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87
Gabriela Mistral
La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde me ha arrojado la mar en su ola de salmuera. La tierra a la que vine no tiene primavera: tiene su noche larga que cual madre me esconde. El viento hace a mi casa su ronda de sollozos y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito. Y en la llanura blanca, de horizonte infinito, miro morir intensos ocasos dolorosos. ¿A quién podrá llamar la que hasta aquí ha venido si más lejos que ella sólo fueron los muertos? ¡Tan sólo ellos contemplan un mar callado y yerto crecer entre sus brazos y los brazos queridos! Los barcos cuyas velas blanquean en el puerto vienen de tierras donde no están los que no son míos; sus hombres de ojos claros no conocen mis ríos y traen frutos pálidos, sin la luz de mis huertos. Y la interrogación que sube a mi garganta al mirarlos pasar, me desciende, vencida: hablan extrañas lenguas y no la conmovida lengua que en tierras de oro mi pobre madre canta. Miro bajar la nieve como el polvo en la huesa; miro crecer la niebla como el agonizante, y por no enloquecer no encuentro los instantes, porque la noche larga ahora tan solo empieza. Miro el llano extasiado y recojo su duelo, que viene para ver los paisajes mortales. La nieve es el semblante que asoma a mis cristales: ¡siempre será su albura bajando de los cielos! Siempre ella, silenciosa, como la gran mirada de Dios sobre mí; siempre su azahar sobre mi casa; siempre, como el destino que ni mengua ni pasa, descenderá a cubrirme, terrible y extasiada.
Desolación
Lope de Vega
Vierte racimos la gloriosa palma, y sin amor se pone estéril luto; Dafnes se queja en su laurel sin fruto, Narciso en blancas hojas se desalma. Está la tierra sin la lluvia en calma, viles hierbas produce el campo enjuto, porque nunca el Amor pagó tributo, gime en su piedra de Anaxarte el alma. Oro engendra al amor de agua y de arenas, porque las conchas aman el rocío, quedan de perlas orientales llenas. No desprecies, Lucinda hermosa, el mío, que al trasponer del sol, las azucenas pierden el lustre, y nuestra edad el brío.
Vierte racimos la gloriosa palma
Ramón López Velarde
Yo sólo soy un hombre débil, un espontáneo que nunca tomó en serio los sesos de su cráneo. A medida que vivo ignoro más las cosas; no sé ni por qué encantan las hembras y las rosas, Sólo estuve sereno, como en un trampolín, para saltar las nuevas cinturas de las Martas y con dedos maniáticos de sastre, medir cuartas a un talle de caricias ideado por Merlín. Admiro el universo como un azul candado, gusto del cristianismo porque el Rabí es poeta, veo arriba el misterio de un único cometa y adoro en la Mujer el misterio encarnado. Quiero a mi siglo; gozo de haber nacido en él; los siglos son en mi alma rombos de una pelota para la dicha varia y el calosfrío cruel en que cesa la media y lo crudo se anota. He oído la rechifla de los demonios sobre mis bancarrotas chuscas de pecador vulgar, y he mirado a los ángeles y arcángeles mojar con sus lágrimas de oro mi vajilla de cobre. Mi carne es combustible y mi conciencia parda; efímeras y agudas refulgen mis pasiones cual vidrios de botella que erizaron la barda del gallinero, contra los gatos y ladrones. ¡Oh, Rabí, si te dignas, está bien que me orientes: he besado mil bocas, pero besé diez frentes! Mi voluntad es labio y mi beso es el rito... ¡Oh, Rabí, si te dignas, bien está que me encauces; como el can de San Roque, ha estado mi apetito con la vista en el cielo y la antorcha en las fauces!
El perro de san roque
Gerardo Diego
Habrá un silencio verde todo hecho de guitarras destrenzadas La guitarra es un pozo con viento en vez de agua.
Guitarra
José Asunción Silva
De placeres carnales el abuso, de caricias y besos, goza, y ama con toda tu alma, iluso; agótate en excesos. Y si de la avariosis te librara la sabia profilaxia, al llegar los cuarenta, irás sintiendo un principio de ataxia. De la copa que guarda los olvidos bebe el néctar que agota: perderás el magín y los sentidos con la última gota. Trabaja sin cesar, batalla, suda, vende vida por oro: conseguirás una dispepsia aguda mucho antes que un tesoro. Y tendrás ¡oh placer! de la pesada digestión en el lance, ante la vista ansiosa y fatigada las cifras de un balance. Al arte sacrifícate: ¡combina, pule, esculpe, extrema! ¡Lucha, y en la labor que te asesina, —lienzo, bronce o poema— pon tu esencia, tus nervios, tu alma toda! ¡Terrible empresa vana! pues que tu obra no estará a la moda de pasado mañana. No: sé creyente, fiel, toma otro giro y la razón prosterna a los pies del absurdo: ¡compra un giro contra la vida eterna! Págalo con tus goces; la fe aviva; ora, metida, impetra; y al morir pensarás: ¿Y si allá arriba no me cubren la letra? Mas si acaso el orgullo se resiste a tanta abdicación, si la fe ciega te parece triste, confía en la razón. Desprecia los placeres y, severo, a la filosofía, loco por encontrar lo verdadero, consagra noche y día. Compara religiones y sistemas de la Biblia a Stuart Mill, desde los escolásticos problemas hasta lo más sutil. De Spencer y de Wundt, y consagrado a sondear ese abismo lograrás este hermoso resultado: no creer ni en ti mismo. No pienses en la paz desconocida. ¡Mira! al fin, lo mejor en el tumulto inmenso de la vida es la faz interior. Deja el estudio y los placeres; deja la estéril lucha vana, y, como Çakia-Muni lo aconseja húndete en el Nirvana. Excita del vivir los desengaños y en soledad contigo como un yogui senil pasa los años mirándote el ombligo. De la vida del siglo ponte aparte; del placer y el amigo, escoge para ti la mejor parte y métete contigo. Y cuando llegues en postrera hora a la última morada, sentirás una angustia matadora de no haber hecho nada...
Filosofías
Odette Alonso
A Teresa. A Darsi Yo nunca fui la luz yo sólo era la lámpara que su mano encendía o el fuego primigenio que ella me descubrió. Toda anticipación era ilusoria yo broté de su mano como una planta nueva me inflamé en esa llama torpe viento. Yo nunca fui la luz y nunca volverá a ser lo que era polvo que se dispersa y me vacía. Veo llegar la muerte como un sueño y el sueño es esa franja transparente donde todo es mentira.
Transparencia
Marilina Rébora
Como un rumor de aguas, la voz oí diciendo: «No te estés quieta ahí, por algo toma parte. Ni fría ni caliente, tal irás feneciendo. Según sean tus obras, así habremos de darte. »Ten prendida tu lámpara —la lámpara de fuego— pues que ya llega el tiempo y tu día es ahora. El que tiene la hoz, El que dice: ‘Yo siego’, dirá en cualquier momento que ha llegado tu hora. »Conozco tus trabajos y también tu paciencia, mas tengo contra ti ese dejarse estar. Arrepiéntete y vuelve a la obra emprendida, que si no vendré a ti por tu desobediencia para, tu candelero, remover del lugar. Si vences, comerás del árbol de la vida.»
Como un rumor de aguas
Vicente Gerbasi
¿Qué fuego de tiniebla, qué círculo de trueno, cayó sobre tu frente cuando viste esta tierra? Pasaron costas negras, arbustos inflamados, barcas con piña, coco, bananas, chirimoyas, sobre un mar tenebroso con medusas y anémonas. Y pararon caminos, zamuros, caseríos, y un niño sin parientes pasar por la llanura, y un vaquero llamando la sombra del ganado. Una puerta caliente se abrió para tu vida. Te llamaron las aguas con sus lenguas oscuras, los pájaros con gritos, y animales dolientes que lloran largamente en el alto follaje. Y llegaste a la puerta de la casa del brujo, de cuyo techo cuelgan gruesas hojas moradas, semillas venenosas, corazones de pájaros. Y viste la melaza correr en los trapiches. Y el toro que en la tarde avanza hacia la muerte, atado a dos caballos, Y viste la serpiente de agua retorcida, que en la penumbra ahoga a la vaca sedienta. Y anduviste de noche entre las mariposas de luto, que visitan los ranchos tenebrosos, donde habita la fiebre de labios amarillos. Y viste danzar llamas, las llamas del Tirano, seguido por el canto del aguaitacamino, que avanza, misterioso, junto al paso del hombre. Y dormiste entre hormigas, arañas y escorpiones. Y grandes flores lilas, con brillos siderales, se abrieron en tu sueño de encendidos diamantes.
Canto x
Luis de Góngora
Corona de Ayamonte, honor del día, Estas piedras que dio un enfermo a un sano Hoy os tiro, mas no escondo la mano, Por que no digan que es cordobesía; Que dar piedras a Vuestra Señoría Tirallas es por medio de ese llano, Pesadas señas de un deseo liviano, Lisonjas duras de la Musa mía. Término sean, pues, y fundamento De vuestro imperio, y de mi fe constante Tributo humilde, si no ofrecimiento. Camino, y sin pasar más adelante, A vuestra deidad hago el rendimiento Que al montón de Mercurio el caminante.
A la marquesa de ayamonte, dándole unas piedras
Mario Benedetti
¿De qué se nutre la nostalgia? Uno evoca dulzuras cielos atormentados tormentas celestiales escándalos sin ruido paciencias estiradas árboles en el viento oprobios prescindibles bellezas del mercado cánticos y alborotos lloviznas como pena escopetas de sueño perdones bien ganados pero con esos mínimos no se arma la nostalgia son meros simulacros la válida la única nostalgia es de tu piel.
Nostalgia
Juan Ramón Mansilla
Mañana. Dormir. Despertar. La calle, las puertas. Unos peldaños. Otra puerta más. Y tú. A contraluz. Mañana.
Mañana
Mario Benedetti
Todo verdor perecerá dijo la voz de la escritura como siempre implacable pero también es cierto que cualquier verdor nuevo no podría existir si no hubiera cumplido su ciclo el verdor perecido de ahí que nuestro verdor esa conjunción un poco extraña de tu primavera y de mi otoño seguramente repercute en otros enseña a otros ayuda a que otros rescaten su verdor por eso aunque las escrituras no lo digan todo verdor renacerá.
Todo verdor
Juan Ramón Mansilla
Recuerdos: la mano que rasuraba su vientre, la que oponía el éter a su boca, un rápido sopor, las voces, los contornos borrándose Nada después. Nada. Tres horas que un bisturí amputó a su vida. Nada hasta despertar tiritando de frío, la vía conectada a la vena, alguien que decía «ya está». Y el viaje de regreso hasta el cuarto: el acero del ascensor, un pasadizo interminable, dibujarse voces y contornos lentamente. Como otros días la luz en la alcoba, como tu cuerpo en el lecho, como las formas, los olores, los recuerdos de otras, tantas jornadas.
Cirugía
Amado Nervo
Yo vengo de un brumoso país lejano, regido por un viejo monarca triste... Mi numen sólo busca lo que es arcano, mi numen sólo adora lo que no existe. Tú lloras por un sueño que está lejano, tú aguardas un cariño que ya no existe, se pierden tus pupilas en el arcano como dos alas negras, y estás muy triste. Eres mía: nacimos de un mismo arcano y vamos, desdeñosos de cuanto existe, en pos de ese brumoso país lejano, regido por un viejo monarca triste...
