de gotas. Se trata de una súbita estación que puebla ciertos huesos, ciertas manos, ciertos trajes marinos. Y ya que su destello hace variar las rosas dándoles pan y piedras y rocío, oh madre oscura, ven, con una máscara en la mano izquierda y con los brazos llenos de sollozos. Por corredores donde nadie ha muerto quiero que pases, por un mar sin peces, sin escamas, sin náufragos, por un hotel sin pasos, por un túnel sin humo. Es para ti este mundo en que no nace nadie, en que no existen ni la corona muerta ni la flor uterina, es tuyo este planeta lleno de piel y piedras. Hay sombra allí para todas las vidas. Hay círculos de leche y edificios de sangre, y torres de aire verde. Hay silencio en los muros, y grandes vacas pálidas con pezuñas de vino. Hay sombra allí para que continúe el diente en la mandíbula y un labio frente a otro, y para que tu boca pueda hablar sin morirse, y para que tu sangre no se derrumbe en vano. Oh madre oscura, hiéreme con diez cuchillos en el corazón, hacia ese ladi, hacia ese tiempo claro, hacia esa primavera sin cenizas. Hasta que rompas sus negras maderas llama en mi corazón, hasta que un mapa de sangre y de cabellos desbordados manche los agujeros y la sombra, hasta que lloren sus vidrios golpea, hasta que se derramen sus agujas. La sangre tiene dedos y abre túneles debajo de la tierra.
Maternidad
Luis de Góngora
Mariposa, no sólo no cobarde, Mas temeraria, fatalmente ciega, Lo que la llama al Fénix aun le niega, Quiere obstinada que a sus alas guarde, Pues en su daño arrepentida tarde, Del esplendor solicitada, llega A lo que luce, y ambiciosa entrega Su mal vestida pluma a lo que arde. Yace gloriosa en la que dulcemente Huesa le ha prevenido abeja breve, ¡Suma felicidad a yerro sumo! No a mi ambición contrario tan luciente, Menos activo sí, cuanto más leve, Cenizas la hará, si abrasa el humo.
De la ambición humana
Juan de Mena
II tus casos falaçes, Fortuna, cantamos, estados de gentes que giras e trocas; tus grandes discordias, tus firmezas pocas, y los qu'en tu rueda quexosos fallamos. Fasta que al tempo de agora vengamos de fechos pasados cobdicia mi pluma y de los presentes fazer breve suma, y dé fin Apolo, pues nos començamos.
Argumenta contra la fortuna
Gustavo Adolfo Bécquer
Despierta, tiemblo al mirarte; dormida, me atrevo a verte; por eso, alma de mi alma, yo velo mientras tú duermes. Despierta, ríes, y al reír tus labios inquietos me parecen relámpagos de grana que serpean sobre un cielo de nieve. Dormida, los extremos de tu boca pliega sonrisa leve, suave como el rastro luminoso que deja un sol que muere. ¡Duerme! Despierta, miras y al mirar tus ojos húmedos resplandecen como la onda azul en cuya cresta chispeando el sol hiere. Al través de tus párpados, dormida, tranquilo fulgor vierten, cual derrama de luz, templado rayo, lámpara transparente. ¡Duerme! Despierta, hablas y al hablar vibrantes tus palabras parecen lluvia de perlas que en dorada copa se derrama a torrentes. Dormida, en el murmullo de tu aliento acompasado y tenue, escucho yo un poema que mi alma enamorada entiende. ¡Duerme! Sobre el corazón la mano me he puesto porque no suene su latido y de la noche turbe la calma solemne. De tu balcón las persianas cerré ya porque no entre el resplandor enojoso de la aurora y te despierte. ¡Duerme!
Rima xxvii
Antonio Machado
Es una tarde mustia y desabrida de un otoño sin frutos, en la tierra estéril y raída donde la sombra de un centauro yerra. Por un camino en la árida llanura, entre álamos marchitos, a solas con su sombra y su locura va el loco, hablando a gritos. Lejos se ven sombríos estepares, colinas con malezas y cambrones, y ruinas de viejos encinares, coronando los agrios serrijones. El loco vocifera a solas con su sombra y su quimera. Es horrible y grotesta su figura; flaco, sucio, maltrecho y mal rapado, ojos de calentura iluminan su rostro demacrado. Huye de la ciudad... Pobres maldades, misérrimas virtudes y quehaceres de chulos aburridos, y ruindades de ociosos mercaderes. Por los campos de Dios el loco avanza. Tras la tierra esquelética y sequiza ?rojo de herrumbre y pardo de ceniza? hay un sueño de lirio en lontananza. Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano! ?¡carne triste y espíritu villano!?. No fue por una trágica amargura esta alma errante desgajada y rota; purga un pecado ajeno: la cordura, la terrible cordura del idiota.
Un loco
Ramón López Velarde
Antes de echar el ancla en el tesoro del amor postrimero, yo quisiera correr el mundo en fiebre de carrera, con juventud, y una pepita de oro en los rincones de me faltriquera. Abrazar a una culebra del Nilo que de Cleopatra se envuelva en la clámide, y oír el soliloquio intranquilo de la Virgen María en la Pirámide. Para desembarcar en mi país, hacerme niño y trazar con mi gis, en la pizarra del colegio anciano, un rostro de perfil guadalupano. Besar al Indostán y a la Oceanía, a las fieras rayadas y rodadas, y echar el ancla a una paisana mía de oreja breve y grandes arracadas. Y decir al Amor: —«De mis pecados, los mas negros están enamorados; un miserere se alza en mis cartujas y va hacia ti con pasos de bebé, como el cándido islote de burbujas navega por la taza de café. Porque mis cinco sentidos vehementes penetraron los cinco Continentes, bien puedo, Amor final, poner la mano sobre tu corazón guadalupano...»
El ancla
Gustavo Adolfo Bécquer
Tu pupila es azul y, cuando ríes, su claridad süave me recuerda el trémulo fulgor de la mañana que en el mar se refleja. Tu pupila es azul y, cuando lloras, las transparentes lágrimas en ella se me figuran gotas de rocío sobre una vïoleta. Tu pupila es azul, y si en su fondo como un punto de luz radia una idea, me parece en el cielo de la tarde una perdida estrella.
