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411
¡Maldita, hermosa, mi estrella! ¿Qué ha de valerme la vida, Si no he de hallarte con ella Ni en Granada la florida Ni en mi Córdoba la bella?
26
5
Los suspiros son aire y van al aire. Las lágrimas son agua y van al mar. Dime, mujer: cuando el amor se olvida, ¿sabes tú adónde va?
11
4
Pero véate yo y muera; Que no sé, rendido ya. Si el verte muerte me da. El no verte qué me diera. Fuera, mas que muerte fiera, Ira, rabia y dolor fuerte; Fuera muerte: desta suerte Su rigor he ponderado. Pues dar vida á un desdichado Es dar á un dichoso muerte.
14
10
¿Quién puede llamarnos vieja? La espeja. ¿Y qué nos pule el carrillo? El brillo. ¿Si en la mirada no hay cruce? Reduce. De tal forma nos seduce la apariencia en el cristal, que cuando nos vemos mal la espeja el brillo reduce.
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11
Yo era tímido como un niño. Ella, naturalmente, fue, para mi amor hecho de armiño, Herodías y Salomé...
35
4
En la aurora feliz de tus amores, sólo querías el dinero en flores;
7
2
¡Cuántos silbos, cuántas voces la nava oyó, de Zuheros, sentidos bien de sus valles, guardadas mal de sus ecos! Vaqueros las dan, buscando la hermosa, por lo menos, cerrera, luciente hija del toro que pisa el cielo.
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8
Profetas que rasgasteis inspirados del porvenir el velo misterioso: al que sacó la luz de las tinieblas rogadle por nosotros.
40
4
Si tú haces que oya debajo desta hiedra mis lágrimas, que siguen tu armonía, octavo muro a Troya renacer piedra a piedra hará tu son de su ceniza fría, que es más posible caso convocar piedras que enfrenalle el paso.
21
8
Para emprender la jornada desta ciudad, que ya tiene nombre de Ciudad Real, juntó el gallardo maestre dos mil lucidos infantes de sus vasallos valientes, y trescientos de a caballo de seglares y de freiles....
28
9
Porque si es verdad que llora mi captiverio en tu arena, bien puedes al mar del Sur vencer en lucientes perlas.
0
4
En la interior bodega de mi amado bebí, y cuando salía, por toda aquesta vega, ya cosa no sabía y el ganado perdí que antes seguía.
19
5
¡Cuán diversas sendas se suelen seguir en el repartir honras y haciendas! A unos da encomiendas, a otros, sambenitos. Cuando pitos, flautas, cuando flautas, pitos.
21
8
Y tímida ante el mundo, de manera que encerrada en silencio no salía, sino cuando en la dulce primavera era la hora de la melodía...
35
4
Y cantará la poesía plena en sus arpegios de brillantes alas y lucirá su rozagantes galas ¡Mi poesía!
17
4
Y oyen seres terrestres y habitantes marinos la voz de los crinados cuadrúpedos divinos.
7
2
De la Luna la unción por arte mágica derrite la materia de las cosas, y su alma queda así, flotante y libre, libre en el sueño.
17
4
Deténte, cierzo muerto; ven, austro, que recurdas los amores, aspira por mi huerto, y corran sus olores, y pacerá el amado entre las flores.
19
5
Atormentado el can, tanto camina por la casa infernal, toda ahumada, que hallando a la bella Proserpina, de Venus le recuenta la embajada. Ni a reposarse ni a sentarse inclina, ni a comer, ni a otra cosa, aunque rogada; mas la bujeta espera con gran pena, que luego se la da, cerrada y llena.
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8
techo pajizo, adonde jamás hizo morada el enemigo cuidado, ni se asconde invidia en rostro amigo, ni voy perjura, ni mortal testigo;
19
5
Por las noches me desvelo entre sueño y poesía de colores. Así, la luna y el cielo me acompañan hasta el día sin actores.
16
6
segura navegabas, que por la tierra propia nunca el peligro es mucho adonde el agua es poca. Verdad es que en la patria no es la virtud dichosa, ni se estimó la perla hasta dejar la concha.
21
8
Presa soy de vos solo, y por vos muero (mi bella Luz me dijo dulcemente), y en este dulce error y bien presente, por vuestra causa sufro dolor fiero.