Yo vengo de un brumoso país lejano
Carlos Edmundo de Ory
Y volver a dormir y despertar del sueño y este soñar de nuevo envuelto en brumas y no saber si son lunas o espumas lo que mueve este mundo tan grande y tan pequeño Y este ver tristemente cada día encarnada nuestra vida en el tiempo y nuestro rastro de carne en el olvido y sólo queda el astro en todo este misterio del todo y de la nada Y la vida no es sólo una interrogación No es sólo ese guarismo de serpiente lasciva que al morderse la cola una soga nos lega La vida es una letra de inmenso corazón que levanta sus brazos frágiles hacia arriba clamando de continuo ¡La vida es una Y!
Y
Fray Luis de León
¡Oh ya seguro puerto de mi tan luengo error! ¡oh deseado para reparo cierto del grave mal pasado! ¡reposo dulce, alegre, reposado!; techo pajizo, adonde jamás hizo morada el enemigo cuidado, ni se asconde invidia en rostro amigo, ni voz perjura, ni mortal testigo; sierra que vas al cielo altísima, y que gozas del sosiego que no conoce el suelo, adonde el vulgo ciego ama el morir, ardiendo en vivo fuego: recíbeme en tu cumbre, recíbeme, que huyo perseguido la errada muchedumbre, el trabajar perdido, la falsa paz, el mal no merecido; y do está más sereno el aire me coloca, mientras curo los daños del veneno que bebí mal seguro, mientras el mancillado pecho apuro; mientras que poco a poco borro de la memoria cuanto impreso dejó allí el vivir loco por todo su proceso vario entre gozo vano y caso avieso. En ti, casi desnudo deste corporal velo, y de la asida costumbre roto el ñudo, traspasaré la vida en gozo, en paz, en luz no corrompida; de ti, en el mar sujeto con lástima los ojos inclinando, contemplaré el aprieto del miserable bando, que las saladas ondas va cortando: el uno, que surgía alegre ya en el puerto, salteado de bravo soplo, guía, apenas el navío desarmado; el otro en la encubierta peña rompe la nave, que al momento el hondo pide abierta; al otro calma el viento; otro en las bajas Sirtes hace asiento; a otros roba el claro día, y el corazón, el aguacero; ofrecen al avaro Neptuno su dinero; otro nadando huye el morir fiero. Esfuerza, opón el pecho, mas ¿cómo será parte un afligido que va, el leño deshecho, de flaca tabla asido, contra un abismo inmenso embravecido? ¡Ay, otra vez y ciento otras seguro puerto deseado! no me falte tu asiento, y falte cuanto amado, cuanto del ciego error es cudiciado.
Oda xiv - al apartamiento
Santiago Montobbio
Bajé del sueño, del sol y el miedo. Bajé y seguí bajando. No había nada. Deseé volver. Pero en el descenso había olvidado cómo a la infancia del primer verso trepar de nuevo. Y así (niños y niñas) me quedé solo, de ninguna parte rey y en mi noche por nadie abandonado. Y esta sola historia verdadera es el poeta.
Historia verdadera
Salvador García Ramírez
Siempre amanece por las calles del invierno. Arremete la lluvia tras los árboles con rigores de lápida y frescura. Siempre amanece por los miradores del viento, en la lengua del Lima lamiéndonos la vista. De ahí la lejanía, la penumbra ojival que dan los pórticos, la bruma derretida, la piedra minuciosa. De ahí los peregrinos, los ángeles remisos, la iglesia diminuta; también los prosadores. Yo recuerdo la cuesta de las nubes en el seno infecundo de los funiculares. os poentes, sin duda, carregados de azul, entre vielas estreitas alumbrar las mansiones, traducir las cartelas bajo el pez fronterizo de las gárgolas líquenes. También recuerdo, de la misma manera que la arena, el verdín y el escudo en los aleros, la cruz en las esquinas en huraña vigilia, el vaivén de un océano obsesivo a rasgar do nascente. Sobre la niebla entonces: un indicio, una aguda premisa para meses inéditos que cesar del hastío, un batir de vertientes, a babor de la tierra cuando casi es Galiza; o tal vez la erosión, dilatando el prodigio, de este valle al final que adivina un augurio donde siempre nos llueve.
Viana do castelo
Francisco de Quevedo
Yace en esta tierra fría, Digna de toda crianza, La vieja cuya alabanza Tantas plumas merecía. No quiso en el cielo entrar A gozar de las estrellas, Por no estar entre doncellas Que no pudiese manchar.
A celestina
Antonio Machado
Abril florecía frente a mi ventana. Entre los jazmines y las rosas blancas de un balcón florido, vi las dos hermanas. La menor cosía, la mayor hilaba ... Entre los jazmines y las rosas blancas, la más pequeñita, risueña y rosada ?su aguja en el aire?, miró a mi ventana. La mayor seguía silenciosa y pálida, el huso en su rueca que el lino enroscaba. Abril florecía frente a mi ventana. Una clara tarde la mayor lloraba, entre los jazmines y las rosas blancas, y ante el blanco lino que en su rueca hilaba. ?¿Qué tienes ?le dije? silenciosa pálida? Señaló el vestido que empezó la hermana. En la negra túnica la aguja brillaba; sobre el velo blanco, el dedal de plata. Señaló a la tarde de abril que soñaba, mientras que se oía tañer de campanas. Y en la clara tarde me enseñó sus lágrimas... Abril florecía frente a mi ventana. Fue otro abril alegre y otra tarde plácida. El balcón florido solitario estaba... Ni la pequeñita risueña y rosada, ni la hermana triste, silenciosa y pálida, ni la negra túnica, ni la toca blanca... Tan sólo en el huso el lino giraba por mano invisible, y en la oscura sala la luna del limpio espejo brillaba... Entre los jazmines y las rosas blancas del balcón florido, me miré en la clara luna del espejo que lejos soñaba... Abril florecía frente a mi ventana.
Abril florecía
Juan Boscán
Dulce soñar y dulce congojarme, cuando estaba soñando que soñaba; dulce gozar con lo que me engañaba, si un poco más durara el engañarme; dulce no estar en mí, que figurarme podía cuanto bien yo deseaba; dulce placer, aunque me importunaba que alguna vez llegaba a despertarme: ¡oh sueño, cuánto más leve y sabroso me fueras si vinieras tan pesado que asentaras en mí con más reposo! Durmiendo, en fin, fui bienaventurado, y es justo en la mentira ser dichoso quien siempre en la verdad fue desdichado.
Soneto lxi
Pablo Neruda
PADRE nuestro que estás en la tierra, en el agua, en el aire de toda nuestra extensa latitud silenciosa, todo lleva tu nombre, padre, en nuestra morada: tu apellido la caña levanta a la dulzura, el estaño bolívar tiene un fulgor bolívar, el pájaro bolívar sobre el volcán bolívar, la patata, el salitre, las sombras especiales, las corrientes, las vetas de fosfórica piedra, todo lo nuestro viene de tu vida apagada, tu herencia fueron ríos, llanuras, campanarios, tu herencia es el pan nuestro de cada día, padre. Tu pequeño cadáver de capitán valiente ha extendido en lo inmenso su metálica forma, de pronto salen dedos tuyos entre la nieve y el austral pescador saca a la luz de pronto tu sonrisa, tu voz palpitando en las redes. De qué color la rosa que junto a tu alma alcemos? Roja será la rosa que recuerde tu paso. Cómo serán las manos que toquen tu ceniza? Rojas serán las manos que en tu ceniza nacen. Y cómo es la semilla de tu corazón muerto? Es roja la semilla de tu corazón vivo. Por eso es hoy la ronda de manos junto a ti. Junto a mi mano hay otra y hay otra junto a ella, y otra más, hasta el fondo del continente oscuro. Y otra mano que tú no conociste entonces viene también, Bolívar, a estrechar a la tuya: de Teruel, de Madrid, del Jarama, del Ebro, de la cárcel, del aire, de los muertos de España llega esta mano roja que es hija de la tuya. Capitán, combatiente, donde una boca grita libertad, donde un oído escucha, donde un soldado rojo rompe una frente parda, donde un laurel de libres brota, donde una nueva bandera se adorna con la sangre de nuestra insigne aurora, Bolívar, capitán, se divisa tu rostro. Otra vez entre pólvora y humo tu espada está naciendo. Otra vez tu bandera con sangre se ha bordado. Los malvados atacan tu semilla de nuevo, clavado en otra cruz está el hijo del hombre. Pero hacia la esperanza nos conduce tu sombra, el laurel y la luz de tu ejército rojo a través de la noche de América con tu mirada mira. Tus ojos que vigilan más allá de los mares, más allá de los pueblos oprimidos y heridos, más allá de las negras ciudades incendiadas, tu voz nace de nuevo, tu mano otra vez nace: tu ejército defiende las banderas sagradas: la Libertad sacude las campanas sangrientas, y un sonido terrible de dolores precede la aurora enrojecida por la sangre del hombre. Libertador, un mundo de paz nació en tus brazos. La paz, el pan, el trigo de tu sangre nacieron, de nuestra joven sangre venida de tu sangre saldrán paz, pan y trigo para el mundo que haremos. Yo conocí a Bolívar una mañana larga, en Madrid, en la boca del Quinto Regimiento, Padre, le dije, eres o no eres o quién eres? Y mirando el Cuartel de la Montaña, dijo: "Despierto cada cien años cuando despierta el pueblo".
Un canto para bolívar
Consuelo Hernández
No olvides armarte con una libreta de notas y el lápiz que pacientemente domaste en tus largos ratos de ocio; los necesitarás en las horas vacías. Lleva la picadura del valor para que resuelvas las eternas noches de insomnio y ahuyentes el miedo. ¡Y la piel! ¡ay, la piel! cúbrete bien las nevadas son fuertes y el verano es muy corto ni te darás cuenta cuando pase. En esos terrenos nórdicos sólo tu coraje te salvará del naufragio. Échate encima toda la alegría del mundo y nunca bañes con sangre el sueño de los pájaros. Sigue tu viaje sin prisas ni descanso hasta que puedas sentirte como el río conocedora absoluta de despeñaderos y praderas.
Consejos para viajeras
Victoriano Crémer
¿Cómo no amar la rosa? Pero falta descubrirla entre tanta incertidumbre, entre tanta apariencia. ¿Quién no ama la música si acierta a despojarse del grito, rebotado por la sangre...? Conozco su existencia, la sostengo inevitablemente, como el peso tranquilo de la luz, belleza ausente pero cierta, que al hombre corresponde si busca su caricia en la esperanza. Esperamos, con hierros, más feroces que los hambrientos tigres, y tan densos como dormidas aguas de pantano. Esperamos: vivimos esperando el reino de la tierra libertada. De la tierra evidente, sudorosa en su preñez de muertos y metales; fecunda y triste tierra inacabable, que el hombre enreja, hasta cavar en ella una profunda cárcel sin estrellas. Encerrados vivimos. La costumbre levanta muros, aprisiona cielos, esparce sones, crucifica rosas, limita los caminos y reduce el verbo a pensamiento atormentado. ¡Pensar! ¡Oh triste sino de lo humano! La altiva fuente de energía se hace pozo seco de horror, sima del odio; Porque sin viento, la agresiva nave se pudre, quieta, sobre el mar inmenso. Mar de sargazo, omnipotente calma que en prisiones azules nos retiene, en tanto el alto cielo transparece y una paloma bíblica, en el pico transporta del olivo su mensaje. ¿Cómo no amar la rosa...? Pero falta descubrirla entre tanta incertidumbre.