Rima xiii
Marilina Rébora
I Muerte, fatal término, ausencia por siempre. Sólo el campo yermo que nos recibe, de su tierra, nuevo abono. Nunca más la fragancia de la brizna de hierba ni el arder de encendidos leños; tampoco la fina llovizna de la ola rompiente en el rostro de frescura ávido. II «Era nuestra madre», dirán después los hijos con ternura en los ojos. El dolor de la ausencia, olvidados objetos mañana joyas auténticas. «Ella decía...», repetirán las frases antes molestas a causa de desgano o ansias de silencio o sueños de libertad. Sílabas musicales enhebrarán palabras en recuerdos imperiosos, desesperación de volver a vivir en el tiempo... Tarda respuesta a un canto de amor. «¿Recuerdas aquel gesto? »¿Y su sonrisa triste? »¿Y su pensamiento fijo en nosotros? »¿Sus manos, suavidad de alas rozando nuestros rostros? »¿El paso quedo junto a nuestro lecho en la alta noche y el murmullo de plegaria para encomendarnos a Dios?» III Poco a poco el ausente más lejos cada vez en el recuerdo —que alguien siempre lo reemplaza—; sus cosas van perdiendo la fragancia que de él se desprendía, impregnándolas; la manera de inclinarlas no es la misma y en el tiempo va cambiándoselas de sitio. Cada día su nombre acude menos al labio. Las lágrimas en manantial ya no brotan; tan sólo de a una que se enjuga furtiva. Hasta que todas secan agotada la fuente de dolor. Un velo cubre entonces la imagen en la retina, la maleza oculta la antes nítida figura en todo paisaje, visten los ambientes colores de seres distintos que distraen, va el alma tras vivencias nuevas. Y un día se llora el olvido. (Tú, Muerte tan temida, sólo eres un pretexto: el olvido es más cruel que tu guadaña.)
A la muerte
Melchor de Palau
¡Cuán plácidas al alma las horas de tristeza en que la tarde muere, al toque de oración! Del sol en el cenit, da el rayo en la cabeza, al ponerse en ocaso, nos da en el corazón.
Crepuscular
Toni García Arias
Tomaste mi mano entre la tuya de un modo casual e inocente, y, lentamente, nos fuimos alejando del grupo, unidos de ese modo invisible en que dos son uno. Ocultos entre los almendros buscamos la complicidad de las miradas. Yo, por un instante, creí en la vida, en el amor a pesar de los años. Tú sonreías. Alguien, tras varias horas, vino a buscarnos, y separamos las manos con el vértigo doloroso con que se separa el sueño de la vida. Volvimos a vernos en días sucesivos, pero ya el aire era distinto. Fue hermoso. Aún lo recuerdo; apenas unas horas para el mundo. Tus manos, sin embargo, aún acarician las mías en recuerdos, como si tus huellas quedaran ancladas a mis huellas, como si no se hubiesen sucedido, al fin, los instantes, las olas y los siglos.
Manos
Jesús Hilario Tundidor
Aquí, tranquilamente, voy a decirte una palabra, la última palabra donde quedó tu corazón antiguo... Aquí, tranquilamente: Dios era carne entonces y tú lo recreabas en tu espíritu. Ay, arrodíllate, no volverás dos veces a ser niño.
Poema inicial
Odette Alonso
La luna era distinta hace un segundo te iluminaba entraba por la hendija como un sorbo. Moriremos de amor amiga mía presiento que un tropel desciende de las cumbres siento su oleada tibia presionando mi espalda. Moriremos de amor todos los vientos llegan como una manotada y yo cubro tu cuerpo lo incorporo quiero aliviarme en ti. Hace un segundo la luna era distinta y no había ese susto en tu mirada. Algo nos viene encima ese sordo rumor es un presagio. Cierra los ojos pronto amiga mía. Es el amor que llega.
Los amantes de pompeya
José Asunción Silva
Las cosas viejas, tristes, desteñidas, sin voz y sin color, saben secretos de las épocas muertas, de las vidas que ya nadie conserva en la memoria, y a veces a los hombres, cuando inquietos las miran y las palpan, con extrañas voces de agonizante dicen, paso, casi al oído, alguna rara historia que tiene oscuridad de telarañas, són de laúd, y suavidad de raso. ¡Colores de anticuada miniatura, hoy, de algún mueble en el cajón, dormida; cincelado puñal; carta borrosa, tabla en que se deshace la pintura por el tiempo y el polvo ennegrecida; histórico blasón, donde se pierde la divisa latina, presuntuosa, medio borrada por el liquen verde; misales de las viejas sacristías; de otros siglos fantásticos espejos que en el azogue de las lunas frías guardáis de lo pasado los reflejos; arca, en un tiempo de ducados llena, crucifijo que tanto moribundo, humedeció con lágrimas de pena y besó con amor grave y profundo; negro sillón de Córdoba; alacena que guardaba un tesoro peregrino y donde anida la polilla sola; sortija que adornaste el dedo fino de algún hidalgo de espadín y gola; mayúsculas del viejo pergamino; batista tenue que a vainilla hueles; seda que te deshaces en la trama confusa de los ricos brocateles; arpa olvidada que al sonar, te quejas; barrotes que formáis un monograma incomprensible en las antiguas rejas, el vulgo os huye, el soñador os ama y en vuestra muda sociedad reclama las confidencias de las cosas viejas! El pasado perfuma los ensueños con esencias fantásticas y añejas y nos lleva a lugares halagüeños en épocas distantes y mejores, por eso a los poetas soñadores, les son dulces, gratísimas y caras, las crónicas, historias y consejas, las formas, los estilos, los colores las sugestiones místicas y raras y los perfumes de las cosas viejas!
Vejeces
Luis de Góngora
Verdes hermanas del audaz mozuelo Por quien orilla el Po dejastes presos En verdes ramas ya y en troncos gruesos El delicado pie, el dorado pelo, Pues entre las rüinas de su vuelo Sus cenizas bajar en vez de huesos, Y sus errores largamente impresos De ardientes llamas vistes en el cielo, Acabad con mi loco pensamiento, Que gobernar tal carro no presuma, Antes que le desate por el viento Con rayos de desdén la beldad suma, Y las reliquias de su atrevimiento Esconda el desengaño en poca espuma.