10
4
¡Rosas inocentes, formas transparentes conceptos lucientes!
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3
Mas no cabe presunción en toda vuestra morada; que aunque os veis ya declarada de tan alta condición, no sois por eso mudada. Si os alteran los favores de los divinos amores, por la respuesta parece, la mi ánima engrandece al señor de los señores.
6
10
Cierre mi mano piadosa Tus ojos al blando sueño, Y empape suave beleño Tus lágrimas de dolor: Yo calmaré tu quebranto Y tus dolientes gemidos, Apagando los latidos De tu herido corazon.
23
8
¡Oh, canas de los viejos criminales que en medio de las lóbregas prisiones blanquearon vuestros cráneos infernales, al morir vuestras dulces ilusiones!, ¡oh, canas de los viejos criminales!
25
5
En conjeturas varias divertido Aun Lara estaba en su sillón de roble. Disputando con Ñuño, y rodeado De escuderos y armados servidores Pero el vecino estruendo de herraduras. El crujir de las armas, los rumores De la confusa muchedumbre oyendo, A retirarse cauto se dispone; Y por dos escuderos sostenido Estaba ya de pié, cuando en desórden Ante él la mora y castellana gente, Y la caterva popular paróse. Lo advirtió, y levantando la cabeza, Vistió de dignidad su aspecto noble , Y el anciano andaluz en él los ojos Clavando ansioso, en resonantes voces Dijo al tierno mancebo : Este es tu padre: " Ante sus plantas á arrojarte corre, " Y absorto el mundo al verte entre sus brazos, " La Providencia omnipotente adore. " No había terminado estas palabras, Cuando el mozo, dejando los arzones. Exclamó : Padre! y prosternado en tierra, Del ciego á las rodillas abrazóse. Al mismo tiempo conociendo Ñuño Al anciano, cual fuera de sí, rompe : " O Zaide!... ó bienhechor!...ó tierno amigo!" Y se arroja en sus brazos. Yerto, inmoble Lara quedó : la falta de los ojos Le sumerge en un mar de confusiones. De ambos moros la voz no le es extraña... Mas cuando al docto Zaide nombrar oye, Y siente que le estrechan unos brazos, Y repetir de padre el dulce nombre, Y que en sus manos trémulas se imprimen Unos labios de fuego; reconoce Toda su dicha, y embargada el alma, En el sillón sin fuerzas derribóse. Mudarra, Zaide, Ñuño, el arcipreste A darle auxilio en derredor se ponen ; Callando el pueblo, que asombrado mira Prodigios donde quiera y confusiones. Mas no volviendo Lara del desmayo, Retirarle de allí Ñuño dispone ; Y él y Mudarra del sillón asiendo, Al palacio le suben. Varios hombres De cuenta, el arcipreste y los hidalgos Le siguieron en pos. Zaide la orden De entrar en el gran patio da á los suyos, Y Ñuño, de que al punto se coloquen En el postigo aquel dos hombres de armas Y que á la multitud el paso estorben.
29
52
Quien duda, que los reyes, (si soberanos sean) no por eso se eximen de errar, como hombres, que es común miseria.
13
4
Que bienes son de Fortuna que revuelven con su rueda presurosa, la cual no puede ser una ni estar estable ni queda en una cosa.
39
6
Pasó un día y otro día, un mes y otro mes pasó, y el tercer año corría; Diego a Flandes se partió, mas de Flandes no volvía.
26
5
La muerte ha sido tan mala que yo no quisiera verla porque no quiero tenerla como lámpara en mi sala. La muerte donde se instala se lleva al grande y al chico como un ave que a su pico le abre en sí para su cumba y la puerta de la tumba es para el pobre y el rico.
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10
El alma en primavera tiene flores; Y aquellos versos míos, los primeros, Eran la floración de mis amores, Brotaron espontáneos y sinceros... El alma en primavera tiene flores.
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5
¡Ved que es instante supremo Este, en que de mí os burláis! ¡Ved que ardéis, y me quemáis! ¡Ved morir! ¡Ved que me quemo! ¡Morir de desdichas temo! ¡Pensara yo que de arder! ¡Miradme ya estremecer! ¡Miradme casi quemando! ¡Vedme de amor expirando! ¡Vedme de miedo correr!