Descubrimiento de la rosa
Francisco de Quevedo
Es hielo abrasador, es fuego helado, es herida que duele y no se siente, es un soñado bien, un mal presente, es un breve descanso muy cansado. Es un descuido que nos da cuidado, un cobarde con nombre de valiente, un andar solitario entre la gente, un amar solamente ser amado. Es una libertad encarcelada, que dura hasta el postrero paroxismo; enfermedad que crece si es curada. Éste es el niño Amor, éste es su abismo. ¿Mirad cuál amistad tendrá con nada el que en todo es contrario de sí mismo!
Definición del amor
Miguel Hernández
No conoció el encuentro del hombre y la mujer. El amoroso vello no pudo florecer. Detuvo sus sentidos negándose a saber y descendieron diáfanos ante el amanecer. Vio turbio su mañana y se quedó en su ayer. No quiso ser.
No quiso ser
Amado Nervo
Hay tanto amor en mi alma que no queda ni el rincón más estrecho para el odio. ¿Dónde quieres que ponga los rencores que tus vilezas engendrar podrían? Impasible no soy: todo lo siento, lo sufro todo...Pero como el niño a quien hacen llorar, en cuanto mira un juguete delante de sus ojos se consuela, sonríe, y las ávidas manos tiende hacia él sin recordar la pena, así yo, ante el divino panorama de mi idea, ante lo inenarrable de mi amor infinito, no siento ni el maligno alfilerazo ni la cruel afilada ironía, ni escucho la sarcástica risa. Todo lo olvido, porque soy sólo corazón, soy ojos no más, para asomarme a la ventana y ver pasar el inefable Ensueño, vestido de violeta, y con toda la luz de la mañana, de sus ojos divinos en la quieta limpidez de la fontana...
Tanto amor
David Escobar Galindo
Nada es más que un instante. Lo remoto se quedó detenido en su minuto. La sucesiva flor soñó su fruto para prenderlo en el dorado exvoto. En el instante exprime el sol devoto su apuesta cotidiana al Absoluto. Y en esa ardiente vocación de luto se hunde hasta la más pura flor de loto. Todo es instante, entonces, resumido en la hiriente ceniza del olvido, suma interior de todo lo deseante. Pero el instante nuestro —tuyo y mío— al compartir su huella de rocío sella la eternidad en el instante.
Nada es más que un instante
Garcilaso de la Vega
En tanto que de rosa y de azucena se muestra la color en vuestro gesto, y que vuestro mirar ardiente, honesto, con clara luz la tempestad serena; y en tanto que el cabello, que en la vena del oro se escogió, con vuelo presto por el hermoso cuello blanco, enhiesto, el viento mueve, esparce y desordena: coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto antes que el tiempo airado cubra de nieve la hermosa cumbre. Marchitará la rosa el viento helado, todo lo mudará la edad ligera por no hacer mudanza en su costumbre.
Soneto xxiii
Carlos Edmundo de Ory
Amo a una mujer de larga cabellera Como en un lago me hundo en su rostro suave En su vientre mi frente boga con lentitud Palpo muerdo acaricio volúmenes sedosos Registro cavidades me esponjo de su zumo Mujer pantano mío araña tenebrosa Laberinto infinito tambor palacio extraño Eres mi hermana única de olvido y abandono Tus pechos y tus nalgas de dobles montes gemelos me brindan la blancura de paloma gigante El amor que nos damos es de noche en la noche En rotundas crudezas la cama nos reúne Se levantan columnas de olor y de respiros Trituro masco sorbo me despeño El deseo florece entre tumbas abiertas Tumbas de besos bocas o moluscos Estoy volando enfermo de venenos Reinando en tus membranas errante y enviciado Nada termina nada empieza todo es triunfo de la ternura custodiada de silencio El pensamiento ha huido de nosotros Se juntan nuestras manos como piedras felices Está la mente quieta como inmóvil palmípedo Las horas se derriten los minutos se agotan No existe nada más que agonía y placer Placer tu cara no habla sino que va a caballo sobre un mundo de nubes en la cueva del ser Somos mudos no estamos en la vida ridícula Hemos llegado a ser terribles y divinos Fabricantes secretos de miel en abundancia Se oyen los gemidos de la carne incansable En un instante oí la mitad de mi nombre saliendo repentino e tus dientes unidos En la luz puede ver la expresión de tu faz que parecías otra mujer en aquel éxtasis La oscuridad me pone furioso no te veo No encuentro tu cabeza y no sé lo que toco Cuatro manos se van con sus dueño dormidos y lejos de ellas vagan también los cuatro pies Ya no hay dueños no hay más que suspenso y vacío El barco del placer encalla en alta mar ¿Dónde estás? ¿Dónde estoy? ¿Quién soy? ¿Quién eres? Para siempre abandono este interrogatorio Ebrio hechizado loco a las puertas del morbo grandiosa la pasión espero el turno fálico De nuevo en una habitación estamos juntos Desnudos estupendos cómplices de la Muerte.
Amo a una mujer de larga cabellera
Gabriela Mistral
Corro de las niñas corro de mil niñas a mi alrededor: ¡oh Dios, yo soy dueña de este resplandor! En la tierra yerma, sobre aquel desierto mordido de sol, ¡mi corro de niñas como inmensa flor! En el llano verde, al pie de los montes, que hería la voz, ¡el corro era un solo divino temblor! En la estepa inmensa, en la estepa yerta de desolación, ¡mi corro de niñas ardiendo de amor! En vano quisieron quebrarme la estrofa con tribulación: ¡el corro la canta debajo de Dios!
El corro luminoso
Francisco de Quevedo
Escondida debajo de tu armada, Gime la mar, la vela llama al viento, Y a las Lunas del Turco el firmamento Eclipse les promete en tu jornada. Quiere en las venas del Inglés tu espada Matar la sed al Español sediento, Y en tus armas el Sol desde su asiento Mira su lumbre en rayos aumentada. Por ventura la Tierra de envidiosa Contra ti arma ejércitos triunfantes, En sus monstruos soberbios poderosa; Que viendo armar de rayos fulminantes, O Júpiter, tu diestra valerosa, Pienso que han vuelto al mundo los Gigantes.
Al rey felipe iii
Octavio Paz
Nombras el árbol, niña. Y el árbol crece, lento y pleno, anegando los aires, verde deslumbramiento, hasta volvernos verde la mirada. Nombras el cielo, niña. Y el cielo azul, la nube blanca, la luz de la mañana, se meten en el pecho hasta volverlo cielo y transparencia. Nombras el agua, niña. Y el agua brota, no sé dónde, baña la tierra negra, reverdece la flor, brilla en las hojas y en húmedos vapores nos convierte. No dices nada, niña. Y nace del silencio la vida en una ola de música amarilla; su dorada marea nos alza a plenitudes, nos vuelve a ser nosotros, extraviados. ¡Niña que me levanta y resucita! ¡Ola sin fin, sin límites, eterna!
Niña
Juan Ramón Mansilla
Escribo este poema un domingo de abril. La tarde nublada, voces de niños en la calle, al otro lado de la verja. Un árbol se agita con el viento. Ayer, a estas horas, estaba de viaje. Aún ahora sigo viajando, yendo desde estas palabras a otro lugar. Suena una canción, leo en un libro de Auden que las analogías son basura sobre la que nuestros sentidos basaron la fe. Si es verdad o no, apenas importa. He pasado estos días divisando señales que venían silenciosas y el recuerdo volvía más reales, como un fuelle aviva la lumbre bajo la ceniza que otras llamas han dejado. Y sé que la analogía es una argucia, un dilema que a veces seca la garganta, pero aún así el recuerdo trae un color que no cambia, un cuarto hospitalario, aire nuevo al aire. También estos deseos invariables que se van con el tiempo y quedan.
Analogías
Jorge Luis Borges
¿Dónde estará mi vida, la que pudo haber sido y no fue, la venturosa o la de triste horror, esa otra cosa que pudo ser la espada o el escudo y que no fue? ¿Dónde estará el perdido antepasado persa o el noruego, dónde el azar de no quedarme ciego, dónde el ancla y el mar, dónde el olvido de ser quien soy? ¿Dónde estará la pura noche que al rudo labrador confía el iletrado y laborioso día, según lo quiere la literatura? Pienso también en esa compañera que me esperaba, y que tal vez me espera.
Lo perdido
Pablo Neruda
¿Se va la poesía de las cosas o no la puede condensar mi vida? Ayer -mirando el último crepúsculo- yo era un manchón de musgo entre unas ruinas. Las ciudades -hollines y venganzas-, la cochinada gris de los suburbios, la oficina que encorva las espaldas, el jefe de ojos turbios. Sangre de un arrebol sobre los cerros, sangre sobre las calles y las plazas, dolor de corazones rotos, podre de hastíos y de lágrimas. Un río abraza el arrabal como una mano helada que tienta en las tinieblas: sobre sus aguas se avergüenzan de verse las estrellas. Y las casas que esconden los deseos detrás de las ventanas luminosas, mientras afuera el viento lleva un poco de barro a cada rosa. Lejos... la bruma de las olvidanzas -humos espesos, tajamares rotos-, y el campo, ¡el campo verde!, en que jadean los bueyes y los hombres sudorosos. Y aquí estoy yo, brotado entre las ruinas, mordiendo solo todas las tristezas, como si el llanto fuera una semilla y yo el único surco de la tierra.
Barrio sin luz
José Asunción Silva
Amo las dichas del hogar sencillo Apetezco su plácido cariño Yo quiero que descanse en mis rodillas La rubia cabecita de algún niño. GUTIÉRREZ NÁJERA. Regresar fatigado del trabajo de la diaria fäena e ir a mirarse en lo hondo retratado de sus pupilas negras cerca del rico piano —mientras vaga sobre las blancas teclas su mano de marfil— soñar despierto felicidad eterna. A la luz de la lámpara brillante ver las rubias cabezas de los risueños niños— de infantiles ilusiones llenos. ¡La mirada tender sobre la cuna que cual flor entreabierta entre sus hojas perfumadas guarda una existencia nueva! ¡Oh cuadro del hogar! oh perspectiva cariñosa y risueña, cuando en el paso por el falso mundo ancha herida sangrienta, el desengaño abrió, cuando sentimos caer mustias y secas de la primera juventud las rosas, qué mortal no desea dejar en tu silencio venturoso deslizar la existencia y guardar lo divino y delicado que el alma herida encierra en tu seno feliz —¡como la concha lejos de las tormentas guarda en el fondo del movible océano las nacaradas perlas!