A unos álamos blancos
Manuel Machado
Ya el pobre corazón eligió su camino. Ya a los vientos no oscila, ya a las olas no cede, al azar no suspira, ni se entrega al Destino... Ahora sabe querer, y quiere lo que puede. Renunció al imposible y al sin querer divino.
El poeta de «adelfos» dice al fin
Lope de Vega
Vireno, aquel mi manso regalado del collarejo azul; aquel hermoso que con balido ronco y amoroso llevaba por los montes mi ganado; aquel del vellocino ensortijado, de alegres ojos y mirar gracioso, por quien yo de ninguno fui envidioso, siendo de mil pastores envidiado; aquel me hurtaron ya, Vireno hermano; ya retoza otro dueño y le provoca; toda la noche vela y duerme el día. Ya come blanca sal en otra mano; ya come ajena mano con la boca de cuya lengua se abrasó la mía.
Vireno, aquel mi manso regalado
Ramón María del Valle-Inclán
Quiero una casa edificar como el sentido de mi vida. Quiero en piedra mi alma dejar erigida. Quiero labrar mi eremitorio en medio de un huerto latino, latín horaciano y grimorio bizantino. Quiero mi honesta varonía transmitir al hijo y al nieto, renovar en la vara mía el respeto. Mi casa como una pirámide ha de ser templo funerario. El rumor que mueve mi clámide es de Terciario. Quiero hacer mi casa aldeana con una solana al oriente, y meditar en la solana devotamente. Quiero hacer una casa estoica murada en piedra de Barbanza, la casa de Séneca, heroica de templanza. Y sea labrada de piedra; mi casa Karma de mi clan, y un día decore la hiedra SOBRE EL DOLMEN DE VALLE-INCLÁN.
Karma
Ramón López Velarde
Mi corazón retrógrado ama desde hoy la temerosa fecha en que surgiste con aquel vestido de luto y aquel rostro de ebriedad. Día 13 en que el filo de tu rostro llevaba la embriaguez como un relámpago y en que tus lúgubres arreos daban una luz que cegaba al sol de agosto, así como se nubla el sol ficticio en las decoraciones de los Calvarios de los Viernes Santos. Por enlutada y ebria simulaste, en la superstición de aquel domingo, una fúlgida cuenta de abalorio humedecida en un licor letárgico. ¿En qué embriaguez bogaban tus pupilas para que así pudiesen narcotizarlo todo? Tu tiniebla guiaba mis latidos, cual guiaba la columna de fuego al israelita. Adivinaba mi acucioso espíritu tus blancas y fulmíneas paradojas: el centelleo de tus zapatillas, la llamarada de tu falda lúgubre, el látigo incisivo de tus cejas y el negro luminar de tus cabellos. Desde la fecha de superstición en que colmaste el vaso de mi júbilo, mi corazón oscurantista clama a la buena bondad del mal agüero, que si mi sal se riega, irán sus granos trazando en el mantel tus iniciales; y si estalla mi espejo en un gemido, fenecerá diminutivamente como la desinencia de tu nombre. Superstición, consérvame el radioso vértigo del minuto perdurable en que su traje negro devoraba la luz desprevenida del cénit, y en que su falda lúgubre era un bólido por un cielo de hollín sobrecogido...
Día 13
Gerardo Diego
A Melchor Fernández Almagro. Yo pastor de bulevares desataba los bancos y sentado en la orilla corriente del paseo dejaba divagar mis corderos escolares Todo había cesado Mi cuademo única fronda del invierno y el quiosco bien anclado entre la espuma Yo pensaba en los lechos sin rumbo siempre frescos para fumar mis versos y contar las estrellas Yo pensaba en mis nubes olas tibias del cielo que buscan domicilio sin abatir el vuelo Yo pensaba en los pliegues de las mañanas bellas planchadas al revés que mi pañuelo Pero para volar es menester que el sol pendule y que gire en la mano nuestra esfera armilar Todo es distinto ya Mi corazón bailando equivoca a la estrella y es tal la fiebre y la electricidad que alumbra incandescente la botella Ni la torre silvestre distribuye los vientos girando lentamente ni mis manos ordeñan las horas recipientes Hay que esperar el desfile de las borrascas y las profecías Hay que esperar que nazca de la luna el pájaro mesías Todo tiene que llegar El oleaje del cine es igual que el del mar Los días lejanos cruzan por la pantalla Banderas nunca vistas perfuman el espacio y el teléfono trae ecos de batalla Las olas dan la vuelta al mundo Ya no hay exploradores del polo y del estrecho y de una enfermedad desconocida se mueren los turistas la guía sobre el pecho Las olas dan la vuelta al mundo Yo me iría con ellas Ellas todo lo han visto No retornan jamás ni vuelven la cabeza almohadas desahuciadas y sandalias de Cristo Dejadme recostado eternamente Yo fumaré mis versos y llevaré mis nubes por todos los caminos de la tierra y del cielo Y cuando vuelva el sol en su caballo blanco mi lecho equilibrado alzaré al cielo.
Nubes
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor «Vendrás conmigo» ?dije? sin que nadie supiera dónde y cómo latía mi estado doloroso, y para mí no había clavel ni barcarola, nada sino una herida por el amor abierta. Repetí: ven conmigo, como si me muriera, y nadie vio en mi boca la luna que sangraba, nadie vio aquella sangre que subía al silencio. Oh amor ahora olvidemos la estrella con espinas! Por eso cuando oí que tu voz repetía «Vendrás conmigo» ?fue como si desataras dolor, amor, la furia del vino encarcelado que desde su bodega sumergida subiera y otra vez en mi boca sentí un sabor de llama, de sangre y de claveles, de piedra y quemadura.