14
10
El cuerpo de Lulú sin par en siglos, será un manjar de dioses cuyo guiso hará recordar la terrestre vida, aun en el seno de la negra muerte, que si en el orbe sólo existe hambre, grato es el sueño de mudar las sobras.
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6
Nace el pez, que no respira, Aborto de ovas y lamas; Y, apénas bajel de escamas Sobre las ondas se mira, Cuando á todas partes gira, Midiendo la inmensidad De tanta capacidad Como le da el centro frío: ¿Y yo, con más albedrío. Tengo menos libertad?
14
10
Tiraba cierta dama un cuerno al aire y el marido la dijo mira lo que haces no andes con fiestas porque pegarme puedes en la cabeza.
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7
¿Dónde volaron, ¡ay!, aquellas horas de juventud, de amor y de ventura, regaladas de músicas sonoras, adornadas de luz y de hermosura? Imágenes de oro bullidoras, sus alas de carmín y nieve pura, al sol de mi esperanza desplegado, pasaban, ¡ay!, a mi alrededor cantando.
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8
¡dejadme subir!, dejadme hasta las verdes barandas. Barandales de la luna por donde retumba el agua.
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4
Morada de grandeza, templo de claridad y hermosura, el alma, que a tu alteza nació, ¿qué desventura la tiene en esta cárcel baja, escura?
19
5
Va cayendo la noche: La bruma ha bajado a los montes el cielo: Una lluvia menuda y monótona humedece los árboles secos. El rumor de sus gotas penetra hasta el fondo sagrado del pecho, donde el alma, dulcísima, esconde su perfume de amor y recuerdos. ¡Cómo cae la bruma en en alma! ¡Qué tristeza de vagos misterios en sus nieblas heladas esconden esas tardes sin sol ni luceros! En las tardes de rosas y brisas los dolores se olvidan, riendo, y las penas glaciales se ocultan tras los ojos radiantes de fuego. Cuando el frío desciende a la tierra, inundando las frentes de invierno, se reflejan las almas marchitas a través de los pálidos cuerpos. Y hay un algo de pena insondable en los ojos sin lumbre del cielo, y las largas miradas se pierden en la nada sin fe de los sueños. La nostalgia, tristísima, arroja en las almas su amargo silencio, Y los niños se duermen soñando con ladrones y lobos hambrientos. Los jardines se mueren de frío; en sus largos caminos desiertos no hay rosales cubiertos de rosas, no hay sonrisas, suspiros ni besos. ¡Como cae la bruma en el alma perfumada de amor y recuerdos! ¡Cuantas almas se van de la vida estas tardes sin sol ni luceros!
29
36
Y allí iremos los cantores Falsas flores del Edén Que en vez de santos loores Cantamos himnos de amores A las puertas de un harén.
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5
La color tienes marrida, el corpanzon regibado, andas de valle en collado como res que va perdida, y no oteas si te vas adelante o caratrás, zanqueando con los pies, dando trancos al través que no sabes dó te estás.
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9
El bulto vio y, haciéndolo dormido, librada en un pie toda sobre él pende (urbana al sueño, bárbara al mentido retórico silencio que no entiende); no el ave reina, así, el fragoso nido corona inmóvil, mientras no desciende rayo con plumas al milano pollo que la eminencia abriga de un escollo,
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8
Y como el polvo en nubes que levanta en remolinos rápidos el viento, formas sin forma, en confusión que espanta, alza el sueño en su vértigo violento: del vano reino el límite quebranta vago escuadrón de imágenes sin cuento, y otros mundos al viejo aparecían, y esto los ojos de su mente vían.
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8
y muy siglo diez y ocho y muy antiguo y muy moderno; audaz, cosmopolita; con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo, y una sed de ilusiones infinita.
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4
El que más teme el deshonor y oprobio que el trance del morir, y está dispuesto a dar la vida por la Patria amada: ¡ese es feliz y grande!
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4
Penacho de su yelmo de granito, la hiedra que colgaba en derredor daba sombra al escudo, en que una mano tenía un corazón.
40
4
Pasaba arrolladora en su hermosura y el paso le dejé; ni aun a mirarla me volví, y, no obstante, algo a mi oído murmuró: «ésa es».
11
4
Verde que te quiero verde. Bajo la luna gitana, las cosas la están mirando y ella no puede mirarlas.