Las noches del hogar
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor No estés lejos de mí un solo día, porque cómo, porque, no sé decirlo, es largo el día, y te estaré esperando como en las estaciones cuando en alguna parte se durmieron los trenes. No te vayas por una hora porque entonces en esa hora se juntan las gotas del desvelo y tal vez todo el humo que anda buscando casa venga a matar aún mi corazón perdido. Ay que no se quebrante tu silueta en la arena, ay que no vuelen tus párpados en la ausencia: no te vayas por un minuto, bienamada, porque en ese minuto te habrás ido tan lejos que yo cruzaré toda la tierra preguntando si volverás o si me dejarás muriendo.
Cien sonetos de amor
Francisco Álvarez
Desnuda al pie de la vetusta encina alza los brazos en ofrecimiento, y el arroyo se acerca, claro y lento, roba sus formas y se arremolina. Desierto está el paisaje. En la colina rompe el amanecer, y en un momento invisibles tentáculos de viento la envuelven en espira clandestina. Oh, libertad del cuerpo despojado de vestimenta inútil, que ha logrado revestirse de luz y de color. Belleza de los senos descubiertos, de temblorosos muslos entreabiertos, y en los ojos azules el candor.
Desnudo
Hilario Barrero
Me arrimo a ti en una calle estrecha y dejo pasar la sombra que nos viene siguiendo.
Postdata
Mario Meléndez
Mi hermana me despertó muy temprano esa mañana y me dijo "Levántate, tienes que venir a ver esto el mar se ha llenado de estrellas" Maravillado por aquella revelación me vestí apresuradamente y pensé "Si el mar se ha llenado de estrellas yo debo tomar el primer avión y recoger todos los peces del cielo"
Recuerdos del futuro
Luis de Góngora
En este occidental, en este, oh Licio, Climatérico lustro de tu vida, Todo mal afirmado pie es caída, Toda fácil caída es precipicio. ¿Caduca el paso? Ilústrese el juïcio. Desatándose va la tierra unida; ¿Qué prudencia, del polvo prevenida, La ruina aguardó del edificio? La piel no sólo sierpe venenosa, Mas con la piel los años se desnuda, Y el hombre, no. ¡Ciego discurso humano! ¡Oh aquel dichoso, que, la ponderosa Porción depuesta en una piedra muda, La leve da al zafiro soberano!
Infiere, de los achaques de la vejez
Genaro Ortega Gutiérrez
Puestos a desmitificar los elementos románticos que acompañaron aquella pequeña historia, deberías obligarte a vaciar de recuerdos las calles sombreadas por la lluvia y el cansancio. Libre al fin de la tarea harto fatigosa de encajar perfectamente en los axiomas aprendidos, sometido al número siete, palpita muy cálido el corazón.
Vísceras sin sueño
Luis Cernuda
Unos cuerpos son como flores, otros como puñales, otros como cintas de agua; pero todos, temprano o tarde, serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden, convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un hombre. Pero el hombre se agita en todas direcciones, sueña con libertades, compite con el viento, hasta que un día la quemadura se borra, volviendo a ser piedra en el camino de nadie. Yo, que no soy piedra, sino camino que cruzan al pasar los pies desnudos, muero de amor por todos ellos; les doy mi cuerpo para que lo pisen, aunque les lleve a una ambición o a una nube, sin que ninguno comprenda que ambiciones o nubes no valen un amor que se entrega.
Unos cuerpos son como flores
Pablo Neruda
Innecesario, viéndome en los espejos con un gusto a semanas, a biógrafos, a papeles, arranco de mi corazón al capitán del infierno, establezco cláusulas indefinidamente tristes. Vago de un punto a otro, absorbo ilusiones, converso con los sastres en sus nidos: ellos, a menudo, con voz fatal y fría cantan y hacen huir los maleficios. Hay un país extenso en el cielo con las supersticiosas alfombras del arco iris y con vegetaciones vesperales: hacia allí me dirijo, no sin cierta fatiga, pisando una tierra removida de sepulcros un tanto frescos, yo sueño entre esas plantas de legumbre confusa. Paso entre documentos disfrutados, entre orígenes, vestido como un ser original y abatido: amo la miel gastada del respeto, el dulce catecismo entre cuyas hojas duermen violetas envejecidas, desvanecidas, y las escobas, conmovedoras de auxilios, en su apariencia hay, sin duda, pesadumbre y certeza. Yo destruyo la rosa que silba y la ansiedad raptora: yo rompo extremos queridos: y aún más, aguardo el tiempo uniforme, sin medidas: un sabor que tengo en el alma me deprime. Qué día ha sobrevenido! Qué espesa luz de leche, compacta, digital, me favorece! He oído relinchar su rojo caballo desnudo, sin herraduras y radiante. Atravieso con él sobre las iglesias, galopo los cuarteles desiertos de soldados y un ejército impuro me persigue. Sus ojos de eucaliptos roban sombra, su cuerpo de campana galopa y golpea. Yo necesito un relámpago de fulgor persistente, un deudo festival que asuma mis herencias.
Caballo de los sueños
Ángeles Carbajal
Volveremos a subir ' los peldaños granates de las tardes. Pero antes, deja que se vaya todo lo que te abandonó o abandonaste y adivina quién lee tus libros y escoge para ti palabras que se pronuncian o se callan sin olvidarse nunca. Flor de agua entre las manos, bolígrafo y papel, adivina quién enamora la luz de invierno sobre el cesto de fruta de Caravaggio.
La primera palabra de tu regreso
José Martí
Ganado tengo el pan: hágase el verso,? Y en su comercio dulce se ejercite La mano, que cual prófugo perdido Entre oscuras malezas, o quien lleva A rastra enorme peso, andaba ha poco Sumas hilando y revolviendo cifras. Bardo ¿consejo quieres? pues descuelga De la pálida espalda ensangrentada El arpa dívea, acalla los sollozos Que a tu garganta como mar en furia Se agolparán, y en la madera rica Taja plumillas de escritorio, y echa Las cuerdas rotas al movible viento. ¡Oh alma! ¡oh alma buena! mal oficio ¡Tienes!: póstrate, calla, cede, lame Manos de potentado, ensalza, excusa Defectos, tenlos ?que es mejor manera De excusarlos, y mansa y temerosa Vicios celebra, encumbra vanidades: Verás entonces, alma, cuál se trueca En plato de oro rico tu desnudo ¡Plato de pobre! Pero guarda ¡oh alma! ¡Que usan los hombres hoy oro empañado! Ni de eso cures, que fabrican de oro Sus joyas el bribón y el barbilindo: ¡Las armas no, ?las armas son de hierro! Mi mal es rudo: la ciudad lo encona: Lo alivia el campo inmenso: ¡otro más vasto Lo aliviará mejor! ?Y las oscuras Tardes me atraen, cual si mi patria fuera La dilatada sombra. ¡Oh verso amigo: Muero de soledad, de amor me muero! No de vulgar amor: estos amores Envenenan y ofuscan: no es hermosa La fruta en la mujer, sino la estrella. La tierra ha de ser luz, y todo vivo Debe en torno de sí dar lumbre de astro. ¡Oh, estas damas de muestra! ¡oh, estas copas De carne! ¡Oh, estas siervas, ante el dueño Que las enjoya o estremece echadas! ¡Te digo, oh verso, que los dientes duelen De comer de esta carne! Es de inefable Amor del que yo muero, ?del muy dulce Menester de llevar, como se lleva Un niño tierno en las cuidosas manos, Cuanto de bello y triste ven mis ojos. Del sueño, que las fuerzas no repara sino de los dichosos, y a los tristes El duro humor y la fatiga aumenta, Salto, al Sol, como un ebrio. Con las manos Mi frente oprimo, y de los turbios ojos Brota raudal de lágrimas. ¡Y miro El Sol tan bello y mi desierta alcoba, Y mi virtud inútil, y las fuerzas Que cual tropel famélico de hirsutas Fieras saltan de mí buscando empleo;? Y el aire hueco palpo, y en el muro Frío y desnudo el cuerpo vacilante Apoyo, y en el cráneo estremecido ¡En agonía flota el pensamiento, Cual leño de bajel despedazado Que el mar en furia a playa ardiente arroja! ¡Sólo las flores del paterno prado Tienen olor! ¡Sólo las seibas patrias Del sol amparan! Como en vaga nube Por suelo extraño se anda: las miradas Injurias nos parecen, y el sol mismo, ¡Más que en grato calor, enciende en ira! ¡No de voces queridas puebla el eco Los aires de otras tierras: y no vuelan Del arbolar espeso entre las ramas Los pálidos espíritus amados! De carne viva y profanadas frutas Viven los hombres, ?¡ay! mas el proscripto De sus entrañas propias se alimenta! ¡Tiranos: desterrad a los que alcanzan El honor de vuestro odio: ?ya son muertos! Valiera más ¡oh bárbaros! que al punto De arrebatarlos al hogar, hundiera En lo más hondo de su pecho honrado Vuestro esbirro más cruel su hoja más dura! Grato es morir, horrible, vivir muerto. ¡Mas no! ¡mas no! La dicha es una prenda De compasión de la fortuna al triste Que no sabe domarla: a sus mejores Hijos desgracias da Naturaleza: Fecunda el hierro al llano, el golpe al hierro!
Hierro
Rubén Darío
Dejad que siga y bogue la galera bajo la tempestad, sobre las olas: va con rumbo a una Atlántida española, en donde el porvenir calla y espera. No se apague el rencor ni el odio muera ante el pendón que el bárbaro enarbola: si un día la justicia estuvo sola, lo sentirá la humanidad entera. Y bogue entre las olas espumeantes, y bogue la galera que ya ha visto cómo son las tormentas de inconstantes. Que la raza está en pie y el brazo listo, que va en el barco el capitán Cervantes, y arriba flota el pabellón de Cristo.