Cien sonetos de amor
Gertrudis Gómez de Avellaneda
Un tiempo hollaba por alfombras rosas; y nobles vates, de mentidas diosas prodigábanme nombres; mas yo, altanera, con orgullo vano, cual águila real a vil gusano, contemplaba a los hombres. Mi pensamiento —en temerario vuelo— ardiente osaba demandar al cielo objeto a mis amores, y si a la tierra con desdén volvía triste mirada, mi soberbia impía marchitaba sus flores. Tal vez por un momento caprichosa entre ellas revolé, cual mariposa, sin fijarme en ninguna; pues de místico bien siempre anhelante, clamaba en vano, como tierno infante quiere abrazar la luna. Hoy, despeñada de la excelsa cumbre do osé mirar del sol la ardiente lumbre que fascinó mis ojos, cual hoja seca al raudo torbellino, cedo al poder del áspero destino... ¡Me entrego a sus antojos! Cobarde corazón, que el nudo estrecho gimiendo sufres, dime: ¿qué se ha hecho tu presunción altiva? ¿Qué mágico poder, en tal bajeza trocando ya tu indómita fiereza, de libertad te priva? ¡Mísero esclavo de tirano dueño, tu gloria fue cual mentiroso sueño, que con las sombras huye! Di, ¿qué se hicieron ilusiones tantas de necia vanidad, débiles plantas que el aquilón destruye? En hora infausta a mi feliz reposo, ¿no dijiste, soberbio y orgulloso: —¿Quién domará mi brío? ¡Con mi solo poder haré, si quiero, mudar de rumbo al céfiro ligero y arder al mármol frío! ¡Funesta ceguedad! ¡Delirio insano! Te gritó la razón... Mas ¡cuán en vano te advirtió tu locura!... ¡Tú mismo te forjaste la cadena, que a servidumbre eterna te condena, y a duelo y amargura! Los lazos caprichosos que otros días —por pasatiempo— a tu placer tejías, fueron de seda y oro; los que ahora rinden tu valor primero, son eslabones de pesado acero, templados con tu lloro. ¿Qué esperaste, ¡ay de ti!, de un pecho helado de inmenso orgullo y presunción hinchado, de víboras nutrido? Tú —que anhelabas tan sublime objeto— ¿cómo al capricho de un mortal sujeto te arrastras abatido? ¿Con qué velo tu amor cubrió mis ojos, que por flores tomé duros abrojos, y por oro la arcilla?... ¡Del torpe engaño mis rivales ríen, y mis amantes, ay, tal vez se engríen del yugo que me humilla! ¿Y tú lo sufres, corazón cobarde? ¿Y de tu servidumbre haciendo alarde quieres ver en mi frente el sello del amor que te devora?... ¡Ah! Velo, pues, y búrlese en buen hora de mi baldón la gente. ¡Salga del pecho —requemando el labio— el caro nombre de mi orgullo agravio, de mi dolor sustento!... ¿Escrito no le ves en las estrellas y en la luna apacible que con ellas alumbra el firmamento? ¿No le oyes, de las auras al murmullo? ¿No le pronuncia —en gemidor arrullo— la tórtola amorosa? ¿No resuena en los árboles, que el viento halaga con pausado movimiento en esa selva hojosa? De aquella fuente entre las claras linfas, ¿no le articulan invisibles ninfas con eco lisonjero?... ¿Por qué callar el nombre que te inflama, si aún el silencio tiene voz, que aclama ese nombre que quiero?... Nombre que un alma lleva por despojo; nombre que excita con placer enojo, y con ira ternura; nombre más dulce que el primer cariño de joven madre al inocente niño, copia de su hermosura; y más amargo que el adiós postrero que al suelo damos, donde el sol primero alumbró nuestra vida, nombre que halaga y halagando mata; nombre que hiere —como sierpe ingrata— al pecho que le anida. ¡No, no lo envíes, corazón, al labio! ¡Guarda tu mengua con silencio sabio! ¡Guarda, guarda tu mengua! ¡Callad también vosotras, auras, fuente, trémulas hojas, tórtola doliente, como calla mi lengua!
Amor y orgullo
Ramón López Velarde
Doy a los cuatro vientos los loores de tus dedos de clásica finura que preparan el pan sin levadura para el banquete de nuestros amores. Saben de las domésticas labores, lucen en el mantel su compostura y apartan, de la verde, la madura producción de los meses fructidores. Para gloria de Dios, en homenaje a tu excelencia, mi soneto adorna de tus manos preclaras el linaje, y el soneto dichoso, en las esbeltas falanges de mis índices se torna una sortija de catorce vueltas.
Para tus dedos ágiles y finos
Fa Claes
Algún día hallaremos la fórmula que nos indique la vastedad del universo y la amplitud de nuestro corazón. Algún día hallaremos la clave en que ha sido compuesta la música de las esferas y la encerraremos también en nuestro corazón, levitados canturreando satisfechos: ¡lo hemos conseguido! Algún día hallaremos a Dios, ya sabes, el Todo, a secas. Sigo esperando para anotarlo aquí en Rijmenam con la fecha de mañana, dentro de mil quintillones de años, hoy con mi nombre y función, yo, Fa Claes, notario del universo.
Notaría
Juan Luis Panero
Se mira en el espejo que ya no le refleja, todo, menos él, aparece en la fría superficie, la habitación, muebles y cuadros, la variable luz del día. Así aprende, con terror silencioso, a verse, no en los gestos teatrales —aún rasgos humanos— de la muerte, sino en los días de después, en el vacío de la nada. Inútil cerrar los ojos, estúpido romper el terco espejo, buscar otro más fiel o más amable. Es él sólo, el hombre invisible, el que desaparece, es sólo él, una huella borrada, que no contempla a nadie, porque es nadie, la nada en el cristal indiferente de la vida.
El hombre invisible
Santiago Montobbio
Haber perdido la vida ya muy pronto, y en cualquier esquina; haber sentido cómo escapaba poco a poco el agua de los ojos, haber tenido tanto miedo y tanto frío como para acabar siendo nada más que miedo y frío. Haber tenido sombra y garganta seca, haber tenido o no haber tenido y no haber sido nunca nada fuera de unos dedos, no haber, no, no haber conseguido jamás salir de esta ciudad oscura y siendo sólo que de la derrota el heredero únicamente arrepentirme por no haber compuesto, cuando sobraba el tiempo, un poema que no tuviera cristal en exceso, un poema sencillo y sin motivo pero en el cual vaciara el agua su sentido y que una vez enviado por el invisible correo de los huesos pudieras para siempre ya tenerlo como olvidado amigo o azulado perro que te diera buenas noches con la irreprochable puntualidad de las ausencias.