0
4
Una cana muy triste, es una cana de una cabeza que ha quedado calva.
7
2
Porque quiero creer que no hay demonios. Son hombres los que pagan al gobierno, los empresarios de la falsa historia, son hombres quienes han vendido al hombre, los que le han convertido a la pobreza y secuestrado la salud de España.
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6
¿No miras los blancos cirios de plateadas escamas? Son encarrujados lirios, y de mirto son las llamas.
9
4
Así, con tal entender, todos sentidos humanos conservados, cercado de su mujer y de sus hijos y hermanos y criados, dio el alma a quien se la dio el cual la ponga en el cielo en su gloria, que aunque la vida perdió, dejonos harto consuelo su memoria.
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12
Desde la rama, la gota de rocío, cristal Swaroski.
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3
Sol de la tarde, buen amigo de los viejos Aldeanos, que dan a los mozos consejos Y dirimen contiendas de riegos y forales, Sentados en los poyos que hay bajo los parrales, Como jueces del tiempo en que jueces no había, Y era la tradición toda sabiduría.
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6
Mira lo que andan jablando; sin tené naíta contigo, la bía mestán quitando.
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3
Anda y que te den un tiro... con pórbora e mis ojos y balas e mis suspiros.
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3
Donde lo intente yo dejar mi corazón no se ha de estar.
7
2
El falso transformose en ángel verdadero; parósele delante en medio de un sendero. «Seas el bienvenido —le dijo a este romero—; me parece; de veras simple como un cordero,
8
4
Fétido, como el vientre de los grajos al salir del inmundo estercolero donde, bajo mortíferas miasmas, amarillean los roídos huesos de leprosos cadáveres; viscoso, como la baba que en sus antros negros destilan los coléricos reptiles al retorcer sus convulsivos cuerpos entre guijarros húmedos; estéril, como los senos que en helados lechos ofrecen las impúdicas rameras al ardor genital de los mancebos que, frenéticos, caen en sus brazos, como loco rebaño de corderos, al sentir inflamados sus vellones, en cenagoso manantial; abyecto como el alma del pérfido soldado que, desertando al enemigo ejército, expira acribillado por las balas de los que un día sus hermanos fueron, sin tener quien le vende las heridas, ni le enjugue las lágrimas; cruento como el capricho de feroz tirano que, bajo el palio de su trono excelso, hundida entre las manos la cabeza y cerrados los ojos soñolientos, sueña en ver asoladas las naciones, para alfombrar con polvo de esqueletos, rociado por la sangre de las víctimas, la ruta que han de recorrer sus pueblos al proclamarle victorioso; débil como la planta que en hediondo estiércol ya se abrasa a los rayos del estío, ya se quiebra a los soplos de los céfiros, tal es, ¡oh, Dios!, el cuerpo miserable que arrastro del vivir por los senderos, como el mendigo la pesada alforja que ya se cansan de llevar sus miembros
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38
mas, después que pasó tu ardor primero; sólo quieres las flores en dinero.
7
2
Meresía esa serrana que la fundieran de nuebo, como funden las campanas.
41
3
Aristóteles dijo, y es cosa verdadera, que el hombre por dos cosas trabaja: la primera, por el sustentamiento, y la segunda era por conseguir unión con hembra placentera.
8
4
Desvanecido un pelón, y aun a título aspirante, cera gasta de Levante mientras enristra blandón. Tan superflua ostentación si no pretensión tan necia, cera alumbre, de Venecia, y a mí de Génova acero,
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8
Hipólito fue llamado y morí según murieron otros, no por su pecado, que por fenbras padecieron. Y los dioses, que sopieron como yo no fui culpable, danme siglo deletable como a los que dignos fueron
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8
Y a su movimiento enorme Rueda en el cóncavo hueco De la bóveda el informe Postrer quejido del eco Con vibración uniforme.