España
Melchor de Palau
I Como caballo salvaje, saltando de nube en nube, corre inquieto, baja y sube sin frenos y sin rendaje; tenido fue por mensaje de celestiales enojos, pues, lanzando dardos rojos, el alto muro derrumba, y abre inesperada tumba a polvorientos despojos. II Caudillo de la tormenta que agita los hondos mares, tronza robles seculares y al fuego voraz afrenta: ¿quién tomará por su cuenta domeñar su furia brava? ¿quién del torrente de lava pondrá dique a la carrera? El hombre, el hombre a la fiera convierte en dócil esclava. III Franklin, con el rayo en guerra, en su empeño no decae, y, encadenado, lo atrae a los senos de la tierra; ya con su lampo río aterra a la ignara muchedumbre; ya con fatídica lumbre centelleando no corre; ya no abate excelsa torre ni perfora la techumbre. IV Pero es poco: el hombre quiere mostrar su egregio blasón, trocando la condición del rayo que mata o hiere; que ha de conseguirlo infiere frente a frente o de soslayo, y, in tregua ni desmayo, tan ardua tarea empieza, que se ha puesto en la cabeza dar educación al rayo. V Ya por hilos conductores le dirige con cariño, como al inseguro niño que camina entre andadores; tras luchas y sinsabores, tal enseñanza recibe, tanto por él se desvive, y sus facultades labra que transmite la palabra, y, andando el tiempo, la escribe. VI Pero es poco: ya triunfante fijó la indecisa luz que, con signo de la cruz, saludaba el caminante; ya la luna vergonzante casi a salir no se atreve, y, con pena que conmueve, lo contemplan desmedradas, esas luces decantadas del gran siglo diez y nueve. VII Pero es poco: de los mares rugientes, al otro lado, la ambición ha transportado parte de los patrios lares; los europeos hogares enciende con fuego indiano, y, hendiendo del Oceano el abismo bullidor, nos repite con amor el saludo del hermano. VIII El convierte en fuerza viva, y con buen éxito explota, la fuerza que, por remota, permaneciera inactiva; en los alambres cautiva, es a otros puntos llevada, y, la soberbia cascada, de antes indolente arrullo, murmura con noble orgullo, al sentirse utilizada. IX Hoy, si abate el muro fuerte, si, rompiendo pétreos lazos, arroja un monte en pedazos, libra al hombre de la muerte: en su auxilio se convierte sin miedo que se desmande, que aunque su energía es grande, la acción prudente retarda, y, esclavo sumiso, aguarda que su dueño se lo mande. X Él, que un tiempo la avanzada fue de la tormenta ruda, hoy con su poder escuda la cosecha amenazada; con índole transformada, contempladlo a todas horas cómo en ansias protectoras siempre en vela se mantiene, y grita «la nube viene» a las barcas pescadoras. XI Si en un día, no lejano, fuiste fatal atributo, precursor de infausto luto de Júpiter en la mano, sujeto al imperio humano, has sufrido tal mudanza, que ya no eres la venganza que sepulta en los avernos: para los pueblos modernos eres lazo de alianza. XII Rayo que hiendes las olas, pase tu chispa que inspira por las cuerdas de mi lira, y vibrarán por sí solas; crezca en tierras españolas tu venidera importancia, yo cantaré tu arrogancia y fuerza avasalladora, que lo que he cantado ahora es la historia de tu infancia
El rayo
Dina Posada
Quiero morir con tu espuma carnal envolviendo mi pulso casi de polvo pulpa y zumo del íntimo adiós trazarán la sonrisa que en tus labios de luto habrás de repetir mientras el reloj te aparte el recuerdo
Carta final
Octavio Paz
Tendida, piedra hecha de mediodía, ojos entrecerrados donde el blanco azulea, entornada sonrisa. Te incorporas a medias y sacudes tu melena de león. Luego te tiendes, delgada estría de lava en la roca, rayo dormido. Mientras duermes te acaricio y te pulo, hacha esbelta, flecha con que incendio la noche. El mar combate allá lejos con espadas y plumas.
Relámpago en reposo
Manuel Alcántara
Resulta que la historia estaba escrita cuando yo quise hacerla a mi manera. Cuando yo no quería que volviera resulta que la historia resucita. Resulta que en el tiempo de la cita tendrán que hacer un banco de madera. Al corazón le viene bien la espera, quién sabe si además la necesita. Azafatas de vuelo alicortado van del café a las piñas tropicales por aires ciudadanos y ruidosos. Arriba el tiempo nuevo ha presentado sus fluorescentes luces credenciales y enrolla pergaminos luminosos.
Soneto para esperarte en una cafetería
Leopoldo María Panero
Más allá de donde aún se esconde la vida, queda un reino, queda cultivar como un rey su agonía, hacer florecer como un reino la sucia flor de la agonía: yo que todo lo prostituí, aún puedo prostituir mi muerte y hacer de mi cadáver el último poema.
Dedicatoria
Marilina Rébora
¡Panadero con pan! ¡Panadero sin pan!, alborozados niños exclaman. ¡Y que vuelva!, al tiempo que hacia el aire con infantil afán resoplan el vilano para que se disuelva. Otros, junto a la arcada entre patio y zaguán, constreñida en follaje una fragante selva, quebrando unos cabillos para deleite están: han de beber en néctar la dulce madreselva. Mientras, niñas mayores, los jazmines del cielo desmenuzan, prolijas, desuniendo las flores para obtener el vástago de glutinoso pelo; luego, entornan los ojos, por un instante, quietas, los pegan a sus párpados —pestañas de colores—, y, pequeñas mujeres, se pasean coquetas.
Vilano
Antonio Fernández Lera
Una lucha entre dos, como un abrazo, como una voz que se rompe. Carne sobre luz eléctrica, fuego sobre la carne, bajo una luz distinta, y el televisor en tus ojos, encendido. No quiero nada. Mi sonrisa es espumosa como la cerveza, pero yo nunca me doy cuenta –maldita sea, pobre inútil, inservible como la letra de un tango. Seguir es dejarme llevar por el viento cuando el aire se muere, montar en las alas de un pájaro y volar (volar, volar) cuando el aire se muere.
El eco de tu voz: 2
Claribel Alegría
Nunca más esta lluvia ni esa mancha de luz en el peñasco ni el borde de esa nube ni tu inmóvil sonrisa fugitiva. Nunca más este instante que ya me dice adiós desde tus ojos.
Día de lluvia
Luis de Góngora
No entre las flores, no, señor don Diego, De vuestros años, áspid duerma breve El ocio, salamandria más de nieve Que el vigilante estudio lo es de fuego: De cuantas os clavó flechas el ciego, A la que dulce más la sangre os bebe Hurtadle un rato alguna pluma leve, Que el aire vago solicite luego. Quejáos, señor, o celebrad con ella Del desdén, el favor de vuestra dama, Sirena dulce si no esfinge bella. Escribid, que a más gloria Apolo os llama: Del cielo la haréis tercero estrella, Y vuestra pluma vuelo de la Fama.
A don diego páez de castillejo y valenzuela
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor La niña de madera no llegó caminando: allí de pronto estuvo sentada en los ladrillos, viejas flores del mar cubrían su cabeza, su mirada tenía tristeza de raíces. Allí quedó mirando nuestras vidas abiertas, el ir y ser y andar y volver por la tierra, el día destiñendo sus pétalos graduales. Vigilaba sin vernos la niña de madera. La niña coronada por las antiguas olas, allí miraba con sus ojos derrotados: sabía que vivimos en una red remota de tiempo y agua y olas y sonidos y lluvia, sin saber si existimos o si somos su sueño. Ésta es la historia de la muchacha de madera.
Cien sonetos de amor
Lope de Vega
Canta pájaro amante en la enramada selva a su amor, que por el verde suelo no ha visto al cazador que con desvelo le está escuchando, la ballesta armada. Tirale, yerra. Vuela, y la turbada voz en el pico transformada en yelo, vuelve, y de ramo en ramo acorta el vuelo por no alejarse de la prenda amada. Desta suerte el amor canta en el nido; mas luego que los celos que recela le tiran flechas de temor de olvido, huye, teme, sospecha, inquiere, cela, y hasta que ve que el cazador es ido, de pensamiento en pensamiento vuela.
Canta pájaro amante
Francisco de Quevedo
En aqueste enterramiento Humilde, pobre y mezquino, Yace envuelto en oro fino Un hombre rico avariento. Murió con cien mil dolores Sin poderlo remediar, Tan sólo por no gastar Ni aun gasta malos humores.
A un avariento
Luciano Castañón
Brilláis como el oro, residuales peces. Metálico es vuestro torso verde o amarillo. ¿En qué tono inaprensible y vuestro mi pupila ahora se pierde? Color de peces raudos bajo el agua; (en el estanque peces de colores); fantasmal color de peces en la lonja allí donde mis ojos son deudores. Te subastan, humilde calamar, Y a ti también, sardina parabólica: de ojo bicolor, contorno azulado y ya sin tu velocidad diabólica. Besugo, bruñido besugo, cara de simple, dile con enfado a la mujer que no te arrastre ni tu lomo clave, asciende vengativo tu boca de beso y muerde a la mujer donde más pueda doler. Eres ancha, ancha raya; cartílago rosa, raya; aeroplano plano, raya; masa viscosa, pero graciosa en la resbaladiza losa, raya. —Pero qué feo, pero qué feísimo es el pez que ahora veo. —Si me insultas diré que son más feos tu padre y tu madre, y no lo creo. Congrio —tiemble la voz—, es tu boca de rana y labios de risa estuche pluridentado y temido por el pescador. Ya sin vida, qué bueno eres en tu circunferencia de nido. Una palidez de enfermo trasuda el lenguado liso. Bonito azul, ¿sabes que tu contorno tan exacto y convergente lo envidia el geómetra más preciso? Juntos estáis, ¿por qué, rape y merluza? Mal compagina la gris elegancia junto a la cabezota triangular —de caperuza—. Sable, ¿qué enigma esbozas en el suelo? ¿Qué murmura tu ondulación pringosa? Rígidamente quedas impávido cuando te dejan tendido sobre la losa. El suelo de la Rula parece una pecera hueca. En él ojos equidistantes oblicuados por la muerte. En brevísimas cimas, apiñados: cachalotes locos, arácnidos de mar, bondadosas tolinas, congrios ávidos, peces de Cristo, pulpos del demonio amedrentando un sueño de tentáculos. Ya no sois peces, oh peces. Sin vuestra libertad ácuea sólo sois seres ahogados. Por la baba resbaladizo el suelo. La alcantarilla rasgada bebe que bebe el limo residual de peces muertos. Vientre desnudo, sangrienta agalla, aleta y cola mienten la playa.
La rula
Pelayo Fueyo
Sueño y me pierdo, doble de ser yo y esa mujer. F. Pessoa Quiero llegar a ti desde ti misma, mirándote desde tus ojos, besándote con esa boca que me besa. No puede ser que seamos dos, no puede ser que seamos dos. J. Cortázar I El vaho de mi aliento en el espejo: dibujo un corazón. Sobre su centro mi índice descubre lo que de ti no espero: un transito a mi imagen. Sin embargo, el vano de la calle no palpita con el tono intermedio del reflejo. Dibujo un corazón. Sobre su centro el índice descubre que te has ido. II Violaré el territorio de la rosa que has olido, la rosa que refleja tu ausencia en el espejo. Jamás podrás ser mía; con mi dedo dibujaré la flor de tu silueta y dejaré mis huellas en el vidrio. Así, ya sin tu cuerpo, tu reflejo y tu ausencia en esa rosa, grabaré mi deseo. Mas, quién sabe si volverás aquí para ignorarme, desdeñando el reflejo y mi grabado al saber que no espero ya tu cuerpo; o si, en cambio, querrás tocar la rosa y añadir ese tacto a mi silueta cuando la flor no tenga ya sentido, cuando seas ausencia de ti misma, y tu presencia estorbe a mi deseo. II Recuerdo ayer la imagen de una mujer hermosa —y yo, frente al cristal, su punto débil...— y hoy la imagen de un hombre que la quería. Grito: no se ha hecho pedazos. Me ha dejado, por mucho que mis ojos la proyecten. Ni en el engaño cruje el vidrio. Creo que nos hemos amado en otro ámbito y no nos conocemos en persona. III Por fin, los dos materia de un espejo. Pero... —«Tú, ¿adónde miras? ¿Hacia ti, hacia mí? ¿Podremos vernos?» Quizás nuestros latidos se reflejen donde nosotros dos somos un cruce y estamos enmarcados en el aire.