Memorial para mi único agravio
Amado Nervo
Ha muchos años que busco el yermo, ha muchos años que vivo triste, ha muchos años que estoy enfermo, ¡y es por el libro que tú escribiste! ¡Oh Kempis, antes de leerte amaba la luz, las vegas, el mar Océano; mas tú dijiste que todo acaba, que todo muere, que todo es vano! Antes, llevado de mis antojos, besé los labios que al beso invitan, las rubias trenzas, los grandes ojos, ¡sin acordarme que se marchitan! Mas como afirman doctores graves, que tú, maestro, citas y nombras, que el hombre pasa como las naves, como las nubes, como las sombras... huyo de todo terreno lazo, ningún cariño mi mente alegra, y con tu libro bajo del brazo voy recorriendo la noche negra... ¡Oh Kempis, Kempis, asceta yermo, pálido asceta, qué mal me hiciste! ¡Ha muchos años que estoy enfermo, y es por el libro que tú escribiste!
A kempis
Bertolt Brecht
En tierras de Suecia vivía una condesa que era tan pálida y tan bella. «¡Señor guarda, señor guarda, mi liga se soltó, se soltó, se soltó! ¡Guarda, arrodíllate, pronto, y átamela!» «Señora condesa, señora condesa, no me miréis así, yo os sirvo por mi pan. ¡Vuestros pechos son blancos pero el hacha es fría, es fría, es fría! Dulce es el amor, pero amarga la muerte.» El guarda escapó aquella misma noche. Cabalgó monte abajo hasta que llegó al mar. «¡Señor barquero, señor barquero, acógeme en tu barca, en tu barca, en tu barca! Barquero, tengo que ir hasta el fin del mar.» Entre el gallo y la zorra brotó el amor. «Oh, dorado, ¿me amas de verdad?» y fina fue la noche, pero el alba llegó, llegó, llegó: todas sus plumas cuelgan del zarzal.
Balada del guardabosques y la condesa
Miguel Hernández
Dos especies de manos se enfrentan en la vida, brotan del corazón, irrumpen por los brazos, saltan, y desembocan sobre la luz herida a golpes, a zarpazos. La mano es la herramienta del alma, su mensaje, y el cuerpo tiene en ella su rama combatiente. Alzad, moved las manos en un gran oleaje, hombres de mi simiente. Ante la aurora veo surgir las manos puras de los trabajadores terrestres y marinos, como una primavera de alegres dentaduras, de dedos matutinos. Endurecidamente pobladas de sudores, retumbantes las venas desde las uñas rotas, constelan los espacios de andamios y clamores, relámpagos y gotas. Conducen herrerías, azadas y telares, muerden metales, montes, raptan hachas, encinas, y construyen, si quieren, hasta en los mismos mares fábricas, pueblos, minas. Estas sonoras manos oscuras y lucientes las reviste una piel de invencible corteza, y son inagotables y generosas fuentes de vida y de riqueza. Como si con los astros el polvo peleara, como si los planetas lucharan con gusanos, la especie de las manos trabajadora y clara lucha con otras manos. Feroces y reunidas en un bando sangriento avanzan al hundirse los cielos vespertinos unas manos de hueso lívido y avariento, paisaje de asesinos. No han sonado: no cantan. Sus dedos vagan roncos, mudamente aletean, se ciernen, se propagan. Ni tejieron la pana, ni mecieron los troncos, y blandas de ocio vagan. Empuñan crucifijos y acaparan tesoros que a nadie corresponden sino a quien los labora, y sus mudos crepúsculos absorben los sonoros caudales de la aurora. Orgullo de puñales, arma de bombardeos con un cáliz, un crimen y un muerto en cada uña: ejecutoras pálidas de los negros deseos que la avaricia empuña. ¿Quién lavará estas manos fangosas que se extienden al agua y la deshonran, enrojecen y estragan? Nadie lavará manos que en el puñal se encienden y en el amor se apagan. Las laboriosas manos de los trabajadores caerán sobre vosotras con dientes y cuchillas. Y las verán cortadas tantos explotadores en sus mismas rodillas.
Las manos
Mario Benedetti
Todas las parcelas de mi vida tienen algo tuyo y eso en verdad no es nada extraordinario vos lo sabés tan objetivamente como yo. Sin embargo hay algo que quisiera aclararte, cuando digo todas las parcelas, no me refiero solo a esto de ahora, a esto de esperarte y aleluya encontrarte, y carajo perderte, y volverte a encontrar, y ojalá nada más. No me refiero a que de pronto digas, voy a llorar y yo con un discreto nudo en la garganta, bueno llorá. Y que un lindo aguacero invisible nos ampare y quizás por eso salga enseguida el sol. Ni me refiero a solo a que día tras día, aumente el stock de nuestras pequeñas y decisivas complicidades, o que yo pueda o creerme que puedo convertir mis reveses en victorias, o me hagas el tierno regalo de tu más reciente desesperación. No. La cosa es muchísimo más grave. Cuando digo todas las parcelas quiero decir que además de ese dulce cataclismo, también estas reescribiendo mi infancia, esa edad en que uno dice cosas adultas y solemnes y los solemnes adultos las celebran, y vos en cambio sabés que eso no sirve. Quiero decir que estás rearmando mi adolescencia, ese tiempo en que fui un viejo cargado de recelos, y vos sabés en cambio extraer de ese páramo, mi germen de alegría y regarlo mirándolo. Quiero decir que estás sacudiendo mi juventud, ese cántaro que nadie tomó nunca en sus manos, esa sombra que nadie arrimó a su sombra, y vos en cambio sabés estremecerla hasta que empiecen a caer las hojas secas, y quede la armazón de mi verdad sin proezas. Quiero decir que estás abrazando mi madurez esta mezcla de estupor y experiencia, este extraño confín de angustia y nieve, esta bujía que ilumina la muerte, este precipicio de la pobre vida. Como ves es más grave, Muchísimo más grave, Porque con estas y con otras palabras, quiero decir que no sos tan solo, la querida muchacha que sos, sino también las espléndidas o cautelosas mujeres que quise o quiero. Porque gracias a vos he descubierto, (dirás que ya era hora y con razón), que el amor es una bahía linda y generosa, que se ilumina y se oscurece, según venga la vida, una bahía donde los barcos llegan y se van, llegan con pájaros y augurios, y se van con sirenas y nubarrones. Una bahía linda y generosa, Donde los barcos llegan y se van. Pero vos, Por favor, No te vayas
Mucho más grave
Jorge Luis Borges
Nadie vio la hermosura de las calles hasta que pavoroso en clamor se derrumbó el cielo verdoso en abatimiento de agua y de sombra. El temporal fue unánime y aborrecible a las miradas fue el mundo, pero cuando un arco bendijo con los colores del perdón la tarde, y un olor a tierra mojada alentó los jardines, nos echamos a caminar por las calles como por una recuperada heredad, y en los cristales hubo generosidades de sol y en las hojas lucientes dijo su trémula inmortalidad el estío.