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5
Pártese el moro Alicante víspera de san Cebrián; ocho cabezas llevaba, todas de hombres de alta sangre. Sábelo el rey Almanzor; a recibirlo sale; aunque perdió muchos moros, piensa en esto bien ganar. Manda hacer un tablado para mejor las mirar; mandó traer un cristiano que estaba en captividad; como ante sí lo trujeron, empezóle de hablar, díjole: Gonzalo Gustos, mira quién conocerás que lidiaron mis poderes en el campo de Almenar; sacaron ocho cabezas, todas son de gran linaje. Respondió Gonzalo Gustos: Presto os diré la verdad. Y limpiándolas la sangre asaz se fuera a turbar; dijo llorando agrámente: ¡Conózcolas por mi mal! La una es de mi carillo, ¡las otras me duelen más! De los infantes de Lara son, mis hijos naturales. Así razona con ellos como si vivos hablasen: ¡Dios os salve, el mi compadre, el mi amigo leal! ¿Adonde son los mis hijos que yo os quise encomendar? Muerto sois como buen hombre, como hombre de fiar. Tomara otra cabeza del hijo mayor de edad. Sálveos Dios, Diego González, hombre de muy gran bondad, del conde Fernán González alférez el principal, a vos amaba yo mucho que me habíades de heredar. Alimpiándola con lágrimas, volviérala a su lugar, y toma la del segundo, Martín Gómez que llamaban. Dios os perdone, el mi hijo, hijo que mucho preciaba, jugador era de tablas el mejor de toda España, mesurado caballero, muy buen hablador en plaza. Y dejándola llorando, la del tercero tomaba. Hijo Suero Gustos, todo el mundo os estimaba, el rey os tuviera en mucho sólo para la su caza, gran caballero esforzado, muy buen bracero a vantaja ¡Ruy Gómez, vuestro tío, estas bodas ordenara! Y. tomando la del cuarto, lasamente la miraba. ¡Oh hijo Fernán González, (nombre del mejor de España, del buen conde de Castilla aquel que vos baptizara), matador de puerco espín, amigo de gran compaña! Nunca con gente de poco os vieran en alianza. Tomó la de Ruy Gómez, de corazón la abrazaba. ¡Hijo mío, hijo mío! ¿ Quién como vos se hallara ? Nunca le oyeron mentira, nunca por oro ni plata; animoso, buen guerrero, muy gran feridor de espada, que a quien dábades de lleno, tullido o muerto quedaba. Tomando la del menor, el dolor se le doblara. ¡ Hijo Gonzalo González! ¡Los ojos de doña Sancha! ¡Qué nuevas irán a ella, que a vos más que a todos ama! Tan apuesto de persona, decidor bueno entre damas, repartidor de su haber, aventajado en la lanza. ¡Mejor fuera la mi muerte que ver tan triste jornada! Al duelo que el viejo hace toda Córdoba lloraba.
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100
Para los barcos de vela Sevilla tiene un camino; por el agua de Granada sólo reman los suspiros.
0
4
¡hoy! vivo preso en este mundo donde el cielo se cae a pedazos, el aire purpura contamina mis pupilas, agónicas lágrimas resbalan como ríos caudalosos entre los surcos ya imborrables de la faz de mi cara. el manto albo de pureza idílica que habitaba en ¡mi! ya no existe. Naufrago entre penas, intento no obrar mal, sigo buscando entre níveos algodones la redondez de tus auroras. Mis noches quedan ciegas, mis días ya no son tus días, mi mundo ya no es tu mundo, mi cielo ya no es azul, mis sueños indiferencia tallada de tu alma, tus sueños, exequias de tu olvido, mi vida, una lágrima mustia que resbala sumisa por el nacarado velo de tu idilio.
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24
A la Reina mi señora dije tu mandato y gusto, y responde que no es justo que eso le mandes agora;
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4
Recortando y pegando frases que escucho, voy a hacer la reseña. Qué cucurucho.
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4
Adónde irás, ahora, si tu cuerpo se desvanece
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3
Quieres guardar las noches en la noche, mil en una, plegada en seda suave. Fue muy duro zarpar de tantas pieles, de las bahías hondas de los cuerpos. Algún día serán agrios los vinos y los mares, negreará el más claro
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6
Así como no es persona un miembro, ni una facción ni la unidad por razón por número se pregona. Así pues las horas fueron términos fundamentales de tiempos immemoriales que en siglos se convirtieron.
4
8
Y vi que un peregrino, Bello como Santiago, Iba por mi camino.
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3
Prueba el queso, que es extremo, el de Pinto no le iguala; pues la aceituna no es mala bien puedes bogar su remo. Haz, pues, Inés, lo que sueles, daca de la bota llena seis tragos; hecha es la cena, levántese los manteles.