La dama en el espejo
Claribel Alegría
Malogrados los ojos Oblicua la niña temerosa, deshechos los bucles. Los dientes, trizados. Cuerdas tensas subiéndome del cuello. Bruñidas las mejillas, sin facciones. Destrozada. Sólo me quedan los fragmentos. Se han gastado los trajes de entonces. Tengo otras uñas, otra piel, ¿Por qué siempre el recuerdo? Hubo un tiempo de paisajes cuadriculados, de gentes con ojos mal puestos, mal puestas las narices. Lenguas saliendo como espinas de acongojadas bocas. Tampoco me encontré. Seguí buscando en las conversaciones con los míos, en los salones de conferencia, en las bibliotecas. Todos como yo rodeando el hueco. Necesito un espejo. No hay nada que me cubra la oquedad. Solamente fragmentos y el marco. Aristados fragmentos que me hieren reflejando un ojo, un labio, una oreja, Como si no tuviese rostro, como si algo sintético, movedizo, oscilara en las cuatro dimensiones escurriéndose a veces en las otras aún desconocidas. He cambiado de formas y de danza. Voy a morirme un día y no sé de mi rostro y no puedo volverme.
Autorretrato
Miguel Hernández
Boca que arrastra mi boca: boca que me has arrastrado: boca que vienes de lejos a iluminarme de rayos. Alba que das a mis noches un resplandor rojo y blanco. Boca poblada de bocas: pájaro lleno de pájaros. Canción que vuelve las alas hacia arriba y hacia abajo. Muerte reducida a besos, a sed de morir despacio, das a la grama sangrante dos fúlgidos aletazos. El labio de arriba el cielo y la tierra el otro labio. Beso que rueda en la sombra: beso que viene rodando desde el primer cementerio hasta los últimos astros. Astro que tiene tu boca enmudecido y cerrado hasta que un roce celeste hace que vibren sus párpados. Beso que va a un porvenir de muchachas y muchachos, que no dejarán desiertos ni las calles ni los campos. ¡Cuánta boca enterrada, sin boca, desenterramos! Beso en tu boca por ellos, brindo en tu boca por tantos que cayeron sobre el vino de los amorosos vasos. Hoy son recuerdos, recuerdos, besos distantes y amargos. Hundo en tu boca mi vida, oigo rumores de espacios, y el infinito parece que sobre mí se ha volcado. He de volverte a besar, he de volver, hundo, caigo, mientras descienden los siglos hacia los hondos barrancos como una febril nevada de besos y enamorados. Boca que desenterraste el amanecer más claro con tu lengua. Tres palabras, tres fuegos has heredado: vida, muerte, amor. Ahí quedan escritos sobre tus labios.
La boca
Francisco Álvarez
Déjame penetrar en tu memoria para arrancar de cuajo con mis manos los recuerdos crueles, inhumanos, que oscurecen el cielo de tu historia. He de restablecer toda la gloria de los tiempos felices, tan lejanos; y en tus jardines crecerán lozanos árboles de pasión, gozo y euforia. Entrarás en la tierra prometida libre de soledad, dolor y llanto, y mi mano estará siempre tendida. Te cubrirá mi amor bajo su manto, y cuanto tengo y soy en esta vida, tuyo será, porque te quiero tanto.
Regeneración
Gustavo Adolfo Bécquer
Asomaba a sus ojos una lágrima y a mi labio una frase de perdón; habló el orgullo y se enjugó su llanto, y la frase en mis labios expiró. Yo voy por un camino; ella, por otro; pero, al pensar en nuestro mutuo amor, yo digo aún: ?¿Por qué callé aquel día? Y ella dirá: ?¿Por qué no lloré yo?
Rima xxx
Basilio Sánchez
La claridad se agota sobre los pavimentos. Poco a poco se nos van las palabras, se elevan por encima de la línea de sombras que hay sobre nosotros. La altura de la mano que sostiene una vela es la altura del mundo. Aún no tenemos nada, sólo el vaso de vidrio que hemos puesto en la mesa, y la esperanza que hace mover el agua. Ya todo está tranquilo: la memoria vuelve verde las hojas; el frío da reflejos azules en los ojos; hay una flor oscura, que todavía no es nuestra, en el umbral. Un corazón que late vertical en el suelo, dispuesto a envejecer. Mi deuda con la vida es este hombre del tamaño de un puñado de tierra que ahora escribe.
El umbral
Toni García Arias
Esa ceniza gris que invade los objetos, esta mano varada en mitad de la mesa aguardando tu mano, esa latitud sin voz que son las fotos, esos espejos que ignoran lo que fuimos, esta pluma sin sangre en las venas, este folio blanco como el mar de los muertos, esta risa sin ti, este día de luna llena. Todo esto y otras cosas; los años imparables contra las rocas, el sabor de las puertas al cerrarse.
Puertas
Pablo Neruda
20 poemas de amor y una canción desesperada He ido marcando con cruces de fuego el atlas blanco de tu cuerpo. Mi boca era una araña que cruzaba escondiéndose. En ti, detrás de ti, temerosa, sedienta. Historias que contarte a la orilla del crepúsculo, muñeca triste y dulce, para que no estuvieras triste. Un cisne, un árbol, algo lejano y alegre. El tiempo de las uvas, el tiempo maduro y frutal. Yo que viví en un puerto desde donde te amaba. La soledad cruzada de sueño y de silencio. Acorralado entre el mar y la tristeza. Callado, delirante, entre dos gondoleros inmóviles. Entre los labios y la voz, algo se va muriendo. Algo con alas de pájaro, algo de angustia y de olvido. Así como las redes no retienen el agua. Muñeca mía, apenas quedan gotas temblando. Sin embargo, algo canta entre estas palabras fugaces. Algo canta, algo sube hasta mi ávida boca. Oh poder celebrarte con todas las palabras de alegría. Cantar, arder, huir, como un campanario en las manos de un loco. Triste ternura mía, qué te haces de repente? Cuando he llegado al vértice más atrevido y frío mi corazón se cierra como una flor nocturna.
20 poemas de amor y una canción desesperadapoema 13
Luis Cernuda
Por el campo tranquilo de septiembre, del álamo amarillo alguna hoja, como una estrella rota, girando al suelo viene. Si así el alma inconsciente, Señor de las estrellas y las hojas, fuese, encendida sombra, de la vida a la muerte.
Deseo
Juan José Vélez Otero
YA LO SÉ. NO HACE FALTA que me escribas postales, ni me envíes esquejes de cristales oscuros. Hace tiempo que vivo con mis libros a solas y me invento aventuras en las islas lejanas. Ya lo sé. Bebo mucho y redacto poemas que se van al olvido en cajones helados donde guardo la magia de las nubes de invierno y una bruma arenosa de veranos difusos. Aún conservo el espejo que en las tardes me habla de pezones rosados y caderas fugaces. Tengo mapas guardados de tesoros deshechos y las llaves del frío las escondo en el alma, como éstas que abren el caudal de los versos y el espectro agotado de cenizas furtivas. Te olvidaste un pañuelo y una blusa de encajes en el cuarto de baño, y una barra de labios me dejaste en la silla donde nadie se sienta. Ya lo sé. No estoy solo. Tengo aún la memoria y una voz que dispersa sus espumas al viento, y unos versos ahogados en un mar de abandono, y unas pálidas manos que acarician mis horas. Ya lo sé. No hace falta que me escribas postales, ni me envíes las fotos de los ecos de un cuerpo. Tengo flores de sombras en jarrones sin agua y un sabor en la boca a cadáver hermoso.
Ya lo sé. No hace falta.
Toni García Arias
Vestía traje de lino pajizo, panamá ladeado. Recuerdo que en su mano derecha lucía un bastón con empuñadura de plata. Cada verano, los vecinos aguardábamos su llegada como aguardan las velas el viento que inventa latitudes. Paco el cubano, le llamaban. Una sonrisa torcida atravesaba su rostro de punta a punta, como un puerto carmesí que muestra a los navegantes una ciudad con la que todos sueñan. Hablaba de Cuba, del color dorado de la Habana vieja. Sus palabras se quedaban grabadas en los oídos como humo que se queda impreso en las paredes y es imborrable. Un día se marchó definitivamente. Nadie supo jamás de sus miserias. Al preparar este viaje que ahora comienzo, recuerdo su figura escueta, casi invisible. Temo que también a mí me trague tanto verbo y tanta distancia.
Habanera
Salvador García Ramírez
Insistió. La garganta en las verjas, las pendientes, los flancos rosas del derrumbe, el martillo del agua del envés, la madera sellada en el balcón de una larga clausura. Quién sabe, su soledad estaba plagada de refugios, levitaba en la cola de la niebla, rotaba aún sin saber donde vuelven las corrientes. Formábanse la sombra rota, la pezuña del luto, el baúl, la maleza, la piel sustituida. Formábase lo repartido. - Permiso, licença, o rodopio do mar dónde se olvida.
Voltar
Rubén Darío
Hay un tropel de potros sobre la pampa inmensa. ¿Es Pan que se incorpora? No: es un hombre que piensa, es un hombre que tiene una lira en la mano: él viene del azul, del sol, del Océano. Trae encendida en vida su palabra potente y concreta el decir de todo un continente... Tal vez es desigual... (¡El Pegaso da saltos!) Tal vez es tempestuoso... (¡Los Andes son tan altos!...) Pero hay en este verso tan vigoroso y terso una sangre que apenas veréis en otro verso; una sangre que cuando en la estrofa circula, como la luz penetra y como la onda ondula... Pegaso está contento, Pegaso piafa y brinca, porque Pegaso pace en los prados del inca. Y este fuerte poeta de alma tan ardorosa sabe bien lo que cuentan los labios de la rosa, comprende las dulzuras del panel y comprende lo que dice la abeja del secreto del duende... Pero su brazo es para levantar la trompeta hacia donde se anuncia la aurora del Profeta; es hecho para dar a la virtud del viento la expresión del terrible clarín del pensamiento. Él sabe de Amazonas, Chimborazos y Andes. Siempre blande su verso para las cosas grandes. Va como Don Quijote en ideal campaña, vive de amor de América y de pasión de España; y envuelto en armonía y en melodía y canto, tiene rasgos de héroe y actitudes de santo. «¿Me permites, Chocano, que como amigo fiel, te ponga en el ojal esta hoja de laurel?» Tal dije cuando don J. Santos Chocano, último de los incas, se tornó castellano.
Preludio
César Vallejo
Amada: no has querido plasmarte jamás como lo ha pensado mi divino amor. Quédate en la hostia, ciega e impalpable, como existe Dios. Si he cantado mucho, he llorado más por ti ¡oh mi parábola excelsa de amor! Quédate en el seso, y en el mito inmenso de mi corazón! Es la fe, la fragua donde yo quemé el terroso hierro de tanta mujer; y en un yunque impío te quise pulir. Quédate en la eterna nebulosa, ahí, en la multicencia de un dulce no ser. Y si no has querido plasmarte jamás en mi metafísica emoción de amor, deja que me azote, como un pecador.