Barrio recuperado
Garcilaso de la Vega
A la entrada de un valle, en un desierto, do nadie atravesaba, ni se vía, vi que con extrañeza un can hacía extremos de dolor con desconcierto; agora suelta el llanto al cielo abierto, ora va rastreando por la vía; camina, vuelve, para, y todavía quedaba desmayado como muerto. Y fue que se apartó de su presencia su amo, y no le hallaba; y esto siente; mirad hasta do llega el mal de ausencia. Movióme a compasión ver su accidente; díjele, lastimado: «Ten paciencia, que yo alcanzo razón, y estoy ausente».
Soneto xxxvii
Federico García Lorca
Ya viene la noche. Golpean rayos de luna sobre el yunque de la tarde. Ya viene la noche. Un árbol grande se abriga con palabras de cantares. Ya viene la noche. Si tú vinieras a verme por los senderos del aire. Ya viene la noche, Me encontrarías llorando bajo los álamos grandes. ¡Ay morena! bajo los álamos grandes.
Remanso, canción final
Pablo Neruda
20 poemas de amor y una canción desesperada Para que tú me oigas mis palabras se adelgazan a veces como las huellas de las gaviotas en las playas. Collar, cascabel ebrio para tus manos suaves como las uvas. Y las miro lejanas mis palabras. Más que mías son tuyas. Van trepando en mi viejo dolor como las yedras. Ellas trepan así por las paredes húmedas. Eres tú la culpable de este juego sangriento. Ellas están huyendo de mi guarida oscura. Todo lo llenas tú, todo lo llenas. Antes que tú poblaron la soledad que ocupas, y están acostumbradas más que tú a mi tristeza. Ahora quiero que digan lo que quiero decirte para que tú las oigas como quiero que me oigas. El viento de la angustia aún las suele arrastrar. Huracanes de sueños aún a veces las tumban. Escuchas otras voces en mi voz dolorida. Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas. Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme. Sígueme, compañera, en esa ola de angustia. Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras. Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas. Voy haciendo de todas un collar infinito para tus blancas manos, suaves como las uvas.
20 poemas de amor y una canción desesperadapoema 5
Jaime Sabines
Entonces se enviaban suspiros en las rosas, besos-palomas de balcón a balcón. Pero la sucia noche revolvía alfileres, sábanas, rezos, cruces, luto de amor. Caras agrias, en sombra, el deseo encendió. (Cuántos hijos tirados en paredes, pañuelos, muslos, manos, por Dios!) muro de agua, la angustia, se levantó. Humo rojo en mis venas. Transfigurado cielo. De polvo a polvo soy.
Entonces se enviaban suspiros en las rosas
Pablo Neruda
LA mariposa volotea y arde —con el sol— a veces. Mancha volante y llamarada, ahora se queda parada sobre una hoja que la mece. Me decían: —No tienes nada. No estás enfermo. Te parece. Yo tampoco decía nada. Y pasó el tiempo de las mieses. Hoy una mano de congoja llena de otoño el horizonte. Y hasta de mi alma caen hojas. Me decían: —No tienes nada. No estás enfermo. Te parece. Era la hora de las espigas. El sol, ahora, convalece. Todo se va en la vida, amigos. Se va o perece. Se va la mano que te induce. Se va o perece. Se va la rosa que desates. También la boca que te bese. El agua, la sombra y el vaso. Se va o perece. Pasó la hora de las espigas. El sol, ahora, convalece. Su lengua tibia me rodea. También me dice: —Te parece. La mariposa volotea, revolotea, y desaparece.
Mariposa de otoño
Vicente Aleixandre
Eres hermosa como la piedra, oh difunta; Oh viva, oh viva, eres dichosa como la nave. Esta orquesta que agita mis cuidados como una negligencia, como un elegante bendecir de buen tono, ignora el vello de los pubis, ignora la risa que sale del esternón como una gran batuta. Unas olas de afrecho, un poco de serrín en los ojos, o si acaso en las sienes, o acaso adornando las cabelleras; unas faldas largas hechas de colas de cocodrilos; unas lenguas o unas sonrisas hechas con caparazones de cangrejos. Todo lo que está suficientemente visto no puede sorprender a nadie. Las damas aguardan su momento sentadas sobre una lágrima, disimulando la humedad a fuerza de abanico insistente. Y los caballeros abandonados de sus traseros quieren atraer todas las miradas a la fuerza hacia sus bigotes. Pero el vals ha llegado. Es una playa sin ondas, es un entrechocar de conchas, de tacones, de espumas o de dentaduras postizas. Es todo lo revuelto que arriba. Pechos exuberantes en bandeja en los brazos, dulces tartas caídas sobre los hombros llorosos, una languidez que revierte, un beso sorprendido en el instante que se hacía «cabello de ángel», un dulce «sí» de cristal pintado de verde. Un polvillo de azúcar sobre las frentes da una blancura cándida a las palabras limadas, y las manos se acortan más redondeadas que nunca, mientras fruncen los vestidos hechos de esparto querido. Las cabezas son nubes, la música es una larga goma, las colas de plomo casi vuelan, y el estrépito se ha convertido en los corazones en oleadas de sangre, en un licor, si blanco, que sabe a memoria o a cita. Adiós, adiós, esmeralda, amatista o misterio; adiós, como una bola enorme ha llegado el instante, el preciso momento de la desnudez cabeza abajo, cuando los vellos van a pinchar los labios obscenos que saben. Es el instante, el momento de decir la palabra que estalla, el momento en que los vestidos se convertirán en aves, las ventanas en gritos, las luces en ¡socorro! y ese beso que estaba (en el rincón) entre dos bocas se convertirá en una espina que dispensará la muerte diciendo: Yo os amo.