4
8
El enemigo antiguo siempre fue gran traidor, es de toda enemiga maestro sabedor; Unas veces semeja un ángel del criador y es en vez diablo fino, de gran sonsacador.
8
4
Arde la casa encendida de besos y sombra amante. No puede pasar la vida más honda y emocionante.
9
4
Mi libertad no la cedo, ni la embargo por quererte Es mi sustento , mi credo, mi luz ,mi vida , mi muerte y aunque me lleve perderte, no dejaré que tu boca, con su enredo, que provoca, acalle mi risa loca
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9
Pregunté sin dilación: Señores, ¿cuál es la vía? Mostrando gran afición, pospuesta toda bullía, dijeron sin villanía: A nos place que sepáis aquello que preguntáis, usando de cortesía.
3
8
Marchando con su madre, Inés resbala, cae al suelo, se hiere, y disputando se hablan así después las dos llorando: ¡Si no fueras tan mala! No soy mala. ¿Qué hacías al caer?. Iba rezando.
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5
Tengo yo una queja con los artos sielos; cómo sin frío ni calenturita, yo me estoy muriendo.
32
4
Y como, así las cosas, yo con ella no hablaba, puse de mensajero, por ver si la ablandaba, a un compañero mío; ¡buena ayuda me daba! Él se comió la carne en tanto yo rumiaba.
8
4
y consiento en mi morir con voluntad placentera, clara y pura, que querer hombre vivir cuando Dios quiere que muera, es locura.
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6
Pues si son perecederos y tan caducos y vanos los tales bienes mundanos, procura los soberanos para siempre duraderos; que son los grandes estados y riquezas, hartas hallarás tristezas y cuidados.
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9
Vino un día, y otro día, y vino un mes, y otro mes, y año tras año venía; el segundo concluía, y pasaron hasta tres.
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5
La luz, del templo señora, Por el templo derramada, Saluda al Dios que ella adora Por las losas prosternada Ante el ara que colora.
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5
Chiquiya, ¡cómo mhas puesto! Con un arfilé de a chabo se puée pasá me mi cuerpo.
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3
El cual se hizo plantado árbol de gran presunción, y desde aquella sazón duró hasta ser cortado en tiempo de Salomón; que a vueltas del muy precioso cedro que allí se cortaba, fue traído este dichoso para el templo muy famoso que a la sazón se labraba.
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10
Señora muy acabada: tened vuestra gente presta, que la triste hora es llegada de la muy solemne fiesta.
9
4
Siendo, pues, la llaga tal, nadie culpe mi dolor. ¿Cuál es el bruto pastor que no le duela su mal? ¿Quién es así negligente que descuida en su cuidado? ¿Quién no llora lo pasado viendo cuál va lo presente?
4
8
Breve combate de importuna guerra, en mi defensa, soy peligro sumo; y mientras con mis armas me consumo, menos me hospeda el cuerpo, que me entierra.
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4
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde? Ella sigue en su baranda, verde carne, pelo verde, soñando en la mar amarga.
0
4
Sólo más tarde se darían cuenta de que los dos buscaban una historia no demasiado cerca del amor, tal vez alguna excusa para mirar los árboles de enero temblando sobre el parque, atravesar las calles de una ciudad tomada por los himnos y la ropa de invierno o verse acompañados —ilusionadamente— sobre el cristal celeste de los escaparates.
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12
Al compas de un canto de artista de Italia que en la brisa errante la orquesta deslie, junto a los rivales la divina Eulalia, la divina Eulalia rie, rie, rie.
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Quisiera que te emplearas con otra mejó que yo y de mí no tacordaras.
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3
Hoy que dejo mis huellas en la nieve Al volver al paraje preferido, Como es invierno y nada me conmueve Quiero hacer unos versos al olvido, Hoy que dejo mis huellas en la nieve...
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5
que fulge y huele a vida, con el vino que guardaste en los odres de las pieles caminadas, translúcidas y suaves, embriágalos con vino puro y claro, úngelos en lo alto de la noche: la Memoria embalsama nuestros cuerpos.
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6
Las copas de los verdes sicomoros, mecidas por los vientos del desierto, mezclaban su rumor a los sonoros mugidos prolongados de los toros huyendo de la margen del Mar Muerto
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