Para el alma imposible de mi amada
Marilina Rébora
¿Y esta melancolía? ¿Por qué tanto abandono si no hay una razón —o por lo menos nueva—, si no existen rencores ni nos muerde el encono? ¿De qué ese sentimiento que al ánimo subleva? ¿A qué causa atribuir tan ciego pesimismo? ¿Qué motivo encontrar a esta tenaz congoja si son nuestros estados un puro fatalismo? ¿Qué es, por fin, lo que al alma tanto y tanto la enoja? La ansiedad de vivir en vértigo, de prisa, exacerba la mente a punto culminante, ya que ante el tiempo escaso en todo se improvisa y el destino de un ser se juega en un instante. Y es eso lo que al cabo del día nos aplasta para cuyo consuelo la oración sólo basta.
Vértigo
José Ángel Valente
Hablaba de prisa. Hablaba sin oír ni ver ni hablar. Hablaba como el que huye, emboscado de pronto entre falsos follajes de simpatía e irrealidad. Hablaba sin puntuación y sin silencios, intercalando en cada pausa gestos de ensayada alegría para evitar acaso la furtiva pregunta, la solidaridad con su pasado, su desnuda verdad. Hablaba como queriendo borrar su vida ante un testigo incómodo, para lo cual se rodeaba de secundarios seres que de sus desprecios alimentaban una grosera vanidad. Compraba así el silencio a duro precio, la posición estable a duro precio, el derecho a la vida a duro precio, a duro precio el pan. Metal noble tal vez que el martillo batiera para causa más pura. Poeta en tiempo de miseria, en tiempo de mentira y de infidelidad.
Poeta en tiempo de miseria
Miguel Hernández
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería.) Yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas, compañero del alma, tan temprano. Alimentando lluvias, caracolas y órganos mi dolor sin instrumento. a las desalentadas amapolas daré tu corazón por alimento. Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento. Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado. No hay extensión más grande que mi herida, lloro mi desventura y sus conjuntos y siento más tu muerte que mi vida. Ando sobre rastrojos de difuntos, y sin calor de nadie y sin consuelo voy de mi corazón a mis asuntos. Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo. No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada. En mis manos levanto una tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes sedienta de catástrofes y hambrienta. Quiero escarbar la tierra con los dientes, quiero apartar la tierra parte a parte a dentelladas secas y calientes. Quiero minar la tierra hasta encontrarte y besarte la noble calavera y desamordazarte y regresarte. Volverás a mi huerto y a mi higuera: por los altos andamios de las flores pajareará tu alma colmenera de angelicales ceras y labores. Volverás al arrullo de las rejas de los enamorados labradores. Alegrarás la sombra de mis cejas, y tu sangre se irán a cada lado disputando tu novia y las abejas. Tu corazón, ya terciopelo ajado, llama a un campo de almendras espumosas mi avariciosa voz de enamorado. A las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero.
Elegía
Rubén Darío
El retorno a la tierra natal ha sido tan sentimental, y tan mental, y tan divino, que aún las gotas del alba cristalinas están en el jazmín de ensueño, de fragancia y de trino. Por el Anfión antiguo y el prodigio del canto se levanta una gracia de prodigio y encanto que une carne y espíritu, como en el pan y el vino. En el lugar en donde tuve la luz y el bien, ¿qué otra cosa podría sino besar el manto a mi Roma, mi Atenas o mi Jerusalén? Exprimidos de idea, y de orgullo y cariño, de esencia de recuerdo, de arte de corazón, concreto ahora todos mis ensueños de niño sobre la crín anciana de mi amado León. Bendito el dromedario que a través del desierto condujera al Rey Mago, de aureolada sien, y que se dirigía por el camino cierto en que el astro de oro conducía a Belén. Amapolas de sangre y azucenas de nieve he mirado no lejos del divino laurel, y he sabido que el vino de nuestra vida breve precipita hondamente la ponzoña y la hiel. Mas sabe el optimista, religioso y pagano, que por César y Orfeo nuestro planeta gira, y que hay sobre la tierra que llevar en la mano, dominadora siempre, o la espada, o la lira. El paso es misterioso. Los mágicos diamantes de la corona o las sandalias de los pies fueron de los maestros que se elevaron antes, y serán de los genios que triunfarán después. Parece que Mercurio llevara el caduceo de manera triunfal en mi dulce país, y que brotara pura, hecha por mi deseo, en cada piedra una mágica flor de lis. Por atavismo griego o por fenicia influencia, siempre he sentido en mí ansia de navegar, y Jasón me ha legado su sublime experiencia y el sentir en mi vida los misterios del mar. ¡Oh, cuántas veces, cuántas oí los sones de las sirenas líricas en los clásicos mares! ¡Y cuántas he mirado tropeles de tritones y cortejos de ninfas ceñidas de azahares! Cuando Pan vino a América, en tiempos fabulosos en que había gigantes y conquistaban Pan y Baco tierra incógnita, y tigres y molosos custodiaban los templos sagrados de Copán, se celebraban cultos de estrellas y de abismos; se tenía una sacra visión de Dios. Y era ya la vital conciencia que hay en nosotros mismos de la magnificencia de nuestra Primavera. Los atlántidas fueron huéspedes nuestros. Suma revelación un tiempo tuvo el gran Moctezuma, y Hugo vio en Momotombo órgano de verdad. A través de las páginas fatales de la historia, nuestra tierra está hecha de vigor y de gloria, nuestra tierra está hecha para la Humanidad. Pueblo vibrante, fuerte, apasionado, altivo; pueblo que tiene la conciencia de ser vivo, y que reuniendo sus energías en haz portentoso, a la Patria vigoroso demuestra que puede bravamente presentar en su diestra el acero de guerra o el olivo de paz. Cuando Dante llevaba a la Sorbona ciencia y su maravilloso corazón florentino, creo que concretaba el alma de Florencia, y su ciudad estaba en el libro divino. Si pequeña es la Patria, uno grande la sueña. Mis ilusiones, y mis deseos, y mis esperanzas, me dicen que no hay patria pequeña. Y León es hoy a mí como Roma o París. Quisiera ser ahora como el Ulises griego que domaba los arcos, y los barcos y los destinos. Quiero ahora deciros ¡hasta luego! ¡Porque no me resuelvo a deciros adiós!
Retorno
Ramón López Velarde
A Pedro de Alba Con planta imponderable cruzas el mundo y cruzas mi conciencia, y es tu sufrido rostro como un éxtasis que se dilata en una transparencia. ¡Pobrecilla sonámbula! Pareces, en tu ruta de novicia, ir diciendo al azar: «No me hagáis daño; temo que me maltrate una caricia». Devuelves su matiz inmaculado al paisaje ilusorio en que te posas y restituyes en su integridad inocente a los hombres y a las cosas. Así cruzas el mundo, con ingrávidos pies, y en transparencia de éxtasis se adelgaza tu perfil, y vas diciendo: «Marcho en la clemencia, soy la virginidad del panorama y la clara embriaguez de tu conciencia».
Pobrecilla sonámbula
José Antonio Labordeta
Javalambre con nieve. Sobre el pecho, como una inmensa herida, los Mansuetos se abren: Carne joven en la vieja tierra. Gira el cielo. Pasan, camino de la mar, los enormes camiones de transporte: ¡Adiós! ¡Adiós! Hoy, San Martín mudéjar, me nostalgia los amigos que tuve, allá, en mi infancia. Miro hacia el fondo: Villaespesa. Todo lleva consigo la tierra que surge desde dentro: Teruel: Áridas voces de mineros, ascienden del violento carmín de tu paisaje.
Teruel
Delfina Acosta
Él hizo mi mirada distraída, la llamarada añil de tu silencio, las seis en punto y el adiós más mustio frente a las olas rubias de aquel puerto. Él hizo las primeras golondrinas, el frío de esa tarde y aquel miedo de que llegaras tarde o no llegaras cuando era una muchacha más del viento. Mi alma llena de gorriones mudos Él hizo, y la hojarasca del infierno. También los pasos lejos de mi vida, y el rayo de este absurdo pensamiento. Yo escribo un verso torpe y distraído, que sucio, desvestido, perro fiel, es mi hijo amado, padre y madre míos, mientras la noche ladra contra Él.
Dios que es él
Consuelo Hernández
Dejar atrás mi pueblo, el recuerdo elemental de cada amigo los paseos de domingo salvadores y los almuerzos en mesa compartida Rodar por otros rumbos, ausente de los míos fijar nuevos sentidos impuestos por el lloro del agua vespertina que nunca me abandona. Cambiar el sol por nieve, y el calor por la helada vivir entre extraños una vida menos sustancial y tener como amiga la acacia siempre ausente. Otros seres se cruzan por mi vida sin poder saber nunca si están de mi parte o detrás de las máscaras me clavan su cuchillo... Todo lo que he dejado hoy se yergue como torre al centro de mí misma.
Todo lo que he dejado
Lope de Vega
Quiero escribir, y el llanto no me deja, pruebo a llorar, y no descanso tanto, vuelvo a tomar la pluma, y vuelve el llanto, todo me impide el bien, todo me aqueja. Si el llanto dura, el alma se me queja, si el escribir, mis ojos, y si en tanto por muerte o por consuelo me levanto, de entrambos la esperanza se me aleja. Ve blanco al fin, papel, y a quien penetra el centro deste pecho que enciende le di (si en tanto bien pudieres verte), que haga de mis lágrimas la letra, pues ya que no lo siente, bien entiende, que cuanto escribo y lloro, todo es muerte.
Quiero escribir
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Pensé morir, sentí de cerca el frío, y de cuanto viví sólo a ti te dejaba: tu boca eran mi día y mi noche terrestres y tu piel la república fundada por mis besos. En ese instante se terminaron los libros, la amistad, los tesoros sin tregua acumulados, la casa transparente que tú y yo construimos: todo dejó de ser, menos tus ojos. Porque el amor, mientras la vida nos acosa, es simplemente una ola alta sobre las olas, pero ay cuando la muerte viene a tocar a la puerta hay sólo tu mirada para tanto vacío, sólo tu claridad para no seguir siendo, sólo tu amor para cerrar la sombra.
Cien sonetos de amor
Juan Ramón Jiménez
Como médanos de oro, que vienen y que van en el mar de la luz, son los recuerdos. El viento se los lleva, y donde están están, y están donde estuvieron y donde habrán de estar... (Médanos de oro). Lo llenan todo, mar total de oro insondable, con todo el viento en él... (Son los recuerdos).
El recuerdo
Marilina Rébora
Quisiera saber, madre, de San Marcos y el león; de San Roque y su perro, San Francisco y las aves; San Huberto y el ciervo, San Jorge y el dragón; de San Pedro y el gallo, con sus signos y claves. De San Martín de Porres, que barriendo su alcoba a las graciosas lauchas se prodigaba tierno para que se durmieran tranquilas en la escoba, de sí mismo olvidándose, aterido en invierno. No me digas que no, ni te rías tampoco. Háblame de los Santos, di por qué se les reza; quisiera parecérmeles, conocerlos un poco, tener un corderito para mi compañía, llevar, lo mismo que ellos, un nimbo en la cabeza y estar en los altares contigo, madre, un día.