El vals
Antonio Machado
La tarde está muriendo como un hogar humilde que se apaga. Allá, sobre los montes, quedan algunas brasas. Y ese árbol roto en el camino blanco hace llorar de lástima. ¡Dos ramas en el tronco herido, y una hoja marchita y negra en cada rama! ¿Lloras?... Entre los álamos de oro, lejos, la sombra del amor te aguarda.
Campo
Josefina Plá
Vaciarme de paisajes, olvidarme caminos, reedificar el arco de tu desnudo día. Borrar tus ojos, sendas de mi llagado sueño, y engriar en mi sangre tus dos terribles manos. (...La estatua que he vaciado en soledad, volverla raíz y musgo en tierra, canto y ala en el aire). ...O, en la antípoda lluvia de mi aherrojada llanto, hacer cantar el muerto pájaro de tu beso. Tornar a las cenizas las flechas de la llama, reenhebrar en las venas el hilo del suspiro. Y del dolor crecido, monstruo y criatura mía, hacer de nuevo aquella sonrisa que en tus labios me bautizaba tuya, con el nombre más mío. 1939
Imposible
Jorge Luis Borges
Soy el que sabe que no es menos vano que el vano observador que en el espejo de silencio y cristal sigue el reflejo o el cuerpo (da lo mismo) del hermano. Soy, tácitos amigos, el que sabe que no hay otra venganza que el olvido ni otro perdón. Un dios ha concedido al odio humano esta curiosa llave. Soy el que pese a tan ilustres modos de errar, no ha descifrado el laberinto singular y plural, arduo y distinto, del tiempo, que es uno y es de todos. Soy el que es nadie, el que no fue una espada en la guerra. Soy eco, olvido, nada.
Soy
Roque Dalton
Insoslayable para la vida, la nueva vida me amanece: es un pequeño sol con raíces que habré de regar mucho e impulsar a que juegue su propio ataque contra la cizaña. Pequeño y pobre pan de la solidaridad, bandera contra el frío, agua fresca para la sangre: elementos maternos que no deben alejarse del corazón. Y contra la melancolía, la confianza; contra la desesperación, la voz del pueblo vibrando en las ventanas de esta casa secreta. Descubrir, descifrar, articular, poner en marcha: viejos oficios de los libertadores y los mártires que ahora son nuestras obligaciones y que andan por allí contándonos los pasos: del desayuno al sueño, del sigilo en sigilo, de acción en acción, de vida en vida.
Vida, oficios
Ramón López Velarde
A Antonio Moreno y Oviedo. Mujer que recogiste los primeros frutos de mi pasión, ¡con qué alegría como una santa esposa te vería llegar a mis floridos jazmineros! Al mirarte venir, los placenteros cantares del amor desgranaría, colgada en la risueña galería, la jaula de canarios vocingleros. Si a mis abismos de tristeza bajas y si al conjuro de tu labio cuajas de botones las rústicas macetas, te aspiraré con gozo temerario como se aspira en un devocionario un perfume de místicas violetas.
Flor temprana
Lope de Vega
Es la mujer del hombre lo más bueno, y locura decir que lo más malo, su vida suele ser y su regalo, su muerte suele ser y su veneno. Cielo a los ojos, cándido y sereno, que muchas veces al infierno igualo, por raro al mundo su valor señalo, por falso al hombre su rigor condeno. Ella nos da su sangre, ella nos cría, no ha hecho el cielo cosa más ingrata: es un ángel, y a veces una arpía. Quiere, aborrece, trata bien, maltrata, y es la mujer al fin como sangría, que a veces da salud, y a veces mata.
Es la mujer del hombre lo más bueno
María Eugenia Caseiro
No hay más vida ni más muerte solo lluvia en las manos; no hay más voz que su voz en los cristales de agua viva ni más cuerpo que su cuerpo en el deleite de esta estrofa mojada acariciando tréboles. No hay más vuelo ni más risa que beber sus esmeraldas; ni otro hechizo que no sea la sorpresa en el húmedo poema de su llanto ni alegría ni dolor... en las plantas de este cielo hay luz cobijándome. No hay más barcos ni más puertos que esta lluvia en las manos entre verdes diluidos y azabaches que ruedan por el frío receloso de las fuentes donde la luz del agua esclava palidece ante otra luz del agua libre que rueda. No hay más día ni más noche solo lluvia y los corceles del viento en jubileo sus llameantes flores, sus metales vagan seducidos en el tiempo y este ramo de lluvia en mis manos se abre de miradas. No hay más reino ni más reina ni más corona ni cetro que la gloria indefinida de la lluvia de alabastro, de violines de pisadas y de espejos y la mano del agua acariciándome.