Los santos
Federico García Lorca
Cantan los niños En la noche quieta: ¡Arroyo claro, Fuente serena! LOS NIÑOS ¿Qué tiene tu divino Corazón en fiesta? YO Un doblar de campanas, Perdidas en la niebla. LOS NIÑOS Ya nos dejas cantando En la plazuela. ¡Arroyo claro, Fuente serena! ¿Qué tienes en tus manos De primavera? YO Una rosa de sangre Y una azucena. LOS NIÑOS Mójalas en el agua De la canción añeja. ¡Arroyo claro, Fuente serena! ¿Qué sientes en tu boca Roja y sedienta? YO El sabor de los huesos De mi gran calavera. LOS NIÑOS Bebe el agua tranquila De la canción añeja. ¡Arroyo claro, Fuente serena! ¿Por qué te vas tan lejos De la plazuela? YO ¡Voy en busca de magos Y de princesas! LOS NIÑOS ¿Quién te enseñó el camino De los poetas? YO La fuente y el arroyo De la canción añeja. LOS NIÑOS ¿Te vas lejos, muy lejos Del mar y de la tierra? YO Se ha llenado de luces Mi corazón de seda, De campanas perdidas, De lirios y de abejas, Y yo me iré muy lejos, Más allá de esas sierras, Más allá de los mares Cerca de las estrellas, Para pedirle a Cristo Señor que me devuelva Mi alma antigua de niño, Madura de leyendas, Con el gorro de plumas Y el sable de madera. LOS NIÑOS Ya nos dejas cantando En la plazuela. ¡Arroyo claro, Fuente serena! Las pupilas enormes De las frondas resecas, Heridas por el viento, Lloran las hojas muertas.
Balada de la placeta
Genaro Ortega Gutiérrez
Gracias a la generosidad de la lluvia has mesurado esta tarde los extremos recónditos del jardín: un fotograma en blanco y negro. Lentitud que ennoblece la llanura del plano y te convoca a la calidez de otra historia, reduciéndolo todo a su última pasión nefanda. Como un amor adolescente o un atentado terrorista, en cuya gravitación se mueve, inexorable, la palabra que conspira -desalmada-, puesta al servicio de unos dogmas que buscan equivalencia entre el espíritu y la forma, entre el amanecer y el mar. Quizás, después de todo, la verdadera poesía está fuera del tiesto.
El ojo del huracán
Octavio Paz
La noche nace en espejos de luto. Sombríos ramos húmedos ciñen su pecho y su cintura, su cuerpo azul, infinito y tangible. No la puebla el silencio: rumores silenciosos, peces fantasmas, se deslizan, fosforecen, huyen. La noche es verde, vasta y silenciosa. La noche es morada y azul. Es de fuego y es de agua. La noche es de mármol negro y de humo. En sus hombros nace un río que se curva, una silenciosa cascada de plumas negras. La noche es un beso infinito de las tinieblas infinitas. Todo se funde en ese beso, todo arde en esos labios sin límites, y el nombre y la memoria son un poco de ceniza y olvido en esa entraña que sueña. Noche, dulce fiera, boca de sueño, ojos de llama fija y ávida, océano, extensión infinita y limitada como un cuerpo acariciado a oscuras, indefensa y voraz como el amor, detenida al borde del alba como un venado a la orilla del susurro o del miedo, río de terciopelo y ceguera, respiración dormida de un corazón inmenso, que perdona: el desdichado, el hueco, el que lleva por máscara su rostro, cruza tus soledades, a solas con su alma. Tu silencio lo llama, rozan su piel tus alas negras, donde late el olvido sin fronteras, mas él cierra los poros de su alma al infinito que lo tienta, ensimismado en su árida pelea. Nadie lo sigue, nadie lo acompaña. En su boca elocuente la mentira se anida, su corazón está poblado de fantasmas y el vacío hace desiertos los latidos de su pecho. Dos perros amarillos, hastío y avidez, disputan en su alma. Su pensamiento recorre siempre las mismas salas deshabitadas, sin encontrar jamás la forma que agote su impaciencia, el muro del perdón o de la muerte. Pero su corazón aún abre las alas como un águila roja en el desierto. Suenan las flautas de la noche. El mundo duerme y canta. Canta dormido el mar; ojo que tiembla absorto, el cielo es un espejo donde el mundo se contempla, lecho de transparencia para su desnudez. Él marcha solo, infatigable, encarcelado en su infinito, como un solitario pensamiento, como un fantasma que buscara un cuerpo.
El desconocido
David Escobar Galindo
Hacia la perspectiva de las dunas, esa ilusión comienza a dibujarse. Una mancha de lluvia en movimiento. Un volumen de insólitos cristales. Una escultura onírica de sal. Y un soplo de repente, humana ráfaga.
Hacia la perspectiva de las dunas
Macedonio Fernández
No me lleves a sombras de la muerte Adonde se hará sombra mi vida, Donde sólo se vive el haber sido. No quiero el vivir del recuerdo. Dame otros días como éstos de la vida. Oh no tan pronto hagas De mí un ausente Y el ausente de mí. ¡Que no te lleves mi Hoy! Quisiera estarme todavía en mí. Hay un morir si de unos ojos Se voltea la mirada de amor Y queda sólo el mirar del vivir. Es el mirar de sombras de la Muerte. No es Muerte la libadora de mejillas, Esto es Muerte. Olvido en ojos mirantes.
Hay un morir
Mario Benedetti
Cuando el no ser queda en suspenso se abre la vida ese paréntesis con un vagido universal de hambre somos hambrientos desde el vamos y lo seremos hasta el vámonos después de mucho descubrir y brevemente amar y acostumbrarnos a la fallida eternidad la vida se clausura en vida la vida ese paréntesis también se cierra incurre en un vagido uiniversal el último y entonces sólo entonces el no ser sigue para siempre
La vida ese paréntesis
Fa Claes
Por una vez quiero todos mis pensamientos juntos, una vida entera, mil quintillones de ficheros, que abarco de un vistazo. Temo que me cubran por completo, enano entre rascacielos que se espesan sobre mi cabeza. Entonces desde dentro se vuelven arena y se derrumban, una loma como una pirámide, y nadie nunca sabe ni qué ni por qué. Por consiguiente da perfectamente igual. En Rijmenam bajo un Himalaya de pensamientos de mí mismo, hasta yo mismo no sé qué ni por qué.
Ojeada
Pablo Neruda
Esta campana rota quiere sin embargo cantar: el metal ahora es verde, color de selva tiene la campana, color de agua de estanques en el bosque, color del día en las hojas. El bronce roto y verde, la campana de bruces y dormida fue enredada por las enredaderas, y del color oro duro del bronce pasó a color de rana: fueron las manos del agua, la humedad de la costa, que dio verdura al metal, ternura a la campana. Esta campana rota arrastrada en el brusco matorral de mi jardín salvaje, campana verde, herida, hunde sus cicatrices en la hierba: no llama a nadie más, no se congrega junto a su copa verde más que una mariposa que palpita sobre el metal caído y vuela huyendo con alas amarillas.
Esta campana rota...
José Ángel Valente
Un día nos veremos al otro lado de la sombra del sueño. Vendrán a ti mis ojos y mis manos y estarás y estaremos como si siempre hubiéramos estado al oro lado de la sombra del sueño.
Canción para franquear la sombra
Luis de Góngora
Los días de Noé bien recelara Si no hubiera, Señor, jurado el cielo En su arco tu piedad, o hubiera el hielo Dejado al arca ondas que surcara. Denso es mármol la que era fuente clara A ninfa que peinaba undoso pelo; Montes coronan de cristal el suelo; Atado el Betis a su margen para. A inclemencias, pues, tantas no perdona El Fénix de Austria, al mar fiando, al viento, No aromáticos leños, sino alados. Aun a tu Iglesia más que a su corona Importan sus progresos acertados: Serena aquel, aplaca este elemento.
De la jornada que su majestad hizo a andalucía
Fa Claes
¿La certeza respecto al hombre? Hay una: morirá. Y por más que el mundo jure y rabie resistencia: ¡eso jamás! Probaremos a toda costa que somos inmortales y, si no sale bien, salta, mozo, salta en el pozo de la fe. Y saltar es lo que hacen, hombre, por centenares, a millares, en compañía; y están seguros de esto: cuanto más gente salta, tanto más segura se torna su fe.
Certeza
David Escobar Galindo
Caminaba por calles donde la luz se demoraba mucho, quizás contando gajos de San Carlos. Eran esos lugares apacibles, de inmóviles señoras a las puertas y costureras en un fondo de humo. Yo no nací para las avenidas -hago una salvedad: Campos Elíseos-, sino para los quietos callejones, para los caminitos con recodos. ¡Es una ceremonia tan magnánima la de admirar antiguos adoquines, con ojos inocentes que nos siguen desde el gastado albor de los encajes! A la par de las verjas, los pequeños jardines eran reinos donde una rosa siempre gobernaba. Una rosa distinta cada día: la de ayer más fragante, la de hoy más empinada, la de mañana casi con luz propia, la de después con tiernas telarañas. Era tan dulce el aire como si hubiera hecho la siesta junto a la dulcería «Las Gardenias»; y yo, cuidándome de no ser visto, cortaba un ramo de aire, y lo iba saboreando hasta el cansancio, con la perseverancia del profeta. Alguna vez, las calles se llenaban de lluvia: era como si todas las cortinas se rebelaran tras de sus balcones, con un murmullo alegre y recatado, que le daba al ambiente esa ternura de filial crepúsculo. No sé por qué la lluvia siempre me sorprendió cuando la tarde ya no tenía apenas resplandores. Era una lluvia viva, desde luego. Una lluvia caliente y vaporosa. La lluvia que sonaba entre los árboles como la antigua y auroral marimba, tocada por ancianos. Me enseñaron las calles la paciencia del río cotidiano, la claridad humilde del remanso que refleja una garza imaginaria. Supe después la fuerza de los ríos, brilló después se fue volviendo espacio donde ya era posible inventar una estrella. Pero nunca dejé de caminar por las calles tranquilas, suburbanas, igual que el enlutado personaje de Magritte, sin edad, siempre de espaldas. Quizás los muros se descascaraban, quizás las puertas eran más herméticas. Yo siempre caminaba por las calles donde la luz se demoraba mucho, donde la vida era el indescifrado, sereno laberinto. Nunca dejé de andar por esas calles, porque sé que una de ellas desemboca en la Plaza del sueño.
El caballero de magritte
Jordi Doce
Al hilo de la siesta las callejas se adensan en un silencio impenetrable; es entonces cuando, en este verano solícito, la luz ensaya su apariencia más palpable y gravita tenaz sobre el asfalto, confirma las virtudes del sosiego. Crecen en esta hora extrañas formas de la belleza: el fardo demudado del aire, la quietud de metal de las ramas, la terca grisalla de estos muros que la hierba puntea. Miro el conjunto con desgana desde el abrigo fiel de nuestro cuarto y me miro igualmente a su través: apenas una sombra en el cristal, un súbito estremecimiento, este molino en la cabeza que me recuerda el tiempo transcurrido. Tendida entre las sábanas, casi desnuda, te desperezas vacilante, con gestos tan fingidos que tú misma sonríes. Tomo conciencia entonces de mi cuerpo y me aguija esta rara semejanza con las cosas que ahora nos rodean: así las calles o mi cuerpo, tanto da, la gris materia inerte a manos de la luz o de tus manos, lo que espera a vivir, y a vivir con violencia, en el seguro pálpito que envuelve y enardece.
Blue hotel