Tengo lluvia en las manos
Jaime Sabines
Sitio de amor, lugar en que he vivido de lejos, tú, ignorada, amada que he callado, mirada que no he visto, mentira que me dije y no he creído: en esta hora en que los dos, sin ambos, a llanto y odio y muerte nos quisimos, estoy, no sé si estoy, ¡si yo estuviera!, queriéndote, llorándome, perdido. (Esta es la última vez que yo te quiero. En serio te lo digo.) Cosas que no conozco, que no he aprendido, contigo, ahora, aquí, las he aprendido. En ti creció mi corazón. En ti mi angustia se hizo. Amada, lugar en que descanso, silencio en que me aflijo. ( Cuando miro tus ojos pienso en un hijo. ) Hay horas, horas, horas, en que estás tan ausente que todo te lo digo. Tu corazón a flor de piel, tus manos, tu sonrisa perdida alrededor de un grito, ese tu corazón de nuevo, tan pobre, tan sencillo, y ese tu andar buscándome por donde yo no he ido: todo eso que tu haces y no haces a veces es como para estarse peleando contigo. Niña de los espantos, mi corazón caído, ya ves, amada, niña, que cosas digo.
Sitio de amor
Antonio Machado
Este donquijotesco don Miguel de Unamuno, fuerte vasco, lleva el arnés grotesco y el irrisorio casco del buen manchego. Don Miguel camina, jinete de quimérica montura, metiendo espuela de oro a su locura, sin miedo de la lengua que malsina. A un pueblo de arrieros, lechuzos y tahúres y logreros dicta lecciones de Caballería. Y el alma desalmada de su raza, que bajo el golpe de su férrea maza aún durme, puede que despierte un día. Quiere enseñar el ceño de la duda, antes de que cabalgue, el caballero; cual nuevo Hamlet, a mirar desnuda cerca del corazón la hoja de acero. Tiene el aliento de una estirpe fuerte que soñó más allá de sus hogares, y que el oro buscó tras de los mares. Él señala la gloria tras la muerte. Quiere ser fundador, y dice: Creo; Dios y adelante el ánima española... Y es tan bueno y mejor que fue Loyola: sabe a Jesús y escupe al fariseo.
A don miguel de unamuno
Hilario Barrero
Los que abonan con su óxido los rojos incendiados de octubre también fueron felices contemplando el otoño en este cementerio de New England, cercano al mar y en fuego. Al gozar de esta luz de vidriera, clausurada de niebla, se sublevó el azogue de sus hermosos cuerpos y se encendió el deseo entre sus ramas que se abrieron de pájaros y hojas. (Dulce como este sol era su amor.) Ahora permanecen debajo de la piedra, que el rayo del olvido partió por la mitad, conquistando de polvo a los castaños, secando con la sangre de su noche al robledal. Barro ciego en sus ojos. Mientras que acorralados por la lluvia, el temblor de tu agua por mi cuerpo, me haces la propuesta que yo espero, siento cómo la tarde traduce su vidriera y recibo señales de óxido y de fuego en el seco azulejo y me pregunto: ¿Cómo guardar la clave de tus ojos en la piedra caliza de mi historia? ¿cómo crear un código ignorado para el vocabulario de la nada? ¿cómo herir a la muerte ilimitada si ha de robar tu nombre y mis preguntas?
Cementerio en new hampshire
Claudio Rodríguez
Miro la espuma, su delicadeza que es tan distinta a la de la ceniza. Como quien mira una sonrisa, aquella por la que da su vida y le es fatiga y amparo, miro ahora la modesta espuma. Es el momento bronco y bello del uso, el roce, el acto de la entrega creándola. El dolor encarcelado del mar, se salva en fibra tan ligera; bajo la quilla, frente al dique, donde existe amor surcado, como en tierra la flor, nace la espuma. Y es en ella donde rompe la muerte, en su madeja donde el mar cobra ser, como en la cima de su pasión el hombre es hombre, fuera de otros negocios: en su leche viva. A este pretil, brocal de la materia que es manantial, no desembocadura, me asomo ahora, cuando la marea sube, y allí naufrago, allí me ahogo muy silenciosamente, con entera aceptación, ileso, renovado en las espumas imperecederas.
Espuma
Amado Nervo
Cada rosa gentil ayer nacida, cada aurora que apunta entre sonrojos, dejan mi alma en el éxtasis sumida... ¡Nunca se cansan de mirar mis ojos el perpetuo milagro de la vida! Años ha que contemplo las estrellas en las diáfanas noches españolas y las encuentro cada vez mas bellas. Años ha que en el mar, conmigo a solas, de las olas escucho las querellas, y aun me pasma el prodigio de las olas! Cada vez hallo la Naturaleza más sobrenatural, más pura y santa, Para mí, en rededor, todo es belleza; y con la misma plenitud me encanta la boca de la madre cuando reza que la boca del niño cuando canta. Quiero ser inmortal, con sed intensa, porque es maravilloso el panorama con que nos brinda la creación inmensa; porque cada lucero me reclama, diciéndome, al brillar: «Aquí se piensa, también aquí se lucha, aquí se ama».
Éxtasis
Luis Alberto de Cuenca
Las chicas como tú se ríen en las barbas del mismísimo Hammurabi. «Ojo por ojo y diente por diente» (lo hizo escribir en Babilonia, hace cuatro mil años). Las chicas como tú responden al amor con desdén y al desdén con amor. Por fastidiar a Hammurabi.
Hammurabi
Gloria Fuertes
Soy como esa isla que ignorada, late acunada por árboles jugosos, en el centro de un mar que no me entiende, rodeada de nada, —sola sólo—. Hay aves en mi isla relucientes, y pintadas por ángeles pintores, hay fieras que me miran dulcemente, y venenosas flores. Hay arroyos poetas y voces interiores de volcanes dormidos. Quizá haya algún tesoro muy dentro de mi entraña. ¡Quién sabe si yo tengo diamante en mi montaña, o tan sólo un pequeño pedazo de carbón! Los árboles del bosque de mi isla, sois vosotros mis versos. ¡Qué bien sonáis a veces si el gran músico viento os toca cuando viene el mar que me rodea! A esta isla que soy, si alguien llega, que se encuentre con algo es mi deseo; —manantiales de versos encendidos y cascadas de paz es lo que tengo—. Un nombre que me sube por el alma y no quiere que llore mis secretos; y soy tierra feliz —que tengo el arte de ser dichosa y pobre al mismo tiempo—. Para mí es un placer ser ignorada, isla ignorada del océano eterno. En el centro del mundo sin un libro sé todo, porque vino un mensajero y me dejó una cruz para la vida —para la muerte me dejó un misterio.
Isla ignorada